Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La noticia
de la destrucción masiva de correos personales de Hillary Clinton —más de
30.000— por su propia mano durante su periodo de Secretaria de Estado ha
causado un gran revuelo político. Clinton dio la explicación de que había
unificado sus cuentas oficiales y personales para tener una mayor agilidad y
perder menos tiempo.
Lo cierto es que el uso de correos alternativos al oficial fue regulado por la Administración norteamericana: «The Foreign Affairs Manual was codified by the State Department, which
ruled in 2005 that employees could only use private email accounts for official
business if they turned those emails over to be entered into government
computers.»* Los correos deberían ser introducidos en las bases de datos de la Administración para su registro y preservación.
Pero a
la tormenta política por la pérdida de informaciones e infracciones de los reglamentos sobre comunicaciones oficiales, le sigue la señalada por
los afectados del futuro, los historiadores, que han puesto el grito en el
cielo al enterarse de la destrucción de documentos privados, su material de trabajo. The New York
Times recoge los argumentos y las quejas:
The problem goes far beyond Mrs. Clinton,
though her private life as first lady and secretary of state — and, of course,
if she were to become the 45th president — is likely to be of great interest to
future generations. The advance of technology has created a huge volume of
digital information, much of it ephemeral and easy to lose or destroy, while
all but eliminating some of the richest sources for historians who have plumbed
the 19th and 20th centuries.
The lost Clinton emails, said Doris Kearns
Goodwin, might have helped fill in a vivid future portrait. “A government
official is not just an official,” said Ms. Goodwin, a Pulitzer Prize-winning
biographer of Abraham Lincoln, Theodore and Franklin D. Roosevelt, and other
figures. “They have marriages and children and rich private lives that are all
mixed up with their public lives. As a biographer, that’s what you want.”**
Efectivamente,
el mundo era más sencillo cuando la gente escribía cartas. Por eso la Historia,
se nos dice, comenzó, con la escritura. Lo que se están temiendo algunos es que
se acabe con el correo electrónico.
Para
los teóricos de las comunicaciones, lo que estamos viviendo es lo que algunos
llaman la "nueva oralidad" o la "oralidad electrónica". Con
esto quieren decir que realizamos de forma sincrónica lo que antes se difería.
Antes de que existiera el teléfono, por ejemplo, las comunicaciones a distancia
se debían hacer por carta, con lo que el contacto quedaba registrado y podía
ser conservado. Los historiadores tenían materiales de primera mano. Pero, ¿cuánto
queda registrado de las conversaciones telefónicas? Una mínima parte en
proporción a lo que dejaba la escritura. Si nos damos cuenta de que la mayor
parte de los avances tecnológicos nos sacan del universo de la escritura, de la
Galaxia global de la escritura manual y la de Gutenberg, veremos que se reducen
las posibilidades de documentación personal.
En
cambio ha aumentado el número de registros públicos de las actividades. Basta
con entrar en YouTube o en las páginas de Facebook o Google+ para comprobar el
aumento de la producción gráfica y videográfica. Puede que hayamos perdido los
correos de Hillary Clinton, pero tendremos un montón de selfies y demás. Pero lo sabido no es lo que interesa a los historiadores,
sino lo que queda por saber.
Pero el
problema que se plantea aquí es otro, el personal. ¿Es posible vivir con la
idea de que estás en la Historia? Me imagino que en ciertos momentos de la vida
tal sentimiento pudiera darse, ¿es posible vivir de esa manera todo el tiempo? Me imagino que solo
algunas personalidades muy peculiares podrían vivir con ese sentido de su papel
en la Historia. Quizá Goethe, pero era Goethe.
Algunos
consideraban un primer "patinazo" en su carrera el hecho de haber
borrado los correos calificados como personales en sus cuentas unificadas.
Desde una mente sospechosa, el hecho de borrar correos tiene una respuesta
rápida: hay algo que ocultar. Pero, ¿cuántos correos borramos cada día sin
tener nada que ocultar? ¿Dejaríamos de borrarlos por la sospecha de que el
futuro nos tendría deparado algo que vuelva relevantes para una parte de la
humanidad lo que esos correos cuentan? ¿Detendría nuestro dedo borrador el súbito
destello de considerar la posibilidad de que le importemos algo al futuro?
En el
caso de Hillary Clinton, esa conciencia biográfica debería darse como personaje
público importante y cuya eventual candidatura a la presidencia de los Estados
Unidos volvería más relevante. En el caso de ser la primera mujer en ser
presidente de los Estados Unidos, sin duda ninguna, se rebuscaría hasta en sus
diarios de adolescente.
Las posibilidades
de futuro más las realizaciones del pasado, convierten a Hillary Clinton en
parte de la Historia, lo que da sentido a sus quejas:
Her decision to delete the personal emails may
reflect her experience as a polarizing figure who lived through the searing
experience of her husband’s very public sexual affair with a White House
intern. Now, as a likely presidential candidate, she opted to delete the
private emails out of concern that they could leak and be used to embarrass her
or undermine her candidacy.
“No one wants their personal emails made
public, and I think most people understand that and respect that privacy,” Mrs.
Clinton told reporters.
That may be. But historians, of course, perhaps
after a grace period of some years, very much want to use personal emails and
other private records to shed light on a public life.
“If she becomes president, we would eventually
want to have all the intimate details of her life before the presidency,” said
Robert Dallek, a prominent presidential historian. “It’s all part of the
historical record.”**
Pero los historiadores que piden un periodo de gracia en la privacidad para que luego les sean abiertas
las puertas de la intimidad de sus biografiados se tendrán que enfrentar a
retos más peligrosos que el dedo borrador. Me refiero a la obsolescencia de los
dispositivos y al deterioro y pérdida de la información. Aquella escena del
historiador encontrando cartas y diarios en viejas cajas en los desvanes, por
recurrir a un tópico muy visual, se desvanece en el presente digital y será
complicada en el futuro.
Sin necesidad de ser Hillary Clinton, nosotros mismos perdemos
el acceso a la información propia por toda una serie de dificultades que se acumulan
en nuestra vida digital. ¿Qué ocurre, por ejemplo, si tenemos nuestra
información en la "nube", como es la tendencia creciente? ¿Qué ocurre
con los viejos dispositivos electrónicos en los que guardamos materiales documentales?
¿Cuántas veces ha perdido usted su pen-drive
sin tener copia de todo?
Aquello tan bonito —como hizo Thomas Mann— de que se abran mis cajas con diarios, cartas,
etc. veinte, cincuenta... años después de mi muerte deja de tener sentido
en un entorno mediático tan cambiante y acelerado como en el que vivimos. Los
historiadores pueden esperar aunque, eso sí no hay garantías de que lo
encontrado sea interesante. Señalaba Manuel Vicent sobre los diarios de Mann:
Desde su juventud hasta el final
de sus días Thomas Mann llevó un diario que sólo pudo ser leído veinte años
después de su muerte, por propio deseo expresado en su testamento. En distintos
cuadernos secretos había ido anotando los pormenores de su existencia. Cada
jornada, una detrás de otra, fue desmenuzada en todos sus actos anodinos: miles
de desayunos con huevos escalfados, miles de resfriados y mareos, miles de
paseos sólo o acompañado de su mujer Katia o de su perro Toby por los bosques, por los parques de distintas ciudades donde
vivió, en su patria o en el exilio de Suiza o de Norteamérica. En esas páginas,
datadas de forma meticulosa, el escritor dejaba constancia de las visitas de
amigos, de los tés de las cinco de la tarde, de los viajes en tren, en coche o
en barco, de las piezas de música oídas mientras se fumaba un puro antes de ir
a la cama y también de las poluciones nocturnas, de las masturbaciones y de
otros movimientos escabrosos de la carne, de las pulsiones homosexuales que
sentía al ver a un joven y hermoso camarero. En cambio, en ese diario le bastó
con una línea para fijar la llegada de Hitler al poder y con algún mínimo
párrafo para despachar el desarrollo de la Guerra Mundial a medias compartida
con las tribulaciones que sufría por sus hijos y el trabajo con los distintos
libros que iba escribiendo, sus ensayos, conferencias y discursos, sin un solo
pensamiento que no fuera el sonido del minutero del reloj de la vida en el que
se iba desangrando. Al parecer Thomas Mann creía que cualquier nimiedad
cotidiana tenía una trascendencia sublime por el simple hecho de que le ocurría
a él cuya alta estima era capaz de convertir un catarro en una categoría
suprema. Pero estos escritos secretos tienen la virtud de descubrirnos el
derribo interior que se ocultaba detrás de una fachada impecable, sin una sola
grieta.***
Durante años los historiadores esperaron a que se abrieran
las cajas para hacer la biografía definitiva, la que incluyera la vida privada
junto a la pública. Las decepciones, en muchos casos, han sido grandes. La vida
privada de las personas públicas puede ser tan aburrida como la de cualquier
mortal. Si no lo es, corres el riesgo de acabar como Dominique Strauss-Kahn.
Pretender que alguien que ha estado preocupado por su papel
en la Historia deje un testimonio sincero es bastante ingenuo. El que teme ser
juzgado va borrando huellas. Si los historiadores quieren saber más, piensan,
que se busquen la vida.
Queda la cuestión de las filtraciones. Los sistemas
digitales son más vulnerables y los documentos pueden llegar a manos de los
rivales antes que de los historiadores. Las filtraciones de archivos personales
es peligrosa y los personajes con trascendencia pública lo experimentan en sus
carnes con frecuencia.
La desesperación de los historiadores es comprensible. Las
prevenciones de los futuros ocupantes de los libros (o lo que sea) de Historia
también. Durante siglos muchos personajes públicos han estado obsesionados por
qué diría la Historia de ellos. Hoy preocupa el día a día, es decir, la opinión pública. La vida es la vida, la
que a cada uno la toca; la biografía es lo que otros cuentan, es el trabajo de
los demás.
¿Hemos perdido sentido de la Historia? Probablemente sí.
¿Pensaba en la Historia Hillary Clinton cuando su dedo borrador acabó con los
30.000 correos? Probablemente, no. Pensaba en que más vale ser una candidata criticada
que una candidata hackeada.
*
"Hillary Clinton Emails: A Timeline of What Rules Were Allegedly
Ignored" ABCNews 6/03/2015 http://abcnews.go.com/Politics/hillary-clinton-emails-timeline-rules-allegedly/story?id=29442707
**
"Awash in Information, Historians Fear Loss of Rich Material" The New
York Times 12/03/2015
http://www.nytimes.com/2015/03/13/us/awash-in-information-historians-fear-loss-of-rich-material.html?hpw&rref=politics&action=click&pgtype=Homepage&module=well-region®ion=bottom-well&WT.nav=bottom-well
** Manuel Vicent "Thomas Mann: entre la belleza y el
cieno" El país- Archivo http://elpais.com/diario/2009/08/22/babelia/1250898618_850215.html22/08/2009
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