miércoles, 21 de diciembre de 2022

Bloqueo

 Joaquín Mª Aguirre UCM)

Hace unos días lamentábamos la imposibilidad de encontrar un punto ecuánime desde el que juzgar la política española. Los despropósitos se acumulan y cada día nos adentramos en caminos más oscuros en los que la intransigencia se hace presente en una espiral de acusaciones en las que nadie da su brazo a torcer.

Todo esto no es casual. Es el resultado lógico de una forma de entender y hacer la política que finalmente estalla allí donde debería mantenerse la cordura. Los conflictos políticos son cada vez más un estado que una situación. La normalidad, por decirlo así, es la discrepancia agresiva. No es que no se pongan de acuerdo, sino que esto se extiende a áreas es las que es obligado ponerse de acuerdo.

No solo sube el tono de las discusiones y las expresiones que se usan. Todas ellas buscan arrastrar al ciudadano y llevarlo a primera línea combativa de lo que es un conflicto institucional, como señalan todos, sin precedentes. Nuestra democracia se autodegrada por su propia ineptitud e intransigencia. Estamos copiando lo peor del sistema norteamericano, con la politización de la justicia, dividida en "progresistas" y "conservadores", que es la forma de restar independencia al poder judicial. En estados Unidos son de por vida, pero el problema es el mismo: los presidentes y sus mayorías logran colar sus candidatos al Tribunal y allí están los años que les toque, debiendo "agradecer" con sus decisiones los problemas que se les planteen.

Las debilidades del sistema por su fraccionamiento acaban arrastrando a todo el sistema. La guerra se traslada hasta allí donde es posible. No hay espacio de tregua ni de cordura; todo es campo de batalla.

Y así no puede funcionar realmente una democracia. Las democracias modernas deben servir para reducir diferencias y conflictos, no para crearlos. El poder que la democracia concede no puede utilizarse para instalar en ella el conflicto permanente. Volvamos de nuevo al ejemplo norteamericano, arrastrado por Trump a la locura institucional que se cierra con la negación del propio sistema con el colofón del asalto al Capitolio. Es la irracionalidad de un sistema pensado para ser racional, que busca la mejor solución a los problemas y no la aniquilación del otro.

Aquí hemos tratado la debilidad democrática y su retroceso en muchos ámbitos por convertirse en una mera parodia o en una forma de aniquilamiento. Libertad y Justicia son los dos pilares que han de estar equilibrados. Por eso cuando los ciudadanos perciben anomalías, distorsiones, etc. ocurren cosas como la reciente abstención de más del 90% de los votantes en las elecciones tunecinas de hace unos día. Con una participación del 8,8%, Túnez celebra como una victoria el rechazo en la urnas de lo que consideran una farsa. Las democracias se deterioran; es un hecho que debemos asumir y valorar lo que tenemos para no perderlo.

La democracia está en recesión en el mundo porque las democracias consolidadas contribuyen con bochornosos espectáculos a la degradación de su imagen, al deterioro de su práctica. Y de esto, en España, hay que responsabilizar a la clase política, que llegó abriéndose paso a codazos como "nueva política", dispuesta a dar lecciones, pero cuyos resultados son otros.

Como ciudadano, me siento frustrado ante la incapacidad de sentirme reflejado en estos procesos. Me siento igualmente frustrado cuando veo que se traslada a muchos otros ámbitos en los que el desacuerdo pasa a ser la norma.


No sé muy bien lo que nos arrastra al enfrentamiento constante. No sé si son efectos de crispación debidos a la pandemia o a cualquier otra variable que nos haya vuelto más intransigentes. La debilidad política debida al fraccionamiento electoral es fruto de esas faltas de acuerdos en los que la salida es crear nuevos partidos en vez de intentar arreglar los deteriorados precisamente por su intransigencia, por su mal funcionamiento interno, por su falta de transparencia y de democracia interna.

Al final tenemos un cóctel de problemas que deriva a un gran problema. Los autócratas del mundo disfrutan viendo cómo las democracias son débiles y se pervierten. Las muestran a sus ciudadanos para que vean cómo acabarán si aspiran a ser libres. Nosotros tuvimos un tiempo en que queríamos ser libres, algo que unía, y esto era ilusionante, pero los que han crecido sin apenas resistencia parece que necesitan complicarse la vida un poco más cada día.

Estamos acercándonos a límites peligrosos. Lo peor es que nos acostumbremos, que pensemos que esto es lo que ocurre en las democracias. No es así. Los políticos quieren que les demos la razón a unos o a otros; sería mejor que resuelvan un problema institucional que han creado ellos.

El País


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