sábado, 11 de abril de 2015

Los Toretto

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Los seguidores de la serie cinematográfica Fast & Furious sabrán que, entrega a entrega, se va construyendo sobre la idea de familia a prueba de bombas. «Yo no tengo amigos; tengo "familia"», señala Dom en cuanto que tiene ocasión. Empiezas siendo un conocido, pasas a colega y de allí, si has superado las pruebas, te cambian el ADN y te hacen de la familia. Hasta el malogrado Paul Walker comenzó de poli infiltrado para acabar de cuñado. Los Toretto son una piña; delincuentes de buen corazón y un sentido familiar a prueba de baches. Allí caben de todos los colores y aficiones siempre que tengan el gen de la velocidad y el de la fraternidad.


Los políticos españoles no deben ir mucho al cine, desde luego. O van aver otras películas. El espectáculo al que estamos asistiendo en lo que llevamos de "sin campaña", "precampaña", "campaña" y, con toda probabilidad, en la "post campaña" empieza a ser realmente insólito por lo truculento y bronco. Lo único que comparten con la serie automovilística es aquello de "da igual que ganes por una pulgada o por una milla; ganar es ganar". Por lo demás, tonto el último.

En unos pocos meses hemos asistido a las luchas por las primarias. Después, algunos de los que salieron de esas primarias dejaron colgados a los que les habían elegido. Hemos visto recientemente personas elegidas que dicen que van por libre y que no tienen nada que ver con las siglas que van en los carteles donde aparecen. Asistimos últimamente a encuentros y desencuentros entre los que quieren encontrarse y los que no les apetece. Los hay que se fueron de un partido incipiente a otro con pretensiones y regresan ahora a los orígenes. Los hay que se van y los hay que los echan. Los partidos unidos se desunen y los desunidos lo proclaman como un valor de pluralidad Antes los nuevos se metían con los viejos porque no cambiaban; los viejos se meten con ellos porque cambian demasiado. Los que llegaron acusaban de inmovilistas a los que ya estaban; después llegaron otros nuevos y también les criticaron. Están los viejos, los nuevos y los novísimos. Y ya no quedan habas por cocer. La política se parece cada vez más a un reality, algo entre Gran Hermano y la Cocina del Infierno.

Esto hace que los guionistas de la política española estén absolutamente mareados. Se pasa de la comedia al thriller, del porno light al gore. Hasta el momento el guión aceptado era que los partidos viejos eran una familia a lo Corleone, cuyo debate interno era si dedicarse a las drogas o solo a la extorsión, eso sí, con su código interno. Los partidos nuevos, en cambio, eran prolongaciones afables del espíritu del pueblo que se manifestaban al ritmo de  "We are the world"  o "Give peace a chance", o sea, buen rollito. Pronto se vio que los recién llegados para cargarse a la derecha lo que se cargaban era la izquierda. Y que los que llegaban para cargarse a la derecha eran los atacados por la izquierda. Un lío.

Todo se ha complicado. Ya no se polemiza entre lo viejo y lo nuevo, sino entre lo nuevo y lo renuevo y entre los viejos y los avejentados. Se discute si los nuevos tienen ideas viejas y si es posible que los viejos tengan idean nuevas o simplemente ideas.
Y esto marea mucho a los medios, que ya no saben muy bien qué hacer con estos cambios. El tratamiento informativo de la política ya no sabe a qué género periodístico adscribirse y uno se encuentra tan pronto a los candidatos discutiendo por las imputaciones que por quién se queda con la "coleta".
No hay jefes seguros. A todos les crecen aspirantes, disidentes y hasta amigos. Ya nadie apoya porque sí, como antes, por solidaridad de siglas. Ahora está bien ser discrepante, porque el que más o el menos tiene colegas con un pie en el trullo y el otro en el juzgado. No te puedes fiar ni del tesorero. Especialmente de él.
Todo esto no es más que una distorsión (vamos a utilizarlo como eufemismo) causada por la forma de enfocar la política que llevamos años padeciendo. Una cosa es gobernar y otra hacer política; una cosa es hacer oposición y otra llevar la contraria. Hasta los nuevos opositores con aspiraciones de gobierno padecen los mismos males sistémicos que aquellos a los que critican. No pueden escapar a la maldición de los malos hábitos, de los que cuesta desprenderse, a las primeras de cambio afloran.


Hemos perdido la capacidad del diálogo excluyéndolo de vida política. Cuando digo "diálogo" quiero decir diálogo, no pactos, que es otra cosa. Lo ocurrido en Andalucía es bastante claro al respecto. Los pactos se hacen por necesidad; el diálogo es otra cosa, es un valor. No puede haber diálogo cuando se niega el derecho de los demás a pensar de otra manera.
En la sociedad la gente convive y dialoga. Hasta se casan personas que votan distinto; incluso no se divorcian. En una sociedad democrática los partidos no pueden estar llamando al miedo o a la toma de La Bastilla cada vez que haya unas elecciones. Se va subiendo el tono poco a poco y pasados unos años los otros son ya "enemigos del pueblo", el origen de todos los males, los demonios que hay que exterminar.


Sin embargo, la estrategia llevada por los partidos y sostenida por los medios de comunicación ha sido el trasladar la confrontación de la política a la sociedad. Cada uno ha obtenido su beneficio de esta polarización en términos de votantes o de audiencias. Pero esta forma de actuar es a la larga nociva porque lo que están padeciendo los partidos políticos y nosotros, como sociedad con ellos, es el desgaste que ellos mismos se han causado con sus políticas de negación.

Los partidos ya no explican sus ideas; dedican el 90% de su tiempo al ataque de los demás. Ni siquiera a sus programas. El problema de la "corrupción" que hoy padecemos no obedece a otra causa que la incapacidad de llegar a acuerdos para hacer más transparente el gobierno y los partidos. Han preferido atacarse a solucionar el problema. Cuando todos han tenido su "caso", el ruido se ha hecho ensordecedor. Cada uno grita y se rasga las vestiduras ante el contrario. Pero no se ha llegado a ningún acuerdo que nos deje tranquilos a los ciudadanos.
Desgraciadamente, los partidos cuentan ya más con la abstención de los demás que con los votantes propios. El desgaste causa abstención. Si todos se abstienen en la misma medida, se mantienen las proporciones. Antes muertos que sencillos.
En El País, José Lázaro, profesor de Humanidades Médicas de la UAM, escribe:

Un partido político, en la práctica, funciona como si fuese la mezcla de una empresa, un ejército y una Iglesia: necesita tener muy clara la diferencia entre sus clientes y los de la competencia, entre el soldado propio y el enemigo, entre los fieles y los paganos. Es lógico, pues de esa diferencia depende la cuenta de resultados, la victoria o la derrota, la salvación o la condena electoral.*


Sinceramente, creo que es este pragmatismo cínico el que nos ha llevado a donde nos ha llevado. Aceptar que los partidos son todas esas cosas, ninguna de las cuales entran en el ámbito de la política. Eso está muy bonito en seminarios de liderazgo, esos que han hecho la mitad de los imputados, defenestrados, etc. de la política española, en donde han aprendido esas cosas mientras miraban el reloj por si llegaban tarde al squash y no tenían dónde aparcar la moto. Es de todas estas ingeniosidades analógicas de donde salen la mayoría de nuestras desgracias, de gente que si esto es la guerra ellos son generales; si es una empresa, los directores generales; y si es una iglesia, de cardenal para arriba. ¡Faltaría más! Es decir, malos empresarios, horribles generales y pésimos propagadores de la fe, la esperanza y la caridad. Me quedo con los Toretto, que se les ve venir.
También en El País, por la pluma deslenguada de Luz Sánchez-Mellado, se ha descrito algo de este espectáculo de los partidos con el título acertado de "La familia y otras alimañas". El repaso rápido a la situación de estas familias políticas es bastante deprimente y ni el sentido del humor logra compensarlo:

Ahora, para familia desestructurada, la de Unión, Progreso y Democracia. Yo, si fuera amiga de Rosa Díez, le diría que el despecho no le favorece nada. Que lo de que tus chicos se vayan con otro más joven y con más posibles está más visto que la casa de Terelu. Tanto, como lo de hacer que todo va como la seda. ¿No han sonreído durante décadas para la foto la pareja senior de La Zarzuela y hemos ido nosotros y nos la hemos creído? Al final, los más normales van a ser Hormigos y Atahonero. Que conste que yo no le quito el tul ilusión a nadie. Pero ya lo dice una íntima mía abogada de divorcios: vosotros pasad por vicaría, ilusos, que ya pasaréis por caja.*


Sí, demasiada desestructuración, demasiada foto haciendo el paripé. Y si fueran desavenencias ideológicas, diferencias de criterio, se podría entender. Pero me temo que son más bien las estrategias electorales, es decir, qué hacer para no encoger, las que determinan esta cosas. Aquí nadie se renueva porque toque o para mejorar, sino para sobrevivir, que es lo más penoso. Parece que no fallan las ideas, sino la fotogenia.
Mientras los partidos funcionen así, los nuevos, los viejos y los renuevos, no será fácil sacar a la política española de este espectáculo de corrala que nos tiene aburridos, desesperanzados y al borde del parchís, que es mi representación personal del abismo existencial, como para Luis Buñuel era la brisca.
Cada día me siento más cerca de Pedro Duque.

* "Podemos llegar a ser ciudadanos" El País 11/04/2015 http://elpais.com/elpais/2015/04/01/opinion/1427887175_774217.html
** "La familia y otras alimañas" El País 10/04/2015 http://elpais.com/elpais/2015/04/10/estilo/1428686616_503355.html


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