Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Parece
que este domingo los dos principales periódicos del país han decido dar su
zapatazo sobre la mesa de la opinión pública y decir que hasta aquí hemos
llegado. Los diarios El País y El Mundo, y otros diarios, como el ABC, no
escatiman los reproches por lo que se ha dado en llamar el "Octubre
Negro" de la vida política española. Por su parte, La Vanguardia,
considerándose ya prensa extranjera, trata de los conflictos con el
"gobierno de España", ese país con el que limita al oeste y al sur.
En El
Mundo, su director, Casimiro García-Abadillo, escribe su artículo semanal,
titulado "Hartazgo: los ciudadanos dicen ¡basta! a la vieja política". La imagen de una gigantesca rata mordisqueando una diminuta España roja, de vergüenza suponemos, ilustra su texto:
El Gobierno sigue pensando que
las aguas volverán a su cauce, cuando los casos de corrupción desaparezcan de
las primeras páginas de los periódicos. Moncloa se aferra a la «coherencia del
voto» de los españoles en los últimos 35 años. «Incluso en las europeas, en las
que se vota con la idea de que los que salgan no nos van a gobernar, el PP y el
PSOE siguieron siendo, con mucho, las dos primeras fuerzas», argumentan en los
aledaños del presidente.
Se quiere restar importancia a la
encuesta del CIS esperada para el lunes. Se da por hecho que Podemos será
primera o segunda fuerza política, pero se rebaja el dramatismo: «Hay tiempo de
reaccionar», aseguran.*
Lo que ocurre es que la vieja política es la política
actual. El gobierno del Partido Popular está desbordado en dos frentes, el de
la corrupción, que le desgasta y el de desafío nacionalista, que avanza en su
fecha como en una película de suspense del que ya intuimos algunos de los
posibles finales y ninguno es bueno. Si la política española está para el
arrastre, la catalana está aún peor, con sus dosis de corrupción igualmente, y
poseída por una especie de desenfreno del que muchos ciudadanos catalanes no
saben cómo bajarse. Cuando se desborden los cauces institucionales por los que
ahora se discurre todavía, lo que queda es más complicado. Los kamikazes del
secesionismo se han lanzado en picado.
La incapacidad de pensar políticamente es un hecho en este
gobierno que se ha creído realmente que la reactivación económica es un bálsamo
que todo lo cura y una bendición que todo lo perdona. Pero hace mucho tiempo
que no es eso, no es eso. El deterioro al que se ha sometido a las
instituciones, sin entrar en las personas, sin nadie que merezca un mínimo de
respeto político o intelectual, una referencia, un punto de apoyo, algo..., es
brutal. Y es el nihilismo el que se apodera en esta especie de Halloween,
mascarada fantasmal y constante de la política española.
El País, por su parte, lanza a la arena un editorial con un
título dramático, "Seísmo político". Su preocupación —así dicen
haberlo constatado a través de los sondeos— es el ascenso de Podemos. Entre lo
que unos suben y otros bajan, nos encontramos con aquel viejo problema escolar de
los trenes en direcciones opuestas, con la diferencia de que van ambos por la
misma vía. Tras señalar que los sondeos son los sondeos y que implican lo que
implica, el editorialista señala:
Nada menos que 9 de cada 10
personas creen que la situación política es mala o muy mala, y eso es un dato
clave para comprender la razón de que parte de la población compre el discurso
de Podemos como la opción catalizadora de la ira. En todo caso, este éxito
traduce el fracaso de las organizaciones principales del sistema político y
delata el peligro latente de ruptura. Los graves defectos demostrados por el
paso del tiempo se deberían haber corregido con altura de miras, reformas
políticas de envergadura y un combate abierto contra la corrupción. Por eso es
incomprensible que el PP, con mayoría absoluta en las Cortes, se haya dedicado
a ningunear al Parlamento y a confiar la resolución de la mayor parte de los problemas
políticos al simple paso del tiempo. Su agarrotamiento es tal que incluso se
niega a debatir sobre la corrupción en un pleno monográfico del Congreso, a
sabiendas de que el asunto preocupa muy seriamente a la opinión pública y que
la responsabilidad de los dirigentes sobre las fechorías o los abusos de sus
militantes no puede despacharse con un yo no sabía.
Todo esto no justifica dejar a la
sociedad en manos de Pablo Iglesias y de Podemos, es decir, de un grupo de
diagnóstico catastrofista y voluntad descalificadora, que niega ser de
izquierdas ni de derechas para ocultar lo que en realidad es: simple y vulgar
populismo como el que, con otras apariencias ideológicas, aparece en diversas
partes de Europa.**
Todos parecen coincidir en la responsabilidad de un gobierno
que tiene la obligación de tomar medidas y hacer gestos, algo que hasta el
momento no ha hecho, no ha hecho ver o no ha sabido comunicar.
Aquí todos viven de esperanzas, menos la ciudadanía que vive
de sobresaltos. En este estado de cosas, la actitud de ya se calmarán las aguas
es realmente desastrosa para todos los que miran el panorama desde el puente,
con ganas de tirarse desde lo alto.
La selección natural negativa ha desmantelado las
posibilidades de renovación y los posibles sucesores que permitan quemar a los
ninots políticos que la sociedad reclama como catarsis, ya están quemados antes
de ser proclamados.
Realmente es tan bajo el perfil de los políticos que es
difícil creer que alguno puede tomar las riendas con un mínimo de credibilidad.
La amenaza de Podemos es realmente insólita y una muestra de
la baja competitividad de nuestra política con unos protagonistas de cartón
piedra. Es difícil que en España surjan uno líderes que no salgan del mismo
molde que los que tenemos ahora. Los que se han abierto paso incurren en los
mismos defectos que aquellos a los que tratan de renovar.
El espectáculo patético de los políticos pidiendo perdón a
los ciudadanos se ha convertido en parte de esta comedia trágica que estamos
padeciendo en sesión ininterrumpida, sin posibilidad de levantarse a comer o ir
al baño. España no se puede permitir un Podemos, pero tampoco puede aguantar
tantos despropósitos acumulados por parte de sus políticos. El País señala esta
imposibilidad que nos situaría en un escenario realmente insólito:
El sondeo muestra que los
votantes potenciales de otros partidos, por críticos que sean hacia estos,
tampoco creen en Podemos como la única opción en que se puede confiar. Una cosa
es criticar y otra muy distinta ofrecer soluciones solventes y realistas a una
sociedad necesitada de buena gestión. Hasta el momento, las únicas recetas que
hemos escuchado en boca de los líderes de Podemos son viejas, fracasadas o
delirantes.**
Pero lo preocupante es tanto que se conviertan en una
alternativa a algo como el fracaso de la política de los partidos que supone,
en última instancia un fracaso histórico colectivo necesitado de catarsis y
reflexión crítica y medidas drásticas en manos de quienes todavía las tienen
limpias, aunque sean pocos. Lo que ha salido es mucho, pero nadie sabe lo que
puede quedar por salir.
La política a cara de perro que llevamos tiempo practicando
es responsable en gran medida de la incapacidad de encontrar soluciones al
imposibilitar pactos con los que se hubiera podido hacer cirugía dentro de los
partidos en beneficio del sistema democrático en su conjunto. Pero ¿quién
piensa en el sistema, quién piensa en el conjunto de la ciudadanía? Me temo que
nadie. Padecemos los efectos del sectarismo del que nos han alimentado y hemos
disfrutado hasta que nos tocaba a nosotros. ¿Quién encuentra ahora un par de
"justos" creíbles? Dice Joaquín Almunia desde la primera página de El
País digital que "el 99'9 de los políticos nunca ha tenido tarjetas
opacas"***. Es cierto, pero ese argumento a los primeros que no les ha
importado ha sido a los políticos para descalificar a los demás. Nosotros
seguimos lo que ellos empezaron. Y ahora no hay quien lo pare.
La profesionalización de la política ha sido nefasta. En vez
de incorporar a lo mejor de la sociedad a la causa común de la democracia, lo
que se ha hecho es funcionar como sectas captando los acólitos más obedientes,
los aprendices de la rapiña. Los que caen ahora lo hacen desde bastante alto,
mientras los militantes, esos a los que se les pide pegar carteles, aplaudir en
los mítines y vitorear a los líderes, se escabullen avergonzados. El 99'9% del
que habla Joaquín Almunia ha sido ciego, tonto o cómplice, a elegir. Probablemente haya más ciegos que tontos y unos cuantos cómplices, pero si no pasan la aspiradora en casa, llegarán los demás con el sacudidor a limpiar el polvo.
El final del artículo de El Mundo recomienda algunas
medidas. Me temo que algunas ya es tarde para aplicarlas; para llegar al futuro hay que superar el presente y la corrupción es como un chicle que no se acaba de despegar del zapato. Por su parte, el
editorial de El País cierra con una advertencia de lo que puede ocurrir:
La opinión pública aparece hoy
más dividida que en el último decenio. De la alta concentración de votos en
torno a dos partidos estatales —más algunos nacionalistas— se ha pasado a una
fragmentación de opciones. El futuro no está escrito, pero hay que prepararse
para un posible escenario de Gobiernos de más de un partido, también al frente
del Estado. Y una de las condiciones necesarias es evitar crispaciones
gratuitas y no polarizar a la sociedad en opciones irreconciliables. Para
reparar los efectos de un terremoto no basta con la táctica de jugar a
Casandras anunciadoras de desgracias; al contrario, se requieren muchos
esfuerzos constructivos.**
Creo que hay más sensatez en esta petición de cordura y
sosiego que en el Apocalipsis de muchos. Lo hemos dicho muchas veces: las guerras en la
democracia tienen el límite de la destrucción del propio sistema. Si los
partidos no se apoyan en la defensa del sistema, el sistema se vendrá abajo
arrastrándoles a ellos y a todos los que se pongan por delante. Si los mecanismos democráticos fallan, te crecen los enanos populistas. No hacen falta
que los demás consigan muchos votos. También se ganan o pierden elecciones
cuando nuestros votantes se quedan en casa hartos y escandalizados. España, que fue ejemplo en las pasadas europeas de no dejarse arrastrar por los antieuropeístas, corre ahora riesgos mayores. Puede que a los que se atacan ahora les toque compartir cama en un próximo viaje.
"Hartazgo", "hedor", "seísmo", "tsunami", "sin-ver-güen-zas" (la palabra de moda según Miguel Ángel Mellado en El Mundo)... La ciudadanía está harta, es cierto. Y lo está porque no se
han solucionado los problemas básicos y se han creado otros nuevos por parte de los que deberían no crearlos. Ante este
hartazgo desaparecen muchas otras cosas positivas que seguro que tenemos.
No es
un descubrimiento nuevo: la política española, como las faenas taurinas, se
basa en el principio de cabrear al toro. Pero ahora lo está también al
respetable. El ruedo está lleno de almohadillas.
* Casimiro
García-Abadillo "Hartazgo: los ciudadanos dicen ¡basta! a la vieja
política" El Mundo 2/11/2014
http://www.elmundo.es/opinion/2014/11/01/54552e34268e3e7a4d8b4583.html
** Editorial "Seísmo
político" El País 2/11/2014 http://elpais.com/elpais/2014/11/01/opinion/1414871207_412263.html
*** “El euro no fue lo
que nos metió en la crisis, pero nos sacará de ella” El País 2/11/2014
http://economia.elpais.com/economia/2014/11/02/actualidad/1414950857_143380.html
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