Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Antes a los políticos les gustaban los títulos nobiliarios y
los nombraban al término de su labor caballero
del no sé qué, duque de no sé cuánto,
marqués del quinto pino y les
concedían, medallas y laureles. Lo de los laureles
daba un toque entre culinario y olímpico que, en el fondo, siempre ha gustado a
los políticos, de los más revolucionarios a los más conservadores.
Pero desde que a los políticos les sale el acné en las
juventudes de los partidos y los colmillos en las campañas
electorales —cuyas artes dominan desde el brochazo de la cartelada al mitin en pueblo serrano o costero— algunos se quedan un poco retrasadillos en los
estudios. ¡No se puede estar a todo! Y llega un día en que los hijos (o los
periodistas) les preguntan por los estudios y ellos, que dominan el arte de
retorcer la palabra hasta dejarla más exprimida que una naranja, contestan como
pueden, pagando aquel abandono juvenil que se dejó la tarea a medias.
No dejan de aparecer casos en los que la gente se pregunta,
con razón o sin ella, sobre esos extraños historiales en los que ya no se es “licenciado
en Derecho” como antes, sino alguien “con formación en Derecho”, ya no se es “licenciado
en Medicina”, sino que se tiene “formación médica”.
La gente le ha sacado punta al asunto porque en un país en
el que a los jóvenes se les exige laboralmente acumular licenciaturas, grados, posgrados, másteres, títulos
propios y experiencia investigadora en el extranjero, por señalar algunas cosillas,
aparezcan regidores y regidoras de nuestros destinos con un expediente tirando
a X, no la del porno sino la paranormal, una cosa entre visionaria y telekinésica,
es decir, entrevista en sueños y movida a distancia.
Las excusas que cuentan están entre “me queda alguna”, “me
cambié de estudios”, y un “problema en la traducción”. Todos estos modelos
encubren la triste realidad de que nuestros queridos líderes se han formado en
escuelas que pisaban poco. Muchos se han metido con la tesis doctoral de Francisco
Camps, que ha pasado de unos tribunales a otros. Ha tenido el valor de presentarla en caliente, coleando los restos del proceso, y defenderla delante de un tribunal y con manifestantes en la puerta. Es mejor eso
que ir camuflando con eufemismos los expedientes incompletos a ver si cuelan. Ha habido tesis que se han defendido en la cárcel y no pasa nada, porque son cuestiones separadas. Si hay alguna irregularidad, que salga a la luz; si no, que la disfrute. Que alguna persona o cargo público —nos caiga más o menos simpática— decida leer su tesis o terminar los estudios no
debería ser motivo de burla. Si la merecen, en cambio, los que tratan de
ocultarlos o cultivan equívocos sobre sus niveles de estudios y titulaciones. Como sigan
apareciendo casos, me temo que van a tener que hacer declaración jurada de
estudios igual que la de bienes.
La política es ya prácticamente el único campo en el que no
se exigen titulaciones ni notas medias elevadas en el expediente. Sin embargo,
el conocimiento —algo distinto y más complejo que la titulación— es necesario.
Y tampoco tenemos claro, a la vista de los resultados, que muchos lo tengan. Muchos
discursos encendidos, pero muy pocas luces.
Estos sonrojos que sus señorías pasan cuando les evidencian
las carencias curriculares y su poco ingenio para encubrirlas, no tendrían
tanto efecto si estas personas, que no tienen título que colgar de ninguna
pared, se hubieran ganado el respeto de los demás por sus conocimientos, que
son los que deberían justificar sus puestos públicos. Y aquí no vemos ni título
ni sapiencia. Desgraciadamente, la mayor parte están ahí por sus fidelidades
demostradas en el campo de las refriegas internas y sus agresividad verbal para
con el enemigo, dos cualidades imprescindibles en los políticos de hoy. Para
decir que sí a lo que los jefes y no a los oponentes no hacen falta muchos
títulos ni horas de estudio. No debe verse en esto elitismo alguno porque, insisto, no
nos cansamos de exigir para el puesto de recepcionista un par de carreras, tres
idiomas, taquigrafía y conocimiento informático (nivel usuario). Por eso ha
causado risa, indignación o escándalo. Son respuestas ante la vanidad o la desfachatez a las que se exponen los que no dicen la verdad cuando deben. Y en un político debería ser siempre.
Los expedientes de algunos de nuestros políticos parecen
auténticamente “X”. Fueron abducidos en algún momento de su vida y volvieron
con extraños recuerdos sobre Economía, Derecho, Medicina o cualquier otra
cuestión que se pueda aprender más allá de las estrellas o en universos
paralelos. Como decían en la serie de los agentes Scully y Mulder “El gobierno
niega tener conocimiento” (Government denies knowledge) y “la verdad está allá afuera” (The truth is out there).
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