Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Puede
que sea un efecto óptico producido por los medios y su política de concentración para llamar la atención, pero parece que el mundo se encamina hacia una época
intransigente. Miremos hacia dónde lo hagamos, lo que se percibe es un
creciente sentimiento negativo en esa dirección. Incluso está empezando a estar
mal visto hablar contra ella, pues se confunde con una especie de ira que
encuentra su justificación en los agravios que hunden sus raíces en la noche de
los tiempos.
Me
entero esta noche que el gobierno de Hungría está pensando seriamente plantear
la pena de muerte en el país. No tiene bastante con el racismo y la xenofobia
el señor Orbán y ahora quiere la pena de muerte. El que no la quita es el
gobierno iluminado de Indonesia, que ha ejecutado a los que tenía pendiente. No
ha accedido a conmutar las penas atendiendo a las peticiones de los países
cuyos ciudadanos estaban en el corredor de la muerte esperando a que los
fusilaran, algo que se ha hecho ya.
Egypt Independent ya no nos trae la noticia de la
joven egipcia golpeada por quitarse el hijab. La noticia ahora son los ataques "reaccionarios"
que ha sufrido en su página de la red social. A muchos les parece bien y creen
que quien haya sido se ha quedado corto. Les hubiera apetecido una lapidación o
un linchamiento popular, como el de la pobre Farkhunda en Afganistán, a
instancias de un timador que no soportó que la mujer le recriminara su estafa a
los creyentes vendiéndoles amuletos de la fecundidad. Los
"creyentes", casi un millar, le agradecieron
el favor linchándola y quemando su cuerpo en el lecho seco del río, donde van a
parar las basuras. También hubo muchos que se ufanaron en las redes sociales
sobre lo valiente y justo de la acción.
Es
deprimente leer los comentarios que la gente hace sobre los comentarios que
otros hacen, etc., sobre las noticias del día. Cualquier información se convierte
en una infame gresca tabernaria virtual. Hay una irritabilidad que se puede
cortar en el aire.
¿A qué
es debido? Pues no lo sé realmente, con sinceridad. Podríamos establecer muchas
hipótesis y, como no hay forma de demostrarlas, enseguida tendríamos otra
bronca montada discutiendo sobre ellas.
Según
el diccionario, "transigir" es una muestra de debilidad: "Consentir
en parte con lo que no se cree justo, razonable o verdadero, a fin de acabar
con una diferencia". La verdad es que el diccionario no ayuda mucho. Con "tolerar"
ocurre poco más o menos lo mismo.
Creo
que lo que pasa tiene que ver con la palabra "acordar", que tiene
sentidos interesantes, como "conciliar" o "acercar" o
incluso el de "templar" o "armonizar" los instrumentos musicales,
que me parece una imagen bonita. "Acordar" el instrumento para que
suene armoniosamente.
La
metáfora de la "orquesta" ha sido utilizada en ocasiones para
referirse a la sociedad y la necesidad de su funcionamiento armonioso. Pero lo
que escuchamos hoy es una cacofonía constante fruto de la falta de acuerdos.
Parece que no solo falta armonía sino acuerdo sobre la melodía que debemos
tocar y que cada uno fuera a lo suyo.
La
intransigencia que vivimos hoy es activa. Busca ser, incluso, un rasgo de
identidad. Y buscamos personas intransigentes para que chillen por nosotros, en
nuestro nombre, allí donde sea necesario.
Hay
poca voluntad de analizar y sopesar, de encontrar posiciones comunes que
acerquen y sí la de exagerar las que distancian. La ira se ha profesionalizado; se teoriza sobre ella en másteres y
doctorados en los que se aprenden neurotécnicas, socioestrategias y demás
argucias para saber cómo aplastar al otro, cómo dejarle en ridículo.
Hace
unos días el diario El País titulaba "Los nuevos 'inquisidores' acechan en
la red". El comienzo del artículo era el siguiente:
El 19 de agosto de 2014, una joven periodista
y escritora se decidió a publicar en Twitter sus impresiones sobre el machismo
vigente en la sociedad española y empezó a enumerar situaciones de su "día
a día" que le parecían sexistas. Arrancó: "He ido a la biblioteca a
estudiar como todas las mañanas y el chico de enfrente me ha dicho que si
quería tomar un café". La shitstorm ("tormenta de mierda", como
la denominan los expertos) que provocó es de las más agobiantes que se
recuerdan. "Eres demasiado fea para invitarte a café", "Menos
biblioteca y más médicos para tratar tu retraso", "Tranquila, a ti
nadie te va a violar", "Invitarte a un café no lo sé, pero tirarte
cacahuetes seguro", "¿Cómo se conocieron tus padres? La única
hipótesis que barajo es que sean hermanos"... Son solo algunos de los
ejemplos menos ofensivos de entre las barbaridades que le dijeron durante los
siguientes días: millares de tuits, algunos con imágenes desagradables y de
sexo explícito. Ella borró su publicación pasados unos días, pero en su lugar
seguiría circulando el pantallazo de sus palabras, para poder mantener la orgía
de chascarrillos aunque ella no quisiera permanecer en el ojo de ese huracán.*
Que los
expertos llamen a algo "shitstorm" ya quiere decir algo. Cualquiera
que vea la prensa con cierta asiduidad comprende que no hay ninguna
exageración, que es esa fiebre del acoso intransigente —'inquisidores' no está
mal— al que cualquiera se puede ver sometido sin comerlo ni beberlo. Quizá esa vida virtual
que llevamos en las redes es un blanco muy apetecible para los millones de
psicópatas irresponsables que andan sueltos por el mundo.
Como
suele ocurrir en las cuestiones sociales, no es fácil distinguir el efecto de
la causa. ¿Son así y salen porque hay redes o son las redes las que les hacen
así? ¿Es el efecto multiplicador, el narcisismo que provoca, la mala baba
congénita, etc. lo que nos está llevando a este estado de coma moral hiperactivo
en el que muchos están? Las mejores causas se pervierten por los peores
comportamientos. Los partidarios "moderados" de cualquier causa noble
acaban escapando asustados en cuanto que empiezan a aparecer comportamientos
que les asustan.
Las
imágenes de una madre de Baltimore sacando a su hijo a mojicones y collejas de una
manifestación violenta han dado la vuelta al mundo y se han convertido en un
icono del sentido común. No ha sido precisamente un diálogo lo que hemos visto,
pero ya hablarían en casa. Se trata de acabar con un problema, no de
agrandarlo. La han nombrado "madre del año" y deja un preocupante campo abierto a las imitadoras que no entiendan bien lo que son casos de urgencia.
Los
partidarios de la violencia, la intransigencia, la intolerancia y el desacuerdo
avanzan. Van ganando terreno a las presuntas virtudes que se les oponen y que enseñamos poco. Si
no las recuperamos rápido, nos espera un futuro cuesta arriba.
Todavía la
noticia es la intransigencia: la gente se pregunta por qué hay inquisidores,
por qué se pega a una mujer y después se la insulta, por qué se le prende fuego
en otros lugares, etc. Pero llegará un día en que dejen de interesar estas
cosas porque las veremos normales y aburridas o porque disfrutemos con la
intransigencia, que dará nuevo sentido a nuestra pobre existencia.
Lo malo del aumento de la intransigencia es que te obliga a volverte intransigente con los intransigentes, porque no hay otra. Y si no tienes cuidado y mantienes una cierta armonía en el interior que es imposible que acabes mal. No es fácil mantener el buen rumbo en la tormenta de la intransigencia.
*
"Los nuevos ‘inquisidores’ acechan en la red" El País 27/04/2015
http://elpais.com/elpais/2015/04/23/ciencia/1429788932_491782.html
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