Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
En uno
de los artículos que Salvador de Madariaga escribió en la revista Destino hacia
finales de los años 60, aunque no se señala su fecha exacta, da cuenta del
inicio de la revolución de los ordenadores. Señala la importancia determinante
que tenía para Marx la técnica en la economía y en la vida de las sociedades y
menciona el interés de un libro, recién salido por entonces, titulado "El
desafío americano", de Jean-Jacques Servan-Schreiber.
Servan-Schreiber,
el joven editorialista de Le Monde con 25 años, que fundó L'Express con 29, y cuyos editoriales sacudían los cimientos franceses,
especialmente los gaullistas que al año siguiente, 1968, se someterían a
pruebas prácticas más exigentes en las calles de Francia. Servan-Schreiber dio
con El desafío americano uno de los
grandes best-sellers políticos de
todos los tiempos y todos los idiomas. Puso el dedo en la llaga del desarrollo
tecnológico y sacó a la luz el desfase europeo en cuanto a los avances
tecnológicos desarrollados por los Estados Unidos. Europa se quedaba atrás.
Las
tesis de Servan-Schreiber se discutieron por todas partes y se echa de menos
esa capacidad social de debate.
Encuentro
en La Vanguardia de entonces referencias al debate suscitado por El desafío americano en la pluma del
Miguel Masriera. El artículo se titula "Todavía Servan-Schreiber: Sobre el
desafío americano" y apareció en el diario el 30 de abril de 1968.
Señalaba Masriera lo siguiente en el arranque de su texto:
Se ha hablado ya tanto en España del libro de
Servan-Schreiber, que parecerá peregrino que tan a última hora quiera hacerlo
también yo. Después de expuestas tantas opiniones, parece fácil dar la suya; pero,
por otro lado, precisamente porque ha habido tiempo de cotejar los pareceres y
de sedimentarse las ideas, el que ahora hable lo hace con mucha más
responsabilidad. Tanto es así que no lo haría si no fuese para resaltar un
aspecto que creo el más interesante de la tesis de Servan-Schreiber.
La mayor parte de los que se han aprestado a
leer el libro de éste, lo han hecho creyendo que trataba de asuntos económicos,
sociales o políticos. Si así fuese, yo, poco menos que lego en ellos, me
metería, al quererles hablar del célebre libro, en coto ajeno y, por tanto,
vedado. No es que Servan-Schreiber no hable de estas cosas; al contrario, ha
reunido, con una admirable labor de equipo, interesantes datos y abrumadoras
estadísticas. Pero, afortunadamente, su labor no termina aquí. Al querer dar
una interpretación de los hechos traducidos en claras cifras, el autor va mucho
más allá al descubrir que para explicarlos no bastan consideraciones
simplemente económicas, ni sociales, ni apenas históricas. Al hurgar en las
causas, Servan-Schreiber llega a la consecuencia de que éstas son de carácter
humano, psicológico, porque todos los hechos citados están supeditados a un
fenómeno situado en plano superior —un epifenómeno, que dirían los filósofos—,
un epifenómeno de carácter cultural,
aunque, claro está, no en el sentido en que entendemos la cultura en Europa,
sino en el sentido heurístico americano: es decir, no en el de la cultura en sí
—la cultura por la cultura—, sino en el sentido de su aprovechamiento, de su
utilización como medio de acción, de progreso, de engrandecimiento, porque es
entonces cuando adquiere su verdadero valor y significado como ente histórico.
Los europeos podemos tener más cultura, pero los norteamericanos parecen
aprovechar mejor la suya.*
Me ha
parecido interesante el artículo de Masriera porque refleja la intensidad del
debate español sobre asuntos de calado. También por el hecho mismo de que él
considerara que tenía algo que aportar al debate.
Miguel
Masriera fue un profesor de Química de la Universidad de Barcelona que había
publicado su primer artículo en La Vanguardia en 1921, el 26 de febrero. La
Vanguardia le dedicó un recuerdo, seleccionando algunos de sus mejores
artículos hasta 1981, en que fallece en agosto. Había publicado su último
artículo en el periódico en el mes de julio. El primero lo publicó en La
Vanguardia con 20 años —en 1921— y el último con 80, poco antes de fallecer.
Toda una vida dedicada a la Ciencia y a la pasión por transmitirla, por situar
el debate social en cotas de altura suficiente para mejorar el conjunto.
Cuando
se ve el deterioro de los debates en la vida pública y en los medios, da
bastante que pensar sobre el papel a que ha quedado reducida la clase
intelectual española, sustituida por vociferantes e histriónicos gesticuladores,
mientras se dedica a hacer méritos para obtener cualquiera de los incentivos
que se ponen a su alcance. ¡Lástima de universidad!
La idea
apuntada por Miguel Masriera de que el desfase científico y tecnológico europeo
se trataba de una cuestión de carácter, psicológica, de actitud, coincide con
la conclusión de Madariaga:
La ley de esta evolución revolucionaria no es
el dólar, ni el imperialismo, ni ninguna de esas monsergas que se chillan para
dispensarse de pensar: es la inteligencia pragmática. Se trata de reclutar
inteligencias y de tenerlas en estado permanente de instrucción; porque las
invenciones y las nuevas ideas surgen todos los días, y aun los más sabios
tienen que volver a la escuela de cuando en cuando para no quedarse atrás. El
secreto está en aplicar hoy lo que ayer se inventó y en estudiar hoy lo que se
puede inventar mañana, para lo cual tanto el Estado como las clases
industriales dedican ingentes sumas a la investigación.*
No sé
si es ya el problema de Europa, pero sigue siendo el nuestro. España sigue sin
dar el salto de mentalidad y se usa un pragmatismo
sin inteligencia. Es decir, se prescinde realmente de lo más valioso, esa
investigación, esa preocupación por la ciencia, capaz de arrastrar al conjunto de la sociedad,
de transformar nuestras mentalidades. Nuestros problemas globales, que no deben
ser tapados por una mejora de los datos en nuestra
crisis, seguirán estando ahí porque seguimos sin hacer un análisis claro de
las causas y motivos de porqué nuestra crisis ha sido tan profunda y se pasó de
la euforia al batacazo en una sola legislatura.
No
hacemos el análisis requerido porque solo atendemos indicadores y no marcamos
los rumbos más adecuados. Se han acumulado tantos intereses en estas décadas
que es difícil reconocer que lo que ha supuesto el enriquecimiento de unos
cuantos supone una hipoteca del futuro de muchos otros. La rebaja de las
expectativas de España tiene mucho que ver con la ausencia de diálogo social
verdadero, del retraimiento del pensamiento a esferas controladas, de la
disminución de la cultura real en beneficio del mero espectáculo, azuzado desde
medios de comunicación e instancias públicas que solo buscan una respuesta en
términos de audiencias o votos. Madariaga propugnaba que las universidades
ocuparan un papel central organizando la vida cultural e investigadora en las
áreas en las que se establecieran, abogando por universidades regionales y
nacionales, como tienen otros países. Sin embargo, dudo que considerara
aceptable el panorama que hoy tenemos, el de una universidad distorsionada por
los intereses propios y ajenos que la han reducido en sus funciones y
aspiraciones. No hay debates; solo discusión sobre méritos y promociones.
Nada más que algunas voces que pronto quedan sin fuerza ante el desinterés
ambiental.
Lo que
hizo Miguel Masriera a través de sus artículos divulgativos era precisamente
tratar de trasladar al foro público sus propias inquietudes haciéndolas de los
demás, que es el flujo que desde las universidades debe salir para mejorar a
esa sociedad a la que solo se acude a buscar patrocinio y reconocimiento.
El
desafío americano de entonces a Europa es el desafío europeo de hoy a España.
También deberíamos usar la inteligencia
pragmática, como la denomina Madariaga, para lograr dinamizar nuestra
propia sociedad a través de la Ciencia, la Industria y la Cultura, los tres
pilares que determinan el verdadero progreso social y material. Pero es difícil
hacerlo en una sociedad que no jerarquiza el valor de las informaciones y da
sus primeras planas, a bombo y platillo, al pequeño Nicolás, por poner un ejemplo
de ayer mismo.
Damos
demasiado espacio a los encantadores de serpientes y descubrimos después que
nos hemos transformados en serpientes danzantes. Los medios de comunicación
deberían empezar a dar espacios a otras inquietudes, a despertar otras ansias,
más allá de inútiles alzados a la gloria. Pero es difícil que lo hagan en esta
especie de círculo vicioso del entontecimiento en el que vivimos.
Mientras
España se mantiene alerta ante las exequias de la grandeza y las entradas y
salidas de prisión de tonadilleras o ex presidentes autonómicos, los problemas
siguen ahí, sin debatir o debatidos ante la indiferencia de los que han sido
condicionados para reaccionar solo a los silbatos de sus entrenadores.
Tenían
razón Madariaga y Masriera; es psicológico. Se echa de menos tanto a los que tienen algo que decir, como a los que quieren escuchar.
* Miguel
Masriera "Sobre Servan-Schrieber" La Vanguardia 30 de abril 1968, p.
12. http://serrattk.net84.net/Serrat%20tk/Hemeroteca/abril%201968%20dia%2030.pdf
**
Salvador de Madariaga "El porvenir del socialismo" en A la orilla del
río de los sucesos, Orbis/Destino 1984, Barcelona, p. 42.
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