Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La
imagen que me viene a la mente cuando escucho, veo y leo las noticias sobre la
política española es la del Titanic hundiéndose y los náufragos luchando por
agarrarse a unas tablas, arrastrándose hasta el fondo unos a otros. ¿Son
conscientes de que con sus luchas constantes nos arrastran a todos?
Mucho me temo que son como esas historias en las que los hechos se han convertido en mitos, por un lado, y en disputas cuyo origen se ha olvidado y se han transformado en costumbre en rutina. Muchas cosas se niegan simplemente porque vienen del otro, algo que obliga a estar constantemente subidos en la ola de la negación. ¿Son conscientes de este espectáculo? ¿Son conscientes de que las personas que votan a unos y otros están sobre el mismo mapa, sobre el mismo territorio?
Los
efectos de esta lucha son la desmoralización social en unos, la radicalización
en otros. Y no solo no frenan la desvergüenza sino que esta crece hasta hacerse
asfixiante. La esperanza de que el otro se hunda en un escándalo de que no
puedan escapar, el "escándalo definitivo", el súper escándalo que
acabaría con todos los demás dejándolos empequeñecidos, alienta la esperanza de
la discusión. Sin embargo, ese súper escándalo siempre podrá ser superado
porque los que realmente están mostrando es que los sinvergüenzas siempre tendrán
un pequeño resquicio por el que intentar salir, que tratarán de evitar que los
escándalos sean demasiado visibles.
El daño social que todo esto causa es el del mal ejemplo, una verdadera lacra en la mentalidad española. La ejemplaridad es esencial en un país en que sus dirigentes solo discuten. Solo escuchamos de ellos la lucha constante, el ataque. Y una sociedad se construye buscando la armonía, no dividiéndola por la mitad, manteniéndola día y noche en el conflicto, en ausencia de proyectos comunes.
La consecuencia
que sacan muchos es que no hay "sociedad", solo un campo de batalla
en el que la idea misma de comunidad es cuestionada porque atrae votos, donde
no hay un respeto a ninguna institución o símbolo, donde te puedes negar a saludar
al jefe del Estado o puedes retirar la bandera nacional porque "te molesta
detrás". Son solo algunas de las cosas, muchas, que tenemos cada día ante
nosotros, como un espejo de malos ejemplos, ejemplos de falta de sintonía, de
ausencia absoluta de sentido de comunidad. Una a una estamos machacando
nuestras instituciones, de los jueces al parlamento. Los estamos negando,
contaminando, destruyendo.
Y el
español de a pie reacciona a esto de diferentes formas. Unos se van hacia los
extremos, convencidos de que en la radicalidad está la solución. Otros
simplemente se van, desconectan. Van a lo suyo, en sentido estricto. Muchos de
ellos acaban en el "pa' la saca", grito de guerra de parte de una
generación que no tiene más que ejemplos negativos y que se vuelca en formas de
olvido, de matar el tiempo, buscando lo único que cree, en el beneficio propio.
Se trata, piensan, de saber quién llega antes al botín, antes de que otro se lo
lleve.
Los
problemas reales (la salud mental, el desempleo, los bajos salarios, la
violencia de género...) se escapan entre el ruido reinante. Se les dedica unos
minutos de silencio, unos reproches mutuos, una queja por la falta de recursos.
Mientras, las chapuzas ascienden, crecen ante nuestros ojos.
Ya sea
por una cosa o por otra, la chapuza pasa estar ante nuestros ojos sembrando
división y desconcierto, lanzando basura en todas direcciones, como ocurre con
la cuestión de la "Ley del solo sí es sí", que estallará finalmente
con toda su parafernalia de negaciones y reproches mientras los condenados ven
cómo se benefician y recortan sus penas ante el terror de las víctimas. Otra
muerte nos esperaba esta mañana en las noticias. Otra persona, "mal
evaluada", considerada sin riego, con la restricción de distancia
caducada, ha matado a su ex pareja delante de su hijo de seis años.
Somos el país que toma más cantidad de ansiolíticos. Apenas dedicamos atención médica a los pacientes porque se reduce el personal y aumentan las demandas de asistencia. Mientras, los políticos acusan a los sanitarios de "hacer política" cuando protestan.
¿Hay
límites a esto? Por lo que vemos, la crisis aumenta. Los analistas de la
política nos señalan la causa: hay elecciones próximas. ¿Tiene esto lógica?
Puede que nos dé cierta explicación, pero no podemos considerar que esto es
realmente política cuando lo que hunde es el funcionamiento del sistema, mina
la credibilidad en todos los niveles, se sitúa al borde del escándalo,
arrastrando a todos y mostrando un bochornoso espectáculo.
Lo peor
es que no hay forma de que ese necesario desde hace años "pacto de
estado" se produzca. No se trata de un "pacto de silencio", sino
justo de lo contrario, de la posibilidad de que los partidos establezcan
medidas de control similares para evitar que se sigan produciendo esta sangría
constante de la credibilidad del sistema político.
Mientras no se den cuenta de que esto les afecta a ellos —a todos— y que nos afecta a nosotros, votantes, ciudadanos, personas; mientras sigamos viendo este espectáculo continuo y creciente, seguiremos en declive en muchos sectores para los que es necesaria la credibilidad, la confianza o, simplemente, poder mirar las noticias sin sonrojarse.
La inestabilidad genera inseguridad y esta acaba produciendo estrés. Los jóvenes por su alto paro; los adultos por el riesgo de sus pensiones, por el entorno cada vez más agresivo que perciben ("no soy tonto, soy mayor", por ejemplo). Estamos vaciando la llamada España vaciada sin que nadie ponga remedio. Se van los centros de salud, los bancos, las escuelas... los que quedan son olvidados. No es la España de todos por la que se preocupa la clase política. Solo por el destino de sus votos en el momento adecuado. No es de extrañar que crezcan las enfermedades mentales en toda la población, que aumenten los delitos, que crezca la violencia de género, que aumente el número de casos de corrupción en todas las esferas.
No es
solo una cuestión de honestidad. Lo es también de eficacia, de poder resolver
los problemas con las mejores soluciones. Para ello es necesario poder definir
los problemas y pensar que afectan a los ciudadanos, que estos esperan
soluciones, no reproches, insultos, etc., todo ello estéril a los efectos que
nos interesan, su solución y no la erosión que el político busca en el otro
pensando en elecciones futuras.
La
"nueva política" no ha traído lo que se esperaba, sino más conflicto,
más agresividad y la incapacidad de resolver muchos problemas que se prefiere
mantener abiertos para lograr un mejor provecho. En realidad, no hay vieja o
nueva política, sino solo una: la que considera que su trabajo es ofrecer
soluciones a los problemas de los ciudadanos y no lo contrario, crearlos.
Seguro
que hay personas que están hartas de que su trabajo sea dinamitar
constantemente cualquier posibilidad de acuerdo, de entendimiento, de trabajo
en común. ¿Son tan distintos nuestros mundos que no nos podemos poner de
acuerdo en nada? Me resisto a pensarlo y veo los ejemplos en la vida cotidiana,
en el día a día, donde los esfuerzos se dedican a otras cosas. Pero también veo
cómo el mal ejemplo va descendiendo, ocupando espacios, buscando
"poder", arrastrando.
Hay que pedir soluciones a los políticos. Soluciones y actitudes, menos jugar con los miedos y una orientación diferente de la política, que veamos en ella positividad y no un estado de constante miedo por el futuro. Los indicadores no son buenos y nos avisan de un mundo complicado, un mundo de depresiones y conflictos, de chapuzas.
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