Joaquín Mª Aguirre (UCM)
"Se ha demostrado que no sólo se puede enjuiciar a los
payasitos, sino también a los dueños del circo", ha señalado ese profundo
conocedor del gremio —posee sus propios espacios radiofónicos y televisivos y dirige su propio "circo"— que se llama Rafael Correa, presidente reinante de
Ecuador. No creo que se ofenda porque le apliquen a él los mismos campos profesionales
que él aplica a los demás. Correa es un hombre con un micrófono.
El problema de Correa y sus correazos es que no le molesta un periodista, un director o un
medio específico. Lo que le molesta es la mera posibilidad de ser objeto de
crítica. Para el presidente, el hecho de que puedan ser criticadas sus actuaciones
le resulta una ofensa. Y esa ira personal se transforma en ira institucional,
la de la presidencia del país, envolviendo a las demás instituciones, contra la
prensa. Lo que le molesta no solo es que se hable de él; le molesta simplemente
que otros hablen. Correa es un
político más de la escuela verborrágica
latina, la de los que les gusta el micrófono, intimidar y cantar boleros o
rancheras, según el día; tener su propio canal y recibir los aplausos
enfervorecidos de personas que se derriten y deleitan con sus ataques a los
demás.
Lo peor de Correa es su mala pedagogía. Con sus insultos, amenazas
y descalificaciones a la prensa (en realidad, a todo el que le lleve la
contraria), está maleducando a todos aquellos que consideran que así se
gobierna. Correa es un freno a la mentalidad democrática, además de a la
democracia misma. Si la democracia es diálogo, con Correa es insulto.
Son estos personajes los que acaban cercenando las
posibilidades de una democracia real en la que la actuación política pueda ser
criticada. El problema no es que Correa se sienta injuriado y vaya a los
tribunales, algo que siempre podrá hacer si considera que lo ha sido
injustamente. El problema real es el ataque y descrédito contra lo que
significa el papel de la prensa en un sistema democrático.
Se dice de Ecuador que la verdadera oposición no se hace en el parlamento sino en la prensa. Con sus ataques, Correa quiere quedarse solo, como voz única, como solitario y omnipotente intérprete de una realidad que controla a su gusto. Como rezaba el título que Correa puso a una obra reciente “Ecuador: de Banana Republic a la No República”. Efectivamente, ese ha sido el tránsito, dada la anulación que de la República está haciendo con su personalismo autoritario.
Uno de los males que se señalan derivados de este modo permanente de intimidación es la autocensura, el miedo de la prensa a hablar de lo que tiene delante. Al final queda una sociedad temerosa de criticar lo que observa o, simplemente, de contradecir a un presidente visionario en su concepción del futuro hacia el que hay que caminar y al que todos se ven arrastrados por temor a ser atacados o encarcelados. Los periodistas y directivos de los medios han pedido asilo en otros países o han abandonado Ecuador, como es característico de las dictaduras. Los suyo es más sutil, pero igual de efectivo.
Para Rafael Correa el país es un gigantesco patio de butacas
en el que los ciudadanos están asistiendo a la representación del monólogo
teatral de un actor eterno. Cualquier voz discordante, le molesta.
El 31 de diciembre es costumbre de los ecuatorianos, como despedida del año, quemar monigotes. Este año, Rafael Correa presidió la quema de su propio monigote** como demostración de que no existía, como muchos comentaban, censura o miedo a representarlo y quemarlo en efigie. Como demostración se mostraron imágenes de los puestos callejeros en los que se podían encontrar los monigotes para la quema. La representación popular de Correa lo presenta —como no podía ser de otra forma— con un micrófono en la mano. Correa es en realidad un telepredicador político. Puede que no se parezca mucho, pero es el micro el que lo identifica. También, este hombre que considera los medios como un circo, tiene el suyo propio. Y no quiere competencia. El periódico que el monigote aprieta en su mano, y se quemará con él, lo muestra.
El 31 de diciembre es costumbre de los ecuatorianos, como despedida del año, quemar monigotes. Este año, Rafael Correa presidió la quema de su propio monigote** como demostración de que no existía, como muchos comentaban, censura o miedo a representarlo y quemarlo en efigie. Como demostración se mostraron imágenes de los puestos callejeros en los que se podían encontrar los monigotes para la quema. La representación popular de Correa lo presenta —como no podía ser de otra forma— con un micrófono en la mano. Correa es en realidad un telepredicador político. Puede que no se parezca mucho, pero es el micro el que lo identifica. También, este hombre que considera los medios como un circo, tiene el suyo propio. Y no quiere competencia. El periódico que el monigote aprieta en su mano, y se quemará con él, lo muestra.
Correa y su "monigote": micrófono y periódico en cada mano |
El emperador quema su propia efigie porque nadie más que él
puede hacerlo sin riesgo. Quizá su visión de los medios como un circo le
convierta a él en quien decide con su imperial pulgar quién vive y quién no. Payasos o leones, todos son circos.
* "La sentencia contra el diario 'El
Universo' tensa la relación de Correa con los medios". El Mundo 17/02/2012
http://www.elmundo.es/america/2012/02/17/noticias/1329500349.html
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