Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Hay que distinguir "delitos" de "feas prácticas", de cosas que no se deben hacer, aunque se trate de vacíos, de huecos. A veces las "feas prácticas" son peores que los delitos. Cuando uno comete un delito, es responsable de él y de sus consecuencias. La línea es clara. Pero cuando son "feas prácticas" las que se producen tienden a involucrar a otros que no necesariamente participan de forma consciente. En las "feas prácticas" no hace falta que participe uno directamente. Se puede "suponer", "insinuar", "hacer creer" que alguien está detrás, más o menos, cerca o lejos, que en algún momento el mensaje llegará o simplemente les hacemos creer que llegará, aunque no llegue.
La respuesta
correcta no es la censura de los medios, sino la clarificación sin medias tintas,
que quede claro todo lo que deba quedar y un plus añadido para que no queden
dudas.
Cuando las cosas llegan al límite y aclarar no es suficiente es cuando decimos "que hablen los jueces". ¿Pero qué hemos hecho con los jueces? Dividirlos, clasificarlos en "progresistas" y "conservadores", anulando así su verdadero poder, la neutralidad, que es lo que garantiza su capacidad de decir y ser respetado.
Ahora
vemos las vergonzosas consecuencias de esta división del poder judicial, de
esta clasificación que les acerca a lo peor de la política, al partidismo
belicoso. Los ataques a los jueces se multiplican precisamente porque se les
supone como partes interesadas al servicio de los grupos. Con esto se anula
también la confianza de los ciudadanos en las leyes ya que muchos consideran
que no son neutrales, que es lo que se le exige a la Justicia.
Llevamos demasiado tiempo en España con los
jueces en candelero, lo que no es bueno para la confianza ciudadana.
También se ha creado un galimatías incomprensible de las actuaciones judiciales con condenas que aparecen y desparecen, con delitos que ya no lo son. Nadie entiende que se condenara a alguien y ahora salga tan tranquilo. ¿Cómo funciona esto? ¿Qué pasó con la cacareada ley del "solo sí es sí"? ¿Quién se responsabilizó de una chapuza que sacó antes a la calle a acusados de violencia de género para estupor de sus víctimas, indefensas de nuevo?
En
medio de este caos que lo único que hace es perjudicar a la credibilidad
institucional una vez que la política ha perdido la suya por sus actuaciones
continuas en todos los niveles, del ministerial al municipal, donde surgen todo
tipo de denuncias por prevaricaciones y tráfico de influencias, el presidente
del gobierno levanta el dedo acusador señalando a los medios, diciendo qué es
ahí donde debe empezar la "regeneración democrática".
No solo es demagogia, sino que se hace en el peor momento para el propio presidente y, por extensión, para el propio gobierno, que se ve arrastrado a la "causa familiar". No sé quiénes son los asesores del presidente (espero que distintos a los de la presidencia), pero no están haciendo ningún bien a la familia Sánchez, tampoco a la familia política ni al resto de los ciudadanos, que podemos empezar a sentirnos con diferentes actitudes hacia lo público.
Hay que
ser muy ingenuo (se pueden utilizar otros términos) para pensar que la familia próxima se puede dedicar a
cualquier tipo de negocio. Hay que ser algo más que ingenuo para pensar que
esto no tendrá consecuencias, sobre todo en la imagen pública y que si no se
corrige inmediatamente no llegará demasiado lejos.
Los
asesores de Sánchez optaron por otra vía: llevarlo a primer término y hacer
causa de ello. Pero eso solo se puede hacer si se pone sobre la mesa todo
aquello que deshaga cualquier equívoco y no con el silencio por toda defensa,
además de acusar a los medios de ser los que expanden el "fango". Es
el presidente mismo el que lo ha llevado a los titulares.
La
consecuencia es que la crisis crece, las acusaciones aumentan y las
especulaciones son inevitables en este ambiente bélico de la política. Sánchez
se atrinchera en silencios y cartas absurdas y narcisistas que solo agravan la
cuestión.
El principio
es sencillo. Cuando uno se presenta a presidente del gobierno lo hace toda la
familia. Se supone que la decisión se toma por todos y habrá quien se
sacrifique. Pero esa palabra, ese concepto, no parece prosperar y algunos tienen
la tentación de hacer lo contrario. Hay muchos casos sobre la mesa,
desgraciadamente. Los casos de información privilegiada, de tráfico de influencias, prevaricación, etc.,
nos asaltan cada día.
Pero las "apariencias" van más allá: no se puede decir que se va a "regenerar" la democracia cuando estás en mitad de una crisis institucional (es la presidencia) y personal (es tu familia). Sencillamente, suena a otra cosa. Y no solo no arregla nada, sino que tiñe todo con un poco más de oscuridad. Eso hace a Sánchez débil dentro y fuera, por mucho que se mueva de un lado a otro.
No sé dónde está la culpabilidad o la inocencia, pero sí sé dónde está la imprudencia. Hay "presunción de inocencia", pero no hay "presunción de imprudencia", ya que es un agujero en el que se mete uno solo. No sé si hay "tráfico de influencias", pero sí de imprudencias y Sánchez está jugando con fuego.
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