Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
diario Egypt Independent aborda una
de las cuestiones soterradas en la vida egipcia: la mutilación genital
femenina, la ablación. Las cifras son realmente escandalosas y muestran uno de
los elementos de vertebración de la sociedad, el control sobre las mujeres, del
que la mutilación es un reflejo claro. Como toda práctica, tiene un sentido, es
un enunciado que dice algo sobre la sociedad que la realiza y la posición de
los intervinientes, activos y pasivos.
El
periódico titula en forma interrogativa, "Will Female Genital mutilation
end in Egypt in 15 years?"*, algo que me parece significativo ante las
dimensiones del "problema". Entrecomillo la palabra porque
evidentemente su percepción como tal depende de cómo se valore la situación.
Una práctica realizada por una inmensa mayoría de la sociedad, solo en términos
periféricos puede ser considerada como tal problema. La cuestión, por tanto, afecta a
las resistencias mentales más que a otra cosa. A diferencia de las
enfermedades, que aunque puedan tener un componente social en la distribución, contagio, higiene, etc.,
erradicarlas supone luchar con unas armas específicas, una práctica social como esta requiere que la sociedad misma cambie en lo profundo, algo que no parece realizarse a la
velocidad adecuada.
En el
artículo se citan algunos estudios y datos recientes, pero su publicación se
hace eco principalmente de la aparición ayer en Open Democracy de uno de Amel Fahmy,
la cofundadora de la iniciativa cívica HarassMap, dedicada a la lucha contra el
acoso sexual en Egipto, y directora de Tadwein, un centro de estudios de género.
El título del artículo de Fahmy se corresponde con la pregunta recogida por
Egypt Independent: "Can we really eliminate FGM in Egypt by 2030?".
Las dos preguntas son complementarias, si bien con matices interesantes:
mientras que el periódico lo hace de una forma impersonal, como si la
mutilación debiera acabar por sí misma, Fahmy es directa y se centra en ese
"we" en el que queda inserta la sociedad egipcia en su conjunto.
En cuanto a los resultados de la lucha anterior, escribe
Fahmy en Open Democracy:
In 2014, the EDHS data reported the prevalence
of FGM among ever-married women between the ages 15-45 to be 92.3% with a drop
of 4.7% over the past 20 years. The percentage of daughters aged 0-19 reported
by their mother to be currently circumcised was 21.4% in 2014, dropping 6% over
a period of ten years. Furthermore, 34.9 % of mothers intended to circumcise
their girls in the future; dropping only 2.7% over a period of 20 years. The
2014 SYPE reported that 77.9% of youth between the ages of 15-29 reported
themselves to be circumcised, dropping 7% over a period of five years. An alarming finding in the 2014 SYPE was that
70.7% of young female and 68.6 % of young male respondents intended to
circumcise their future daughter(s).**
El cambio es lentísimo en algo que debería ser más evidente
desde la mera información. Esta lentitud ya no es debida simplemente a la falta
de información, como se suele señalar en ocasiones, sino a una resistencia
activa.
Enfocar la mutilación femenina como si se tratara de una
"enfermedad", algo que se combate con información y vacunas, no hace
sino ocultar la verdadera raíz del problema: unas creencias que sostienen una
forma de poder sobre las mujeres. La práctica de la mutilación no decae como
debiera porque forma parte de la vida social porque significa algo para quienes
la realizan. En breve: porque
supone un beneficio para alguien.
¿En qué términos se produce este beneficio? En diferentes
formas visibles y en una profunda, que es el poder mismo sobre el otro, en este
caso, la otra. La mutilación genital es un acto de deformación de la
naturalidad, el recorte de una mal que se centra en una visión sexualizada de
la mujer.
Señala Fahmy:
Most of the programs on FGM during the past 12
years have been led by the government, and with two main messages: FGM is not
part of the Islamic or Christian religious teachings; and FGM has negative
health consequences. Most of these programs avoid addressing the issue from the
perspective of women’s sexual rights and freedoms. Yet, without a full
exploration of the relationship between sexual norms and FGM in Egypt, it will
be difficult—if not impossible—to totally eliminate the practice. Female
genital mutilation is a form of violence against women. It is used to exercise
control over women’s bodies and maintain the current patriarchal system. The
reasons for the continuation of FGM might be interpreted as cultural, social or
even religious but, at the core of the matter, it is fundamentally an issue of
control. Women’s sexuality is perceived as something that needs to be guided
and restrained for the sake of society, and the belief in this practice is so
entrenched, that even criminalizing it doesn’t seem to be a deterrent to future
generations.**
En efecto, el núcleo de la cuestión, su centro milenario, es
el control de las mujeres, cuya visión peligrosa se sigue manteniendo en el eje
patriarcal de la sociedad. Las apelaciones a la tradición o a la religión,
juntas o por separado, no son más que formas de justificación de la práctica
que mantiene vertebrada a la sociedad. En las proporciones de las que estamos hablando,
la mujer que no ha sido mutilada es una mujer estigmatizada, una mujer que no
puede ser presentada a la comunidad porque forma parte de una minoría
peligrosa. Tendría que encontrar una familia con la que emparentar en la que su
integridad no fuera considerada como un rasgo peligroso y desafiante.
La interpretación señalada por Amel Fahmy es la que
justifica el control patriarcal de la mujer para evitar la destrucción del
orden social, que se centra en la sexualidad controlada frente a la lascivia innata de la mujer. Una mujer
de sexualidad exacerbada en un peligro constante para lo que el orden masculino
necesita garantizar: la autenticidad del sucesor. Cuando el patriarcado se
generó no existían las pruebas de ADN, por decirlo así. La garantía era
encerrar a la mujer y someterla a observación constante, taparla, para evitar
que fuera motivo de atracción. Todavía hoy escuchamos el "'¡cómo se parece
a su padre!", dicho con orgullo y satisfacción, residuo de esa
preocupación por los parecidos, garantía visual de la paternidad.
La mentalidad patriarcal sigue en lo más profundo. No es
casual que Fahmy sea cofundadora del HarassMap. El acoso y la mutilación son
formas de violencia contra las mujeres. La creencia en que las sociedades
rechazan la violencia es una ingenuidad. Lo que hacen es canalizarla hacia
formas aceptables por las comunidades, que son percibidas como
"normalidad", mientras que externamente se revelan como lo que son:
violencia institucionalizada.
Se queja Amel Fahmy con razón de que las estrategias que se
recomiendan en otros países, han fallado en Egipto, siendo mucho menos eficaces.
Y señala algo importante:
In the beginning, most of these activities
addressed FGM from a health perspective rather than a rights perspective. This
resulted in a medicalization of the practice, but not a decrease in its
prevalence. Currently, medical doctors perform more than 70% of FGM cases in
Egypt (despite it being illegal).**
El dato es importante y lo hemos señalado en ocasiones
porque introduce también elementos políticos. Llevar la cuestión al terreno de
los derechos es instituirlo en el centro de lo político antes que en la
cuestión de la salud. La excusa de los médicos egipcios —con una importante
penetración sindical de los islamistas— era que si no lo hacían ellos, se haría
en malas condiciones higiénicas, por lo que sería más peligroso. Mediante este
subterfugio quedaban eximidos de luchar contra una cuestión que nada tiene que
ver con la salud y cuya forma más sana es no mutilar. Se entremezclan aquí,
para deleite de un foucaultiano, las prácticas médicas con el control social.
La mujer viene con una enfermedad de
nacimiento, que la mutilación necesita corregir para asegurarse de su bien,
del de su familia y de la sociedad en su conjunto.
Todo adquiere justificación en un orden tradicional y
religioso, en donde se han integrado. Lejos de rechazarlas, por el contrario,
han encontrado refuerzo. De ahí que las campañas para hacer ver su
distanciamiento de causas religiosas se perciban como campañas contra la
religión misma y se reafirmen.
El papel de los hombres es esencial y es señalado por la
investigadora y activista de los derechos de las mujeres:
Although many studies point at women as the
main decision makers when it comes to FGM, the few studies that investigated
the role of men found that men’s perceptions of their roles within the family
are strongly linked to the continuance of FGM. A study conducted in 2010 in
Egypt revealed that men stressed the concept of “quama” in Arabic, which can be
translated as “responsibility”, “superiority” and “protection”. Men feel
responsible for protecting their daughters and wives, and FGM is seen as an
important aid in this role. The majority of men interviewed in this study
believed that uncut women are “oversexed” and sexually demanding, which they
believe can lead to extra-marital relationships.**
La "responsabilidad" (quama) es la forma de
justificación que sirve para el mantenimiento del orden. Si deja de ejercerse,
el caos llega a la mujer, familia y sociedad. La mujer enloquece, destruye a su
familia mediante el desprestigio, el adulterio y los bastardos. La sociedad,
finalmente, se sume en el desorden destructivo. Es la responsabilidad del
hombre que esto no ocurra. El argumento masculino de la "protección"
debe verse desde la "agresión masculina", ya que solo es el hombre el
que puede agredir a la mujer. La excusa es entonces que es la mujer quien busca
y provoca al hombre, que se ve tentado. La mutilación genital no afecta al
placer del hombre, pero si ataca y degrada el de la mujer, que es la única
fuente de peligro social.
Por eso la conclusión de Amel Fahmy es clara, pero no puede
ser demasiado esperanzada. Las perspectivas de que los hombres renuncien a ese
poder sobre las mujeres son pocas. De ahí la fórmula interrogativa de los titulares
de uno y otro artículo. El origen el mal no está en una cuestión de salud, sino
en una cuestión de derechos, es decir, mientras que las sociedades no avancen y
sean más conscientes y respetuosas con los derechos de los demás, lo que se
conseguirá es muy poco. La verdadera revolución es la femenina, algo que afecta
más allá del orden político. En Egipto la mutilación está prohibida legalmente
hace mucho tiempo, pero esto no significa nada más que hay que esforzase un
poco más en las justificaciones.
Recordamos aquí que el primer caso que se ha producido en
Egipto de llevar a los tribunales al padre y al médico que le practicó la
mutilación a una niña causándole la muerte —primer y único caso hasta el
momento— se resolvió liberando de cargos mediante un acuerdo de indemnización
que evitó que ambos fueran a la cárcel. Fue un acuerdo entre hombres: el padre,
el médico... y los jueces. Un gran escándalo con el beneplácito de la ley, la
costumbre y las autoridades. Todos quedaron contentos, menos la hija en su
tumba. El caso, ocurrido en 2013 y juzgado al año siguiente, lo comentamos aquí
en su momento (La segunda muerte de la niña Sohair) y recibió la condena de
Naciones Unidas por lo que implicaba.
El problema, se señala, si afecta al poder masculino y al
control social, es profundamente político en un nivel primario. Por eso la
activista de los derechos concluye así su análisis:
Programs and community interventions need to
work on breaking this perception and changing the strong association between
norms of masculinity, power, sexual control and FGM. In this regard, men must
be a primary target group in any activities undertaken. Even though women may support
FGM, it is really the opinion of men and their position of power that
perpetuate it. Younger generations of men will repeat what their fathers have
done, unless the root of this issue is addressed in advocacy programs. Until
the problem is approached from this angle, we will never see the end of this
damaging practice.**
Egipto debe preguntarse por qué tienen un problema gravísimo
con el acoso sexual y la violencia contra las mujeres en sus calles y
considerar que forma parte del mismo caso de las escandalosas cifras de la
mutilación femenina y de los pobres resultados para erradicarlo. Sin duda, todo
está unido y forma parte de un mismo problema. Lo más preocupante —esto lo
señalan los dos artículos— es esa parte de la juventud que manifiesta su deseo
de continuar la práctica de la mutilación genital en sus hijas.
Es la misma preocupación que deberían tener por la radicalización
juvenil, que conlleva una definición implícita de la mujer como un peligro que
deben, desde su responsabilidad, controlar. Mientras esto no cambie —no van a
cambiar los que se benefician de ello en cualquier sentido—, será difícil que
otras cosas cambien. El horizonte planteado de 2030 les parece inalcanzable a aquellos que viven el problema desde dentro de la sociedad en que se integra como parte de su propia identidad. Es más fácil acabar con las enfermedades que con las costumbres.
Mi solidaridad y respeto por los que luchan por ayudar a personas que mayoritariamente no se dejan ayudar. Que la incomprensión y el desánimo no calen en ellos.
*
"Will Female Genital mutilation end in Egypt in 15 years?" Egypt
Independent 20/07/2015 http://www.egyptindependent.com//news/will-female-genital-mutilation-end-egypt-15-years
**
"Can we really eliminate FGM in Egypt by 2030?" Open Democracy
20/07/2015
https://opendemocracy.net/openglobalrights/amel-fahmy/can-we-really-eliminate-fgm-in-egypt-by-2030
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