Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Los
montajes de Shakespeare en el Central Park son toda una tradición. Pero si se
monta la obra Julio César y se trae a
la actualidad, se viste de ejecutivos a los
senadores y a César se le caracteriza como a Donald Trump, con su penacho
amarillo y su larga corbata por debajo del cinturón, la tradición se convierte
en agria polémica. ¿Incitación al asesinato?, se preguntan algunos. ¡Defensa de
la democracia!, exclaman otros en un debate que confirma que Trump llegó a la
Casa Blanca, vio, pero no convenció. Como ocurrió con el musical
"Hamilton" anteriormente, se ha convertido en una pieza de artillería
contra un mandato que muchos consideran negativo para la democracia.
La
polémica surge también con otro hecho límite: el ataque armado contra un grupo
de congresistas republicanos que jugaban al béisbol hace apenas unos días. El
tirador, que pudo haber causado una masacre, era un ferviente anti-Trump, al
que acusaba de destruir la democracia. Como escribió un articulista tras los
hechos, esto es algo que todos podían usar contra el resto.
La
noticia surge esta vez en Central Park, de la mano de los actores y actrices
que representan a Shakespeare. En la crítica en The Washington
Post, titulada "When ‘Julius Caesar’ was given a Trumpian makeover,
people lost it. But is it any good?", firmada por Peter Mark, podemos leer
al final:
In an interview, Eustis told me that his goal
was intentionally political, that he saw in Caesar the earmarks of a kind of
tyranny that contemporary audiences would recognize. “The fundamental question
in ‘Julius Caesar’ is what do you do to protect a democracy when a demagogue is
threatening the thing that you love,” he said. When such questions arise, this
production vibrantly reaffirms, it’s always the right move to brush up your
Shakespeare.*
No se le escapará a los aficionados al musical
norteamericano que las últimas palabras se corresponden con la letra de otra
adaptación shakesperiana, Kiss me, Kate,
esta vez del gran Cole Porter con La doma
de la bravía.
Julio César es una
obra claramente política en el conjunto de la obra del dramaturgo. Desempolvar a Shakespeare es, por
supuesto, actualizarlo. Esa es la
función de los clásicos. Su eficacia es doble cuando la obra se completa con lo
que ocurre fuera del escenario, en la historia misma. Su eficacia se muestra
cuando comprendemos que cosas como la ambición, la lucha por el poder, son
constantes del comportamiento humano y que da igual el tiempo transcurrido. Esa
es la verdad de la obra, la que
reconocemos en la vida.
Pero actualizar a Shakespeare es una cosa y aprovecharlo
para la crítica del presidente de los Estados Unidos es otra, opinan algunos.
Afortunadamente, una buena memoria es parte del trabajo crítico. Peter Mark
recuerda:
A 2012 production of the play by Minneapolis’s
august Guthrie Theatre and the New York-based Acting Company presented Caesar
in the guise of a black actor who was meant to suggest President Obama. That
version aroused none of the anger and condemnations in the ultraconservative
media that have made the new Shakespeare-in-the-Park incarnation a target. So
much so that the aforementioned corporate partners of the Public Theater, which
stages free summertime Shakespeare in the Delacorte Theater, dropped their
financial support of the show.*
El aumento de las críticas tiene una razón clara: llueve
sobre mojado. Si Donald Trump y los suyos se sintieran seguros en sus
posiciones les importaría menos lo que ocurre en Central Park. Sin embargo les
afecta profundamente porque el arte cala más que otras formas más burdas. Poco
se esperaba Donald Trump que su reinado glorioso se haya convertido en una
especie de infierno en el que pese a su triunfalismo, va acumulando desastre
tras desastre. No creo que exista ningún precedente de alguien como Trump entre
los presidentes norteamericanos. Trump es un accidente. No una forma de azar,
sino un accidente, algo que ocurre cuando el entorno está muy deteriorado, como
le ocurre a la vida democrática norteamericana y de muchos otros lugares.
Por eso la escocedura shakesperiana es profunda y los
ataques a los que han montado la obra constantes. En la página web oficial del
teatro público neoyorkino podemos leer la siguiente nota:
Our production of JULIUS CAESAR is no advocates
violence towards anyone. Shakespeare's play, and our production, make the
opposite point: those who attempt to defend democracy by undemocratic means pay
a terrible price and destroy the very thing they are fighting to save. For over
400 years, Shakespeare's play has told this story and we are proud to be
telling it again in Central Park.
The Public Theater stands completely behind our
production of JULIUS CAESAR. We understand and respect the right of our
sponsors and supporters to allocate their funding in line with their own
values. We recognize that our interpretation of the play has provoked heated
discussion; audiences, sponsors and supporters have expressed varying
viewpoints ad opinions.
Such discussion is exactly the goal of our
civically-engaged theater; this discourse is the basis of a Healthy democracy.
#WeAreOnePublic
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Es un escudo contra los ataques y una declaración de
principios.
Escribe Oskar Eustis, el director de la obra, que llevaba 17
años sin representarse en el teatro de Central Park, que es una obra sobre la fragilidad de la democracia. En estos tiempos
en los que las democracias sufren escarnio de los que las ven demasiado
débiles, demasiado "occidentales", en que se potencian figuras
autoritarias por todo el mundo, no está mal recordar al César. Ha demasiado Julios sin grandeza, caricaturas
autoritarias.
La historia de la toma del poder por parte de Donald Trump requerirá
al menos dos partes, ascenso y caída, como en el "Arturo Ui", de
Bertolt Brecht, otro analista del poder. En ella, Brecht también se ocupaba del
ascenso de la demagogia, esta vez del nazismo. Fue escrita en Finlandia, en
1941, mientras esperaba el visado para entrar en los Estados Unidos.
La obra —La resistible
ascensión y caída de Arturo Ui— fue estrenada en España el 16 de octubre de
1975, con gran retraso por la censura, poco antes de la muerte de Franco. En el
texto introductorio se nos explica la intención de Brecht: contar a los
norteamericanos el ascenso de Hitler para que lo entendieran. Con este
objetivo, Brecht situó la historia del ascenso hitleriano en la sociedad
norteamericana, en un entorno conocido, en medio de gánsteres y políticos corruptos.
El texto introductorio nos explica: «No
puede tratarse aquí de denunciar a la Alemania del III Reich; eso ya lo hizo la
Historia misma. Creemos seguir la intención de Brecht, cuando nos planteamos
como meta el cuestionar, mediante una parábola realista (que es el medio
genuino del teatro) si el presente puede ser comprendido —y superado—.» Es el mismo planteamiento del montaje
del parque, la parábola que nos explica el presente. No se trata solo de
entender a Shakespeare —sea eso lo que sea— sino de entender el funcionamiento
del mundo en el que vivimos y lo que nos ocurre en él.
En sus palabras finales —en versión de Camilo José Cela,
nuestro premio Nobel— se deja clara la finalidad del arte teatral así entendido:
Respetable público: aprendamos a ver,
en vez de mirar como borregos.
En vez de charlar,
bla, bla, bla, bla, bla,
debemos actuar.
Lo que habéis visto estuvo a punto
de dominar el mundo
aún no hace tantos años.
Los pueblos terminaron por tener la
razón,
pero nadie puede cantar victoria
antes de tiempo.
¡Todavía es fecundo
el vientre que parió el suceso
inmundo!
Respetable público: aprendamos a ver,
en lugar de mirar como el cordero
que marcha al matadero.
La función del artista, teatral en este caso, es mantener
despiertos a los públicos, no solo durante la obra sino en el mundo, en la vida.
Para que no sean secuestradas las libertades, deben mostrarnos lo posible o recordarnos lo que fue para evitar que caigamos de
nuevo en situaciones no deseables. La defensa de la democracia, de las libertades de todos, es un riesgo y se hace un llamamiento activo, no a la violencia, como dejan claro en su nota los miembros del teatro, sino a despertar del sueño seductor y de la inacción irresponsable. Llamamiento a la violencia es la xenofobia y el racismo; vender armas y elevar muros; abrazar dictadores y felicitarlos por su labor. Eso sí es violencia. Lo otro se llama crítica.
El consenso sobre Trump es bastante amplio. En vez de buscar
la paz y la armonía, en apenas unos meses, Trump ha aumentado el riesgo global.
No vivimos en un mundo más seguro, sino mucho más inestable y armado. En la
Unión Europea no se desea ni verle y el mundo sufre por su negacionismo del
cambio climático. Ha deshecho los acuerdos construidos durante años, elaborados
por los propios Estados Unidos.
El deterioro de la imagen de los Estados Unidos —salvo en
los regímenes autoritarios, donde los gobernantes presumen de tener su apoyo—
es enorme. No es fiable para nadie y es objeto de críticas por todo el mundo,
desde sectores que defienden la Ciencia hasta lo que se ocupan del Medio
Ambiente o de los derechos de las Mujeres.
En cierto sentido, nadie es más teatral que Donald Trump. La
vida de Trump es su exterior, su carácter histriónico convierte su vida en un
escenario de una obra infinitamente más vulgar que la que Shakespeare contó. Si
alguien se anima a contar la suya será con tonos más cercanos a Brecht que a
Shakespeare. No debe esperar grandeza, ni tono elevado. Solo vulgaridad,
vulgaridad y vulgaridad.
* *
"When ‘Julius Caesar’ was given a Trumpian makeover, people lost it. But
is it any good?" The Washington Post 16/06/2017
https://www.washingtonpost.com/news/arts-and-entertainment/wp/2017/06/16/calpurnia-as-melania-octavius-as-jared-the-public-theater-goes-full-trump-with-julius-caesar-in-central-park/
** publictheater.org.
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