Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Me temo
que la afirmación de Theresa May de hacer algún tipo de "recorte",
"manipulación" o arte malabar con los "derechos humanos" ha
sido la gota que ha terminado de llenar el vaso de la paciencia británica. Lo que un día
comenzó de la mano con el presidente Trump ha terminado en una amarga
victoria electoral, en una estruendosa derrota política. La señora May ha
ganado unas elecciones y lo ha perdido todo.
Por
algún extraño motivo, nunca me he creído a Theresa May. Creo que hay una enorme
distancia entre lo que quiere aparentar y lo que realmente es, una pésima
estratega disfrazada de líder. Por eso este tiempo de observación de May ha
sido esencialmente de perplejidad por sus errores encadenados y un constante no acabar de entender. Se entiende a
Trump, por ejemplo, pero no se entiende a May. No se la entiende en el terreno
político, es decir, en función de los objetivos declarados.
Su
racionalidad de parvulario le impidió hacer una lectura dramática del Brexit,
quedándose en la circularidad del "Brexit means Brexit!" que, además
de una tautología, muestra una cierta planicie analítica. Sus discursos son
vibrantes, sus llamamientos a invadir
Europa pusieron en pie a los veteranos de la II Guerra Mundial que quedan
vivos, pero.... no ha conseguido nada más que mostrar la terrible debilidad de
su liderazgo, dejando Gran Bretaña empantanada.
La
comentarista de la BBC, Laura Kuenssberg, habla de un "juego político de
alto riesgo" al analizar el órdago lanzado por May al convocar las
elecciones, algo que no era estrictamente necesario y que, por ello, ha llevado
a primer plano su liderazgo.
No es
fácil ser una lideresa emprendedora. Y Theresa May está llena de ideas. Werner
Sombart y Joseph Schumpeter habrían considerado "destrucción
creativa" su tarea: destruir lo viejo para que surja lo nuevo. Pero lo
"nuevo" tiene riesgos, como se acaba de comprobar y lo destruido es
difícil de recuperar. Los economistas le habrían dicho que esa es la magia del mercado político, el riesgo.
Un tuit
en la página de la BBC recoge:
Former Tory Chancellor George Osborne reckons:
"Hard Brexit went in the rubbish bin tonight."
He tells ITV News: "Theresa May is
probably going to be one of the shortest serving prime ministers in our history."
Pura poesía futurista,
digna de Marinetti, acción sin barroquismo. Theresa Nay.
Es difícil encontrar una campaña peor que la realizada por
la primera ministra. La dimisión de David Cameron tras convocar un referéndum que perdió no le
enseñó nada. La cadena de errores, en mi apreciación, comenzó con su interpretación gloriosa del Brexit,
del que trató de hacer un desfile militar para doblegar a Europa, recuperar la
soberanía y amenazando con dejar de cooperar con la Unión dejándola sin información sobre
terrorismo y seguridad.
El Brexit fue un gran error y fracaso de la clase política
británica, como Cameron al menos supo reconocer con su dimisión. La política
quejumbrosa respecto a Europa de los políticos británicos, siendo el país que
tenía un mejor trato con su moneda, convirtiéndose en el centro del mundo
financiero gracias a su doble vertiente, puerta de entrada y salida de Europa. Una
confirmación de ese fracaso es la desaparición del UKIP, el principal
intoxicador de las relaciones entre Gran Bretaña y el resto de Europa. Los admiradores
de Putin y Trump pueden engañar una vez, pero no dos. Me imagino que la
perspectiva de un "atlantismo" de la mano de Trump habrá asustado a
más de uno. Y esa ha sido la apuesta de Theresa May, por absurdo que parezca. Otra víctima de Trump, "Mr Brexit".
Sus apuestas por la "seguridad" dejan mucho que
desear en una persona que fue ministra del Interior, que —como recordábamos
[ver entrada]— chantajeó a Europa con
la seguridad para negociar el futuro Brexit, una propuesta disparatada, falta
de ética e indigna de una persona de su posición, representando a un país. Desgraciadamente, los
atentados la pusieron en su sitio cuando los gobiernos europeos ofrecieron su
ayuda desinteresada para combatir el terrorismo. ¿Creía May realmente que alguien iba a aplaudir su acción?
Su intento de desviar la atención de la seguridad a
"Internet" —declaración solemne— cuando la gente moría en la calle
sonó ridícula y exculpatoria. Sobre todo porque venía de una persona que había
recortado policías en las calles y analistas de seguridad en los ordenadores.
La misma tardanza en la identificación de los ocho muertos y en la realización
de las autopsias —como bien sabe la familia del español Ignacio Echeverría—
demuestra que los recortes en los servicios son más contundentes de lo que se
pensaba. Sobre esto ha girado la campaña de Corbyn.
La última de las declaraciones que han llevado a Theresa May
a su amarga victoria fue la del recorte
en los Derechos Humanos. Con esa declaración, May se igualaba a los dirigentes
autoritarios que los manejan según su interés o simplemente los desprecian. Con
ello, May cruzaba una línea roja que ningún gobierno occidental debe cruzar
porque es el que separa una democracia de un régimen dictatorial. Con sus
palabras, May reflejaba la desesperación e intentaba de forma oportunista capitalizar
el sentimiento de indignación tras los atentados.
Que la solución al terrorismo sea que reducir los derechos
humanos —no se buscó eufemismo alguno— demuestra que May no ha estado a la
altura de lo que el Reino Unido buscaba.
En su mundo tautológico, May ha sido incapaz de entender la
complejidad de los sentimientos que tenía que barajar con Brexit, ofreciendo
alternativas absurdas, como el enfrentamiento con Europa en una retórica
belicista. Ya lo advirtió Jean-Claude Juncker cuando dijo tras su encuentro que
"May no vive en esta galaxia". El diagnóstico se fue confirmando.
Ahora no hay titular sobre las elecciones británicas que no
incluyan la necesidad de que Theresa May dimita. En sus propias filas, los que
la jaleaban y movían la cabeza en señal de aprobación, ahora la mueven en señal
de desaprobación. Son las miserias de la política. May, una lideresa de hierro,
se quebró en el primer envite. Los tiempos que corren ya no son para
"damas de hierro", sino para personas flexibles, capaces de
identificar un amigo de un enemigo de forma meridiana, que entiendan la
complejidad de las situaciones y que no traten de reeditar pasados gloriosos
sino futuros posibles en las mejores condiciones.
May, genio y figura, lanza un llamamiento a la unidad
después de haber desunido a todos. ¿Pero quién se va a unir a ella cuando el
mensaje de las urnas ha sido otro? Cualquier lectura es posible (la drástica reducción del nacionalismo escocés, el espectacular ascenso de los laboristas, el hundimiento del UKIP...) pero solo hay una cosa cierta: el fracaso de May.
Puede que Theresa May haya dirigido su última carga de la
Brigada Ligera, su última romántica y ciega batalla contra la dura realidad. Ahora queda la dura tarea de hacer un guiso con los materiales que han quedado, algunos de difícil combinación.
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