Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
aparente naturalidad con la que se
nos ofrece la información tiende a hacernos olvidar que toda representación
—que es lo que se nos muestra— es el resultado de una serie de procesos y
decisiones. Nada es natural ni en la selección ni en la representación. No vemos la realidad, sino las sombras chinescas que alguien maneja.
El
debate sobre esto no es nuevo, evidentemente. Pero no es un problema que, por
ser viejo, esté resuelto. En forma embrionaria surge ya con la escritura misma
y hasta Platón se lo planteó cuando hizo debatir sobre el conocimiento y su simple
apariencia adquirida por un medio que nos ofrece información más allá de la
experiencia. Hoy el debate platónico nos sonaría radical y escandaloso. La
información se ha convertido en la garantía de las sociedades democráticas. En
garantía y, hay que añadir, en una de sus constantes asignaturas pendientes.
Habrá que esperar unos cuantos siglos para que se acuñe la idea de la
manipulación de la democracia y del papel que juegan los medios en ella. Si en los
regímenes autoritarios la información es propaganda, en los democráticos se
corre el riesgo de que se viva bajo una constante manipulación a través de los
medios que, lejos de iluminar la opinión, la vuelven distorsionada e interesada.
La necesidad
de tener información de calidad,
equilibrada, que permita a la opinión pública poder decidir con fundamento, se
ha convertido en una especie de utopía naif en la que casi nadie cree,
empezando por los propios medios, que prefieren verse hoy como moldeadores de
la opinión, que es la forma de vender influencia.
De esta
forma, los medios no compiten por tener una información equilibrada sino por ejercer
el máximo de influencia posible. Son las dos caras de la moneda y cada uno
realiza su apuesta sobre el tipo de medios que le parece más adecuado a sus
fines o intereses. La concepción cínica no es nueva: considera que las
democracias son luchas por la movilización e influencia sobre la opinión
pública, un ente amorfo y maleable a golpe de titular y declaración.
Desde
esta concepción, mucho más habitual de lo que pensamos —que algunos simplemente
consideran "realista"—, se trata de usar el poder de la información
para la consecución de los propios fines. Desde el punto de vista de los
medios, se los concibe como unas empresas más cuyo objetivo es alcanzar beneficios
y sus líneas editoriales, sus informaciones, etc., no son más que los caminos
para poder obtener el máximo posible. Esto no solo cuestión de las empresas
informativas, sino que evidentemente es también la posición individual de los
que las contemplan de esta manera. Para ellos la profesión informativa carece
de idealismo o romanticismo, no buscan un imposible bien común. Es una profesión como otra cualquiera. Se informa de lo
más rentable y se enfoca de la manera que consiga la máxima audiencia. No hay
un criterio de jerarquización de la información, solo el de su rentabilidad. Se
puede comenzar un informativo con las imágenes de un accidente no porque sea
una noticia relevante, sino porque se va a enganchar a la audiencia espoleando
su deseo morboso.
Por
otro lado, la posición que considera que los medios permiten que los que
acceden a ellos tengan una visión equilibrada de lo que ocurre, que ayudan a
comprenderlo y evaluarlo de una forma correcta, se considera como una "idealización"
que carece de sentido y realidad. La gente no quiere equilibrio, sino ser
azuzada en todos los niveles, se piensa. No hay que estimular la racionalidad
sino la emocionalidad; la reacción visceral ante cualquier tipo de suceso es
más rentable. Es populismo
informativo: empatía y calentamiento social. Un público excitado es un público
receptivo.
El
universo mediático que hemos construido hace que el 90% de nuestra información
no proceda de nuestra experiencia sino de lo que nos llega mediatizado. Esto
nos hace dependientes de lo que recibimos en un grado inusitadamente elevado.
Y, además, hace que los intentos de controles económicos y políticos sobre los
propios medios sean mayores de los que deberían. Quien controla los medios,
controla las voluntades de los que acceden a ellos. El debate no es nuevo y se
está produciendo desde que las extensiones sociales del voto hicieron que las
decisiones políticas no fueran ya cosa de unos pocos. Después, el papel del
consumismo en la economía de los países hizo que la presión sobre los medios
para promoverlo fuera mayor. La conexión industria, política medios se muestra
como una alianza manipuladora, un conglomerado que busca orientar consumidores,
votantes y audiencias en una misma dirección. El debate ha ido creciendo
conforme aumentaba el poder mediático.
Estar
hoy en el mundo de los medios supone participar de este debate que se percibe
en el seno de las mismas Facultades de Comunicación, la lucha entre el discurso
cínico-realista y el profesional-idealista. Los debates entre los que enseñan
que todo es comunicación y que en la comunicación vale todo y los que
tratan de hacer tomar conciencia del poder mediático y ponerlo al servicio de
la ciudadanía y de causas más justas que los meros intereses de alguien son
constantes. El debate lo podemos trasladar a la economía, la abogacía o
cualquier otro campo en el que se imponga este pragmatismo cínico. Lo que está
en crisis es el sentirnos responsables de lo que ocurre o de lo que hacemos.
Tras el
debate está una concepción de la sociedad misma, de sus relaciones y sus
objetivos diferentes en cada contendiente. Los medios están ahí y su papel es
creciente en nuestra vida cotidiana. Somos consumidores de información y
también consumidores de medios.
Cada
medio es una ventana a una realidad parcial, pero el grado de transparencia del
cristal es muy diverso: transparente, traslúcido o coloreado como vitral
catedralicio. Hay lugares en los que se tapan con contraventanas para no dejar
pasar la luz.
La
importancia de los medios como vertebradores de la vida pública, de su papel en
la creación de la opinión, es grande. Vivimos recibiendo informaciones y por
eso estamos más expuestos a la distorsión o manipulación. Puede que sea
inherente al proceso mismo y que comunicar sea actuar sobre el otro. Por eso el
móvil de la acción, el porqué de la información pasa a ser determinante. No
podemos ni vivir aislados como el príncipe Buda en su infancia, pero tampoco
podemos vivir en unas corrientes turbulentas y fangosas que nos llevan de un
lado a otro.
Puede
que estemos condenados a vivir en el interior de una caverna platónica, a
consumir diariamente sombras de realidad.
Pero que al menos esas sombras no sean "chinescas", el resultado de
la manipulación de unos en favor de otros y en detrimento nuestro. El debate
sobre la supervivencia económica y tecnológica de los medios no puede retrasar
el debate de su papel social, que se da por hecho demasiado a menudo. Parece
que la simple garantía legal de la libertad de prensa es suficiente; sabemos
que no.
Una
prensa que pierde la aspiración idealista y se sumerge en el lodazal de los
intereses acaba perjudicándose ella misma, además del efecto negativo causado
sobre la vida pública. Es en los lugares de enseñanza desde donde se debe
lanzar ese aviso que sea sobre todo despertar de la conciencia del valor de una
profesión y del papel de los medios. El surgimiento constante de medios
alternativos parece confirmar ese malestar
en la información que muchos profesionales padecen en su día a día, que no
es más que la fricción constante entre lo que es su conciben como responsabilidad
y lo que realizan. El mundo es más amplio de lo que las ventanas muestran y los
cristales podrían estar más limpios.
Hay una
gran distancia entre la imposibilidad de la perfección y la pérdida del deseo
de mejorar, que es más importante. La profesión periodística, defendiéndose
ella, nos defiende a todos. Cuando se acalla a los periodistas, se ensordece a
la sociedad. Por eso es tan importante que los propios medios no sean los
causantes ni del silencio ni del ensordecedor ruido del sensacionalismo. La pérdida de lectores o audiencias debe explicarse de forma más profunda a como se suele hacer habitualmente, como cuestiones de marcado. Un público embrutecido no busca mejor información, sino el circo con el que se le tienta y se acaba aburriendo y buscando entretenimientos.
A las
diversas crisis en las que estamos sumidos, o quizá como una variante de la
misma, se añade la de la información, que no es solo la de las ventas.
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