Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El partido final de Nadal con Djokovic en Australia ha sido calificado por
medio mundo como “épico”, “grandioso”, como una batalla de seis horas
entre dos soberbios contendientes que se olvidaron del mundo que les rodeaba
para no ver más que una pelota que venía hacia ellos y sentir una raqueta en
las manos y el suelo bajos sus pies. Pero no siempre es posible olvidarse del mundo.
Las batallas por colarse en el Metro de Madrid no tienen nada de épicas y son de otro
orden, muy mundanas. Son la elevación al plano bélico de lo que uno hace todos los días.
Usted y yo entramos de forma mecánica, algunos semidormidos o semidespiertos,
ya que es un estado intermedio, en el transporte público y allí no hay
fotógrafos ni antidisturbios, ni gente con pancarta para animarnos, ni nada por
el estilo. Solo una larga cola de personas indiferentes, frente a un
torniquete, esperando introducir una porción magnetizada de papel en una ranura.
Es cierto que de vez en cuando la rutina se altera y la máquina que hemos elegido
al azar no acepta nuestro billete y —contrariados— debemos elegir otra; que a
veces ocurre que ese rechazo de las máquinas es una conspiración para negarnos
el derecho a llegar a tiempo a nuestro trabajo y, tras probar varias de ellas,
debemos recurrir a un empleado para que nos deje pasar porque se nos ha desmagnetizado el billete. Pero son cosas que
ocurren, cosas cotidianas, sin grandeza épica, sin parafernalia alguna.
Desde que tengo memoria siempre he visto gente que se salta los
torniquetes. Estudiantes y otros más talluditos se los pasan, de vez en cuando, por arriba o por
debajo, según su estado físico y talla. A los bajitos les gusta pasárselos por
debajo porque así justifican su tamaño y palian cualquier posible complejo al
respecto. A los altos, por el contrario, les encanta hacer exhibición de la
longitud de sus piernas y, con la perfecta técnica de un saltador de vallas, se
lo pasan de un salto. Es cierto que no es tan elegante el salto como en los
estadios de atletismo porque se apoyan en sus manos y nunca será especialidad
olímpica —salto de vallas del metro—, pero es una sorpresa, entre tanto dormido,
encontrarte con gente tan dinámica dispuesta a dar brincos tan temprano.
Antes lo normal era que se colaran los estudiantes, luego
fueron muchos inmigrantes a los que les resultaba prohibitivo el billete y ahora son los parados. A estos grupos comprensibles
de colados, agravados por la crisis económica, se ha añadido otro: el del colador reivindicativo. Cualquiera puede
entender que haya gente que no tenga dinero para pagar un billete o un abono
por la crisis. Pero el colador reivindicativo va por otro lado, ya que su
función no es llegar a ningún sitio, sino pasar al otro lado sin pagar. Este
colador quiere hacerse ver. Es
reivindicativo y, por ello, mediático. Donde el colador tradicional prefiere
mantenerse oculto, este, en cambio, convoca a la prensa. El reivindicativo es lo contrario del colador vergonzante, no siente ni culpa ni complejo. Y tiene su
explicación.
La campaña publicitaria del Metro justificando las subidas de las tarifas ha sido una de las más desafortunadas operaciones comunicativas que recuerdo. Y en el peor momento. La campaña “Más por menos” es lo que se llama una auténtica metedura de pata. Tan grande que hasta la asociación Autocontrol de la Publicidad, prestigiosa entidad profesional que sirve para establecer este tipo de cuestiones al margen de los tribunales, lo han dicho.
La campaña publicitaria del Metro justificando las subidas de las tarifas ha sido una de las más desafortunadas operaciones comunicativas que recuerdo. Y en el peor momento. La campaña “Más por menos” es lo que se llama una auténtica metedura de pata. Tan grande que hasta la asociación Autocontrol de la Publicidad, prestigiosa entidad profesional que sirve para establecer este tipo de cuestiones al margen de los tribunales, lo han dicho.
En este caso les han señalado que lo que hacen en la campaña
—comparar los precios de los billetes de diferentes ciudades del mundo— no es
procedente porque los billetes comparados no son comparables. En cambio han
rechazado por no procedente la otra queja remitida por los usuarios
denunciantes de que los precios tampoco se podían comparar por darse en el
marco de ciudades con distintos niveles de renta. La Asociación ha dicho que
eso ya lo saben los usuarios, desgraciadamente, es decir, que saben que un
alemán gana más dinero que un español y que aunque pagara la misma cantidad por
el billete, no es lo mismo. Lo que
viene a decir es que un euro es un euro para un alemán y es algo más para un español,
que la moneda única no implica ni el sueldo único ni el nivel de vida único. Y
no hablemos ya si ese español está incluido en esos cinco millones largos de
personas que están desempleados.
Pero igual que la campaña es una metedura de pata
comunicativa, lo es más la forma de afrontar el hecho de que la gente se cuele
como un reto. No dudo que exista alguna patología específica en algunos casos
—coladores psicópatas—, pero normalmente a la gente le gusta pagar. Y le gusta
pagar porque eso significa que tiene dinero con que hacerlo. Es más: a la gente
le encantaría pensar —estoy seguro de ello— que el Metro es baratísimo, porque sería
señal de que le sobra el dinero. ¡Se vive tan feliz en un país en el que todo
te parece barato porque tienes un buen sueldo! Pero no es el caso.
La campaña —"Más por menos. No encontrarás otro Metro
en el mundo que te ofrezca tanto por tan poco"— incurre en un error
comunicativo, el de incluir un término que puede ser vivido por los receptores
como un agravio. Me refiero al “tan poco” con el que concluye. En un país en
las circunstancias actuales es un error grave dirigirse a los usuarios en esos
términos. Lo único que refleja es que quien pensó la frase tiene un buen sueldo
o ha sido bien remunerado por ella. En cambio, a los que se empobrecen a
marchas forzadas, cada día el billete les parece más caro porque disponen de
menos dinero para comprarlo. A ellos, el billete se les hace cada día más caro. Y compararlos con usuarios de otras
ciudades con otros niveles de vida superiores es ya pisar la colilla con ganas.
Por todos esos motivos han surgido los coladores reivindicativos, que tienen en vilo a los vigilantes jurados, taquilleros, policías, fotógrafos, periodistas, etc. convocando “coladas” generales en el metro, según nos dicen, a imitación de las que se hacen en Grecia. Hace ya tiempo que imitar a los griegos no es signo de clasicismo ni hacer la colada es tampoco es lo que era.
Lo que sí es cierto, en cambio, es que por efecto de todo
este lío, la campaña “parcialmente engañosa” ha comenzado a tener sentido, a
ser “parcialmente verdadera”. Me refiero a la afirmación “No encontrarás otro
Metro en el mundo que te ofrezca tanto por tan poco” porque el espectáculo que
ofrece es difícilmente encontrable en otros pagos. Estas emociones, carreras,
saltos, detenciones, heridos, etc. son un valor
añadido al billete. Y si Metro fuera inteligente sacaría el “billete extreme” para usuarios que deseen ser
perseguidos, golpeados, arrastrados y detenidos.
La batalla del Metro continuará, según avisan, mientras no
se den cuenta de que se pueden hacer cosas equivalentes a esas tarjetas doradas, las que existen para
pensionistas, en las que se reconoce tácitamente que las pensiones no dan para
lujos y que es mejor ofrecer precios reducidos, descuentos, etc., las fórmulas
que sean factibles para no obligar a la gente a desconectarse del mundo. En vez
de decir que es barato lo que no lo es, es mejor abaratar lo que no tiene más
remedio que ajustarse a las posibilidades de pagar de los usuarios. Si el
transporte público es la alternativa al transporte privado, ¿qué queda como
alternativa al transporte público? Solo tres posibilidades; tirar de zapatilla, la batalla del colarse o
ajustar los precios para evitar que los que más pagan en la crisis vivan en una
situación peor.
Una sociedad más humanizada debe entender que la gente no se cuela por vicio —como se decía antes—, que no deja de pagar sus pisos por placer, etc., sino por necesidad. Puede que Metro no quiera tener pérdidas, como es lógico. Pero lo que no le proporciona ninguna ganancia es dar muestras de falta de sensibilidad —casi de falta de sentido de la realidad— hacia la situación de muchos de sus usuarios. Cada espectáculo organizado por los coladores reivindicativos le cuesta mucho en términos de imagen. Las inversiones que hacen en evitar que la gente se cuele, las podrían hacer en evitar que la gente tenga que colarse. Todo es cuestión de pensar en una dirección o en otra.
* “Autocontrol considera parcialmente engañosa la campaña
publicitaria de Metro de Madrid” RTVE
23/01/2012 http://www.rtve.es/noticias/20120123/autocontrol-considera-parcialmente-enganosa-campana-publicitaria-metro-madrid/492017.shtml
Ejemplos de la "contracampaña" del Metro
Modificación (tuneado) de la campaña para otras causas reivindicativas (Educación) |
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