Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Nos
cuentan en ABC, con gran sorpresa suya, que los musulmanes en Francia —estimados
entre cinco y seis millones de personas— votan masivamente a los partidos de
izquierda mientras que los obreros menos cualificados se están concentrando en
los partidos de extrema derecha, en el Frente Nacional. Se citan varios
estudios que llegan estas mismas conclusiones. Dice ABC que «los
musulmanes franceses son una comunidad culturalmente unida y muy convencida de
sus valores. Se trata, en su inmensa mayoría, de hijos o nietos de inmigrantes.
Pero son y se consideran franceses perfectamente integrados.»*
No se entiende demasiado la sorpresa del diario o,
incluso la de los franceses. Más bien, la sorpresa sería lo contrario. Pero es
una muestra más de la distorsión histórica de nuestra comprensión de muchas
cosas.
Los sistemas políticos y sus concreciones
electorales son el resultado de muchas variables que tienden a encajar
interrelacionadas. Votar no es solo
un acto ideológico, sino una acción pragmática, de intereses. No quiere decir
que sea una cosa u otra, sino que en cada caso —y probablemente dentro de
ciertos límites— una mezcla de ambas. Pensar que los principios de la gente
obedecen a criterios puros es erróneo. Otra cosa es cómo justificamos nuestras
acciones y decisiones políticas, si desde las ideas o desde los intereses. Los
partidos suelen buscar a los dos tipos de votantes con sus programas,
combinando ideología y principios con medidas concretas que benefician más o
menos a unos o a otros.
El artículo
termina señalando:
El estudio de Jérôme Fourquet subraya que
Francia está viviendo una mutación sociológica de fondo y gran calado, que bien
ilustra este titular de Le Figaro a toda página: «Los musulmanes de Francia
votan a la izquierda».
Fourquet resume su trabajo de este modo:
«Según nuestros estudios, los franceses musulmanes fueron la categoría social
que votó más masivamente a favor de Hollande, hace un año, bien por adhesión a
su persona, bien por rechazo de Nicolas Sarkozy. Un año después, esa tendencia
de fondo se está confirmando a través de muchos indicadores».*
Lo que
el artículo nos cuenta son dos fenómenos distintos, pero convergentes en una
misma superficie: que los musulmanes voten a la izquierda y que los obreros
voten a la extrema derecha.
La
extrema derecha es sobre todo "nacionalista" excluyente, es decir,
xenófoba y, en muchas ocasiones, racista. En las grandes crisis económicas se
radicaliza y sale a pescar ingenuos entre los descontentos, que suelen ser
siempre los trabajadores porque suelen ser quienes las padecen con más
intensidad. Los argumentos de que los extranjeros les quitan los puestos de
trabajo, que se pierde la identidad nacional, que se ha invadido la
"patria", etc. son fácilmente entendibles y se manipula a través de
ellos el descontento. Como resultado estos partidos acaban recibiendo a ese
"obrero de ultraderecha" que extraña tanto al ABC. Les recomiendo que
vean esa estupenda película, receptora de muchos premios, "This is
England" (2006), escrita sobre sus experiencias en los ochenta y dirigida
por Shane Meadows. El mensaje racista cala en las clases más desfavorecidas
cuando hay crisis y hay una abundante colonia de inmigrantes a la que echar las
culpas de la falta de puestos de trabajo o gastos excesivos, etc. Pasan a ser
los culpables de todo. Vean lo que ocurre ahora mismo con el partido de la
extrema derecha griego Nuevo Amanecer. Ese grupos de intelectuales del gimnasio
se dedican a apalear extranjeros y tienen ya una serie de muertes en su haber.
Con mayor o menor virulencia, se produce allí donde hay crisis y se deja crecer.
Pero
resulta mucho más interesante la sorpresa causada por el hecho de que los
musulmanes franceses voten a las izquierdas. Tenemos tan presente el
"islamismo" y las formas radicales ultraconservadoras que mantienen,
que nos olvidamos de que esto es muy reciente y que los procesos de
descolonización fueron llevados esencialmente por "revoluciones socialistas",
como fue el caso de Nasser en Egipto. Hay todo un fondo "progresista"
y muchas veces "laico" que se ha enterrado convenientemente por una
serie de intereses internos y externos. Existen millones de personas con ideas
sociales democráticas de diverso signo —liberales,
socialdemócratas, socialistas, incluso comunistas, feministas— que el islamismo ha
enterrado y no comprendemos en su dimensión real. Los tópicos no nos dejan ver el bosque. La lucha contra el islamismo político se da primero en sus países —como ocurre en Egipto, con la revolución— y se traslada a los países occidentales, cuyas comunidades trata de controlar para evitar "regresos peligrosos".
El
hecho de que voten mayoritariamente a la izquierda francesa no debería llamar
la atención por dos cosas. La primera es obviamente que cuanto más se
radicalice la derecha sobre cuestiones de inmigración y xenofobia, más empujará
a los votantes de origen extranjero a votar en la dirección contraria. Votarán
a quien les dé más garantías y defienda mejor sus intereses El voto hispano ha
sido importante para Obama, por ejemplo, por el radicalismo republicano de Mitt Romney sobre inmigración.
Pero es
el segundo argumento el que es interesante. Gran parte del progresismo social
que hay en la diáspora no regresa porque han ido en sentido contrario a la
evolución de sus países. En la medida en que los islamistas han ido
transformando la sociedad desde la década de los setenta a través de la presión
sobre las costumbres o desde el poder cuando llegan, los motivos para el
regreso son menores porque sencillamente no lo soportan muchos de ellos. Puede
llegar a serles imposible regresar.
Es lo que manifiesta, por ejemplo, el
escritor marroquí Tahar Ben Jelloun cuando indica su imposibilidad de regresar
a su país y quedarse definitivamente en Francia: sencillamente su mente no lo
acepta. Lo ha reflejado perfectamente en la novela El retorno (Au pays 2009)
en donde nos muestra el proceso contrario, el del trabajador marroquí, que fue
a trabajar a Francia pero jamás se integró y sueña con el regreso. Él no es
Europa y solo existen para él las tradiciones y la familia, de la que tiene un
sentido patriarcal. Sin embargo sus hijos no regresarán con él porque no
comparten los valores arcaicos de su vida y se quedarán en Francia y se casarán
con personas no musulmanas. Ben Jelloun logra un interesante retrato analítico
de la mentalidad conservadora del que ha hecho del centro de su vida la
tradición y se muestra impermeable a los cambios.
La
explicación de lo que ocurre en Egipto o Túnez, en otra medida, en Turquía, es
la constatación de que existe en esos países un laicismo que no quiere verse interpretado en
términos de igualación del islamismo con lo árabe, lo bereber o lo turco. Son los islamistas los que
hacen esa asimilación, lo que les permite condenar a los disidentes por las dos
vías, los acusan de traidores (por tener ideologías "extranjeras") y por ateos
(por separar la religión del Estado). Muchos de ellos son religiosos, pero mantienen separados los dos mundos: no quieren ser dirigidos por partidos religiosos. Son los islamistas lo que quieren dirigir los países imponiendo su visión en todos los niveles, en lo político y en lo religioso, que unifican.
La
transformación de las revoluciones árabes socialistas, que lucharon contra el
colonialismo y el atraso social, en nuevas oligarquías que se convirtieron en
estados corruptos y dictatoriales, es lo que creó el caldo de cultivo para
conseguir adeptos a la fórmula "el islam es la solución", de la que
se acaba de ver las consecuencias en las revoluciones de la
"Primavera": los intentos de modernización y acabar con la corrupción
dan entrada a los mejor organizados, los islamistas, que superponen su propia
transformación ideológico-religiosa a los motivos iniciales de las revueltas.
Lo preocupante
de la sorpresa causada por el estudio es ignorar que muchos musulmanes han
hecho la síntesis —como la hicieron los cristianos occidentales— de unas formas
más abiertas de religión que no las hacen incompatibles con las fórmulas
políticas. Otros muchos árabes son, directamente, laicos o incluso ateos, como ocurre igualmente en el "occidente cristiano". Por eso es importante tener en cuenta las distinciones, saber distinguir a quién se ayuda o apoya y los efectos que eso tendrá para ellos, para los que quedan arrinconados en sus propios países, y para nosotros. El mayor error es ignorar a todos los que intentan salir del guion del islamismo político.
Que los
árabes franceses, sean religiosos o no, voten en Francia masivamente a la
izquierda nos muestra la diversidad del mundo islámico, una diversidad que el
propio "islamismo" no reconoce y trata de imponer allí donde llega.
Los que viven en Europa cada vez tienen menos motivos, como los hijos del
protagonista de la novela de Tahar Ben Jelloun, para regresar. Es comprensible.
*
"En Francia, los musulmanes votan a la izquierda y los obreros a la
extrema derecha" ABC http://www.abc.es/internacional/20130710/abci-francia-musulmanes-votan-izquierda-201307091858.html
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