Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
¡Qué
fácil es llamar la atención! Antes "quedarse con la gente" estaba mal
visto; ahora es el objeto de bien pagados laboratorios, de expertos
internacionales y de gurús de la comunicación. Puedes estar durante meses preparando
un acto, una reunión, un discurso, décadas esperando un centenario, lo que
sea... y llega cualquier cantamañanas y se convierte en el centro de la
atracción por haber hecho lo que nadie esperaba.
¡Y cómo
caemos! ¿Qué es un buen discurso ante una camiseta chillona? ¿Qué es la
preparación de toda una vida frente a un peinado estrafalario? ¿De qué sirve la
oratoria frente al chascarrillo ingenioso o la onomatopeya chistosa? Cualquier momento solemne, serio,
cualquier acto riguroso se ve amenazado por la irrupción de la extravagancia. ¡Y se aplaude a rabiar! Se
envidia ese momento triunfal que te convierte en trending topic, que hace que tu peinado, tu camiseta, tu exabrupto,
tu nota discordante, tu vaso roto en la recepción, la tos que rompe el silencio,
el tropezón al borde de la alfombra de honor, el tirante del escote que se
desliza, sea el centro del universo. Todo ello es ya el oro de la información. Obsesionados, los medios nos avisan de que una foto, un nombre, el salto de la rana informativo... cualquier cosa es trending topic.
¿Tan
aburridas son nuestras vidas que ya solo llama nuestra atención el ingenioso,
el listillo, el trasgresor? Despreciamos la seriedad, el rigor, la experiencia,
en beneficio del espectáculo. No queremos personas inteligentes, solo fotogénicas.
O tan extravagantes que una nariz imposible, una boca con un solo diente, una
risa contagiosa, unos ojos insólitamente cruzados... nos dejan subyugados. Si
estás dispuesto a perder el pudor, la vergüenza, los papeles y los pantalones
si es necesario. ¿Por qué no presentar los Oscar en calzoncillos? ¡Claro! ¿Cómo
no se me ha ocurrido?
La
filosofía del sorpréndeme es peligrosa. Dice que es más importante el título
que el contenido del libro; dice que es más importante el peinado que lo que
hay en la cabeza. Se prefiere el ingenio a la idea, algo de lo que ya nos
habían advertido algunos clásicos. Para sorprender lo importante es un buen
peluquero, un buen sastre, un buen maquillador y, si hay que hablar, un buen
guionista.
El ascenso de los guionistas de esclavos de la profesión a niños
mimados es porque se valora el genio del que escribe para otros. Hoy, con
narices o sin ellas, el gran triunfador en la sombra sería Cyrano, que habría
sido aceptado como asesor en la pareja y se lo habrían rifado los demás
requiriendo sus servicios. ¿Qué era Cyrano sino un buen guionista?
La
sorpresa es la confirmación negativa de la rutina, porque la rutina es la base de la vida, del
día a día. Desde el siglo XIX, el aburrimiento es el monstruo oficial que todo lo
devora. Miramos al mundo y bostezamos. Solo los selfies parece que nos
conmueven. ¿Usted es de los que ponen morritos o de los que abren la boca y
guiñan un ojo? No hay tanta variedad, solo el fondo de la foto. ¿Recuerdan el caso de la
joven que se hizo un selfie con un suicida al fondo en el puente de Brooklyn?
Camus le habría dedicado una novela, La
turista, que habría superado a El
extranjero. ¿Pero quién lee ya a Camus? ¿Qué equipo le ha fichado?
Flaubert
nos anticipó que el mundo era un balcón que da a la plaza de un pueblo
aburrido, repetitivo, anodino, gris, angustioso. Ese balcón es el asiento del
aula en el que esperamos que nos entretengan; ese balcón la pantalla en donde esperamos alguna gracieta del
orador político de turno; es la página en la que esperamos la
anomalía, el niño que muerde al perro, el perro con cinco patas, a ser posible.
Hay
demasiado aburrimiento en el mundo. Increíblemente, estamos produciendo en masa
seres aburridos. ¡Con la de cosas maravillosas existentes, la de problemas pendientes
de resolver, las cosas que podríamos aprender! Pero, no. Queremos sorprender,
algo al alcance de los osados que saltan la rutina y nos sacan del letargo. Y si no es posible, ser sorprendidos. El masaje
es el mensaje. Probablemente ya ni eso: el mensaje es el mensaje. Pura función
conativa. ¿Para qué más? Despertar al otro ya es un logro, quizá el único
posible, la labor titánica. Cualquier profesional busca dar la nota en su campo, que se fijen en él, robar el plano.
Mientras
tanto tendremos que seguir con la inquietud de quién será el próximo que
atraiga nuestras miradas, que descerraje nuestros oídos, que libere una estruendosa
carcajada. ¿Un político, un escritor, un filósofo...? ¡Tristes tiempos de
fanfarria y penuria para quien no haya sido bendecido con el don de la
estupidez! Siempre con la boca abierta, por asombro o por aburrimiento.
¡Hummmm!
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