Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Una vez
más, Trump ha conseguido los titulares del mundo. Eso le produce un inmenso
placer personal, pero hunde cada día más a los Estados Unidos. El discurso de
Trump —con todas las cadenas televisivas mundiales retransmitiendo— decía lo
esperado. Lo sorprendente eran los aplausos que lo acompañaban y los éxtasis
que le provocaban. Tras la presentación increíble del vicepresidente Pence,
Trump irrumpió en el jardín de la Casa Blanca ante un público entregado. La
escenificación resultaba pretenciosa, un lamento contra los abusos históricos
que los Estados Unidos han padecido en su inagotable bondad y generosidad ante
la falta de un liderazgo realmente
americano.
Esta
vez el mundo no ha querido que Trump convierta en oro chapado lo que no es más
que cartón piedra. Nadie ha querido que el presidente de los Estados Unidos
interprete sus palabras como un gran éxito que deja al mundo a sus pies. Nunca
el país ha estado más aislado ni más criticado por sus decisiones. La lucha
interna tiene su prolongación en el exterior. Hasta Macron se lo ha dicho en
inglés para que no haya dudas ni errores de traducción, argucias habituales.
El
diario El País titula sin florituras, "Rotunda condena internacional a la
retirada de EE UU del Acuerdo de París". En el artículo se recogen las
intervenciones condenatorias de diversos mandatarios:
El presidente francés, Emmanuel Macron, ha
afirmado que Donald Trump ha cometido un error para los intereses de su país y
para el futuro del planeta. "EE UU le ha dado la espalda al mundo",
ha dicho en una discurso televisado en inglés que ha finalizado parafraseando
al presidente estadounidense: "Hagamos el planeta grande otra vez (Make
our planet great again)".*
Pese a
haber repetido a los norteamericanos que su gira mundial (laica y monoteísta)
había sido un éxito sin precedentes, Trump recoge lo que siembra y han dejado
aparte las consideraciones que hasta el momento se han tenido por respeto a la
presidencia y al país. Lo mismo que ha ocurrido en los Estados Unidos, el mundo
empieza a tratar a Trump como se merece, más allá de las danzas saudíes con
espada al hombro. Ya las ironías, además de Macron, empiezan a ser generales.
Juncker es citado también por El País:
El presidente de la Comisión Europea,
Jean-Claude Juncker, también ha manifestado su malestar. "Es una decisión
seriamente errónea", ha tuiteado. En unas declaraciones grabadas Juncker
afirmó: "Intentamos explicárselo [el acuerdo de París] al señor Trump de
forma clara con frases cortas en alemán en Taormina". Con esta frase hizo
reír al auditorio y añadió: "Parece que el intento no tuvo éxito",
remachó.*
La
ironía de Juncker es una pequeña compensación psicológica ante el desastre que
ha provocado —uno más— Trump con sus decisiones y su falta de comprensión del
mundo. Trump es Trump. El problema sigue siendo el movimiento que le ha alzado
hasta el lugar de las decisiones. Más allá de la estúpida y sentimental
retórica de su "amor por los mineros del carbón" (también amaba a Wikileaks) están los hechos
graves del negacionismo.
Una
cosa es una estrategia política o una opinión y otra es la negación de los
hechos. La preocupación de la revista Scientific American en septiembre de
2016, que recogimos aquí, por la posible elección de un presidente que sostiene
que el cambio climático es un timo, que las vacunas producen autismo, etc. etc.
se ha convertido en una situación aterradora para el mundo. Trump es la
subversión de los hechos y su desaparición tras una capa de demagogia en la que
es apoyado por una serie de grupos de oscura adscripción y filiación, que van
desde las lecturas de Julius Evola (como en el caso de Bannon) hasta el lobby
de las armas.
El artículo de Bill McKibben, fundador de 350.org —un grupo
mundial de apoyo a las políticas para prevenir el cambio climático— y profesor
de ciencias ambientales no tiene dudas sobre cómo calificar lo dicho ayer por
el presidente: "Trump’s Stupid and Reckless Climate Decision"**. Escribe
en The New York Times:
Science first. Since the early 1800s we’ve been
slowly but surely figuring out the mystery of how our climate operates — why
our planet is warmer than it should be, given its distance from the sun. From
Fourier to Foote and Tyndall, from Arrhenius to Revelle and Suess and Keeling,
researchers have worked out the role that carbon dioxide and other greenhouse
gases play in regulating temperature. By the 1980s, as supercomputers let us
model the climate with ever greater power, we came to understand our possible fate.
Those big brains, just in time, gave us the warning we required.
And now, in this millennium, we’ve watched the
warning start to play out. We’ve seen 2014 set a new global temperature record,
which was smashed in 2015 and smashed again in 2016. We’ve watched Arctic sea
ice vanish at a record pace and measured the early disintegration of
Antarctica’s great ice sheets. We’ve been able to record alarming increases in
drought and flood and wildfire, and we’ve been able to link them directly to
the greenhouse gases we’ve poured into the atmosphere. This is the
largest-scale example in the planet’s history of the scientific method in
operation, the continuing dialectic between hypothesis and skepticism that
arrived eventually at a strong consensus about the most critical aspects of our
planet’s maintenance. Rational people the world around understand. As Bloomberg
Businessweek blazoned across its cover the week after Hurricane Sandy smashed
into Wall Street, “It’s Global Warming, Stupid.”
But now President Trump (and 22 Republican
senators who wrote a letter asking him to take the step) is betting that all of
that is wrong. Mr. Trump famously called global warming a hoax during the
campaign, and with this decision he’s wagering that he was actually right —
he’s calling his own bluff. No line of argument in the physical world supports
his claim, and no credible authority backs him, not here and not abroad. It’s
telling that he simultaneously wants to cut the funding for the satellites and
ocean buoys that monitor our degrading climate. Every piece of data they
collect makes clear his foolishness. He’s simply insisting that physics isn’t
real.**
La maniobra
de Trump no afecta solo a la salida del acuerdo. Los recortes en Ciencia, como
se señala al final, hacen perderse la evaluación del monumental error, algo por
lo que será recordado por la Historia, si no hace algo peor —algo de temer— en
los próximos tiempos.
La
contestación de las ciudades y estados no se ha hecho esperar. Como ocurrió con
la prohibición de entrada desde ciertos países musulmanes, la contestación se
ha iniciado. El equivalente a las ciudades santuario son ahora los estados que,
como California, se han apresurado a decir que se mantienen dentro de los
acuerdos de París, que siguen adelante con su compromiso por más que los
Estados Unidos de Trump salgan. También ciudades como Nueva York han
manifestado su compromiso con los esfuerzos para frenar el cambio climático. El
alcalde Bill de Blasio ha señalado, según cita la BBC:
"President Trump can turn his back on the
world, but the world cannot ignore the very real threat of climate change. This
decision is an immoral assault on the public health, safety and security of
everyone on this planet. On behalf of the people of New York City, and
alongside mayors across the country, I am committing to honour the goals of the
Paris agreement with an executive order in the coming days, so our city can
remain a home for generations to come."***
No creo
que se recuerde un movimiento de división más grande desde la Guerra Civil
norteamericana. Lo que Trump toca, se convierte en un abismo. No hay una
América en casi nada. Trump, lo hemos dicho, necesita de este enfrentamiento
constante en todo para realimentar su falta de ideas reales.
Tras su
intervención, las cadenas norteamericanas veías como sus panelistas discutían
con irredentos estrategas y asesores republicanos encastillados en sus
posiciones y siguiendo las veladas insinuaciones de Trump sobre la conspiración
contra los Estados Unidos. En su visión peculiar del mundo, todo es una conspiración de científicos, activistas y países extranjeros para arruinar el destino manifiesto de los Estados Unidos. Ese mensaje prende bien en las bases electorales que han sido cebadas con estas ideas durante una década a través de las redes sociales y las publicaciones "alternativas".
A lo
que asistimos es a una relectura conspiratoria de los textos que hablaban de la
decadencia del imperio americano, de su pérdida de influencia y su decaimiento como superpotencia. Sin embargo, la
estrategia elegida no hace sino acelerarlo al dejar a los Estados Unidos solos
en el mundo. La decadencia americana se impulsa por la negativa de los demás a
seguir las locuras de Trump en los económico, comercial, defensa y ahora el
cambio climático. Pronto, como han señalado Merkel y Juncker, además de otros
líderes de Europa, el mundo dejará de contar con los Estados Unidos. Parecía
imposible, pero van a tener que dejarle de lado y aprovechar para establecer
nuevos y más fiables lazos. Hasta la entusiasta Theresa May se está arrepintiendo de haberse vinculado a Trump y teme ser arrastrada por el peso de la amistad, que se está presentando turbulenta. Canadá ha sido firme en su mensaje,
El gobernador de California ha dicho que si el gobierno falla, serán los estados los que establezcan vínculos con el exterior, con países, empresas, agencias, etc. para poder defender el futuro del territorio y quienes lo habitan.
Frente a los aplausos de los republicanos (muchos ya están en contra) en el jardín de la Casa Blanca, surge un mensaje desde las calles. Lo que Trump ha traído no es
grandeza, es aislamiento.
*
"Rotunda condena internacional a la retirada de EE UU del Acuerdo de
París" El País 2/06/2017
http://internacional.elpais.com/internacional/2017/06/01/actualidad/1496350760_788673.html
**
"Trump’s Stupid and Reckless Climate Decision" The New York Times
1/06/2017
https://www.nytimes.com/2017/06/01/opinion/trump-paris-climate-accord.html
***
"Trump climate deal pullout: The global reaction" BBC 2/06/2017
http://www.bbc.com/news/world-us-canada-40128266
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