Joaquín Mª Aguirre UCM)
Hace unos
días lamentábamos la imposibilidad de encontrar un punto ecuánime desde el que
juzgar la política española. Los despropósitos se acumulan y cada día nos adentramos
en caminos más oscuros en los que la intransigencia se hace presente en una
espiral de acusaciones en las que nadie da su brazo a torcer.
Todo
esto no es casual. Es el resultado lógico de una forma de entender y hacer la
política que finalmente estalla allí donde debería mantenerse la cordura. Los
conflictos políticos son cada vez más un estado que una situación. La normalidad, por decirlo así, es la
discrepancia agresiva. No es que no se pongan de acuerdo, sino que esto se extiende
a áreas es las que es obligado
ponerse de acuerdo.
No solo
sube el tono de las discusiones y las expresiones que se usan. Todas ellas
buscan arrastrar al ciudadano y llevarlo a primera línea combativa de lo que es
un conflicto institucional, como señalan todos, sin precedentes. Nuestra
democracia se autodegrada por su propia ineptitud e intransigencia. Estamos
copiando lo peor del sistema norteamericano, con la politización de la
justicia, dividida en "progresistas" y "conservadores", que
es la forma de restar independencia al poder judicial. En estados Unidos son de
por vida, pero el problema es el mismo: los presidentes y sus mayorías logran
colar sus candidatos al Tribunal y allí están los años que les toque, debiendo
"agradecer" con sus decisiones los problemas que se les planteen.
Las
debilidades del sistema por su fraccionamiento acaban arrastrando a todo el
sistema. La guerra se traslada hasta allí donde es posible. No hay espacio de
tregua ni de cordura; todo es campo de batalla.
Y así
no puede funcionar realmente una democracia. Las democracias modernas deben
servir para reducir diferencias y conflictos, no para crearlos. El poder que la
democracia concede no puede utilizarse para instalar en ella el conflicto
permanente. Volvamos de nuevo al ejemplo norteamericano, arrastrado por Trump a
la locura institucional que se cierra con la negación del propio sistema con el
colofón del asalto al Capitolio. Es la irracionalidad de un sistema pensado
para ser racional, que busca la mejor solución a los problemas y no la
aniquilación del otro.
Aquí
hemos tratado la debilidad democrática y su retroceso en muchos ámbitos por
convertirse en una mera parodia o en una forma de aniquilamiento. Libertad y
Justicia son los dos pilares que han de estar equilibrados. Por eso cuando los
ciudadanos perciben anomalías, distorsiones, etc. ocurren cosas como la
reciente abstención de más del 90% de los votantes en las elecciones tunecinas
de hace unos día. Con una participación del 8,8%, Túnez celebra como una victoria
el rechazo en la urnas de lo que consideran una farsa. Las democracias se deterioran; es un hecho que debemos asumir y valorar lo que tenemos para no perderlo.
La
democracia está en recesión en el mundo porque las democracias consolidadas
contribuyen con bochornosos espectáculos a la degradación de su imagen, al
deterioro de su práctica. Y de esto, en España, hay que responsabilizar a la
clase política, que llegó abriéndose paso a codazos como "nueva
política", dispuesta a dar lecciones, pero cuyos resultados son otros.
Como
ciudadano, me siento frustrado ante la incapacidad de sentirme reflejado en
estos procesos. Me siento igualmente frustrado cuando veo que se traslada a
muchos otros ámbitos en los que el desacuerdo pasa a ser la norma.
Al
final tenemos un cóctel de problemas que deriva a un gran problema. Los
autócratas del mundo disfrutan viendo cómo las democracias son débiles y se
pervierten. Las muestran a sus ciudadanos para que vean cómo acabarán si
aspiran a ser libres. Nosotros tuvimos un tiempo en que queríamos ser libres,
algo que unía, y esto era ilusionante, pero los que han crecido sin apenas
resistencia parece que necesitan complicarse la vida un poco más cada día.
Estamos
acercándonos a límites peligrosos. Lo peor es que nos acostumbremos, que
pensemos que esto es lo que ocurre en las democracias. No es así. Los políticos quieren que les demos la razón a unos o a otros; sería mejor que resuelvan un problema institucional que han creado ellos.
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