Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Con el
título "Estrategias de papel para la supervivencia", Jorge Carrión
escribe sobre la situación del libro y las librerías con motivo de la
celebración del día de estas últimas ayer. El trasiego de cierres y aperturas
se debe, según Carrión, a que muchas no se han adaptado al cambio tecnológico.
Otras se cierran por jubilaciones y no deben quedar jóvenes a los que les
apetezca ese negocio tan raro que es vender libros.
Señala Jorge Carrión:
Lo cierto es que las malas noticias se pueden
resumir en una: el descenso de las ventas, que según la CEGAL, al fin se ha
amortiguado. En el último cuadrimestre bajaron un 7,4%, contra el 9.4% del
mismo periodo del año pasado. La doble crisis, la económica y la causada por la
irrupción del consumo digital, ha provocado que —según el informe El sector del
libro en España. 2012-2014 del ministerial Observatorio de la Lectura y el
Libro— la facturación nacional haya bajado de 3,123 millones de euros en 2007 a
2,471. La Federación de Gremios de Editores de España añade la cifra de 2013:
2,181 millones. Mil millones. Un tercio menos. En seis años.*
Es
mucho perder. Hace mucho tiempo que aprendimos que eso del "descenso amortiguado"
es solo una excusa porque va quedando menos abismo que descender. Cuando te has
estrellado contra el duro empedrado, de hecho, se frena el descenso. Las buenas
noticias, claro, es lo bonito que está resultando el funeral. Eso forma parte
de las llamadas "buenas noticias", el éxito de las convocatorias
hechas para sus actividades recreativas.
Ante la
cuestión de libros y librerías, los enfoques pueden oscilar entre el problema
económico de la rentabilidad del sector y el problema cultural. Son muy
diferentes y con tratamientos y consecuencias distintas. Por un lado está la
cuestión de las ediciones digitales frente al libro; por otro, la cuestión de
los bestseller y sus formas de venta frente a otros tipos de libro; y,
finalmente, la cuestión de la demanda cultural.
En las
cuestiones culturales se olvida casi siempre el carácter sistémico. Los enfoques
parciales y economicistas, que son los que interesan a la mayoría, son
insuficientes y quejumbrosos. Hay explicaciones para todos los gustos, pero es
evidente que el hecho de que se lean libros tiene que ver principalmente con el
deseo de leer. El cómo despertar ese deseo interés es donde reside el quid de
la cuestión.
Para
algunos es cuestión de mercadotecnia y todo se basa en una gran inversión en la
promoción. Por eso se han centrado en los bestseller y han llevado hasta el
aburrimiento la técnica serial: sagas y más sagas, que hacen que la gente se
enganche y siga durante un periodo de tiempo las apariciones sucesivas. Primero
te enganchan a Harry, después a Crepúsculo y finalmente a Milenio. Lo mismo se hace en el cine,
donde se llevan esas novelas inmediatamente para crear una unidad receptora. Con
Los Juegos del hambre se hace lo mismo.
Incluso las últimas entregas se dividen en dos partes (Crepúsculo y Los Juegos)
para prolongar en el tiempo la dependencia. No hablemos ya de lo hecho con El Hobbitt.
Es volver a la novela por entregas del siglo XIX.
La otra
opción es hacerte en fan de un escritor o escritora al que se convierte en
icono de algo, de lo que sea. Tienes los adictos a Punset como tienes los de
Stephen King. La técnica aquí es crear la "biblioteca" del autor, que
puedes separar del resto, como hizo Alianza con su colección de bolsillo, que
ahora aparece dividida por autores.
Todo
esto es el problema de las ventas, de cómo vender libros, películas, etc. Sin
embargo el problema cultural es de otro orden. Cuando se plantea que el libro
electrónico rivaliza con el libro en papel y le come terreno, se suele soslayar
la cuestión de que la mayor parte de las personas que leen en dispositivos
electrónicos suelen ser las mismas que ya leían o leen en papel. Basta con
mirar y se suele comprobar que una parte importante de los lectores que ves en
los transportes públicos con dispositivos son adultos. También hay gente joven,
pero son los mayores los que más lo utilizan para leer.
Si se
mira el resto de los que van en el transporte público, que es una auténtica
biblioteca ambulante, un espacio en el que antes se aprovechaba para leer
prensa y libros, veremos que los hábitos han cambiado. Tenemos los que
simplemente escuchan música, los que están conectados con sus teléfonos a redes
sociales, los que los utilizan para jugar, los que leen sus libros electrónicos
y, finalmente, los que leen prensa y libros en papel. Lo que se ha modificado
son los hábitos, pero también el tipo de consumo.
En un
mercado orientado al consumo mediático, todos estos dispositivos compiten por
hacerse con sus usuarios, pero hay otra competencia, que es la cultural, que
afecta a los contenidos de la información. La cuestión no está solo en los
dispositivos —ebook, teléfono o libro o periódico—, sino en el tipo de
contenidos que se solicitan.
Las
librerías se han tenido que adaptar a las nuevas situaciones, pero dependen de
lo que puede ser solicitado y esto es una cuestión más problemática porque
afecta a la calidad de la cultura. La cultura es la gran perdedora y las
pérdidas que se nos cuentan no son más que los efectos de ese deterioro
ambiental que se percibe. Es importante distinguir efectos y causas. Y la causa
es el deterioro cultural, el empobrecimiento educativo que es resaltado desde
todos los estudios que se realizan. Leemos mal y mucho de lo que leemos es malo.
Los que
estamos en la enseñanza superior no necesitamos de muchos estudios. Lo tenemos
delante todos los días. El empobrecimiento es colosal. Y es desde ahí desde donde
hay que afrontar esta crisis: no desde las ventas, sino desde las carencias
culturales. Son estas las que se camuflan bajo cifras de bestseller y taquillazos esporádicos que hacen, además, tratar de
repetir las fórmulas. Lo he dicho muchas veces: es más importante qué se lee que cuánto se lee.
Los
enfoques culturales de mercado son socialmente nefastos. Sustituyen la cultura
por el espectáculo y lo orientan hacia el entretenimiento. El folclore montado
para llevar gente a las librerías en el Día de la Librerías es un indicador que
sin él no se entra en ellas, pues están abiertas todos los días. Mientras no se
aborde globalmente la cuestión de la cultura, con unas políticas de difusión
formativa a través de los medios públicos y las instituciones, y sobre todo una
renovación del sistema educativo orientado hacia la lectura de calidad y progresiva,
habrá poco que hacer.
Por una
lectura de "calidad y progresiva" entiendo una formación lectora que
no huya de la complejidad, sino que vaya adentrando en ella a los lectores. Hay
un infantilismo lector que hace que
estudiantes universitarios sigan con libros infantiles o juveniles sin llegar a
madurar en sus lecturas y
manteniéndose profundamente ignorantes de la cultura en sí. Y eso es el fin.
Ahí se acaban los lectores futuros, condenados a seguir —los que lo hacen— las
directrices comerciales. Se ha perdido el ideal de una sociedad culta, como otros tantos. La cultura ha pasado a ser un
"sector" y no el un estado de un país.
Las
técnicas de mercado no se preocupan por los que se lee, sino por lo que se
vende, Y acaban haciendo que se lea lo que se vende bien. Eso se puede aplicar
a las políticas de las demás artes: el cine, la música, etc. Carecemos de una
verdadera política cultural desde hace décadas. Eso se puede percibir en la
absoluta pobreza ambiental que nos rodea y la elevación a los altares
mediáticos a cualquier pelanas que logra vender unos cuantos ejemplares de
cualquier rudimentario texto imitador de cualquier bestseller extranjero. Y
esto no es cultura.
El problema
de la cultura no es el de las ventas, pero sí el de qué se lee o se deja de
leer, se compre o no. Y la cultura tiene que ver con la receptividad social a
muchas otras cosas, como la ciencia misma de la que forma parte.
Ya en
contado otra vez que frente a mi facultad extiende su sábana librera Pepe, para
mí el mejor librero. Su librería no tiene paredes ni escaparates, solo sus
libros sobre el suelo. Por delante de su librería minimalista se detienen muy
pocos de los alumnos que pasan por la avenida para ver qué libros tiene.
Siempre que paso me suelo llevar algunos porque siempre tiene cosas
interesantes. Pero para saber que son interesantes,
tienes que tener la capacidad de detectarlo. Es un círculo vicioso. La mitad de
los que me llevo son para regalar. No hay mejor regalo que un buen libro. Lo que
cuenta no es el papel, sino lo que contiene, que es lo que hace crecer al que
lo lee.
Hace
muchos años que coincidí en la cola de la caja de una librería con un político
muy conocido que posteriormente llegó a comisario europeo. Me deprimió ver los
libros que se llevaba. Hoy probablemente ha empeorado el nivel. No escuchamos
una cita, una mención, una idea en los discursos. Ni ellos podrían ni sus
asesores de comunicación lo permitirían. El empobrecimiento es general porque la
cultura no se considera parte de la persona, sino como una forma de ocio, un mero
gasto. Después damos botes en nuestros asientos cuando escuchamos barbaridades
a gente que ha hecho una carrera y dos másteres. Todos piden cosas prácticas y
especializadas, lo único generalizado y que sirve de puente entre especialistas
es la ignorancia. Esa sí que une.
Un país
culto es un país que aspira a más, que no se deja tentar por charlatanes, a los
que puede distinguir de los que realmente saben algo. El reino de la incultura
es el paraíso de los charlatanes, donde es más fácil dar gato por liebre y
donde todo el mundo se deja llevar por la opinión ajena.
*
"Estrategias de papel para la supervivencia" El País 29/11/2014
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/11/28/actualidad/1417201846_048343.html
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