Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Son
tres los grandes puntales que un país moderno, dotado de instituciones y una
sociedad formada, debe mantener y fomentar: el Cultura, la Ciencia y la
Industria. Son los tres pilares que permiten —con sus diversas posibilidades— el
dinamismo social, la mejora individual y colectiva y el mantenimiento de
proyectos que permitan mejorar la propia estima. No es que otros no sean
importantes, sino que esos tres son los motores que después pueden tirar del
resto con más fuerza. En estos momentos, la necesidad de que España aborde los
tres pilares de una forma organizada y productiva es dramática.
La
pérdida de ilusiones y realidades es notoria y forma parte del sentimiento de
descomposición que padecemos muchos ante la realidad cotidiana. Indudablemente
en algún momento nos hemos desviado del camino y nos resulta complicado
encontrar un camino para volver a la carretera que perdimos.
Arte,
Ciencia e Industria son tres voces que llevan tiempo clamando por volver a la
carretera abandonada. En el Arte englobo la capacidad de creación en todas sus
facetas, más allá de la explotación turística del patrimonio; en la Ciencia, el
apoyo a la investigación que permita aportar algo al mundo, dar salida a los
que se forman en la búsqueda de nuevos conocimientos; la Industria, finalmente,
supone la capacidad de traducir la creatividad —arte y ciencia— en proyectos
mediante los que producimos objetos y creamos los puestos necesarios para hacerlos. Todo está unido: creatividad, conocimiento y capacidad productiva.
En los
últimos tiempos se acumulan discursos de queja por el abandono dramático de
estos tres frentes, artístico, científico e industrial. La gota que ha colmado
el vaso en el arte es la renuncia de Jordi Savall al Premio Nacional de Música
2014, con una carta explicativa que no deja lugar a muchas lecturas
alternativas:
Vivimos en una grave crisis política,
económica y cultural, a consecuencia de la cual una cuarta parte de los
españoles está en situación de gran precariedad y más de la mitad de nuestros
jóvenes no tiene ni tendrá posibilidad alguna de conseguir un trabajo que les
asegure una vida mínimamente digna. La Cultura, el Arte, y especialmente la
Música, son la base de la educación que nos permite realizarnos personalmente
y, al mismo tiempo, estar presentes como entidad cultural, en un mundo cada vez
más globalizado. Estoy profundamente convencido que el arte es útil a la
sociedad, contribuyendo a la educación de los jóvenes, y a elevar y a
fortalecer la dimensión humana y espiritual del ser humano. ¿Cuántos españoles
han podido alguna vez en sus vidas, escuchar en vivo las sublimes músicas de
Cristóbal de Morales, Francisco Guerrero o Tomás Luis de Victoria? Quizás
algunos miles de privilegiados que han podido asistir a algún concierto de los
poquísimos festivales que programan este tipo de música. Pero la inmensa
mayoría, nunca podrá beneficiarse de la fabulosa energía espiritual que
transmiten la divina belleza de estas músicas. ¿Podríamos imaginar un Museo del
Prado en el cual todo el patrimonio antiguo no fuera accesible? Pues esto es lo
que sucede con la música, ya que la música viva solo existe cuando un cantante
la canta o un músico la toca, los músicos son los verdaderos museos vivientes
del arte musical. Es gracias a ellos que podemos escuchar las Cantigas de Santa
María de Alfonso X el Sabio, los Villancicos y Motetes de los siglos de Oro,
los Tonos Humanos y Divinos del Barroco… Por ello es indispensable dar a los
músicos un mínimo de apoyo institucional estable, ya que sin ellos nuestro
patrimonio musical continuaría durmiendo el triste sueño del olvido y de la
ignorancia.
La ignorancia y la amnesia son el fin de toda
civilización, ya que sin educación no hay arte y sin memoria no hay justicia.
No podemos permitir que la ignorancia y la falta de conciencia del valor de la
cultura de los responsables de las más altas instancias del gobierno de España,
erosionen impunemente el arduo trabajo de tantos músicos, actores, bailarines,
cineastas, escritores y artistas plásticos que detentan el verdadero estandarte
de la Cultura y que no merecen sin duda alguna el trato que padecen, pues son
los verdaderos protagonistas de la identidad cultural de este país.*
La
carta evidencia algo palpable en las instituciones educativas y de difusión de
la cultura: la perversión de los fines y la carencia de los medios.
Habitualmente —y esto es un gran error— se pone el énfasis en las carencias,
pero quizá sea más importante hacerlo en los fines. El empobrecimiento cultural
—el embrutecimiento— es palpable en la orientación de la educación y en el
propio diseño educativo, tanto de los que lo reciben como de los que imparten.
La cultura y la educación se ha convertido en máquinas ciegas, se han mecanizado y
burocratizado, perdiendo de vista su función social y personal. Esto no es
nuevo ni de un gobierno, sino una tendencia resultante de la falta de miras, de
la atomización que se ha ido produciendo a lo largo de los años en nuestro país.
En los últimos años se han agravado los problemas y las consecuencias. Se ha
conseguido convertir el sistema educativo en una fábrica sin aliento y a los
docentes en personas más preocupadas por la supervivencia dentro del sistema
que por lo que debería ser la verdadera preocupación, la formación correcta del
alumnado.
Las
luchas políticas en el campo de la educación son especialmente graves y no se
ha dejado de luchar en un sistema que usa cualquier posibilidad de conflicto
para escenificar el desacuerdo. Los resultados educativos de España están sobre
la mesa y no es necesario insistir de nuevo en ellos. Basta decir que no se ha
arreglado ninguno de los problemas porque el sistema mismo es incapaz de corregirlos,
ya que es él quien los produce.
La
educación es el motor de la cultura, tanto en su producción como en su
recepción. La queja de Savall forma parte de un círculo vicioso en el que la
mala educación demanda mala "cultura", "productos culturales"
que dan forma al mal gusto y lo chabacano, que huyen de cualquier experiencia
estética que tenga un mínimo de complejidad o necesite de referencias. El
sistema educativo no educa en la percepción estética, ni en la música ni en
ningún otro arte. Se ha limitado a hacer listas de "competencias" que
deben ser completadas de forma mecánica. La educación estética falla estrepitosamente
y es donde mejor se ve el fracaso del método. Si el objetivo de estudiar
música, literatura, pintura no fuera más que mantener las plantillas, nuestros
jóvenes llegarían con otra formación y tendrían otros gustos y exigencias
artísticas. Sin embargo, no es ese el caso, como es obvio y palpable. El
profesorado consciente se desespera, al otro le da igual.
En el
Arte, como en tantas otras cosas, ha primado el negocio y el negocio tiende siempre a lo más fácil. Podemos
buscar explicaciones y responsables. Habrá muchas y para todos los gustos, pero
la más evidente la tenemos delante: la clase dirigente que se ha ido
seleccionando con el paso de los años carece absolutamente de la sensibilidad
necesaria para administrar cultura y educación. La educación la han visto como
una tecnocracia y la Cultura y el Arte como un negocio promocional. El panorama hoy es
desalentador, con artistas olvidados y memos elevados a la gloria vendedora
mediante campañas de aplausos. Lo verdaderamente creativo no aflora porque existen filtros que lo impiden, centrando
la atención en lo vendible y ocultando el resto.
La
Ciencia tiene su propia queja. Con toda razón, aunque con motivos diferentes. Las
quejas de los científicos españoles son claras y constantes. La falta de fondos
y, sobre todo, la carencia de una política organizada que haga de la Ciencia un
factor de progreso. El desaprovechamiento del potencial humano, que debe
emigrar, es un verdadero crimen generacional. Formamos científicos a duras
penas y estos deben marcharse a trabajar allí donde se les reconoce y valora.
Como ha
ocurrido con la Cultura, la Ciencia se ha politizado
a su manera. La Ciencia requiere de una organización, de una estructuración
para que funcione. La soledad del artista ya no es posible en el trabajo
científico. Se desaprovechan muchos recursos y se invierte menos de lo que se
debería. No solo es importante mantener nuestro parque científico por sí mismo,
sino conectarlo con la tercera pata, la de la industrialización.
En su
blog de Economía en el diario Expansión, , Enrique Quemada saludaba el cambio
de tendencia a primeros de año: "España lleva cuatro décadas en progresiva
desindustrialización: en 1972 la industria representaba el 39% sobre el PIB, en
1980 el 25,3% y en 2013 tan solo el 14%."**. Un aumento del 2% en la
inversión en bienes de equipo junto al crecimiento de las exportaciones, señala
Quemada, parecen apuntar hacia ese cambio esperado. Pero asusta ver cómo en
cuarenta años España torció su camino de potencia industrial seducida por los
cantos de sirena que encontraron el beneficio en otras partes. Con ello nos
condenaban a todos.
El discurso
del Rey Felipe VI ante la Asociación para el Progreso de la Dirección ha puesto
por fin el énfasis institucional en la necesidad de la reindustrialización de
España. A lo largo de estos años, hemos insistido aquí en la importancia
capital de dejar de apoyar los motores que nos debilitan en conjunto aunque algunos
se enriquezcan y apostar por la industria, variando los modelos de inversión y
apoyando a los sectores que requieran más y mejor formación.
El
fracaso de la educación de la educación es el de la motivación. Pero esta
motivación no es de las escuelas, sino de la sociedad misma que debe ofrecer
oportunidades suficientes y de mayor calidad. Son muchos los países que forman
científicos e ingenieros, pero son muchos menos los que aprovechan su potencial
para la creación de puestos de trabajo adecuados. La inversión en Ciencia se
debe corresponder con una conexión con una industria en expansión, que estimule
a su vez la demanda de puestos de trabajo cualificados.
Las
sociedades tienen este carácter sistémico en el que todo está interconectado,
todo está sujeto a retroalimentaciones. La queja de los artistas españoles se
corresponde con la de científicos e industriales. En estos años se eligió un
camino que nos ha ido configurando y deformando. No es casual que el camino del
éxito fácil y a corto plazo, el de los pelotazos inmobiliarios, el de los
contratos tramposos con las administraciones, haya traído la corrupción al
sistema. Es lo normal.
La
retórica hueca a la que estamos sometidos constantemente esconde una falta de
fines de altura, de un modelo de país y de ciudadanos. La mediocridad se ha
instalado en todos nuestros rincones de decisión y los resultados están
acordes.
El
hartazgo que esto ha producido lleva al rechazo ciudadano y al rechazo de los
premios con los que las instituciones tratan de convertir en actos
propagandísticos lo que no es más que una política de mínimos.
Me
parece muy bien que existan Premios Nacionales de las Artes que, como en el
caso de Jordi Savall, son muy merecidos. Pero me parecería todavía mejor que
existiera una política cultural real, capaz de hacer que los millones de
escolares españoles pudieran disfrutar, aprender a valorar la música que Savall
mima e interpreta primorosamente. Sin esto, los premios son solo parafernalia,
actos de cara a la galería, ocasión de lucimiento.
No
necesitamos "marca", necesitamos mirarnos en un espejo y encontrar
una imagen aceptable de nosotros mismos. Nuestro problema ya no es solo cómo
nos vean los demás, sino cómo nos vemos nosotros mismos. Ahí está el centro de
la desafección, de la apatía o el principio de la senda de aquellos que eligen
seguir los malos ejemplos. Debemos aceptar que no todo el mundo necesita un
país mejor, sino un país con más oportunidades para seguir haciendo lo que les
ha dado tan buenos resultados.
Artistas,
científicos e industriales coinciden en la necesidad de reorientar sus
sectores, de darles una finalidad, integrarlos en nuestro tejido social y con
ello la posibilidad de transformar el país. Sin Arte, sin Ciencia y sin
Industria se es solo un país comparsa, un apeadero de otros. Lo que el motor de la construcción nos ha traído ya lo hemos visto. El centrarse en el turismo tiene un límite, pues también supone una degradación de fines, como ya están padeciendo en muchas zonas. España no puede quedarse en potencia "turística", "gastronómica" o "deportiva" porque debe aspirar a mucho más que a recibir turistas, darles de comer y entretenerles. Hemos visto el efecto de todo esto en una generación. Si no hemos aprendido, nos merecemos que los mejores emigren y no regresen. Escuchaba esta misma mañana decir al ministro García Margallo los españoles tenemos pero imagen de nosotros mismos que los de fuera. Triste consuelo que nos obliga a tomarle la palabra y partir lejos a vivir de recuerdos y añoranzas. Nosotros no tenemos "marca España" delante, sino que estamos marcados por ella. El que fuera gustemos no significa que nos gustemos a nosotros mismos.
A nuestros artistas, científicos, etc. so solo
hay que premiarlos, hay que promoverlos antes, vivir su arte o conocimientos. Solo los públicos cultos celebran y acogen a los grandes artistas. Es absurdo que la gran mayoría del
país descubra quién es Jordi Savall gracias a la concesión del premio que ahora
rechaza.
*
"Texto íntegro de la carta de Jordi Savall al ministro de Cultura"
Diario de Sevilla 30/10/2014
http://www.diariodesevilla.es/article/mapademusicas/1889882/texto/integro/la/carta/jordi/savall/ministro/cultura.html
**
Enrique Quemada "Empieza la reindustrialización de España" Blog
'Fusiones y adquisiciones' Expansión
4/02/2014http://www.expansion.com/blogs/quemada/2014/02/04/empieza-la-reindustrializacion-de-espana.html
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