Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En
Antena 3 plantean de nuevo la posibilidad de que las Comunidades Autónomas, que
son las que tienen las competencia educativas, prohíban el uso de los teléfonos
móviles en las aulas de los centros públicos a los menores de 15 años. El
artículo recoge algunos países donde esa medida se está implantando ante los
resultados del uso de los móviles.
No sé
muy bien cuál es el espacio para la especulación porque todos los informes
existentes y, mejor todavía, las experiencias de los docentes apuntan a lo
mismo. Es más, cada vez hay más estudios y publicaciones que hablan de los
efectos negativos. Esto además incluye un factor esencial: los efectos se producen en el
momento "natural" del aprendizaje, en un periodo en el que se forman y
que se ve alterado por toda una serie de efectos y también por una pérdida de
tiempo que se debería dedicar a la formación real, a lo más valioso. Si al teléfono le sumamos el
tiempo que consume el otro gran devorador de tiempo y atención, los
videojuegos, veremos que el panorama es realmente penoso.
Ayer hablábamos aquí de los semáforos en el suelo en Sabadell instalados porque la gente cruza las calles sin quitar la vista de la pantalla, con el peligro que esto supone. Pero si esto es crucial en la infancia y adolescencia, basta con ver los efectos en los adultos, en la pérdida de demasiadas cosas, de la conversación a la atención a los que nos rodean. Hablamos de los niños, pero ¿y los padres? Acérquese a un parque y verá lo que sucede. Durante la pandemia, los psicólogos y los medios especulaban sobre aquellos pobres bebés que crecerían sin ver las caras de sus padres y demás porque llevaban mascarillas. Hoy vemos pasear a bebés en cochecitos, aburridos, sin estímulo alguno, mientras sus padres consultan el teléfono. Muy poquitos van con las manos libres y miran a sus hijos, les hablan. Sobre todo en las edades más tempranas, la indiferencia es enorme. La cara de los niños lo refleja a la perfección. ¿Qué de extraño tiene que quieran pronto un móvil, como sus padres?
La
generación que no lee, no ve cine, ni escucha algo más que lo que le ofrecen está ya
en los niveles universitarios. Ya te hablan de videojuegos de la misma manera que
antes te hablaban de la literatura, el cine o cualquier otro arte con capacidad
de desarrollo formativo.
Hay dos
libros que les recomiendo encarecidamente. Son muy diferentes pero con un mismo
tema, el robo de la atención, es decir, la forma en que se secuestra para
evitar que se centre en algo que no sea rentable para las grandes empresas de
las comunicaciones que han creado este nuevo mundo y su capitalismo
tecnocrático. El objetivo de las mismas es crear esa adicción que basta con que
se suba a un transporte público para comprobar: miles de personas con la mirada
perdida en el móvil. Ya son de todas las edades porque esto no comenzó ayer.
Son dos
libros muy diferentes en extensión y enfoque. El primero de ellos fue declarado
libro del año por The New York Times,
se titula "Mercaderes de atención: La lucha épica por entrar en nuestra
cabeza" (Capitán Swing, 2017, ed. española 2020) y está escrito por Tim Wu, un profesor de la Escuela de Derecho de
la Universidad de Columbia. Su traductora es Paula Zumalacárregui. Esa "lucha épica" que describe da lugar a
una interesante historia de algo a lo que hemos llegado hoy, pero que comenzó
precisamente con la llegada de los periódicos en las primeras décadas del siglo
XIX cuyo objetivo era buscar la contratación de la publicidad a la que somos
vendidos. El libro son quinientas páginas en las que se va comprobando cómo
cada nuevo medio creado acababa al servicio de ese mercadeo atencional que nos
saca de nuestro pensamiento y nos sumerge en un flujo que nos arrastra
consumiendo nuestro tiempo, es decir, nuestra vida. La obra avanza paso a paso
mostrándonos los nombres de aquellos que fueron diseñando este espacio en el
que nos encontramos. Del XIX al XXI, nos muestra todos los pasos dados. Puede
decirse que es una historia de las comunicaciones modernas desde esta perspectiva,
desde ese secuestro atencional.
La otra obra tiene un estilo muy diferente, un tono y enfoque que apunta directamente al problema y no se anda con contemplaciones. El dedo señala de forma continuada a los responsables de este mundo alterado. El autor es Bruno Patino, decano la escuela de Periodismo Sciences Po y director de Arte France, y su título es "La civilización de la memoria de pez. Pequeño tratado sobre el mercado de la atención" (Alianza Editorial). Apareció en 2019 en su versión original francesa y está traducida por Alicia Martorell. Está en su cuarta reimpresión en 2023.
Allí
donde Wu saca sus dotes de analista histórico, Patino se lanza a la yugular y
expone las distintas patologías desarrolladas por este sistema viciado.
"Ha llegado —nos dice— el momento de combatir, no para rechazar la
civilización digital, sino para transformarla en su naturaleza y recuperar el
ideal humanista que movía a los primeros utopistas de la eclosión del mundo
digital" (20).
So dos
libros importantes para comprender esta realidad reductora, adictiva y trivial,
que comercia con todo con tal de que no apartemos los ojos de ella. El
teléfono, como nos señala Wu, no es el origen sino una pieza más en un proceso
de transformación del capitalismo que ha adquirido tal poder sobre nosotros que
es difícil de resistir o evitar.
La
polémica de nuestros responsables educativos es una polémica tonta más que añadir
a nuestra lista nacional o regional. El daño causado es grande y no cesa. Puede
que a muchos no les importe estar rodeados de personas que ya no hablan, solo
discuten, que son movidos como títeres por los hilos atencionales. A otros sí
nos importa, especialmente cuando la enseñanza es tu trabajo y vocación. Es
triste ver cómo algo tan grande, tan poderoso, queda en manos de manipuladores
con enorme capacidad económica (es el negocio del siglo) y muy pocos
escrúpulos. Han puesto a su servicio la tecnología y, sin duda, la propia
Ciencia, que investiga para ellos, para realizar una más sutil manipulación de
las mentes y del comportamiento consiguiente. Desgraciadamente, en muchas de nuestras
Facultades de Comunicación es ya el camino reglado. Enseñar a manipular es el objetivo declarado sin tapujos.
Una de las cosas en las que inciden los libros sobre economía de la atención es que no se trata de una imposición, sino de una adicción. Son las personas las que reclaman más. Por eso la atención a la infancia es un objetivo: es allí donde se forman los consumidores futuros que, sin defensas, demandan más dejando su tiempo ante las pantallas en un continuo explorar mecanizado, sin más sentido que la incapacidad de hacer otra cosa. El libro de Bruno Patino, por ejemplo, explora las diversas patologías que se han formado en este proceso creciente.
Qué hacer con los menores y los teléfonos en las escuelas es una pregunta con poco sentido cuando miramos la sociedad que pasa ante nosotros. Quizá ya es tarde.
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