Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La familia Al Asad |
El avance de la situación de Siria hasta convertirse previsiblemente en una
nueva Libia es muy preocupante. Cada nueva experiencia condiciona las
posteriores y, tras los casos de Túnez y Egipto, todo ha cambiado.
Túnez condicionó a Egipto, cuyos resultados están a la
vista. La experiencia de lo que había ocurrido allí, la salida por pies del
dictador y su familia, obligó en Egipto a la variante del dictador que se queda y es sacrificado, como si de una pieza estratégica
del tablero se tratara, por lo poderes reales, los militares, y su entramado
económico, público y privado. Se vio que el todopoderoso Mubarak era la punta
del iceberg, el corcho de la botella de champán que sale despedido con gran
ruido. El tapón se fue, pero la botella sigue en las mismas manos. Las
resistencias interiores de la dictadura son más fuertes de lo que se pensaba y
siguen en la creencia de que pueden burlar a los movimientos sociales
camuflándose o pactando con fuerzas políticas que continúan creyendo que el
poder es algo que se decide entre cuatro compartiendo un té.
Gadafi y su familia también aprendieron de lo ocurrido en Túnez
y en Egipto y decidieron no irse —ni ser desplazados del poder—, sino resistir
a muerte. Decidieron exterminar a su enemigo antes que verse desposeídos de
poder y fortuna. La única alternativa que dejaron fue la terrible guerra civil
como respuesta al exterminio emprendido por un ejército de mercenarios
reclutados por toda África.
Aquí también se aprendió. Y mucho. China y Rusia vieron cómo se reinterpretaba la resolución de la Naciones Unidas y que una “zona de exclusión aérea” servía para dar la vuelta a una guerra sin necesidad de pisar el suelo.
Las dos potencias apoyaban entonces a Gadafi y hoy lo hacen con Bachar Al Asad. No cometerán de nuevo el error de aprobar una resolución que posibilité el ataque a su aliado sirio. Y eso lo pagará el pueblo en muertos, represión y terror. A Al Asad no le interesa ninguna alternativa para algo que ya no tiene arreglo, que ha dividido al país. Solo le interesa mantenerse en el poder y desprenderse de cualquier oposición. La paz de Al Asad es la de la tierra quemada. No hay otra.
Aquí también se aprendió. Y mucho. China y Rusia vieron cómo se reinterpretaba la resolución de la Naciones Unidas y que una “zona de exclusión aérea” servía para dar la vuelta a una guerra sin necesidad de pisar el suelo.
Las dos potencias apoyaban entonces a Gadafi y hoy lo hacen con Bachar Al Asad. No cometerán de nuevo el error de aprobar una resolución que posibilité el ataque a su aliado sirio. Y eso lo pagará el pueblo en muertos, represión y terror. A Al Asad no le interesa ninguna alternativa para algo que ya no tiene arreglo, que ha dividido al país. Solo le interesa mantenerse en el poder y desprenderse de cualquier oposición. La paz de Al Asad es la de la tierra quemada. No hay otra.
El gobierno de Siria ha aprendido de todos los casos anteriores y Al Asad está masacrando
a sus ciudadanos a sabiendas de que tiene las manos libres mientras no cometa
los errores de los Ali, Mubarak o Gadafi. Veremos como cuál de los tres acaba.
El aprendizaje no es solo de Siria, como decimos, sino de Rusia y China, que también han aprendido que se deben mantener los vetos en el Consejo de Seguridad para dar tiempo al aliado y cliente —en cualquier caso, enemigo de sus enemigos— a limpiar las resistencias. Ni en Rusia ni en China, con pocas diferencias, hay opinión pública que les recrimine su complicidad en los crímenes de Al Asad.
El aprendizaje no es solo de Siria, como decimos, sino de Rusia y China, que también han aprendido que se deben mantener los vetos en el Consejo de Seguridad para dar tiempo al aliado y cliente —en cualquier caso, enemigo de sus enemigos— a limpiar las resistencias. Ni en Rusia ni en China, con pocas diferencias, hay opinión pública que les recrimine su complicidad en los crímenes de Al Asad.
El argumento expresado por el Ministro de Exteriores ruso, Lavrov,
es de un cinismo sangriento. Se reprimen violentamente las protestas pacíficas
y cuando el pueblo se arma y defiende para evitar ser masacrado, cuando los
oficiales y soldados desertan del ejército del dictador, avergonzados por lo que
tienen que hacer —tal como ocurrió en Libia—, el argumento es que ahora hay “dos
partes” y se debe pedir el alto el fuego a ambas. ¡Vaya ejercicio de hipocresía internacional!
Sorprendente, pero un ejercicio
habitual en la política exterior rusa, en un momento en el se queja de que
les están organizando a ellos, desde el exterior, las protestas en casa por el
fraude electoral denunciado por toda la oposición. A final pagan los sirios en
sus carnes los votos fraudulentos que lleven a Putin al gobierno. Así es la
política internacional, el arte de sumar peras y manzanas.
Presenta la situación siria la paradoja de ser para China y
Rusia un asunto interno, una guerra civil, mientras que para Al Asad es un
conflicto internacional, ya que no reconoce que las personas a las que está
matando sean sirios, sino que son agentes
extranjeros empeñados en la destrucción del país, el argumento de favorito
de los Mubarak, Gadafi, Saleh e incluso Vladimir Putin, quien se queja de
maniobras internacionales para cuestionarle la limpieza de sus elecciones, un
prodigio de limpieza.
No sabemos cómo acabará la situación en Siria, aunque no es difícil
intuirlo a la vista de las experiencias anteriores. Pero sí sabemos que hasta
el momento son más de seis mil los muertos con los que el régimen dictatorial
trata de resistir a los cambios que se han solicitado por todo el mundo árabe y
a los que su pueblo parece no tener derecho.
Nuestra solidaridad y apoyo desde aquí con aquellos que sufren violencia y persecución.
Manifestación de ciudadanos sirios en la Puerta del Sol de Madrid, enero de 2012 |
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