domingo, 21 de mayo de 2023

Los libros prohibidos

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

El retrato fotográfico del novelista Kurt Vonnegut llama mi atención en la página de The Washington Post. Leo el titular que la acompaña: "Book bans soared in the ’70s, too. The Supreme Court stepped in." El reciente crecimiento del ultra conservadurismo en ciertos estados de Norteamérica hace volverse la memoria informativa a uno de los momentos de mayor censura de libros, los años 70. La censura es reactiva; es freno e imposición.

Los años 70 fueron la explosión de lo que se llevaba acumulando desde más de una década atrás, la fractura generacional que se había iniciado tras la II Guerra Mundial y que acabaría estallando definitivamente en los movimientos de protesta de los 60 y 70.  Las revoluciones juveniles eran sobre todo cuestionamiento del sistema y de la moral del sistema.

El ultraconservadurismo norteamericano, la presión de los grupos religiosos, etc. tienen ahora la capacidad de reforzar sus lazos, fortalecer la manipulación de la opinión pública a través de las diferentes formas de contacto que les permiten crear un frente común activo con el que actuar. Esto ha hecho que los valores de independencia y autonomía se vean debilitados por los que representan lo contrario, la imposición de valores de grupos y de una moral pública reforzada y restrictiva ante lo que entienden como pilares del sistema, familia y religión.

The Washington Post recuerda en el artículo mencionado, firmado por Anthony Aycock, las maniobras de censura para prohibir libros en esa década, los 70. Es una forma de dar perspectiva a lo que está ocurriendo ahora: 

Record efforts to ban books are fueling fights in Texas, Virginia and across the country. Just this week, a group including free-speech advocates, authors, parents and the publisher Penguin Random House filed a federal lawsuit against a Florida school district over the removal of books covering gender and LGBTQ issues.

Yet only one previous case of a library book ban has ended up before the Supreme Court: Island Trees Union Free School District No. 26 v. Pico. And, outside law school classrooms, it has largely been forgotten.

The country was engulfed then, as now, in a debate over which books should be allowed in schools and libraries. The American Library Association recorded a rise in censorship activity, from 100 book removals or challenges annually in the early 1970s to 1,000 annually by the end of the decade. In Virginia, a pastor fought a public library for offering books such as Philip Roth’s “Goodbye, Columbus” and Sidney Sheldon’s “Bloodline,” calling them “pornography.” In Indiana, a group of senior citizens publicly burned 40 copies of a book called “Values Clarification” for its discussions of moral relativism, situational ethics and secular humanism. (It also mentioned marijuana and divorce.)*

 

La guerra de los libros es la guerra de la libertad de pensamiento. Desde que los libros salieron de las primeras imprentas, lo que generó fue un "índice de libros prohibidos", aquellos que no podían leer. Muchos de nuestros libros en España, llevan todavía la marca del "nihil obstat" (nihil obstat quominus imprimatur, en su versión larga), la indicación de la censura eclesial. De esta forma, nada salía a la luz editorial que no estuviera revisado y aprobado por las autoridades eclesiales.

La fórmula norteamericana es otra. Los espacios controlados por instituciones, las educativas, en este caso, pueden decidir excluir los libros de los territorios que controlen. Eso incluye escuelas, bibliotecas, etc. Una vez que un libro ha sido declarado no grato, hay que evitar que caiga en manos de los miembros de la comunidad o que se hable de él. Es lo mismo que hacen los radicales islámicos; la diferencia estriba en que estos decretan la muerte del autor, como ocurrió con Salman Rushdie y su obra "Los versos satánicos". Aquel que mate a Rushdie se ha ganado el paraíso.

En estos días pasados hemos hablado aquí de los rasgos identitarios. En la medida en que no son naturales, se produce una guerra por imponerlos, por su "normalización". Es parte de los rasgos identitarios promover un modelo de "ciudadano" al que se le asignan unos rasgos y valores. Están los excluyentes del color de la piel, la lengua usada, etc. Los libros que se leen también forman parte de ese universo. El ejemplo más claro es el de aquellos de libro y lecturas únicas, la Biblia (en otros lugares será el Corán o la Torá), y también los "que no deben ser leídos". Leer la Biblia nos hace buenos ciudadanos y dejar de leer ciertas obras señaladas lo refuerza. La foto de alguien tan poco religioso o cumplidor como Donald Trump con la Biblia en la mano no es casualidad, aunque a algunos nos parezca un chiste de mal gusto. Esa foto es un rasgo identitario creado para satisfacer a una parte del electorado. Lo mismo sus campañas antifeministas o anti gay. Son formas de acercarse a los que viven dentro de esos parámetros mentales para conseguir su apoyo.

La radicalización del segmento conservador a través de las campañas populistas contra diferentes líneas de comportamiento se traduce en una serie de campañas de prohibiciones que acabarán en los tribunales, como anticipa el artículo de The Washington Post. Las prohibiciones se centran en el objeto (libro), pero lo que se trata es de que se expandan las ideas contrarias bajo la creencia de que son un atentado contra la "identidad", que se ha definido de forma unilateral y absoluta. En estos casos, se actúa en el nombre de "dios", de la "naturaleza" y del "destino". Todo ello forma un grupo compacto de ideas que se protegen y refuerzan frente a la discrepancia.

El retroceso en determinados estados, donde se ha atrincherado el fundamentalismo, es una mala noticia para la vida de los Estados Unidos, pero lo es también para muchos otros lugares que actúan de forma imitadora. Lo es también porque, como hemos visto en el mandato de Trump, esta ideología se ha exportado mediante diversas asociaciones y contactos, que han visitado Europa con ese fin. La ultraderecha europea ha mantenido los mismos principios populistas que salen de los Estados Unidos.

Veo la lucha contra el feminismo que se ha ido esparciendo entre grupos que le acusan de atentar contra la perfección de la familia tradicional; se ve en el crecimiento del racismo y la xenofobia en defensa de la pureza de las "razas" y otras "causas" que han pasado de la defensa a la ofensiva. El problema es que sus mensajes van calando ante el desconocimiento de la historia previa y de aquello a lo que llevó en distintos lugares.

El cambio del escenario comunicativo ha sido determinante de la reacción. Los mensajes se multiplican y las acciones se coordinar; aumenta el dogmatismo.

La lucha de los libros es una batalla con gran calado, de enorme consecuencias. Aquí hemos tratado en ocasiones del revisionismo de diferente signo que trata de reescribir el pasado. Es evidentemente un peligro creciente. Se trata ahora de borrar las ideas, la descripción de las críticas que no nos gustan. El fundamentalismo no es ya algo centrado en un tipo de ideología o mentalidad; se está convirtiendo en voz creciente y excluyente de aquello que no entra en su visión del mundo, que queda consagrada como "realidad" deseada. ¿Llegaremos a la propuesta de un "estado bíblico" de la misma forma que existe un "estado islámico", movimiento retrógrado, fundamentalista y autoritario? Para algunos eso es lo que se está produciendo.

Un lector de The Washington Post recuerda en un breve comentario al artículo citado: "James Joyce's "Ulysses" was banned in the United States from it's publication in 1922 until 1958". Es solo un dato, pero en ocasiones es bueno recordarlo. 

 

* Anthony Aycock "Book bans soared in the ’70s, too. The Supreme Court stepped in" The Washington Post 20/05/2023 https://www.washingtonpost.com/history/2023/05/20/book-bans-supreme-court-pico/

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