viernes, 26 de mayo de 2023

Cuida tu democracia

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Como ciudadanos debemos pensar en lo que está ocurriendo con los votos. La aparición de nuevos casos —repartidos entre distintos partidos concurrentes en estas elecciones municipales y autonómicas—, además de hacernos sonrojar, debería hacernos reflexionar sobre el conjunto, sobre la situación de la realidad en la que vivimos y que ignoramos precisamente por nuestra falta de consecuencia y sentido.

España salió de una dictadura y entró en una democracia. Hablamos mucho del pasado pero no entendemos el sentido del presente y de lo que representa. Los múltiples casos de compra venta de votos en esta elecciones debería llevarnos ante el espejo y preguntarnos qué significa que esto esté ocurriendo.

Aquí hemos hablado muchas veces de esta pérdida de sentido de la política. Esto no es más que la evidencia final de que lo que hemos construido en estos años no es una democracia, que la política se ha convertido en un reclamo de ambiciosos sin principios, en personas obsesionadas con el poder por lo que este representa o lo que pueda permitir y no por una voluntad de servicio.


Si sumamos las compraventas de votos a los de candidatos involucrados en casos criminales, como el caso de la narco concejala o la concurrencia en listas de etarras condenados, además de múltiples irregularidades que van salpicando a los políticos entre elecciones, nos queda un panorama deprimente y preocupante. El deterioro del sistema democrático, lo veamos como lo veamos, es evidente.



Los partidos políticos han asimilado una forma de ser y estar de corte belicista e insultante que trasladan al ciudadano, que ven en la confrontación la forma natural de la política, alejándose del diálogo como forma democrática y concurrente. No hay posibilidad de acuerdos en un sistema como este. Es más, la palabras "pacto" se usa unos contra otros dentro de un sistema de captación de la atención y del voto que ha generado radicalización en los extremos, formas de populismo apocalíptico, que actúa como recogedor de desencanto, que es lo que se trata de producir respecto a lo que se ha considerado el perverso "bipartidismo". 

A esto se le puso, desde la fase del 15-M, el nombre de "nueva política" tratando de captar el desencanto y la indignación para su consolidación en pequeños grupos que cambian de nombre y de estrategia localmente en cada nueva elección, tratando de dar una esperanza en el cambio que en realidad no se produce porque son los mismos actores con los mismos programas y con diversas etiquetas y eslóganes. 


De nuevo la estrategia es hacer ver que se cambia, pero todo sigue igual, en ese clima de problematización de la política. Los mismos que viven a un lado del problema se pasan al otro en cuento que sea rentable para sus intereses.

Los medios viven de la polémica. Ya no se percibe el análisis y la crítica de los problemas. La estrategia es otra, la creación de polémicas, la polarización para atraer la atención y generar más polémica, que es el fondo de atracción necesario.

Si algún partido trata de usar la calma como estrategia, si postula el equilibrio, es inmediatamente barrido del mapa, como ocurre con los partidos de corte centrista, que sucumben ante el griterío considerado estado natural de la política.

Ahora hemos llegado a otro nivel: el de la compra venta de votos, algo que no solo representa la corrupción de políticos o partidos, sino algo peor: la falta de valor del voto ante el ciudadano. Lo que se inició en Melilla se ancló en la mente de los ciudadanos como algo exótico, algo propio de un espacio híbrido, de ciudadanía interesada en el mercadeo, algo alejado. Sin embargo, conforme se llega al final de este proceso, vemos que ya no es posible sostener esa idea y que los casos afloran con partidos mayoritarios que ven cómo sus siglas y candidatos salen a los titulares en pueblos y ciudades. El panorama ya es otro y no saben cómo parar lo que se nos muestra de forma descarnada: un sentido ambicioso del poder, una lucha con uñas y dientes por conseguir cargos en ayuntamientos y gobiernos autónomos par no se sabe muy bien qué. O quizá lo sabemos bien.

Hace mucho tiempo que se percibe un deterioro de lo que es la democracia, más allá del hecho capital de votar. Vender o comprar votos es un signo de desaprecio de los valores que se concentran en el hecho de votar, un acontecimiento capital en la vida democrática. Comprar y vender votos es despreciarlos.

Se ha querido da una imagen de fenómeno vinculado con la inmigración, como si fuera un caso que nos invade, dentro de las políticas de corte populista tratando de hacer ver que habría una "democracia española" y una perturbación exterior de quienes no valoran la democracia propia. No es eso lo que nos dan los diferentes casos que van saliendo. No todo es Melilla, como estamos viendo.

Ahora se nos dice algo que había sido denunciado previamente desde las instancias judiciales: un agujero final en el procedimiento del voto por correo, que permite que, una vez solicitado, personas sin identificar puedan entregar grupos de votos. Con las consecuencias perversas de ese agujero procedimental, el sistema queda en evidencia allí donde se practica.

¿Qué significa comprar y vender votos? Un deterioro incalculable en todos los extremos involucrados. Atrae un tipo de políticos cuya elección ya es un fraude, antesala de lo que puede llegar después, por un lado. Por parte del que lo vende, es un desprecio absoluto hacia aquello que la democracia representa, su voluntad política, que se valora entre esos 50 y 200 euros que los medios han señalado como oscilación del precio. En eso queda todo un sistema respaldado por una constitución, por unas instituciones, por unos principios. Doscientos euros es su valor. O hay mucha necesidad o absoluto desinterés.


Si los políticos no valoran la democracia y los votantes tampoco, ¿qué nos queda? Indignación, repugnancia... o indiferencia y desear que suba el precio de la compraventa para la siguiente elección.

Es necesario un movimiento multipartidista de regeneración. Es necesario que esa foto que se resiste, esa foto de los políticos de acuerdo en algo, esa imagen en la que se firma un documento entre todos de condena de estas prácticas. Algo más que una foto, una voluntad clara de respeto por lo que estamos perdiendo, el sentido de la democracia. Es necesario filtrar los partidos; hay que liberarlos de delincuentes, de sinvergüenzas que salen a la luz con cada caso de corrupción. Saben que la política no filtra. Eso ocurre desde que no se hacen congresos, solo mítines en los que lucir las dotes guerreras. Hay que recuperar la política de estos políticos incapaces, vanidosos y beligerantes. Hay que recuperar a la gente, de cualquier ideología, ilusionada con el servicio público, personas bien preparadas, competentes, capaces de dialogar con otros para conseguir el beneficio de todos, no el propio.

Hay que volver a eliminar, a borrar del mapa, a las figuras de los caciques, que han vuelto a la vida política española en forma de empresas, de contratadores de inmigrantes, etc.. Hay que depurar esas figuras de los influyentes, de los que atemorizan a las personas que controlan y que imponen sus candidatos de los que luego recibirán lo que han invertido en ellos. 

Hay que tratar de recuperar unos medios críticos y no partidistas, dedicados a cantar las glorias de sinvergüenzas que después rellenarán sus arcas con publicidades diversas para que subsistan en estas luchas por sobrevivir. Los medios deben ser importantes para la democracia, no el vender sus titulares.

Hemos retrocedido, sin duda. Lo hemos hecho en espíritu y en obras. Lo que vemos hoy y que algunos medios llaman "enfangar" la campaña no es un caso sorprendente. Es la consecuencia de lo previo; es el resultado de sumar lo que hemos visto entre elecciones. Hoy las cúpulas de los partidos rezan porque no salgan más casos en unos momentos como estos. De repente se dan cuenta que desconocen qué ocurre más allá de las paredes de sus sedes nacionales o regionales. Se dan cuenta que se arresta a aquellos cuyos rostros han visto en sus alegres mítines en las giras de fin de semana, a aquellos que les felicitaban entusiastas. Hoy son marcados con círculos en fotos en las que ellos hablaban denunciado los males del país sin saber que estaban junto a ellos.

La imagen de la concejala de Vox explicando a la líder del partido que los males de su municipio son la delincuencia y las drogas, mientras ella misma ha sido posteriormente detenida por delitos que incluyen el trafico de drogas es algo más que un episodio digno de Luis García Berlanga. Al principio "era Vox", luego "era Melilla"... ahora salpica a todos.

Todos rezan porque la campaña acabe pronto antes de que estalle el siguiente. Pero lo hará, más pronto o más tarde. La reacción de los ciudadanos que no lo entienden, que se sienten engañados, manipulados llegará en algún momento. Puede ser airada o de indiferencia, de abandono de esperanza en la política. Mientras no haya el control adecuado de todos los procesos, antes y después de las elecciones, todo seguirá igual o irá a peor.  

Hay que seleccionar mejor los candidatos que se ofrecen a los votantes. Es por ese hueco por donde entran los sinvergüenzas, los incapaces y los futuros problemas. Ya sea dinero, amistades, apoyo al líder etc. lo que aporten, está claro que no funciona, que acabarán saliendo a la luz y "enfangando" democracia y partidos. Hay que intensificar los controles sobre los electos, que son los que tienen acceso a los gastos; es el deseo final de enriquecerse, de tapar otras actividades, etc. lo que les lleva a la política. Con mejores controles, con endurecimiento de penas, etc. se les puede alejar. Hay que ser ejemplares, no tapar los escándalos ni presumir de las reacciones: la defensa de la democracia y de la limpieza institucional no es un acto heroico, sino un deber ciudadano e institucional. Es el funcionamiento normalizado en una democracia. Cualquier interés en tapar los escándalos acaba pagándose. Esto no es anecdótico, sino muy preocupante. Hay signos de deterioro constante, del racismo aceptado a estos fraudes electorales, de las malversaciones de dinero público a los respaldos a negocios poco claros o contra las normas por parte de las instituciones. Si los políticos e instituciones llevan un precio en su frente, alguien se acercará a comprar.

¡Cuida tu democracia!



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