lunes, 6 de marzo de 2023

Gas en las escuelas femeninas

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Las intoxicaciones en las escuelas iraníes es una de las grandes infamias del integrismo islámico en cualquiera de sus versiones. Las insinuaciones del régimen iraní de que lo han realizado los "enemigos de Irán" es solo el complemento propagandístico necesario para intentar distanciarse de los hechos, reprobables desde cualquier perspectiva.

Una vez más queda demostrado que los acontecimientos que se repiten en diversos puntos del planeta no son casuales: se trata den todo ellos de impedir la educación de la mujer. Esto se realiza con atentados como el realizado en su día contra Malala, los matrimonios infantiles, los encierros de las mujeres en casa como en Afganistán o como los ataques realizados contra las escuelas en Irán. Todos ellos son formas en las que el fundamentalismo islámico se ceba contra ellas.

En todas sus versiones se parte del principio de la maldad congénita de la mujer, que debe ser vigilada, controlada y reprimida para evitar que se produzca la destrucción total de la que ella sería la chispa. La educación daría armas a las mujeres para sacudirse la vigilancia y ganar poder. Es la versión antifeminista en el mundo del integrismo.


La idea de que Dios dio esa responsabilidad de vigilancia al varón sobre la mujer es poderosa porque permite la idea de superioridad de lo masculino sobre lo femenino, que queda reducido a cuidar del varón, darle hijos y placer.

Cuando la mujer adquiere educación tiene una perspectiva diferente del mundo, con los mitos patriarcales en retirada. Pero la educación le permite, sobre todo, autonomía. Puede crearse un destino diferente, sin la dependencia del varón, un destino propio.

De ahí la insistencia en evitarlo a través del matrimonio infantil y, en especial, con la carga de hijos desde edades muy tempranas, lo que hace que no haya tiempo para nada más y que todo se abandone para su cuidado. La mujer pierde la totalidad del control  sobre su tiempo. En los países en los que avanza la educación femenina, la edad del matrimonio se retrasa y también lo hace la del nacimiento de los hijos.

En estos meses últimos Irán trató de evitar que ocurriera lo que estaba pasando en Afganistán, que las mujeres salieran a la calle a defender sus derechos. Como este tipo de reacciones tienden al exceso, se produjo la muerte de la joven que llevaba "mal colocado el velo" debido a la brutalidad de sus detención. Esto sirvió para lo contrario de lo que se buscaba, lanzando a las mujeres a las calles a protestar.

El siguiente paso tras la represión en las calles ha sido esta campaña de lanzamiento de gases tóxicos en las escuelas de niñas, que han tenido que ser atendidas por cientos en los hospitales.

Ningún tipo de política podrá mantenerse sobre este principio de enterramiento social y cultural de las mujeres. Solo puede recurrir a la fuerza, es decir, a la represión y al oscurantismo. Ningún país que se sustente en estas prácticas puede aspirar a tener un futuro digno de llamarse así. Su vida no es más que un intento de regreso a un pasado mitificado, antinatural, como el preconizado por el mundo salafista, una petición de regresos a la época de Mahoma, considerada como una "edad de oro", el momento histórico de la perfección.

El fundamentalismo integrista considera cualquier desviación de ese momento histórico como una alteración de la ley divina, del mandato de Dios, algo que solo puede ser rechazado y castigado por el creyente. Es un mundo donde las mujeres solo tienen una perspectiva de sumisión y donde la misoginia es el motor.

Esta rebeldía para la autoformación de las mujeres tiene un coste en vidas en todas partes. Incluso en los lugares en los que los derechos de las mujeres están en primera línea, siguen siendo víctimas de esa memoria patriarcal que hace que algunos consideren una transgresión del "orden natural" adquirir educación, acceder a puestos de trabajo con responsabilidad, la acción política, etc.

Lo ocurrido en Irán es una de las acciones más reprobables de estos últimos tiempos. El momento y el lugar, la escuela de las niñas, muestran con claridad qué ven como peligros los fundamentalistas tras los atentados. Las imágenes de las niñas siendo asistidas en los hospitales por las intoxicaciones no pueden ser más claras sobre los objetivos.

Los tiempos de la obra "Leer Lolita en Teherán", de la escritora Azar Nafisi, han vuelto. Conforme las mujeres planten cara con más rotundidad, las acciones represivas contra ellas se harán más frecuentes. Y contundentes.

Como ya se mostró en la Primavera Árabe, las mujeres son necesarias en la transformación social, en la creación de un futuro real. Esto no es un futuro, sino una fantasía cruel que deja a las mujeres encerradas, alejadas de la vida real. El integrismo, por el contrario, es barbarie y estupidez, como la de aquel egipcio en Estados Unidos que veía el COVID como una bendición divina porque así las mujeres llevarían el rostro cubierto por las mascarillas, como debía ser siempre. Los que hoy lanzan gases en las escuelas de niñas actúan, piensan ellos, como extensión de la mano de Dios.

Hay interés en determinados países islámicos en volver, en retroceder en lo poco o mucho que se haya avanzado. Saben que de esta forma los varones se sentirán parte del poder porque contribuyen a mantenerlo, que es necesaria esa ficción piadosa para mantener la integridad del sistema. La idea del control de las mujeres por la ignorancia, por los matrimonios tempranos, etc. les beneficia, les convierte en amos, aunque sea en la miseria. De esta forma,  esta falsa piedad cubre sus vergüenzas.

Es importante que las mujeres de Afganistán, de Irán, de cualquier otro país en las mismas circunstancias de represión y retroceso no se sientan olvidadas por el resto del mundo. Es necesario que para continuar su lucha se sientan reconocidas, apoyadas desde el exterior. Ha habido y hay demasiados intereses que consideran que esto es "cultural" y que se puede dejar de lado mientras se negocian otras circunstancias. Es un gran error y, sobre todo, una enorme injusticia.

El mensaje no admite ningún tipo de error interpretativo: las niñas, las mujeres fuera de las escuelas. No son su territorio. El suyo es la oscuridad de la casa bajo la atenta mirada del esposo, del padre o del hermano. La educación, dicen, les hace abandonar sus deberes, sus obligaciones marcadas por Dios.  En realidad, el miedo es a que las luces hagan salir a muchos de la oscuridad en la que viven, que se vean los hilos de las marionetas.

Van a resistir los ataques. Su intensidad muestra el miedo que tienen a que un día las mujeres sean capaces de ofrecer una resistencia inteligente que los deje desarmados, desnudos en su barbarie.



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