Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Durante
años, mis alumnos de licenciatura y posteriormente de grado tuvieron como
oferta para sus trabajos la película de Christopher Nolan, "Memento"
(2000). Nolan no era nadie entonces y se enfrentaban a una película
"rara" que les desesperaba al principio pero en la que iban entrando
poco a poco después hasta quedar muchos fascinados por sus laberintos. Acababan apreciando una forma de cine que se ha ido
depurando en el tiempo desde las complejidades formales a las emocionales.
Hace
unos días pude ver su primer trabajo, Following
(1998), que no había tenido ocasión de ver anteriormente. La complejidad
narrativa y formal expresa que es un ensayo general en blanco y negro, 16 mm, y
69 minutos de metraje de lo que será poco tiempo después "Memento",
un arabesco fascinante que exige del espectador toda su capacidad de
razonamiento e intuición.
Las
películas de Christopher Nolan tienen densidad narrativa, brillantez visual, pero
son siempre —y creo que este es un gran valor— el desarrollo de un conflicto
emocional que lleva al extremo a sus personajes y que nos involucra a todos en
sus recovecos básicos. Las películas de Nolan están llenas de dilemas
emocionales y morales entremezclados. Ahí reside su fuerza.
El
estreno de Interestelar (2014) este fin de semana confirma esta forma de
construir sus historias desde los sentimientos y su complejidad. Mientras
algunos resaltan los "agujeros de gusano", la relatividad o los
problemas con el tiempo, Nolan pone todo esto al servicio de los elementos
primarios y más importantes para él: los conflictos de los sentimientos.
Lo que "Interestelar"
nos muestra es una historia de egoísmos y generosidades, de compromisos y
cobardías envueltas en una trama "cósmica". Las historias más grandes
necesitan de los núcleos más sencillos. Quizá el secreto ante nuestros ojos del
cine de Nolan es construir gigantescos edificios para albergar lo que nos hace
humanos, nuestros conflictos sentimentales, ya sea encontrar nuestra identidad
o convivir con nuestros recuerdos, como en "Origen" (Inception 2010). El arte siempre ha bebido de nuestras fortalezas y debilidades y esas nacen del sentimiento, de los lazos que nos unen con los demás y de los obstáculos y conflictos que surgen.
El gran
drama de la extinción de la especie humana se construye aquí sobre pequeñas
historias de conflictos emocionales, individuales, a los que no podemos
renunciar. Kubrick rodó su 2001. Una
odisea espacial con una frialdad perfeccionista reduciendo a los personajes
a arquetipos, piezas casuales, desconectándolos de las emociones. Eran piezas en un drama
cerebral y abstracto. Por el contrario, Nolan estructura su historia sobre los
sentimientos que provoca, por lo que da a la obra una estructura distinta: el
cumplimiento de una promesa hecha por un padre a su hija.
La "promesa"
es uno de los motivos más poderosos en las narraciones ya que de ella sale la
fuerza que dirige la acción, como ocurre en el caso de Interestelar. En mitad de la crisis que amenaza a la humanidad,
Nolan consigue que nuestra tensión como espectadores se centre en esa historia
sencilla que se recubre con toda la brillantez visual y narrativa. Como si de
una narración volteriana se tratara, los protagonistas van recorriendo planetas
distintos en los que se encontraran ante decisiones con las que equilibrar su
deber y sus sentimientos en un conflicto casi kantiano. Es un aprendizaje
sentimental.
Por muy
espectaculares que sean las historias de Christopher Nolan, sus núcleos son humanos
y es lo que hace grandes sus películas: no olvida que no hay mayor espectáculo
que el ser humano en sus conflictos y paradojas. En esto engarza con los grandes
narradores y dramaturgos. Nada tiene más interés para nosotros que dejarnos
llevar por la corriente de las emociones y los sentimientos. La historia es la
forma de darles cuerpo para que tomen forma.
Puede
que debamos adscribir la película al género de la Ciencia-Ficción, pero solo lo
es externamente, es su envoltorio
genérico. En su interior lo que late es un drama familiar, los vínculos
poderosos de la sangre encarnada en esa familia de granjeros que nunca dejarán
de serlo por más que alcancen las estrellas o se dediquen a vencer las
cuestiones de la relatividad o de la física cuántica. Es la sangre y sus lazos lo que cuenta.
Como
suele ocurrir en sus obras, es en ese equilibrio entre la historia y su
exterior y los sentimientos y su interior donde reside su gran atractivo. Al
final, el problema de la "relatividad" del paso del tiempo no es el
del cambio en sí, sino el de la fidelidad y la constancia, el del deseo de ver a los
tuyos antes de que hayan desaparecido. Por más que nos enfrentemos a esas
grandes cuestiones de la física y el universo, de la biología, las reducimos a
efectos sobre la realidad que vivimos, a lo que nos importa realmente. No nos importa tanto cómo habrá cambiado
el mundo, sino si nos seguirán queriendo o nos habrán olvidado cuando
regresemos. Puede que el tiempo sea relativo, pero el sentimiento no, se mantiene constante en el tiempo camuflado bajo distintas apariencias. Son
científicos, pero —como podemos escucharles decir—, sus propias decisiones se
toman en los lugares profundos dominados por los sentimientos.
La
escena final de la película resume su sentido a la perfección. Creo que es un
gran acierto dramático y narrativo de Nolan haber hecho un final intimista en
una película espectacular. Al final sobra la espectacularidad queda revelada la
desnudez del sentimiento que se ha ido acumulando durante casi tres horas de
narración. No se necesita más.
Una de las
buenas películas de este año, Perdida
(Gone Girl 2014), de David Fincher,
nos hablaba de la falsedad y debilidad de los sentimientos ante los intereses,
del triunfo de la frialdad patológica. La de Nolan sostiene la tesis contraria: por encima
de todo somos seres que nos guiamos por los impulsos poderosos de las emociones,
positivas y negativas. Nuestros lazos son los que
motivan los sacrificios y las esperanzas, la angustia y el perdón. Es de ahí de
donde sacamos la fuerza y el compromiso para avanzar y mover el mundo. La misma
fuerza que impulsa al sacrificio y abandonarlo es la que nos hace regresar.
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