Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
The New
York Times nos trae de nuevo la muerte que sacudió Afganistán. Farkhunda, la
joven que fue brutalmente linchada tras recriminar a un vendedor de amuletos
que estuviera estafando a la gente a la puerta de una mezquita de Kabul. El
piadoso estafador se puso a gritar acusándola de haber quemado unas páginas del
Corán. La muchedumbre no necesitó más prueba y se abalanzó sobre ella
golpeándola, arrastrándola hasta arrojarla a un vertedero de basuras en el
lecho seco de un río, donde fue quemada. El crimen sacudió las conciencias de
una parte de la sociedad y la hizo enfrentarse a su propia brutalidad en el
centro de la capital, no en una aldea alejada e ignorante.
La
muerte brutal de Farkhunda, registrada a través de decenas de grabaciones con
los teléfonos móviles de los que disfrutaron del piadoso espectáculo, mostró
que los avances en la sociedad afgana son superficiales y que la violencia
contra las mujeres forma parte de unas raíces que la tranquilidad enmascara. Basta
el más mínimo incidente para que esta se dispare, fulminando a la que se atreva
a desafiar al poderoso varón que usa la religión como un arma contra ella.
El
caso, señalamos en su momento, es un paradigma de la violencia que usa la
religión para defender sus falsedades y volver contra la mujer cualquier
desafío. La graduada en Estudios Islámicos, la ilustrada Farkhunda, era una amenaza que había que
eliminar y se recurrió al plan más inmediato, el que siempre funciona: acusarla
frente a la multitud de quemar el Corán. La irracionalidad de los piadosos se
manifiesta en esa violencia súbita, impune. La muchedumbre tomó posiciones unánimes inmediatamente. La mujer era culpable sencillamente porque no es creíble.
Señalan en The
New York Times:
But Farkhunda was soon transformed from a
pariah into a martyr as it emerged that she had been a pious student who had
been trying to rid shrines of superstition.
Officials at the Ministry of Religious Affairs
declared her innocent and pledged an ambitious campaign to carry on her effort
to rid shrines of fortune tellers. At her funeral, women, not men, carried her
coffin to her grave. And young men staged a re-enactment of her murder, in a
searing political demonstration intended to pressure the government to
prosecute her actual killers.*
Pero lo que había sido una rápida reacción ante el escándalo
que supuso su muerte y las circunstancias en las que se produjo —la total
indiferencia, la sencillez del mecanismo—, pronto comenzó a cambiar mostrando
la fragilidad de la mujer en una sociedad cuyas raíces patriarcales son
profundas. Si Farkhunda pasó de criminal a mártir, las aguas vuelven a su cauce
oscuro y los caminos se van desandando en un regreso a la normalidad de la
agresión, demostrando lo poco que se avanza, que se puede morir dos veces.
Initially, at least, the case unfolded with an
unusual degree of transparency. The courtroom proceedings were at first
televised, a rarity for a court system built with Western support that has
earned a reputation for being corrupt and opaque.
In May, the court issued death sentences for
four men: the shrinekeeper who appeared to have sealed Farkhunda’s fate with
his accusation and three other men in the mob believed to have been among her
most vicious assailants. That trial also resulted in eight other defendants
receiving prison terms of 16 years.
But this week — most likely on Wednesday,
although the timing is unclear — an appellate court overturned those death
sentences in a proceeding that Farkhunda’s advocates have described as secret
and possibly the result of political meddling.
The appeals court’s decision “completely
undermines the rule of law in Afghanistan, and it completely undermines women’s
rights in Afghanistan,” said Kimberley Motley, the lawyer who represented
Farkhunda’s family at the trial. “This case presented a wider issue than
Farkhunda being murdered, as heinous as that was. This case was about the
future of Afghanistan: whether it is going to be a country that accepts mob
violence or a country that rejects it.”*
Una vez más queda en evidencia la resistencia social a las
transformaciones y la solidaridad negativa que los estamentos regidos por un
poder patriarcal mantienen. La culpabilidad frente a los crímenes cometidos
contra las mujeres es siempre circunstancial y relativa. El sistema ha ido
construyendo una serie de salidas o escapes mediante los cuales se puede salid
indemne de cualquier acusación. La tradición se ampara en la tradición. Y la
tradición dice que el mundo es masculino y que siempre se puede llegar a un
arreglo cuando se trata de los daños hechos a las mujeres. Ninguna mujer vale
la vida de un hombre; ese es el principio esencial del patriarcado y sobre esa
idea de inferioridad, de igualdad imposible, gira todo el sistema.
Sí, efectivamente, el caso pone sobre la mesa el futuro de
Afganistán. Pero la idea de futuro no significa nada para una mentalidad
estática que considera que su perfección está ya definida, que su camino están
marcados y que cualquier desvío de ellos lleva al desastre o la perdición.
Las agencias de noticias afganas nos informaban de las
manifestaciones ayer en Kabul:
A demonstration was organized in capital Kabul
today to protest against the court ruling that overturned the death sentences
for four men convicted for taking part in the mob killing of Farkhunda over
false Quran burning allegation.
Dozens of people including women activists
participated in the demonstration which was staged outside the Shah Do
Shamshera shrine where the woman was brutally murdered.
The appeal court overturned death sentences for
four men by sentencing three of them to 20 years in jail and another one to 10
years in jail.**
La Justicia afgana ha desaprovechado una ocasión de
demostrar que algo habría cambiado. Sin embargo no es así y el mensaje que ha
enviado es que es posible ir cambiando las condenas hasta lograr que quede en
una falta que posibilite la liberación de los asesinos piadosos.
El valor emblemático del caso es que mostró en toda su
transparencia y brutalidad la mente que subyace bajo la apariencia de la
transformación. La esperanza está en esa discrepancia de activistas, de jóvenes
que sigan enfrentándose a la brutalidad e irracionalidad del sistema. Hoy reproducen simbólicamente en Kabul y otras ciudades el crimen contra Farkhunda. Lo hacen estudiantes en plazas y calles, en un ritual que enfrenta a la sociedad a su brutalidad.
Las mujeres tiñeron sus rostros de rojo para manifestarse
contra el crimen. Reproducían simbólicamente el rostro golpeado, tumefacto de
Farkhunda. Desgraciadamente, Farkhunda vuelve a ser hoy asesinada, esta vez no
por la turba enloquecida sino por las decisiones de los jueces que reducen el
precio que hay que pagar por el asesinato. El mensaje es claro con cada
reducción de la pena. Cuanto más se reduzca, en menos se valora el crimen
contra las mujeres.
The New York Times termina su artículo recogiendo la
irritación de la familia ante las manipulaciones de los jueces, que evitaron
que asistieran a esta parte del proceso, en la que debían estar presentes.
Recoge el testimonio del abogado que señala haber sido presionado para no
seguir con su defensa. Y termina dando voz a aquellos a los que no les parece
mal las reducciones de las penas a los acusados:
But other government officials said the appeals
court’s ruling was appropriate. Shahla Farid, a law lecturer who was part of
the government commission to investigate Farkhunda’s death, said “20 years in
jail seems a fair judgment.”
Ms. Farid said she had opposed death sentences
from the beginning, in part because the mob that killed Farkhunda was full of
young, poorly educated men “who could be reformed and come to realize the wrong
they had committed.”*
Debería explicar el señor Farid cuál es la educación que
considera "adecuada" para no matar a la gente, en especial a las mujeres. Igualmente explicar si
esa "pobre educación" era las que les había llevado a las puertas de
la mezquita para obedecer las instrucciones de un vendedor de amuletos. Durante
y después del crimen se mostraron orgullosos y satisfechos por el
"mal" cometido, que ellos entendían como un "bien" y que
probablemente sigan entendiendo. Los cientos de terribles, terribles imágenes tomadas con los móviles, fotos y vídeos, atestiguan que aquellos fue un grato espectáculo para los asistentes y participantes más activos.
Evidentemente no se trata de la pena de muerte en sí, sino de ver la hipocresía de un sistema que
retransmite por televisión el juicio con unas penas para después cambiarlas en
la trastienda, lejos de cámaras y observadores. Esas reducciones de penas se
irán intensificando en el futuro, con discreción, hasta quedarse en nada. El mensaje para los "ignorantes" ya está mandado: matar mujeres no sale caro.
Pero la imagen ensangrentada de Farkhunda, mirando a la cara
a sus atacantes, ha quedado grabada en la mente de mucha gente. Los símbolos
unen y cada nueva afrenta contribuirá a fortalecerlos. Y Farkhunda es ya un símbolo
contra esa ignorancia que se usa para justificar su muerte. El problema es que
esos ignorantes se creen sabios y justos.
*
"Afghanistan Said to Overturn Death Sentences in Woman’s Lynching"
The New York Times 2/07/2015 http://www.nytimes.com/2015/07/03/world/asia/death-sentences-in-lynching-of-afghan-woman-reportedly-overturned.html
**
"Protest in Kabul after court overturns death sentences in mob killing of
Farkhunda" Khaama Press 6/07/2015 http://www.khaama.com/protest-in-kabul-after-court-overturns-death-sentences-in-mob-killing-of-farkhunda-1252
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