Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Profundamente
afectado por los procesos de identificación que se han desencadenado en mí durante
la lectura de una extraña noticia que el diario Expansión, en su blog Nauta 360, me ofrece: 'Voy a
vivir en un iceberg hasta que se derrita'. Quien esto afirma es un italiano
dado a la aventura del que el diario nos da informaciones un tanto extrañas:
Vivir en un iceberg a la deriva
durante un año o hasta que se derrita. Esa es la inédita y peligrosa misión
para la que se está preparando Alex Bellini.
El equipo del aventurero italiano
buscará en la costa oeste de Groenlandia el iceberg más idóneo para llevar a
cabo el proyecto bautizado como 'Adrift'. Debe tener una superficie aproximada
de 6.000 metros cuadrados y una forma tabular. Una vez localizado y a finales
de 2016 (el desafío estaba previsto en un principio para esta primavera), un
helicóptero transportará a este náufrago por vocación a su gélida isla flotante
junto a la cápsula de supervivencia en la que dormirá y se refugiará cuando las
condiciones meteorológicas sean adversas.*
Es una lástima que estas cosas no se convoquen mediante
concurso y nos den a todos la posibilidad de vivir esta aventura suprema. De la
primera frase es posible deducir que el año es el límite y que en todo caso si
se derrite antes abandonará su proyecto porque no es fácil vivir sobre un
iceberg derretido. La fórmula "hasta que se derrita" tiene unos ecos
casi matrimoniales.
No sé cuántas cosas se pueden hacer en esa "isla
flotante", cuántas aventuras se pueden vivir. Ese vivir a la deriva y con
un espacio cada vez más reducido me parece de lo más inquietante, digno de ser
denunciado en los programas de algunos de nuestros partidos políticos. Pero el
aspecto diferente respecto a lo que vivimos todos es el carácter vocacional del
"náufrago". Sarna con gusto no pica. Allí donde otros se quejarían de
forma airada, el aventurero Bellini lo asume como un desafío, un reto que acepta
como emprendedor.
Es un hombre acostumbrado al esfuerzo y a la soledad, curtido en estos desafíos solitarios.
Se ha cruzado el Atlántico a golpe de remo y eso no lo hace cualquiera. Su
aventura ahora no es de músculo y concentración sino de paciencia y soledad
marinas.
El blog del diario señala los riesgos de la empresa:
La bola esférica donde Bellini tendrá
su hogar es un sistema de seguridad desarrollado por la compañía Survival
Capsule LLC, especializada en soluciones para sobrevivir a tsunamis, tornados,
huracanes y terremotos. Tiene 2,43 metros de diámetro y un peso de 570
kilogramos. Si el gigante de hielo muere, se derrite, antes de cumplirse los 12
meses, el italiano deberá encerrarse en la cápsula hasta que sea rescatado.*
Debo confesar que lo de la "bola esférica" me ha
dejado un poco descolocado por las posibilidades que abre, pero una vez
recuperado, me ha hecho apreciar las cualidades de ese refugio en el que tendrá
que sobrevivir cuando su "iceberg tabular" haya quedado reducido al
tamaño de un cubito y finalmente la "bola" flote sobre el océano al
que las corrientes le hayan llevado. ¡Ármate de paciencia, Bellini! ¡Confía en
que vendrán a recogerte! Sí, porque una aventura solitaria de este tipo es
sobre todo un acto de confianza en que algún día alguien se acordará de que
estás ahí, que has sobrevivido "a tsunamis, tornados, huracanes y
terremotos", como decía el folleto de tu bola cuando la compraste, y vayan
a recogerte. Tal como nos lo cuentan parece que quedará abandonado, algo poco
probable en estos tiempos de espectáculo.
La parte final del artículo tiene ese toque existencial que distingue
las aventuras genuinas del simple
aventurerismo extremo:
Más allá de vivir una experiencia
que nadie antes se había atrevido a llevar a cabo, Bellini tiene otras
motivaciones: investigar in situ la vida de un iceberg y crear conciencia sobre
el calentamiento global. "La aventura de un hombre a la deriva en un
iceberg representa la situación de la humanidad, a la deriva en un planeta en
peligro".*
Pues sí. No sé si hay mucha vida en un iceberg a la deriva, más allá de la suya, pero si
no desarrolla él la conciencia del calentamiento global, ¿quién lo va a hacer?
Por su iceberg, en continuo proceso de deshielo, deberían pasar los políticos
del mundo, hacerle una visita, pasear por la cada vez más reducida superficie. Y sobre todo esos políticos escépticos que tienen familia que no se lo cree o que piensan que es una exageración. A esos los dejaba allí una temporada, pero sin bola.
Dentro de ese valor simbólico existencial y ecológico que
Bellini le da al hecho de derretirse y ver cómo se reduce el suelo que pisas por el calentamiento global, a mí me recuerda —puestos a imaginar— la situación del votante español,
que también se va quedando sin espacio y no siempre tiene una bola para "sobrevivir
a tsunamis, tornados, huracanes y terremotos", que es la definición más
ajustada al proceso electoral que estamos viviendo.
Esto no ya una precampaña electoral; esto es Mad Max, ahora que han hecho un remake.
¡Esto es el post apocalipsis! Al
final, quedaremos mi bola y yo flotando a la deriva con el deseo secreto de no
ser rescatados.
Gracias a la bola roja de Bellini descubro el Red Ball Project, detrás del que se encuentra el artista americano Kurt Perschke, que ha llenado las ciudades de enormes bolas rojas en los lugares más cotidianos. También es una metáfora, no de un mundo que se calienta y desaparece, sino de un mundo que llama a la supervivencia del arte en nuestra vida. No son bolas solitarias a la deriva, sino bolas rojas que llaman a la sociabilidad, al disfrute o a la imaginación.
Las unas compensan la otra, al menos simbólicamente. Aunque quizá, quién sabe, nosotros seamos el iceberg a la deriva que se va derritiendo sin darse cuenta.
* 'Voy a vivir en un iceberg hasta que se derrita' Nauta 360
Expansión 26/04/2015
http://nauta360.expansion.com/2015/04/24/de_costa_a_costa/1429880007.html?intcmp=HEMSUPL
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