Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En una
sociedad permanentemente agitada y llevada de la nariz hasta aquello que debe "interesarle"
o quizá "entretenerla", los verdaderos problemas pasan de puntillas
ante nuestras narices informadas.
El
titular de RTVE.es es claro y preocupante: "Los intentos de suicidio en
menores alcanzan la cifra más alta de los últimos diez años". Sin embargo,
las preocupaciones se nos van al mundial o a cualquier discusión escenificada
para meter el suficiente ruido que nos atraiga. La información sobre los
intentos de suicidio infantiles son una pequeña chispa que se apaga de un día
para otros, sepultada por la trivialidad elevada a aurora boreal.
El
artículo en RTVE.es recoge un informe de la Fundación ANAR:
La conducta
suicida en niños y adolescentes se ha disparado en
2022 con 906 tentativas hasta el mes de agosto, la cifra más
alta de los últimos diez años, según el Estudio sobre Conducta Suicida y
Salud Mental en la Infancia y la Adolescencia en España (2012-2022) presentado
por la Fundación ANAR este jueves. Desde 2020, además, se han producido 1.949
intentos.
El informe de la fundación, realizado a partir de
los 9.637 casos en que ha intervenido y las casi 600.000 peticiones de
ayuda recibidas, constata que en solo una década los intentos de
suicidio se han multiplicado por 25,9.
De las llamadas atendidas, 3.097 ya habían iniciado la tentativa de quitarse la vida. También la ideación suicida suma en estos tres años el 63% de las intervenciones, de las que 2.278 han tenido lugar en estos últimos ocho meses.*
Las
cifras son escandalosas aunque no nos preocupen y nos muestran, una vez más, la
distintas varas de medir las informaciones y la ausencia de una atención
especial por parte de los que deberían poner en cuestión el problema y hacer
comprender que el suicidio en la gran mayoría de los casos es consecuencia del
mal funcionamiento social, de las presiones sobre los más débiles —en este caso,
los menores— y la falta de atención social e institucional al problema.
El
suicidio ha sido una cuestión permanente desde principios del siglo XIX. Lo refleja
la literatura con el caso "Werther", pero en el XX quedará, según
sentenció Albert Camus: "No hay más que un problema filosófico
verdaderamente serio: el suicidio" ("Lo absurdo y el suicidio",
en El mito de Sísifo). Distingue
Camus entre el suicido como tema social —señala que siempre se ha tratado así—
y el individual. "Matarse, en cierto sentido, y como en el melodrama, es confesar. Es confesar que se ha sido
sobrepasado por la vida o que no se la comprende."
Los
motivos por los que se produzcan los suicidios infantiles no dejan de ser una
"confesión", pero sobre todo una denuncia, porque ese ser sobrepasados por la vida antes de
que esta se despliegue ante nosotros como oportunidades es toda una declaración
de la falta de luz que se percibe, de lo insufrible del dolor. La pregunta es
entonces ¿qué causa ese dolor? Las Ciencia Sociales se nos han vuelto insípidas
en el tratamiento de los dolores humanos; su afán empírico forzado por la
Academia acaban quitando el sentido del sufrimiento, sus causas profundas, pues
profundo ha de ser lo que nos hace salir de la vida por nuestra propia mano.
Esa
profundidad no tiene que ser objetivamente profunda, sino que nos muestra lo
que es relevante como presión o como ausencia, es decir, los valores, lo que
más se estima y no se posee o se va a perder. Hemos visto a hijos que matan a
sus padres porque se les ha cortado el acceso a Internet. Lo importante no es
un valor objetivo, sino aquello que
los sujetos perciben como valor; no sufrimos tanto por lo que es como por lo que percibimos desde
nuestra visión
. Y eso
tiene que ver más con los valores sociales, con lo que hacemos desear con
intensidad, con lo que consideramos imprescindible, en algunos casos y en la
ausencia de futuro en otros.
Vivimos
en una sociedad que tiende a ignorar sus miserias y problemas, que las disfraza
de logros y nos promete incesantemente todo, asegurándonos que está al alcance
de nuestra mano. Sin embargo, los problemas no desaparecen por barrerlos debajo
de la alfombra, como se hace en mucho casos y momentos.
Los
suicidios infantiles y juveniles nos dicen mucho. Nos hablan de las familias,
del sistema educativo, de los medios de comunicación, de las interacciones
sociales, de la violencia social aceptada, etc. Cada suicidio infantil es la
historia de un fracaso social, de un sufrimiento personal ignorado; de una
soledad, de un abandono en algún sentido.
Se
apuntan algunas causas:
La fundación considera que
el hecho de que los casos se disparen en los años de la covid se debe
a la plena digitalización de
los menores y a que la pandemia ha acrecentado problemas de salud
mental con un aumento de las autolesiones, que son un
predictor tanto de la conducta suicida, como de la ansiedad, la depresión
y otros trastornos.*
La cuestión es clara. Hace unos días pude ver en una canal norteamericano y en un programa de éxito, las afirmaciones de que los padres están empezando a proteger a sus hijos limitando el acceso a las cuentas en redes sociales y al teléfono, elevando cada vez más la edad en que se da el acceso. Los niños no tienen defensas ante lo que les entra por esas vías. El país que exportó al mundo Internet, el lugar de origen de nuestras redes sociales, empieza a ver muchos de los efectos indeseados e imprevistos o, sencillamente, que no les importan a las empresas cuya finalidad es ganar dinero, algo que consiguen con el uso masivo de sus redes. Que sean otros los que se preocupen por los efectos, que es su obligación.
En general, la edad del niño o adolescente con
conducta suicida se mueve en un intervalo de 13 a 17 con una media de
14 años en el caso de ideación y de 15 cuando es tentativa.
También hay otros grupos vulnerables como el
colectivo LGTBI o los alumnos con discapacidad. "Se
sienten solos, se ven como una carga y tienen un problema grave que no saben
cómo resolver", ha explicado el director de programas de la Fundación
ANAR, Benjamín Ballesteros.
Respecto al nivel de estudios, un 62,6% de
los casos es alumnado de Secundaria, un 14,8% está en Primaria y un
13,9% cursa Bachillerato.
Destaca también que el rendimiento es bajo en el 56% de los casos, igual que la satisfacción escolar (66,7%). No ocurre lo mismo con los menores de 10 años, donde se observa un rendimiento y satisfacción alto.*
También se señala:
El 57% de las llamadas a los teléfonos de ayuda de ANAR las realizan niños y adolescentes, y las de los menores de familias migrantes se han duplicado en los últimos años pasando del 24% en 2019 al 41% este 2022.
Una adolescente de 13 a 17 años, de familia migrante, víctima de agresión sexual, con antecedentes de fuga y autolesiones es uno de los perfiles más frecuentes. *
Que
haya un gran aumento de intentos de suicidios en chicas, migrantes y víctimas
de agresión sexual, con antecedentes de fuga y de personas pertenecientes a
grupos LGTBI nos está dando un perfil bastante definido de los problemas y de
las debilidades sobre las que se
presionan. Vivimos en una sociedad de rostro doble, por un lado se muestra como
preocupada dando visibilidad; por otro, esa misma visibilidad hace exponerse a
más riesgos al hacer que las personas se vuelvan sobre sí mismas al no
encontrar ni el apoyo ni la ayuda necesarios.
Es
preocupante la cifra que se nos da sobre las migrantes como víctimas de acoso,
de cómo la acogida no resulta como se esperaba en diferentes términos. Lo es
también el papel de la escuela, convertida en escenario de luchas y
humillaciones, sin que se vean trazas de mejora. Son problemas reales con personas reales, pero hemos aprendido a considerarlo como ajenos.
Desde
los años 80 se ha ido exportando desde ciertos países una idea de ganadores y
perdedores, de débiles y fuertes, etc. que deja en los márgenes a muchas
personas. El ganador, el fuerte tiene derecho a burlarse, derecho a acosar al
débil, al diferente, al recién llegado...
Lo que
empieza a diferenciarnos es nuestra capacidad de asumir los problemas ajenos
como propios. Nada nos debería resultar ajeno, porque somos parte del problema
en un sentido u otro. También somos parte de la solución. El suicidio puede ser
un tema filosófico interesante frente al absurdo, como señalaba Camus; pero el
suicidio no se debe a la falta de sentido de la vida sino a convertirla en
espacio y tiempo insufribles, algo que nos afecta a todos y que, en mayor o
menor medida, es resultado de nuestras acciones o cegueras.
Hemos tratado en diversas ocasiones aquí este problema. Lo seguiremos tratando porque las cifras no hacen sino empeorar y es necesario entender en qué fallamos y quiénes pagan nuestros fallos con la vida.
* "Los intentos de suicidio en menores alcanzan la cifra más alta de los últimos diez años" RTVE.es/Agencias 1/12/2022 https://www.rtve.es/noticias/20221201/intentos-suicidios-menores-fundacion-anar/2410606.shtml
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