Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El rápido
giro que ha tomado la tragedia de los Alpes ha cogido desprevenidos a todos,
desde la propia compañía a los familiares, pasando por las autoridades que
investigaban. No han tenido que pasar por todas las etapas y el interés se ha
desplazado de un tipo de causas a otras, del personaje colectivo —de las
víctimas y sus allegados—, esas "historias" que el guión informativo
va desgranando una vez que se tiene la lista de los fallecidos al "causante".
Las
preguntas no son las mismas y los cambios abren nuevos frentes de inquisición,
nuevas pedagogías sobre lo que es necesario saber para estar dentro de la
comunidad lectora, la que recibe esos textos.
Lo
ocurrido es una gigantesca desgracia, una explosión de dolor en miles de
personas que han visto destruidas sus vidas por la desaparición de sus seres
queridos. Analizábamos ayer, cuando se desconocía todavía todo esto que salió a
la luz, las quejas de las víctimas anteriores de accidentes de este tipo a
través de las palabras de Pilar Vera, la presidenta de la Asociación del
accidente de Spanair. Su petición a los medios era que no "torturaran"
innecesariamente a las familias en su dolor vivo, que se supiera la verdad por
otras vías, las oficiales, que se hablara con ellos primero —junto a otras instancias
oficiales— y que después se comunicara a los medios. No quería tener que estar
pendiente de unos medios de los que hay que navegar entre especulaciones,
disparates y datos para tratar de acercarse a esa verdad que necesitan para
aliviar parte de su dolor. Pese a la premura, tampoco ha podido ser, aunque no
se puede acusar a las autoridades de ello.
Los
discursos periodísticos, como la mayoría de los discursos, se adscriben a
diferentes géneros que les sirven de referencia como estructura, identificación
de agentes, tono, etc. Las circunstancias establecen variantes que son
resaltadas o se diluyen dentro de los tópicos de los géneros elegidos para
poder contar una historia que parte de la realidad pero que forma parte de una
tradición discursiva que tiene sus propias reglas y estilos.
La
revelación de lo ocurrido ha provocado un cambio de género, reestructurando las
informaciones, sus tonos y sus tópicos. Un ejemplo de ello lo tenemos en el
artículo de Fernando Onega en La Voz de Galicia, cuyo título —"Ya no es
accidente; es un asesinato masivo"—refleja de forma sintética ese cambio
de género:
Cuando el New York Times publicó la
filtración de las grabaciones de la caja negra del Airbus quedaba una pequeña
esperanza: no era una información oficial. Solo estaba avalada por una fuente
militar no identificada. Pero esa esperanza solo duró unas horas: las que tardó
el fiscal de Marsella en presentarse ante la prensa y leer su escalofriante
informe. El copiloto Andreas Lubitz «tuvo la voluntad de destruir el avión». De
la investigación se desprende que fue una acción calculada y premeditada; que
eligió el lugar para estrellarse y se limitó a esperar a las circunstancias
adecuadas; es decir, el momento en que el comandante del vuelo abandonase la
cabina para sus necesidades fisiológicas. Y el momento parece elegido por una
mente diabólica: cuando el asesino se quedó solo y estaba cerca de los Alpes,
contra los que resulta fácil estrellarse. Solo Dios sabe cuánto tiempo había
esperado esa oportunidad. Y solo Dios sabe qué habría ocurrido si, en vez de
tener los Alpes por delante, hubiera tenido un rascacielos habitado.*
Escuchaba
esta mañana, hace unos minutos, el relato de cómo habían ido llegando los "WhatsApp"
con la noticia de The New York Times a los familiares de las víctimas que
estaban reunidos, cómo —uno tras otro— recibían el brutal giro que les obligaba
a una reestructuración de sus mentes para enfrentarse a la nueva situación. El
foco colectivo de las víctimas se dividía ahora en dos, como se dividieron en
dos a las víctimas al tener que separar a la familia del copiloto del resto. Ya
no eran "víctimas" sino la "familia del asesino" y su
tratamiento es otro. Esa familia es víctima
doble y su dolor difícilmente tendrá algún tipo de paliativo. Su calvario
solo acaba de empezar.
Pero el
cambio en los acontecimientos no solo les afecta a ellos. El relato de Onega se
abre a los agentes colaterales. Introduce ya lo que serán los nuevos focos y las
nuevas preguntas que articularán los discursos:
Los sindicatos de pilotos nos piden prudencia
a la hora de comentar el hecho y es lógico que lo hagan, pero es difícil darles
satisfacción. El informe del fiscal que lleva el caso ha sido claro y rotundo
en su descripción. Sus palabras no responden a una creación imaginativa, sino
que son producto de una grabación que tiene todas las garantías de
autenticidad. Cuando lo que hasta ayer hemos llamado accidente comenzaba a ser
inexplicable, el informe lo explica todo, por mucho que nos asombre y nos
indigne: estamos ante un suicidio y el asesinato de 149 personas. Es uno de los
mayores crímenes contemporáneos, después de las matanzas terroristas del 11-S
en Nueva York y del 11-M en Madrid. Lo único que no tenemos, al menos mientras
se escribe esta crónica, es el móvil. Se sabrá, sin duda, pero es la única
incógnita que nos intriga. Es difícil imaginar qué motivos, qué locura, puede
inducir a alguien a segar la vida de centenar y medio de semejantes.*
El
texto de Fernando Onega, experimentado periodista, expresa los
reencuadramientos de la información, el nuevo enmarcado para "contar"
y "entender" los acontecimientos ante un giro tan inesperado, tan
virulento.
Las
tertulias televisivas que se están celebrando han cambiado sus invitados. Los
que centran la atención, los que son objeto de baterías de preguntas, son
aquellos que tienen que ver con la formación de los pilotos, los que analizan
la selección de las compañías aéreas, los economistas que hablan de las
compañías "low-cost" y de cuánto cobran los pilotos respecto a los de
las compañías ordinarias, cuántas horas de vuelo tienen unos y otros, cuánto
cuesta sacarse el título de piloto, quiénes son los que dan los títulos, etc.,
etc.
Las
preguntas cambian y cambian las orientaciones. Ahora se logra introducir la
"crisis" y los ahorros en los viajes al realizar los vuelos en
compañías de bajo coste; se critica la normativa que ha rebajado la "calidad";
se critica a las compañías que extreman la selección del personal para los
vuelos "caros" pero "dejan pasar a cualquiera" para pilotar
los vuelos baratos. "¿Cuánto
cobra un piloto de Lufthansa y cuánto cobra uno de su filial low-cost"?, le preguntan a los que
se convierten en los expertos parlantes dentro del grupo de invitados.
Los
discursos se readaptan, se cambia de género. El foco está ahora sobre la
"depresión" de Andreas Lubitz, después de haber despejado las dudas
sobre su "etnia" y "religión", primeros candidatos sospechosos
de los móviles de la matanza. No se contentará nadie con una vulgar depresión,
y se indagará en esa "baja prolongada" con la que interrumpió su
trabajo en 2009.
Veo la
primera página de la edición digital de El País. Estos son sus titulares: "La
investigación policial se centra en la salud psiquiátrica del copiloto",
"Un joven amable de clase media que siempre soñó con volar", ¿Qué
controles superan los pilotos en las compañías aéreas?", "La
catástrofe, minuto a minuto" “El terreno donde están los restos es muy peligroso,
y se deshace”, "Canadá y varias aerolíneas exigirán dos personas en
cabina" y "El factor humano", Componen entre todos ellos el
nuevo repertorio de tópicos que centrarán los nuevos discursos y enfoques. En
el centro, la personalidad de Andreas Blitz y sus circunstancias; las compañías
aéreas y sus sistemas de contratación, control, medidas que tomarán para
evitarlo, etc.; las víctimas como objeto de recuperación, identificación, etc.;
y la reconstrucción de la historia como relato, como sucesión de momentos. Esa
historia tendrá dos partes: el vuelo y los antecedentes, es decir, la historia
que llevó a Andreas Blitz a estrellar el avión contra las laderas de los Alpes.
Ayer
las discusiones eran sobre cómo llamarlo: "terrorismo", "crimen
en masa", "accidente", "suicidio",
"secuestro"... ¿Una mezcla de todo?" Estrellar un avión con
pasajeros nos lleva al 11-S, pero carece del fundamento político o religioso
para ser calificado como terrorismo. Suicidio de uno, pero asesinato de otros.
Accidente dejó de serlo. La cuestión no es solo "narrativa" o
"semántica" tendrá trascendencia jurídica (los responsables) y sobre
todo en lo referido a las indemnizaciones y quiénes habrá de pagarlas. ¿Los
seguros de Lufthansa cubren casos de pilotos suicidas? ¿Puede ser acusada de
negligencia?
Lo que
ocurre es un flujo de acontecimientos de los que seleccionamos la parte
relevante para lo que queremos contar
y en eso la elección del género discursivo y los tópicos que maneja son
esenciales. El periodismo se vertebra sobre las preguntas posibles frente a los
hechos probables. Lo que sabemos nos lleva hacia las zonas del interés de lo
que nos falta por saber. Unas cosas se resuelven, otras quedarán en sombras y
sobre ellas se especulará una y otra vez. Cada nuevo caso significativamente
diferente amplía y modifica la forma de contarlo, pasa a formar parte de la
secuencia que define al género narrativo. Las preguntas en el futuro serán
otras.
Nada
tapará el dolor de las familias que han sufrido esta terrible experiencia que
nos adentra una vez más a preguntarnos sobre el absurdo humano. Las
explicaciones llegarán hasta donde puedan llegar. Su proceso, evidentemente, es
diferente en intensidad y motivación en el deseo de saber. Nosotros puede que
estemos interesados en saber los detalles; ellos viven en el filo de una navaja
entre la necesidad de saber y el dolor que esto les produce.
No
seríamos humanos si la verdad no nos hiciera daño a veces. Y no seremos buenos profesionales si no procuramos ahorrar dolor.
*
Fernando Onega "Ya no es accidente; es un asesinato masivo" La Voz de
Galicia 27/03/2015
http://www.lavozdegalicia.es/noticia/opinion/2015/03/27/accidente-asesinato-masivo/0003_201503G27P18998.htm
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