Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Para
los conocedores de las obras anteriores de la profesora Eva Illouz, el librito El futuro del alma, seguido de La creación de estándares emocionales, supondrá
una forma sintetizada de volver a su siempre reconfortante pensamiento. La
primera parte del texto recoge una conferencia dada por la autora en el Centro
de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB). La segunda parte es una síntesis
de su trabajo anterior sobre el papel de los diferentes tipos de expertos
sociales en la regulación e interpretación de los sentimientos. Los dos textos,
en su conjunto, son una magnífica introducción al pensamiento de la autora, una
ocasión de conocer de forma resumida las ideas que se mueven por su obra.
Eva
Illouz tiene una variada trayectoria académica hasta su trabajo actual en la
Universidad de Jerusalén, en su Departamento de Sociología y Antropología. Los
trabajos fascinantes de la profesora Illouz son un recorrido riguroso para tratar
de explicar la configuración de la "mente" moderna, especialmente
desde el manejo de nuestra faceta emocional.
En el
primer texto, Illouz nos da la entrada en lo que es la clave de su punto de
partida: «El alma, tal y como la conocemos, tiene probablemente poco futuro. La
razón es que actualmente ya no tenemos alma, sino psiques en su lugar.» (9)
Esta operación refleja un cambio en la gestión
social y en el diagnóstico a que estamos sometidos. La relación de la persona
con su alma no es la misma de la del individuo con su psique. Este cambio es el
que permite el desarrollo de toda una serie de mecanismos sociales,
institucionales y personales, en la gestión de la psique.
Por lo pronto la relación tradicional entre alma y
cuerpo, tal como fue desarrollada a través del cristianismo en Occidente,
cambia radicalmente. El cuerpo había sido visto como cárcel del alma y
obstáculo imperfecto hacia la vida espiritual. La concepción de una psique, en
cambio, establece una relación diferente con lo corporal. Donde antes se
establecían consideraciones morales, ahora se consideran cuestiones psíquicas,
médicas, etc. Señala Illouz que donde antes se buscaba la "verdad"
ahora se busca la "salud". La relación explicativa, por ejemplo, con
el sufrimiento cambia radicalmente. De igual forma muchos otros parámetros
surgen o son modificados por esa consideración.
Los expertos que gestionaban el "alma"
cambian con el paso al cuerpo. Lo que era antes territorio de teólogos y sacerdotes, pasa a ser ahora campo
de batalla para médicos, psicólogos, sociólogos, pedagogos, etc., los expertos en
mantener en sintonía nuestros cuerpos con nuestra psiques. La felicidad solo es
posible mediante una relación equilibrada con el cuerpo; lo que antes era moral
y virtud, ahora es salud.
Las
almas pueden salvarse mediante la revelación, la confesión, la mortificación o
la penitencia, técnicas todas ellas de salvación del alma. Las psiques, sin
embargo, solo pueden mejorarse, transformarse, mediante técnicas de discurso
(lo que llamamos comunicación) y autoobservación. El cambio de uno mismo no
está al servicio de ningún proyecto trascendental: solo se aspira a concretar
un ideal de autorrealización y de autenticidad. (17)
En la faceta social, este cambio del alma a la
psique crea y moviliza toda una serie de lenguaje, instituciones y expertos
encargados de gestionarnos desde la perspectiva de las disciplinas que se
forman con la nueva orientación hacia uno mismo y la relación con los otros.
Los ingenieros sociales, en todas sus vertientes
(pedagogos, sociólogos, psicólogos, etc.), serán ahora los encargados de la
gestión de las relaciones entre nuestro cuerpo y la psique. De lo virtuoso se
pasa a lo saludable. El ideal es, como señala Illouz, la autorrealización: el
desarrollo que dé salida a nuestra potencialidad. Más que una meta, se trata de
abrir todos los caminos posibles.
En la segunda parte, Illouz da cuenta de uno de sus
temas de trabajo: la estandarización de las emociones. Tras la constitución de
la psique, se hace necesario que el individuo se perciba en su movimiento
emocional, sienta y se categorice como sujeto sentimental, un centro de
emociones.
La parte más interesante del trabajo de Eva Illouz
es cómo esa psique y los elementos sentimentales que la mueven pasan a ser
objeto de las atenciones del mercado, creándose lo que podríamos llamar la gran
industria sentimental. Illouz vincula el desarrollo emocional y su desplazamiento al centro de la vida
social a la aparición de una forma de capitalismo que hace de ellas, de las
emociones, su industria y mercado.
Si la psique había creado un mercado, su personalización
abre todo un flujo de emociones que producen un gigantesco negocio. Illouz
estudió con detalle, por ejemplo, cómo el "amor" (las emociones
amorosas) se convierten en el centro de un inmenso negocio que va de las
grabaciones de canciones sentimentales, los "viajes de novios", las
"salidas románticas" o la cosmética ante el temor a perder a la
pareja. Basta para pensar en el "día de san Valentín" para
entenderlo. De la misma forma, surge el negocio de la explotación del
sentimiento vinculado con la maternidad o la paternidad.
"Las emociones —escribe Illouz— se convertían
en una parte intrínseca de los mercados emergentes. Pero en el ámbito de la
producción, el lenguaje de la psicología no resultó menos poderoso." (48)
Se refiere la autora al papel que psicólogos, sociólogos, pedagogos, etc. han
desempeñado en la gestión del mercado laboral. Las racionalizaciones para
alcanzar la eficiencia han potenciado las investigaciones para la selección del
personal más adecuado, se han establecido "virtudes" laborales para
conseguir los objetivos de producción deseados. Desde la elaboración de los
test de selección de personal hasta los cursos de formación, psicólogos y demás
ingenieros sociales han contribuido a hacer del mundo una empresa eficiente.
Tenemos esta paradoja de la modernidad, la tensión
emoción-racionalidad, en la que vivimos permanentemente. Por un lado se nos
maneja a través de la explotación de las emociones que forman parte del
consumo, mientras que por otro se nos convierte en piezas de la maquinaria
social, una maquinaria desarrollada para lograr la máxima eficiencia
productiva.
La modernidad produce una forma de inmadurez que
surge precisamente de la tensión de esas dos fuerzas de naturaleza distinta. En
ella, como concluye Illouz, el "producto estrella es la persona"
(59), un objeto creado y descrito por
médicos, psicólogos, etc., que ponen nombre a los movimientos de sus psiques, a
las dolencias de sus cuerpos, evalúan metódicamente sus rendimientos y los
declaran idóneos o no para desempeñar puestos de trabajos para los que son
establecidos perfiles adecuados.
Las ideas de Illouz son de gran interés en muchos
campos y son fuente de reflexión sobre fenómenos cotidianos que nos afecta en
esta extraña sociedad en la que no sabemos muy bien si lo que sentimos es
nuestro o ha sido colocado en nuestro interior mediante cuidadas técnicas de
manipulación de la "psique".
La mezcla extraña de Ilustración y Romanticismo
cimentó esta doble vertiente de la modernidad y de su combinación surge nuestra
cultura moderna con sus contradicciones. Puede que el alma no tenga "futuro",
como señala Illouz, puede que solo tenga una historia contada desde un mundo
que ya no la entiende y que si lo hiciera sería para comercializarla.
Veía ayer la grabación de una intervención del conocido
neurólogo Oliver Sacks en la que trataba sobre las alucinaciones visuales, en
concreto sobre el denominado "síndrome de Charles Bonnet", un
fenómeno en el que tras la pérdida de la visión o un deterioro profundo, hace
que se perciban extrañas visiones. Sacks explicaba ante un auditorio repleto,
cómo en su trabajo se encuentra cada vez con más gente que padece este síndrome
(un 10% estimaba) por los avances de la edad, que favorece la existencia de más
personas con problemas de visión. Contaba el caso de una anciana de la que
creían que padecía trastornos psíquicos pues tenía esas alucinaciones. Sacks
dice que le habían descrito el cuadro de alucinaciones y el historial de la
paciente, pero habían omitido lo más importante en este caso, que estaba ciega.
Cuando Sacks le señaló a la señora que no estaba
"loca" sino que tenía el "síndrome de Charles Bonnet"
—nombre que proviene del primero que lo describió en el siglo XVIII, un filósofo
suizo cuyo abuelo padecía las alucinaciones tras padecer una cataratas y ver
reducida su visión—, lo primero que le dijo fue que "se lo contara
inmediatamente a las enfermeras". El auditorio, como era previsible, rompió
a reír.
Sacks es un "experto" y tiene su sitio privilegiado
y bien ganado dentro del gran mercado de las emociones y la salud. Trabaja con
maestría la comunicación de un mundo que nos fascina porque puede ser el
nuestro en cualquier momento. No solo trabaja por la salud de sus pacientes
sino por la curiosidad de sus públicos. Lo leemos y nos adentramos en los misterios
de nuestro propio interior necesitados de etiquetas que, como ocurrió con su
paciente ciega, necesitan ser canalizados hacia discursos tranquilizadores.
Cuando existe el diagnóstico y lo confuso tiene nombre, los expertos pueden
manejarlo y nosotros comprenderlo. También consumirlo a través de la múltiples
industrias que surgen a su alrededor.
Hoy somos dirigidos hacia el exterior, a
desplazarnos por el mundo, pero también a movernos por nuestro interior. Esa interioridad
ha sido etiquetada y descrita por todo un ejército de expertos que dan lugar a
industrias millonarias cuya suma sería sorprendente. Los artistas nos han dado metáforas de los sentimientos y los expertos los etiquetan en otro tipo de discurso, esta vez técnico.
Como bien señala Illouz,
somos una sociedad en la que el producto
estrella es la persona. Eso no significa que necesariamente una mejora en
muchos campos, sino la existencia de una materia prima que se ha de trabajar
para sacarle el mayor provecho.
* Eva Illouz El futuro del alma / La creación de
estándares emocionales, Katz- CCCB, Barcelona 2014. ISBN: 978-84-15917-11-3
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