miércoles, 1 de febrero de 2012

Las distancias sociales

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
David Brooks, columnista cultural de The New York Times, comienza su reseña del libro Coming Apart, titulada The Great Divorce”, con una afirmación rotunda: “I’ll be shocked if there’s another book this year as important as Charles Murray’s “Coming Apart.” I’ll be shocked if there’s another book that so compellingly describes the most important trends in American society.”*
Charles Murray es un sociólogo conservador (libertario, en el sentido que se dice del candidato republicano Ron Paul), investigador del American Enterprise Institute, que ya fue polémico por su obra The Bell Curve (1994), en la que se trataba la cuestión de la inteligencia y su peso en la estructura social. La obra fue muy debatida y cuestionada por muchos en la medida en que la genética jugaba un papel central en las argumentaciones. Científicos como Stephen Jay Gould tomaron la pluma para cargar contra la obra de Murray en aquella ocasión.
Coming Apart. The State of White America, 1960-2010 trata de un fenómeno social de gran calado y cuya tendencia marca el presente y —lo hará más— el futuro del país: la división en dos “tribus” de la sociedad norteamericana, la “superior”, unas élites conservadoras que se protegen de la disgregación que supone el contacto con una tribu “inferior”. Señala Brooks que la palabra “clase” ya no tiene sentido: “The word “class” doesn’t even capture the divide Murray describes. You might say the country has bifurcated into different social tribes, with a tenuous common culture linking them.” Tampoco conservador tiene aquí su sentido político tradicional. La tribu superior puede tener sus propios conservadores o liberales, ya que se establece un mundo paralelo con su propia estructura. Todo comenzó, nos dicen, en 1963, cuando los datos empezaron a bifurcarse reflejando una tendencia creciente a  la separación (gap).

La importancia que la sociedad norteamericana ha concedido siempre a la movilidad social como muestra de vitalidad, se ve frenada por el creciente aislamiento que los datos muestran. Lo que se ha establecido es esa separación sistemática que aumenta las distancias entre unos y otros anulando la movilidad. De alguna forma, a lo que se ha vuelto es a un modelo más parecido a una sociedad estamental, como lo era la sociedad feudal, o a un sistema de castas, con grandes barreras, en los que el determinismo del nacimiento actúa de forma decisiva en el destino educativo, profesional, etc. de los individuos. Una gran diferencia entre ellas: mientras que una se mantiene ordenada, la otra tiende al desorden por el abandono.
La insuficiencia de la palabra “clase” para describir estos grupos implica que el fenómeno va más allá de la economía y pasa a necesitarse una categoría que describa mejor las distancias diferenciales: la “tribu”.
En la obra de John Kenneth Galbraith que tuvimos ocasión de comentar en agosto, La cultura de la satisfacción [ver entrada], el economista hablaba a finales de los ochenta de una “mayoría satisfecha” o de una “cultura de la satisfacción” al apuntar que el efecto de la riqueza en los Estados Unidos había creado una insolidaridad que hacía que la extensión del bienestar a una parte importante de la sociedad se olvidara de las minorías que no tenían quienes les representaran. Eso permitía hablar a Galbraith de una “mayoría electoral satisfecha”, dando especial importancia al fenómeno de la representación política o de su ausencia, en el caso de los cada vez más olvidados.
Creo que la idea de Galbraith tiene bastante que ver con el fenómeno descrito por Charles Murray en Coming Apart. Lo que distancia a ambos planteamientos no es su argumentación teórica, sino el efecto creciente de las dos décadas pasadas hasta hoy. Donde Galbraith hablaba de mayoría, el tiempo se ha encargado de —como si de una salsa se tratara— de reducirla a una minoría. Porque es precisamente esa falta de representación política la que ha evitado que se frenaran las tendencias de reducción de las distancias interclases.  Todas las evidencias muestran que se han aumentado. Es lo que se llama hoy, sin tapujos, la tiranía del 1 frente al 99% y lo tenemos como el centro de la gran protesta mundial. Con la polarización han desaparecido las "clase medias", cada vez más empobrecidas y —para mí un aspecto  importante— incapaces de producir una cultura humanística diferenciada, desbordados por la idea de "industrias culturales". La degradación no es solo en términos de bienestar, sino en términos de bien pensar.

Charles Murray
Las dos tribus no existen por el deseo de ambas, sino por las acciones de una parte de la sociedad que ha logrado diferenciarse alejándose suficientemente del resto. Desde el punto de vista de la política, el gran error es no haber concebido la acción legislativa como una forma de nivelación o redistribución, sino todo lo contrario. Los que se hicieron con el control han legislado a favor de las diferencias, de su mantenimiento y aumento. Una vez establecidas estas tendencias legislativas (que afectan por ejemplo a la educación, pieza clave en el desarrollo social), la tribu superior ya se encargó de proteger su diferencia. Invirtió en sí misma y no en el resto de la sociedad. La negativa de los más ricos a pagar impuestos no es más que el reflejo de que de todo lo que se toma, apenas regresa nada a la sociedad. La tribu superior tiene sus propios compromisos fiscales, lejos de la tribu inferior. El efecto —lo estamos viendo ante nosotros— es la polarización social y la falta absoluta de compromiso que se manifiesta en esos detalles de los sueldos millonarios de algunos en medio de una sociedad empobrecida sometida al trabajo precario. No siente la más mínima implicación emocional o moral con la otra tribu, a sus efectos otro planeta. Solo así son comprensibles algunas cuestiones que nos sorprenden todos los días por su falta absoluta de solidaridad o implicación. Ellos son ellos y nosotros somos los otros.


Si lo queremos explicar en términos biológicos, podríamos hablar de un proceso de especiación: la separación progresiva dentro de una especie hasta generar dos grupos con características tan diferentes que ya no puedan unirse entre ellos. Las “tribus” son aquí el equivalente de las “especies”, cada una sigue ya su propia andadura y tiene sus propias reglas sociales. Conviven incluso en un mismo espacio relativo, ya que permanentemente construyen distancias que van de las urbanizaciones a los colegios o lugares selectos de vacaciones, clubes, etc. Es un una nueva forma de colonialismo interno, un apartheid no de razas sino tribal, una India colonial con sus clubes y cuarteles británicos, por concretarlo en una imagen expresiva. Lo hemos visto en las dictaduras árabes en los que la economía estaba controlada por las familias y allegados a los tiranos, llegando a manejar hasta un 40 y 50% de la economía del país. Vemos la creación de nichos para ricos en países muy pobres, en los que se levantan barreras. No es solo los Estados Unidos; es una tendencia mundial porque la globalización de capitales has servido para aumentar las distancias y para la ruptura definitiva del compromiso de reinversión social. No hay patria chica ni grande; solo existe el lugar en el que planto mi capital hasta recoger los beneficios. No hay compromiso de vuelta. Las legislaciones locales se relajan para que el capital aterrice y esparza sus puestos de trabajo como quien alimenta las palomas de un parque sentado en un banco al sol.
El comentarista de la obra de Murray, David Brooks, concluye:

I doubt Murray would agree, but we need a National Service Program. We need a program that would force members of the upper tribe and the lower tribe to live together, if only for a few years. We need a program in which people from both tribes work together to spread out the values, practices and institutions that lead to achievement.

Creo que Brooks es demasiado optimista sobre los efectos de la convivencia forzada. No son dos viejos amigos que ahora no se hablan. Son dos formas de vida, dos enfoques distintos, basados precisamente en el establecimiento de distinciones. Solo así se explica que junto a la miseria, en muchos países y de forma paralela, aumente sin límite el lujo. 
Indudablemente sería necesario derribar barreras, pero eso no es más que una muestra de idealismo y buena voluntad (también necesarios).  No se debe confundir el efecto con la causa. La separación física es el reflejo de la distancia cultural en aumento. Son las distancias estructurales las que producen las distancias visibles. La cuestión va por otros derroteros y debe pasar por la recuperación de la democracia como gobierno para todos y por el compromiso político de los dirigentes con su sociedad y no solo con una parte de ella. El problema está en para quién se gobierna. Y esto enlaza con la actual crisis de la representatividad que —más allá del no nos representan— afecta profundamente a la política y a la sociedad. No se trata tanto, como hemos señalado en alguna ocasión, de una crisis de la legitimidad, sino de la finalidad de la acción política. Hay que repensar la política y la idea de contrato o pacto social, saber bien para qué estamos juntos.
De no ser así, como muchos plantean ya, la democracia se convierte en una farsa y la representación política en un fraude, en la medida en que solo sirve para mantener los privilegios de unos y la sumisión de otros, como ocurre en la dictaduras en las que las elecciones son simples representaciones escénicas.
La concepción fabril de las sociedades —el considerarlas como unidades productivas competitivas y la supeditación de toda acción a su eficacia—, que ya plantea problemas graves, pasa a ser trágica si además los beneficios de esas fábricas se los reparten unos pocos. Hay que pensar si se quiere unas sociedades de convivencia o una de conflicto.

Si las sociedades no tienen como objetivo el bienestar de todos, el pacto social salta por los aires. Ya ha saltado en los países en los que no se ha disfrazado esa condición y se está calentando en muchos otros. El chantaje global —como ocurre ahora con el intento de imponer una tasa financiera— es precisamente al argumento de que si yo planteo problemas, ellos se irán a otra parte en donde les acogerán gustosos.
Hay que salir de ese círculo en el que se acepta lo malo para que no llegue lo peor. Y no es fácil porque además de círculo es agujero en el que nos hemos ido metiendo con un largo discurso teórico en el que se ha olvidado que la convivencia armónica es la alternativa a la selva. Convertir la selva en el modelo teórico social tiene sus riesgos crecientes. Cuando las cosas van a mejor, es que el modelo funciona; si van a peor para muchos y bien para unos pocos, las teorías se vuelven cada vez menos convincentes. Cuando las teorías se vuelven indefendibles intelectualmente e insostenibles políticamente, se producen los recortes de libertades y la regresión autoritaria ante el aumento de la conflictividad social, resultado muchas veces de ese abandono que la brecha produce.
Independientemente de las conclusiones de la obra de Murray, que no conocemos más que parcialmente a través de las varias reseñas realizadas, está el hecho de la existencia de ese gran divorcio social, de esa tribalización, creo que  incuestionable, con todas las diferencias que se quieran establecer entre las distintas situaciones reales. Pero la tendencia está clara. La globalización ha extendido —y buscado— esta escisión porque se ha entendido como una ampliación y búsqueda de mercados y de producción más barata. Ya no hablamos de países o sociedades, sino de mercados. Los efectos son grandes y graves y deben ser motivo de análisis y reflexión.

* David Brooks: “The Great Divorce”. The New York Times 30/01/2012 http://www.nytimes.com/2012/01/31/opinion/brooks-the-great-divorce.html?src=me&ref=general

Otra reseña de la obra:
— Roger Lowerstein: "Book Review: Comign Apart by Charles Murray". Bloomsberg BusinessWeek 19/01/2012.  http://www.businessweek.com/magazine/book-review-coming-apart-by-charles-murray-01192012.html



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.