Joaquín Mª Aguirre (UCM)
¡Nos lo
temíamos! Todo regresa a su senda y los dos partidos mayoritarios vuelven a
entonar los cantos de guerra tras la extraña foto —¿una ilusión óptica?— en la
que ambos se agarraban las manos bajo la mirada irónica de Europa.
No
sabemos si alegrarnos porque todo vuelve a estar como siempre o sentirnos
nostálgicos por ese momento efímero, fáustico,
en el que pedimos al tiempo que se detenga, "¡detente, eres tan
hermoso!". Pero por aquí no hay mucho leído en la política y cuando te
quieres dar cuenta el tiempo no solo no se ha detenido, sino que ya arrastran
tu alma a las nuevas elecciones.
La
ministra Alegría señala: "Una se pregunta: o no sabe lo que dice o no
entiendo lo que ha firmado hace escasas horas su propio partido". Así que
del Fausto pasamos a Hamlet, de la belleza del instante a las oscuras dudas
hamletianas.
En la
"síntesis" imposible de lo que ocurre, en RTVE.es lo intentan con un
texto en el vacío:
'Populares' y socialistas mantienen las distancias tras el acuerdo para renovar el CGPJ. Alberto Núñez Feijóo dice que no se fía de Pedro Sánchez, y no garantiza que vaya a apoyar futuros pactos. Desde el PSOE se reivindican como el partido de los acuerdos. Subrayan que hay legislatura a medio y largo plazo.*
¿Se entiende algo? Quizá todos están hablando de otra cosa que se nos escapa, quizá en esto todos van varias decenas de jugadas por delante. Nuestra alegría en un pozo. Pensamos que un acuerdo era un indicio de racionalidad, pero era solo como una gripe momentánea que nos llegó de Europa, una presión extrema que ellos resolvieron con un apretón de manos más falso que un duro de seis pesetas.
Una vez salvado ese momento de acuerdo inducido, todo vuelve a la anormalidad relativa, a nuestra agitada burbuja.
A lo mejor, tan centrados en sus propios ombligos, los políticos españoles no se dan cuenta lo que está pasando al otro lado de los Pirineos. La victoria de la extrema derecha francesa en la primera vuelta, el hundimiento de Macron, la formación de un "frente popular" a la espera de lo que pueda ocurrir en la segunda vuelta. Todo esto con la ultraderechista Meloni en Italia y el ascenso de las fuerzas ultraderechistas en Alemania. Esto nos coloca con los tres países básicos de la Unión en peligro de ser tomados por un nuevo "eje" de la ultraderecha.
Mientras esto ocurre, en España nos gozamos con deportes, fallas y sanfermines, con ferias y festejos, con playas y cervecitas, riéndonos de olas de calor y tormentas, de extremismos y secesionismos en todos los niveles, de los separatistas leoneses y las monjas cismáticas preconciliares.
La semana pasada, durante un zapping, se iban acumulando quejas ciudadanas contra los políticos y la política. Diversos invitados en diferentes cadenas televisivas revelaban lo mismo: su hartazgo y repulsa ante un sistema que se despreocupa de lo que ocurre, de los problemas reales de la ciudadanía, para recrearse en esa melé continua y disparatada que es la política española.
¿Son conscientes nuestros parlanchines políticos de que ese es el principio de la atracción populista? ¿No se dan cuenta todavía que la ultraderecha vive y crece de la ineficacia de los grandes partidos, de su lucha continua y sin fruto?
La primera parte la tienen ya: el fraccionamiento. Empezó reivindicándose como "indignación", declarándose "antisistema" porque, decía, el "sistema" no funciona. Consiguieron hacerse un hueco cada vez mayor ante la pérdida de votos, que no es sino la traducción de la pérdida de confianza. Ya tenemos ultraderecha de la ultraderecha, como nos ha mostrado en las europeas algo que se ha hecho llamar "¡Se acabó la fiesta!" y que ha conseguido colocar tres picas en el Flandes europeo. Pero esto tampoco ha servido de aviso. Que un "no partido" logre esos resultados debería preocupar y cambiar ciertas tendencias. No lo ha hecho.
Debería preocupar cómo los ultras se hacen con el voto joven, el más visceral, el menos informado y analítico. Pero el voto joven se acaba haciendo mayor con cada elección, va sumando y llegando así a números preocupantes. A las fuerzas ultras les basta con mantener su radicalidad, su negación continua del sistema y dejar que se escuche el espectáculo bochornoso de las fuerzas históricas, de las que han tenido un papel esencial en la configuración de la Unión Europea, que se ven acorraladas por su propia estupidez, por su incapacidad de salir de su propia desidia repetitiva.
¿Llegará el momento en que se den cuenta que es más lo que comparten que lo que les separa, que tienen intereses en la estabilidad del sistema y no en su voladura? Que los dos grandes partidos se pongan de acuerdo en un sistema para mantener independiente el poder judicial no solo es básico sino que debería ser normal. Sin embargo, ha sido una pieza del juego político ante la imposibilidad doble, metafísica y genética, de ponerse de acuerdo ante el temor, como ha sucedido, de ser acusados —a derecha e izquierda por los ultras— de débiles y de ser poco fiables, de ser traidores a sus votantes.
La estrategia presionante es sencilla, previsible y aburrida. Es sencilla de romper si se enfrentan a sus propios fantasmas. Ver los efectos que ha tenido y tiene en Europa debería ayudar.
* "PP y PSOE mantienen las distancias tras el acuerdo para reformar el CGPJ" RTVE Play 30/06/2024 https://www.rtve.es/play/videos/telediario-fin-de-semana/pp-psoe-mantienen-distancias-tras-acuerdo-para-reformar-cgpj/16168796/
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