Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Al leer
en el diario El País un titular como “La novela está muerta. Para entender el
mundo bastan Internet y el vídeo a la carta” uno puede llegar a pensar que el
mundo se ha llenado de personas simples. Es difícil encontrar mayor grado de
simpleza en tan pocas palabras, incluidas las campañas electorales.
El
titular sirve de entrada al texto de una entrevista con Michael Hirst,
guionista de series televisivas. Con la costumbre de titular de forma diferente
en las ediciones digitales, hemos llegado a ella mediante el no menos simple de
"Viven las series, muere la novela". En la sociedad del espectáculo,
la rotundidad prima. El razonamiento explicativo se considera una especie de
debilidad y, como nos repiten desde múltiples ámbitos, si no convences a
alguien en los primeros segundos, difícilmente le vas a convencer después. Quizá por
eso todo el mundo se esfuerza en ser rotundo, por temor a parecer débil. La
gente odia a los prolijos. Y dicen que es porque su tiempo es muy valioso, pero
en realidad es porque han perdido capacidad de concentración y el búfer se les llena pronto.
Los dos
titulares insisten en un punto: la muerte de la novela. Esto sería algo interesante
que discutir, pero ¿para qué hacerlo? Hay que dejar que los "hechos"
hablen por sí solos. La gente no quiere ideas; solo hechos. Y hechos son la
biografía de Hirst:
Hirst era el clásico aspirante a escritor
cuya vida dio un vuelco tras un encontronazo con un director de cine tan
interesante como poco comercial, Nicholas Roeg, y gracias al que descubrió que
escribir para contar una historia en imágenes podía ser tan satisfactorio como
hacerlo en un libro. “Empecé con el cine, pero las series son mejor. ¿Cuántos
libros vende un escritor corriente?, ¿3.000?, ¿5.000? Mi serie Vikingos se emite en 132 países, la ven
millones de personas y eso es lo que queremos los artistas, ¿no? Audiencia.
Además, ya nadie te paga por escribir un libro”. A sus 62 años, él es también
el guionista de Los Tudor y el
productor de Los Borgia, aclamadas
por su capacidad de entretener sin perder la perspectiva histórica.
Con su rostro pálido y su caminar lánguido,
Hirst tiene un aspecto inequívocamente inglés. Y gustos inequívocamente
británicos, como el de citarnos para una entrevista en un club privado, algo
que en otros países resultaría extraño, pero en Londres es bastante normal. Eso
sí, no nos lleva a cualquier club, sino al único que, según los entendidos,
merece la pena porque la mayoría se ha convertido en el destino de los que
quieren presumir de ricos y famosos, pero el Two Bridges sigue aceptando a un público heterogéneo y cuenta entre
sus miembros a muchos intelectuales. “Cuando vengo a Londres me gusta venir
aquí”, dice pidiéndose un café tras llegar en tren desde Oxford, donde vive con
su esposa y sus hijos. El lugar no tiene nada de especial, por dentro parece un
restaurante normalito aunque con solera, pero los camareros conocen a Hirst y
le saludan con familiaridad.*
El
señor Hirst merece todos mis respetos.
A lo único que le pongo algo de reparo es que se constituya en portavoz de los
artistas. Es simplemente un artista con éxito, una categoría que también habría
que explicar con detalle para no ser demasiado rotundos. No es mi deseo
criticar sus ideas, que le deseo que pueda madurar, a sus 62 años, en la
tranquilidad de su club británico. Uno de los difuntos padres de la difunta
novela, William Makepeace Thackeray, lo hubiera incluido sin duda en su Libro
de los Snobs, como "snob guionista de series". Es indudable que para
comprender el mundo hace falta algo más que "internet y el vídeo a la
carta", aunque quizá para comprender al señor Hirst sea suficiente.
Es
cierto que el cine le hizo mala prensa a la televisión y tendía a
ridiculizarla. Era la competidora que le hizo ampliar formatos y generalizar el
color. Era el aparato que pretendía que la gente se quedara en casa, mientras
que el cine había basado su negocio en salir a la calle y entrar en las salas o
incluso ir en coche, como en los "drive-in".
La
escala del prestigio reconocía al novelista (a los poetas y dramaturgos se les valora más que a ellos anteriormente), después al guionista de cine, después al
de televisión y finalmente estaba el redactor de guiones y textos publicitarios.
Dentro de los novelistas, claro, también había categorías. De los considerados
por la crítica seria a los vendedores de noveluchas
baratas, es decir, de Proust a Marcel la Fuente Estefanía, por decirlo así y
sin ánimo de ofender. El cine trató como tragedias las historias de los grandes
novelistas y poetas y como comedias las fantasiosas vidas de los novelistas de
tercera fila, aunque tuvieran éxito de público. La escritora romántica de Tras
el corazón verde (Romancing the Stone
1984) es un ejemplo de este tipo de personajes, como lo es el de la más
reciente y floja La isla de Nim (2008).
El
señor Hirst, en la tranquilidad del club londinense, se despacha a gusto:
Él va directamente al grano. “La novela está
muerta. Es un formato muerto. Pertenecía al siglo XIX y reflejaba la sociedad
del siglo XIX. Entonces había escritores maravillosos y había que leer novelas
para entender el planeta, y el amor, y la tragedia, y agrandar tu propia
existencia, pero ahora que el mundo es más pequeño basta con Internet y el
vídeo a la carta”. Así arranca la conversación con este guionista especializado
en temas históricos que dice devorar ensayos, pero al que difícilmente veremos con
una novela en la mano, al menos contemporánea. “La última gran novela que se ha
escrito es Cien años de soledad y
García Márquez ha sido el último gran novelista. Ya sé que suena radical, pero
es cierto, la novela es un género en decadencia”.
Lo dice un hombre contradictorio, que hizo su
tesis doctoral sobre Henry James, pero describe las series como “el mejor lugar
para un escritor del siglo XXI”, aunque confiesa no ver las que hacen otros:
“Para que no me influyan y me acusen de copiar”.*
Siempre
he tenido la teoría de que la novela (o cualquier otro género o arte) no está muerto. Los que se mueren son sus
lectores. El empeño académico en la Historia ha hecho que estudiemos las obras
(pintura, literatura, música...) como parte del pasado, es decir, desde el
momento de su producción y no desde el momento de su recepción. Por eso lo
percibimos como algo pasado, viejo, y no algo que está ante nuestros ojos a la misma
distancia que la novela que acaba de salir. Es nuestra manía clasificadora,
muy decimonónica, la que nos hace mirar las obras de esta manera. El mercado actual hace el resto: ¿para que perder el tiempo con
cosas que son de otra época? Nuestro sentido de la Historia tergiversa nuestro
disfrute del presente, que es acumulativo.
Quizá
el hecho de estar metido entre las historias de los "rudos vikingos"
para su serie le haya hecho perder cierta sensibilidad y modales a la hora de
tratar a los demás. Esos son los defectos del éxito y el dinero.
Para
disfrutar de las buenas series que hoy se realizan no es necesario despreciar
la novela y decir que ya no tiene que enseñarnos nada. El carácter pedagógico
de las artes es una cuestión discutida que me imagino que el señor Hirst, que
hizo su tesis sobre Henry James, habrá rozado en algún momento. Es cierto que
las artes educan nuestra sensibilidad
y producen una apertura hacia el mundo y los otros. Pero también es cierto que
las artes no son compartimentos estancos y que las personas estéticamente
educadas deberían ser receptivas en todos los órdenes y no transformarse en
fanáticos sectarios de unas artes frente a otras. Eso es un debate viejo —la
jerarquía de las artes— que no debería tener ya mucho sentido.
La prueba
más evidente la tenemos en el mismo diario El País, en donde hoy mismo se
ofrece otra información sobre las series, bajo el título "Diez películas
para entender 'Mad Men'". De la primera de ellas, Con la muerte en los talones (North
by Nortwest, 1959), se nos dice (siguiendo un calco de CBSNews, tal como
señalan los lectores):
La película de Alfred Hitchcock,
protagonizada por Cary Grant y Eva Marie Saint, se estrenó en 1959. Según
cuenta Matthew Weiner, fue una inspiración importante para el capítulo piloto
de 'Mad Men' porque "fue rodada en Nueva York en el momento en que tiene
lugar el primer capítulo. Yo había estudiado la película en profundidad en la
escuela de cine de la USC y absorbí gran parte de esa narrativa 'hombre
ordinario en circunstancias extraordinarias". Además, como señala Weiner,
Cary Grant da vida en ella a un publicitario que se ve obligado a tomar la
identidad de otro. Los últimos capítulos de 'Mad Men' arrancan en Canal +
Series el lunes 6.**
A
diferencia del señor Hirst, quien dice que no ve nada "para que no me
influyan y me acusen de copiar ara no copiar", el señor Matthew Weiner
tiene sentido del arte y las artes, de las interrelaciones que existen entre
unas y otras, y cómo aprovechar la riqueza de una obras universales sin que a
uno le acusen de plagiario. El artista verdadero —no solo el que vende mucho es
artista— produce en un campo, pero bebe en la totalidad, más allá del tiempo y
el espacio en el que le toca vivir.
Solo
hoy, gracias a esta forma unilateral y rotunda de establecer las artes, esta
forma excluyente basada en la tiranía promocional del producto y el mercado, se
puede pretender crear bebiendo de una
sola fuente. Es el error de muchos que creen que por beber de una única fuente
rinden un gran servicio al arte de su adoración. Nada más erróneo. He escuchado
a gente, con toda la tranquilidad del mundo y con orgullo infinito, que llevan
toda la vida leyendo solo "mangas" o viendo "animes", por
poner un caso. Como el señor Hirst a sus 62 años, sostienen que les basta para
comprender el mundo y satisfacer las demandas de su interior, poco exigente,
todo hay que decirlo.
La
última frase del párrafo citado anteriormente nos devuelve a la cruda realidad
del mercado. La información de El País nos remite a la programación de su
cadena televisiva dentro de esa interacción mediática en la que empiezas en uno
y acabas en otro. El drama cultural de todo esto es que esa confianza pregonada
en que "basta Internet y el vídeo a la carta" para entender el mundo
se repite por personas que, como el señor Hirst, hicieron su tesis doctorales
sobre Henry James. De esta forma privan del placer a los que ingenuamente le
creen. Al menos, el señor Hirst es sincero al decir que le importa al artista
es la audiencia, es decir, que la gente no pierda el tiempo viendo otras cosas.
Con la vida de los vikingos, los Borgia y los Tudor se completa la educación
estética y sentimental de cualquier ciudadano del universo.
En otro
rincón de El País, en cambio, la vieja escuela, la de las voces que claman en
el desierto mediático, se desahoga. Esta vez escuchamos a Ángel Sánchez-Harguindey,
en su crítica "Adaptar lo inadaptable":
La adaptación televisiva de Las
mil y una noches (ayer vimos, al parecer, las primeras 500) es paradigmática de
la banalización de la cultura cuando pasa el filtro de las 625 líneas (si es
que todavía se puede describir así a la televisión, cosa que dudo). Una
coproducción italo-española, un reparto que incluye a Marco Bocci, Vanessa
Hessler y Paz Vega en los papeles protagonistas, un estilo de vestuario y
maquillaje que para sí quisieran los ficticios protagonistas de los cuentos de
Sherezade y unas localizaciones lujosas con la virtud de no excederse en los
efectos especiales.
El problema, el gran problema, es
la idea inicial: tratar de adaptar la maravillosa historia recopilatoria de
cuentos tradicionales de Oriente Medio a un formato que exige cierta precisión
narrativa, es decir, una rotunda reducción de los relatos y, por tanto, una
amputación de sus múltiples significados. En esta versión televisiva se opta
por la acción y una cierta fantasía y se prescinde de su componente transgresor
de la moral imperante. En definitiva: una funcional versión de un imposible.
Curiosamente, la emisión del
primero de los dos capítulos de la miniserie coincide con la recuperación de la
primera traducción directa del árabe al castellano del texto original. La
publica Atalanta en tres volúmenes y se debe a Juan Antonio Gutiérrez-Larraya y
Leonor Martínez. Winston Manrique ofrece un excelente reportaje en EL PAÍS de
hoy, jueves, a propósito de la edición y de la influencia del texto en la
narrativa latinoamericana y española actuales pues, al fin y al cabo, hablamos
de un texto con cientos de historias encadenadas, un canto a la metaficción en
las que el realismo y la magia se entremezclan constantemente.***
El
señor Hirst sostendría la teoría de que eso le pasa por ver árabes en vez de vikingos. Como en el caso anterior, nos interesa el párrafo final,
el que comienza (entendemos que de forma irónica) con ese
"curiosamente". Bien sabe el señor Sánchez-Harguindey que esto de las
curiosidades no tiene nada que ver con las "casualidades", que es una
muestra más de cómo el mercado nos maneja sin necesidad de que se llegue al
"big data", que todavía sostiene la ilusión de que se nos estudia para comprendernos y no
que se nos condiciona para vendernos,
hipótesis mucho más cercana a la realidad. En el fondo, aunque el señor Hirst se considere un artista (y hasta lo sea), lo importante es lo que le parece a los que lo contratan para conseguir eso que él ha asimilado: audiencia. Y cuanta más mejor. Lo importante es la audiencia y ser respetado en tu club o en tu tribu. Si tienes lo primero, tendrás lo segundo.
Por mi
parte, vivo feliz con el corazón partío
en miles de trocitos con los que amar y disfrutar de cosas diferentes sin molestar a
nadie. No me va lo del "fan", que es el estado ideal del consumidor actual de cultura. Procuro disfrutar de muchas cosas y no ser tan rotundo como el señor
Hirst a la hora de decretar muertes y entierros.
La experiencia me dice que
fallan mucho los medios que lejos de ampliar el gusto de la gente se dedican a
dirigirlo y controlarlo para hacer llegar a las playas turísticas de la cultura llenas de chiringuitos.
En la cultura hay que seguir el consejo de los nutricionistas: comer de todo. Y
si nos damos algún caprichito, pues tampoco pasa nada. Pero sin excesos, que
luego se pagan rotundamente.
* “La novela está muerta. Para entender el
mundo bastan Internet y el vídeo a la carta” El País 1/04/2015
http://cultura.elpais.com/cultura/2015/03/25/babelia/1427298916_811461.html
**
"Diez películas para entender 'Mad Men'" El País
http://elpais.com/elpais/2015/03/29/fotorrelato/1427647711_755132.html#1427647711_755132_1427838229
*** "Adaptar lo inadaptable" Madrid
2/04/2015
http://cultura.elpais.com/cultura/2015/04/02/television/1427960422_659732.html
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