Joaquín Mª Aguirre (UCM)
De la margarita a la informática; de la media naranja a la
base de datos. The New York Times se
pregunta por el carácter “científico” de la elección de pareja, uno de los mayores
negocios de la era cibernética: “But can a mathematical formula really identify
pairs of singles who are especially likely to have a successful romantic
relationship?”*
En la película “I Love You Alice B. Toklas”, una Joyce van
Patten plantada ante el altar por Peter Sellers manifiesta su deseo de meterse
en un sótano y dejar que los ordenadores elijan por ella su pareja ideal. La
película de Hy Averback —escrita por Paul Mazursky— es de la temprana fecha de
1968 y ya muestra esa tendencia a confiarle a las máquinas nuestro destino
amoroso. El cine de los sesenta comienza a recoger la crisis profunda de la
pareja y nos mostrará esos plantes
espectaculares, en capillas y juzgados, en los que alguno de los protagonistas
decide, en el último minuto, que no es allí donde debería estar, que no es el
momento o la persona adecuada. El final de una de las películas más
características de esos años, El graduado
(Mike Nichols 1967), lo ilustra perfectamente. Las actrices tuvieron que
aprender a correr con trajes de novia y los actores con chaqués. No estoy preparado o no eres la persona adecuada pasaron a
ser frases habituales en muchas películas, que dejaron de cerrarse con un
apasionado beso final. Lo interesante en la vida es lo que pasa después.
La lectura del futuro en la palma de la mano ya no es
suficiente y algunos prefieren —como el personaje de Joyce van Patten— algo más
moderno, como son las empresas
informáticas de búsqueda de pareja. Eli Finkel y Benjamin Karney, profesores de
psicología social de las universidades de Nortwestern y California
respectivamente, se preguntan por la validez
de estos métodos y concluyen que no son más fiables que otros métodos
tradicionales. La eficacia de estas empresas se basa en la de los algoritmos
que emplean y en la de la cantidad de datos que manejan. Los algoritmos procesan
las cuantificaciones de ciertos factores o variables que se han definido como relevantes, es decir, asignan valores a
aquellos rasgos que consideramos más importantes para la compatibilidad entre
las personas para constituir las parejas.
Hemos derivado la antigua autoridad de las familias a las
máquinas de hoy, ya que en ambos casos alguien o algo deciden por ti. Es cierto que la capacidad prescriptiva de las
máquinas es menor que la de las antiguas familias, pero ambas convierten la
elección en destino que nos llega. Si
la tradición hacía que las parejas se formaran para satisfacer los intereses de
las familias, sin considerar ningún romanticismo en el asunto del
emparejamiento —considerándolo un asunto
económico y reproductivo—, las máquinas nos dan la ilusión de buscar nuestra felicidad a través de la compatibilidad
selectiva. Hemos dejado de creer en el destino, pero no hemos dejado de creer
en la felicidad, un mito más reciente
y peligroso.
La huida de la boda en el último momento en El Graduado (1967) |
En el fondo, piensan muchos, no es más que una apuesta, como ocurre con las acciones de la bolsa y enfocan las excesivas fluctuaciones sentimentales como volatilidad. Al amor se le pueden aplicar los mismos estilos bursátiles, con sus estrategias de corto, medio o largo plazo, de venta a las primeras de cambio o de mantenimiento de la cartera.
No debe parecernos extraño puesto que es la forma de elegir
lo que define a las personas y las hay que prefieren valores duraderos, que se mantienen en los altibajos del mercado
apostando por ellos, y las hay, de trasero inquieto, que se desprenden
rápidamente de lo que tienen y les gusta apostar por lo nuevo permanentemente.
Perhaps as a result, these sites tend to
emphasize similarity on psychological variables like personality (e.g.,
matching extroverts with extroverts and introverts with introverts) and
attitudes (e.g., matching people who prefer Judd Apatow’s movies to Woody
Allen’s with people who feel the same way). The problem with this approach is
that such forms of similarity between two partners generally don’t predict the
success of their relationship. According to a 2008 meta-analysis of 313
studies, similarity on personality traits and attitudes had no effect on
relationship well-being in established relationships. In addition, a 2010 study
of more than 23,000 married couples showed that similarity on the major
dimensions of personality (e.g., neuroticism, impulsivity, extroversion)
accounted for a mere 0.5 percent of how satisfied spouses were with their marriages
— leaving the other 99.5 percent to other factors.*
Se confunde la compatibilidad con el éxito y no es
necesariamente, si se piensa un poco, lo mismo. Una vida compatible puede ser
de un aburrimiento monumental, que no se venga abajo por las peleas sino por
los acuerdos en todo; en cambio puede ocurrir lo contrario, que las
discrepancias —dentro de un orden—sean un aliciente. El hecho de que a ambos les guste, como
señalan en el ejemplo, las películas de Woody Allen o las de Judd Apatow (Virgen
a los cuarenta, Lío embarazoso, etc.) no es garantía de casi nada; la gente no
suele pelearse dentro de los cines, sino antes o después. Cuando las personas
quieren discutir pueden hacerlo sobre casi cualquier cosa. Es más frecuente que
las personas discutan cuando tienen ganas de discutir que cuando tienen
realmente motivos para hacerlo. Y eso es algo que los algoritmos de las
máquinas no pueden calibrar fácilmente porque dependen de la sinceridad de las
respuestas y de la capacidad de los sujetos de conocerse, un deporte poco
practicado y con pobres resultados.
Realmente lo que une a ambos miembros de la pareja en estos
casos es la creencia en que su destino sentimental puede ser esclarecido por
una máquina. Ese es el verdadero punto de unión con todas las implicaciones que
conlleva: que sean como sean —les guste Allen o Apatow—, han llegado a un punto
en el que no se fían de sí mismos ni de su capacidad de elección. Y la máquina
está ahí, firme como una roca, segura de sí misma y apabullando con su datos, para ofrecernos la
ilusión de que por encima de nosotros hay algo que pueden hacernos ser
felices eligiendo por nosotros.
Los autores concluyen de forma clara:
None of this suggests that online dating is any
worse a method of meeting potential romantic partners than meeting in a bar or
on the subway. But it’s no better either.*
El café ha sido sustituido por la pantalla del ordenador, pero el riesgo persiste. En otro artículo de hace apenas unos días, también en The
New York Times, otros científicos sociales se preguntaban por el aumento del
número de personas que desean vivir solas. Un número muy elevado de parejas,
tras su ruptura, deciden no convivir ya con nadie. Ambos trabajos de investigación
ahondan en lo mismo: en lo complicado —ya sea por miedo o por comodidad— que se
ha puesto esto de la negociación, individual y colectiva, de los sentimientos y
la convivencia. Del amor romántico al amor improcedente.
* "The Dubious Science of Online Dating". The New York Times 11/02/2012 http://www.nytimes.com/2012/02/12/opinion/sunday/online-dating-sites-dont-match-hype.html?_r=1&hp
Encuentre su "media verdura". Citas para vegetarianos |
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