Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
llamamiento del general Abdel Fattah al-Sisi a manifestarse mañana en contra
del terrorismo y como forma de apoyo a las acciones que el Ejército y la
Policía tengan que realizar para controlarlo suena extraño a los oídos ajenos.
Normalmente, en este tipo de situaciones, con una intervención militar por
medio, tienden a estar implícitas y es para las que no se "piden permisos",
por decirlo así:
“I ask all honorable and faithful Egyptians to
take to the streets on Friday, to mandate me to confront terrorism and
violence. I did not ask of you anything before. ”
“I want you Egyptians to delegate the army and
the police to confront violence in a suitable way. Please bear the
responsibility with the army and the police. Show your steadfastness. This does
not mean that I want violence or terrorism.”
Las muertes y atentados estos días en la península del
Sinaí, convertida en zona descontrolada, el recrudecimiento de la violencia en
las calles, parecen ser los causantes de
estas insólitas peticiones de respaldo para actuar contra el terrorismo. En el
discurso realizado durante la graduación de oficiales en la Academia militar,
el general Abdel Fattah
al-Sisi ha señalado la preocupación por los grupos y armas que circulan por la
zona y que pueden penetrar hacia el interior. hay demasiados grupos
armados circulando por la zona, actuando allí donde "se les necesita".
Para los islamistas, por supuesto, las bombas en las comisarías las pone el
gobierno mismo.
La explicación de la insólita petición debe ser entendida en
la configuración retórica de la acción militar: se ha actuado en todo momento,
se afirma, "en nombre del pueblo". Las disquisiciones sobre la
cuestión de si ha habido un "golpe" o no es el eje semántico con el
que unos y otros construyen sus líneas de actuación. Unos lo afirman y otros lo
niegan, convirtiéndose en el eje esencial de la argumentación, pues afecta a la
cuestión de la "legitimidad". Los islamistas se consideran portavoces
legítimos del "pueblo" a través de su presidente depuesto y retenido;
el Ejército, por el contrario, dice que ellos actúan bajo la petición popular,
que los 22 millones de firmas recogidas por Tamarod y las manifestaciones
masivas del 30 de junio exigiendo a Morsi que se fuera y convocara elecciones.
Esa era la petición popular que unió a muchos egipcios.
Todo esto no es "científico", vamos a decirlo así.
Los argumentos convencen a quien convencen. El desastroso y poco democrático
comportamiento de Morsi y su gobierno, controlando el país a su gusto, ocupando
todo, puede parecer "insuficiente" allí donde eso no se plantearía en
términos de intervención militar. La teoría de que el Ejército es el brazo de
la Revolución, que encarna el deseo del pueblo es también un principio que debe
ser aceptado para construir sobre él nuevas argumentaciones.
Los islamistas, en cambio, se han convertido en los más ardientes "defensores" de una Revolución que dicen encarnar; ellos son los que llevan el
testigo, en su visión. Entrevistado por la televisión francesa, uno de los líderes de la
Hermandad, Essam Erian, se quejaba de que nadie en Occidente hubiera dicho una
sola palabra condenando el "golpe", que se hubieran negado a llamarlo
así siquiera. La indignación que manifestaba ante las insistentes preguntas del
periodista francés, que procuraba mantener la calma, iban en el mismo sentido:
nadie nos respalda. Debería Essam Erian preguntarse por qué.
Los islamistas han
iniciado una campaña sin apenas ecos que debería mostrarles que, por encima de otras circunstancias,
algo han hecho mal, que hay algo de poco
democrático en su forma de entender la democracia que dicen haber
representado en solo un año de mandato. Deben asumir que si se ha llegado a
esta situación no es por una conspiración contra ellos o que, si ha existido,
ellos tienen una parte importante de responsabilidad, pues es difícil encontrar
mayor sordera política y menos buena voluntad en un momento en que era esencial
para el futuro de Egipto. La Hermandad es víctima, entre otras cosas, de su
propia soberbia política, de su ceguera orgullosa, de su propio fundamentalismo
visionario. Ahora paga las consecuencias. Con la excepción de Erdogán, compañero de islamismo y sujeto a sus propia contestación social, y de la congelación norteamericana de cuatro aviones, no ha habido mucha más reacción pues todos los gobiernos miden sus pasos hasta ver qué ocurre, cómo evoluciona todo en Egipto.
Quizá no sea necesario esperar al futuro para que los
historiadores interpreten que el hartazgo social por su forma de gobernar era
real, no solo una manipulación. La Revolución, como conjunto de ideales, estaba
allí. Puede ser interpretada de muchas formas, cierto, pero en ninguna por el
camino elegido por la Hermandad, restringiendo libertades en nombre de un
islamismo político que recorta las pocas que el pueblo egipcio tenía bajo el
gobierno anterior y su Ley de Excepción. Es a eso a lo que han dicho basta.
La intervención de los militares "recogiendo" esa
"voluntad" es otra cuestión, difícil de separar del conjunto, y que
debe ser tenida bajo observación por los precedentes en estos años de
revolución y los anteriores.
La fuerza de la Hermandad ha sido su organización en un
mundo desorganizado. La única fuerza organizada ha sido el Ejército, que
durante décadas se encargó que solo existieran esas dos fuerzas antagónicas, el
islamismo y el ejército. En medio, la sociedad tenía su propia evolución, su
propia deriva líquida, acomodándose a
los resquicios y recovecos que le quedaban, sobreviviendo o prosperando, en una
sociedad llena de injusticias y desigualdades. Es una sociedad que está todavía
falta de un discurso articulado, al que es necesario dar forma y ponerle
necesarias nuevas caras; un discurso que permita que la sociedad civil sea
"sociedad" y "civil" y no una entidad amorfa, condenada a
salir emocionalmente a las calles a manifestar una voluntad casi
schopenhaueriana, informe y doliente, angustiada, interpretada por unos y otros.
En Egipto se están redefiniendo muchos términos —incluido el
de "normalidad"—, como probeta de la Historia que es y ha sido.
Egipto, a su pesar, experimenta consigo mismo, como un niño experimenta con los
colores sobre una página en blanco, tanteando formas y brillos, borrando y
tachando. Pero el dibujo tiene que ser pronto claro, nítido, luminoso. El riego
es que borrones y tachaduras no permitan reconocer el dibujo de sus deseos, que pueda acabar en un garabato.
Todo intento de construir puentes entre lenguajes y visiones
del mundo parte del principio dinámico de evolución del discurso, es decir, de la capacidad
de moverse hacia posiciones en las que sea posible el diálogo. La propia
Hermandad Musulmana se quebró en varias ocasiones por su incapacidad de
mantener un principio de diálogo interno; no es un cuerpo flexible. Las posibilidades de diálogo con ella son difíciles
porque su pensamiento va más allá de las
acciones de gobierno, de los límites que pueden ser o no traspasados. El islamismo
político posee un fondo visionario, un tener la Historia —a Dios— a su lado, un
"destino manifiesto", y eso acaba con cualquier diálogo posible porque
puedes tener la certeza de que todo es estrategia para conseguir sus fines:
llevarte al paraíso de una oreja. No es fácil dialogar o hacer política de esta
forma. Eso lo percibieron en silencio todos aquellos gobiernos que hoy realizan
juegos malabares con el lenguaje para no atacar la acción popular primero,
militar después contra Morsi. Egipto estimula la creatividad política, para bien y para mal.
Los egipcios deben esta vez medir mucho, sopesar lo que
hacen, dejar la parte emocional de la vida política para poder dar soluciones
más allá de lo pasional. Un país no se construye solo con las pasiones, que son
necesarias. Su deseo de libertad y justicia social es loable, pero deberían
destinar —y me consta que lo están haciendo— mucha energía e inteligencia para
construir esa sociedad que históricamente no interesó a nadie que se
desarrollara, incluidos sus colonizadores, que comprendieron rápidamente que la
mejor forma de frenar a Egipto era evitar su desarrollo unido y fomentar su
división interna. Sigue funcionando.
El llamamiento a manifestarse en la calles es un arma de dos
filos. Es una estrategia para hacer visible el apoyo popular, sí, pero es también
una forma de sacar de sus cauces los intentos de "normalidad"
política que Egipto necesita en estos momentos y para el futuro.
* "Excerpts from General Abdel Fattah al-Sisi's speech" Egypt Independent http://www.egyptindependent.com/news/excerpts-general-abdel-fattah-al-sisi-s-speech
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