Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La
política española conforma un extraño sistema. Lo que se ve y se manifiesta —la
política tienen necesariamente una cara pública y comunicativa— y lo que
realmente se mueve en el interior de las relaciones. Finalmente se produce el conflicto
entre ambos.
A la
lucha con la oposición se le superponen las luchas de los que combaten dentro del
gobierno por mejorar sus posiciones ante la opinión pública, tratando de
atraerla y convencerla en lo que en realidad importa, conseguir los votos. Eso
ocurre entre el PP y Vox, también con Ciudadanos, la gran y constante víctima
en el sistema, el partido que siempre decrece. Y ocurre lo mismo con el PSOE y
Podemos, ambos con sonrisas en las fotos oficiales, pero con enormes conflictos
que no siempre se exteriorizan. A esto se suman las tensiones internas en el
PSOE por las relaciones con Podemos, que no siempre (casi nunca) gustan a
todos. Todas estas tensiones se acrecientan cuando se acercan todos a un
periodo electoral, donde los cálculos se hacen más precisos y cada uno trata de
evitar que el otro se lleve los méritos y que a cada uno le apunten sus culpas.
Ese momento se acerca.
En el diario
El Mundo leemos el titular "El
PSOE y el entorno de Yolanda Díaz reniegan ahora de la agresividad de Irene
Montero". Lo que antes era a dos bandas, ahora lo es a tres gracias a esa
figura retórica que intenta enunciar lo imprecisable, el llamado "entorno
de Yolanda Díaz". De hecho una de las variables del lío político español
es saber en qué se traduce esa extraña fórmula, si se disuelve o se concreta en
algo tangible y expresable en una papeleta.
Nos dan
cuenta de un nuevo choque "interno":
El clima parlamentario no se sosiega. Lejos de atemperarse, la tormenta arrecia alentada por las formaciones más extremas del Congreso con la peculiaridad de que una de ellas está sentada en el Gobierno. Si la semana pasada fue una diputada de Vox la que desató la tempestad descalificando a Irene Montero, de la que aseguró tener como único mérito «haber estudiado en profundidad a Pablo Iglesias», ayer fue la propia ministra de Igualdad la que decidió transformarse de víctima en agresora acusando al PP de «promover la cultura de la violación».
Entre ambos episodios hubo una diferencia sustancial: en la primera ocasión Montero obtuvo un respaldo cerrado; en la segunda, recibió un reproche general que incluso llegó a latir soterradamente en los escaños morados más alineados con la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz. Así, la grave acusación lanzada contra el primer partido de la oposición consiguió poner de manifiesto una nueva grieta entre los bandos que una y otra encabezan en el espacio confederal y, desde luego, dejó en evidencia la soledad de Montero, sólo arropada por la ministra de Asuntos Sociales, Ione Belarra, dentro del propio Gobierno.*
La metáfora inicial del "clima" no es desajustada y muestra ese carácter cambiante y atípico que estamos percibiendo constantemente en nuestro entorno. Que la política se interprete en términos de clima ya nos dice algo sobre el funcionamiento o de cómo se percibe.
Estos cambios bruscos de "tiempo", pasar de víctima a agresora —como se nos dice en el artículo— son equivalentes a no saber si salir de casa con el paraguas defensivo o con el bate de béisbol retórico.
Él sistema político tiende hacia un fin por el que todos compiten, el poder político, el gobierno, los ministerios, etc. Cada uno se fija sus propias metas en función de las posibilidades que se estiman, pero también en función del desgaste que se puede infligir al otro, opositor o aparente compañero de camino.
Desgraciadamente, cada episodio de esta guerra política es un punto de no retorno. Cada caso abre un precedente que será invocado, reutilizado, repetido en el futuro. Lo que ha sido puede volver a ser.
El sistema político también produce efectos no deseados sobre el electorado. El primero de ellos es el rechazo, la abstención, el hartazgo. También la ansiedad. Los políticos tratan de provocarla y de ahí esos mensajes del miedo con los que tratan de motivar. Muchas veces consiguen lo contrario. Otras les van bien. En muchos caso se produce lo peor que puede ocurrir en una democracia, el aburrimiento.
Aburrirse de los políticos en una democracia es un tremendo y arriesgado despilfarro. Muchas veces empuja hacia situaciones poco o nada democráticas y el sistema empieza a pudrirse por dentro, como si estuviera atacado por termitas, y finalmente se derrumba.
Mucho me temo que muchas de las acciones políticas que vemos cada día no fortalezcan el sentir democrático, sino que lo están debilitando.
Las últimas reacciones ciudadanas de constituirse políticamente, alejándose de las fórmulas de los partidos, son una mezcla de aburrimiento ante el incumplimiento o el desinterés que perciben en la clase política en general. Su entrada como agentes, como elementos activos en el sistema, debería analizarse con detalle por lo que refleja, la pérdida de fe en el sistema político y el deseo de tomar su destino en sus propias manos.
Basta con repasar un poco la historia para recordar que tanto el exceso de radicalismo como el aburrimiento acaban teniendo aprovechados capaces de moverlo en su dirección, hundiendo la propia democracia. Los que pedían no hace mucho en Estados Unidos una república oligárquica, un país dirigido por grandes empresarios, son solo un ejemplo, pero que dice mucho de cómo se subvierten principios e instituciones.
Los políticos deberían estudiar más Historia. También algunos cursillitos de buenas maneras donde aprender respeto por las instituciones en las que se encuentran, dando ejemplo y haciendo que los demás las respeten. Deberían reconsiderar esta campaña electoral permanente a la que nos someten y relajar su comportamiento, demasiado agresivo. Ganaríamos todos, con seguridad.
*
"El PSOE y el entorno de Yolanda Díaz reniegan ahora de la agresividad de
Irene Montero" El Mundo 1/12/2022
https://www.elmundo.es/espana/2022/11/30/6387aa83fc6c83374a8b4592.html
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