Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Original.— No es ser el primero en ver algo nuevo, sino en ver, como si fuesen nuevas, las cosas viejas
y conocidas, vistas y revistas por todo el mundo, lo que distingue a los
cerebros verdaderamente originales. Quien descubre las cosas es generalmente ese
ser por completo vulgar y sin cerebro: el azar.
La idea de Nietzsche tiene sentido en la medida en que
nuestra habilidad humana es esencialmente transformadora.
Es en el reciclado de ideas y cosas en donde está el secreto de la
originalidad, el meollo de la actividad creativa verdadera. Mediante
transformaciones sucesivas vamos produciendo cambios mayores que se van ajustando
a nuestras necesidades.
La originalidad, tal como la expresó Nietzsche, es una
capacidad de dislocar la mirada, de sacudirse todos aquellos elementos que tienden
a mantenerla dentro de esquemas rígidos. La originalidad es elasticidad,
flexibilidad, readaptación.
Ayer planteábamos las reflexiones sobre la educación
realizadas por Muhammad Yunus en las que expresaba la necesidad de romper el
círculo que implica la repetición de los modelos aprendidos, evitar que los
alumnos repitan lo mismo que los profesores les enseñaron. La idea de Nietzsche
tiene bastante que ver con lo señalado por Yunus.
En casi todos los campos, artes o ciencias, la mirada nueva
hace que descubramos nuevos aspectos en lo que tenemos delante que no llegábamos
a percibir. Eso nos debería permitir contemplar el mundo en toda su potencialidad.
El mundo es, sobre todo, lo que puede ser,
un potencial semillero de originalidad. Sin embargo, solemos hacer lo
contrario: cerrarlo, darlo por concluido. Pensamos que las cosas, las
situaciones, etc. tienen escrito un final, como las películas, que hay que
levantarse porque la sesión ha terminado. Y no suele ser así. Una mirada que no
tiene ese prejuicio, se salta el
bloqueo y trata de explorar las posibilidades de la realidad, que no son más
que las nuestras de descubrirlas.
El azar, el otro
elemento señalado por Nietzsche, no tiene, en cambio, una capacidad
transformadora del sujeto. Aquí el cambio es del exterior, que se nos impone
sin que haya existido modificación interior. El azar es algo que me ocurre, que
me sorprende. La originalidad es, por el contrario, lo que yo le hago al mundo,
a las cosas, la asignación de nuevos sentidos y valores.
Entre lo rutinario, lo original y el azar están nuestras
formas de afrontar el mundo y a nosotros mismos. En la rutina y el azar me dejo
llevar por lo repetitivo o por lo inesperado, ambas fuerzas ajenas a mí. En la
originalidad está la energía y el riesgo de reinventar el mundo todos los días.
No somos entidades cerradas, sino encerradas. Levantamos permanentemente muros, definiciones,
protocolos, normas… que se vuelven contra nuestra propia tendencia natural a la
transformación. Preferimos sustituir las cosas antes que cambiar nuestra mirada
sobre ellas.
Y así hemos convertido el cambio exterior en una rutina con
la que combatir el estatismo interior, nuestra falta de originalidad, el aburrimiento
que nos provoca ver el mundo desde un solo punto inmóvil.
Escribió la poeta Margareth Atwood en su obra Juegos de poder (1971):
Of course your lies
are more amusing
you make them new each time.
Your truths, painful and boring
repeat themselves over & over
perhaps because you own
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