Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Estaba
leyendo un artículo en Al-Ahram —One girl and the taliban—sobre el discurso de
Malala ante la ONU. Hace unos días apareció una especie de contestación en
forma de "carta" —presuntamente escrita por un talibán— en la que se
trataba de contrarrestar el efecto mundial del firme discurso de la niña ante
el mundo: un lápiz y papel son las mejores armas para cambiar el mundo; los
alumnos y sus maestros lo cambian cada día al aprender y alejarse de la
ignorancia. La "carta" trataba de justificar el intento de asesinato
de una niña de quince años porque hacía propaganda "occidental",
norteamericana.
Me
imagino que los otros cientos de ataques anuales contra escuelas y niñas serán
por el mismo motivo: aprender es poco talibán y muy "occidental". La
educación y, en especial, la de las mujeres serán consideradas por los más
radicales como una forma de "penetración" del mal foráneo que los
otros representan. Una muestra más del razonamiento perverso que se esconde
tras esa ignorancia buscada deliberadamente, disfrazada de orden divina que
busca mantener el estatus natural en el mundo: el hombre manda y la mujer
obedece sumisamente porque todo está ya escrito y solo hacen falta las
herramientas necesarias para comprender el mensaje. Hay que aceptar sumisamente
los designios; en eso consiste la sabiduría de la ignorancia.
El
artículo de Al-Ahram se cerraba con la siguiente conclusión:
Rooting out terrorism is possible with a good
educational base, especially in a place troubled by extremism. More than
investment in heavy fighting machinery, a book and a pen can be as deadly a
weapon to fight these ill-minded people, as Yousafzai said. Just a pen and book
can make peace.
No sé si la educación acaba con el terrorismo —nos gusta
pensar que sí—, pero creo que sí puede acabar con ciertas clases de terrorismo
o, al menos, da alas al pensamiento de los que pueden enfrentarse a él al abrir
la mente a los burdos razonamientos y a las mentiras en los que crece. La idea
de "ignorancia" es a veces muy sutil y se disfraza doctamente. Por
eso la educación debe básicamente buscar la autonomía, la independencia de
criterio de las personas. Lo demás es adoctrinamiento, repetición de modelos de
forma acrítica que hace al individuo dependiente, parte de una maquinaria
ciega. El terrorismo, como forma fanática, abomina de la verdadera educación, que es de donde saca Malala la capacidad de enfrentase a ellos. Malala se abre al mundo; ellos lo cierran.
Pero pensar la educación solo en términos de "terrorismo" es una desviación a la que nos llevan los dogmáticos. Hay que pensarla desde su papel esencial, positivo: la construcción de un futuro para esas personas que la reciben, la transformación del mundo y la guerra a la pobreza.
Iba a cambiar de diario cuando un títular, no excesivamente
descriptivo, llamó mi atención en el lateral de la página: "The alphabet
and the sidewalk". La curiosidad me tentó y el primer párrafo me dejó
sorprendido:
“I, Nadia Fahmi, a 24-year-old Egyptian
graduate in English literature, being perfectly sane and in my right mind,
declare that I will continue to educate street children and will do my utmost
to support them in becoming productive individuals until the day I die.”
¿Quién era aquella "Nadia Fahmi" que se
juramentaba así, diciendo al mundo que no estaba loca? ¿Quién era aquella chica decidida a convertir a los niños de
la calle en "personas de provecho"?
Nadia Fahmi, recién licenciada y sin trabajo, veía crecer el
número de niños de la calle frente a su casa, en la plaza frente a su domicilio.
Hizo lo que hacía siempre, avisar a una ONG, pero el problema no se solucionaba
y los niños regresaban a las aceras.
El que no reciban educación es solo uno —y probablemente no
el peor— de los males que padecen. A diferencia de las escuelas de Pakistán por
las que Malala luchaba para las niñas, aquí la lucha es distinta. A nadie
importan esos niños, empezando muchas veces por las propias familias que los
explotan en las calles. Tampoco se
importan a sí mismos; ellos se consideran muchas veces como una especie de
adultos para sobrevivir en las calles y están orgullosos de "ganarse la
vida". Pero son niños y lo que les espera en las calles no es nada bueno;
no hay futuro en las calles. Muchos lo acabarán pagando.
Nadia Fahmi cuenta que lo primero que se planteó es cómo llamar
su atención, cómo hacer que fueran hasta ella y que permanecieran aprendiendo
ya que se trata de eso, no de la habituales maneras cosméticas de las calles.
No se trata de que no se vean, sino
de hacer de ellos personas de provecho. Nadia lo hizo a su manera:
“I’ve always had a great passion for painting,”
she tells us, “and I am really good at it.” So she set up camp in the garden on
her square. “I just took all my painting tools and started drawing”. After a
while, the children noticed her and were intrigued by what she was doing. It
only took about a week for them to be friend her. Fahmi would give them sweets
and balloons, and also brought them paints to use themselves. “They became
really close to me. We started to paint together, and they were very proud of
what they learned to do,” she adds.
The next step was to introduce numbers and
letters from the Arabic alphabet into her paintings. “Their response was
outstanding,” she declares. “They showed marvellous signs of intelligence and
were very fast learners”.
La curiosidad y el placer de hacer cosas son las bases del
aprendizaje, los mecanismos naturales con los que venimos dotados para desarrollar
nuestras cualidades. Son —por más que algunos sean partidarios de otros
métodos— la base que hace que sigamos avanzando a través de los caminos del
entusiasmo, que es el equivalente intelectual del placer físico.
Dice Nadia Fahmi que el mayor problema son los padres o
aquellos que los explotan. Los vecinos ya la han advertido, explica, de que
puede ser peligroso. Pero ella está decidida a seguir, tal como expresaba en su
juramento.
“Many people told me that it would be best to
let an NGO deal with the children, now that I’d put them on the right track,
and that my role was over,” Fahmi recounts. But despite these warnings, she
refused to follow this advice and, instead, trusted her instincts. After an
experiment with making a Facebook page (which turned out to be a huge flop),
Fahmi decided to go out and directly engage others in the project, on her own
terms. “So many initiatives have been going on to support street children, but
I wanted to do something different, something unique — something where the
children willingly choose to take part.” So Fahmi started promoting the project
to her family and close friends. The results were exceptional. “My friends told
their friends, and they told others,” she recalls. Soon, the circle around her
had grown to involve more than 100 volunteers, working with some 84 street
children.
Fahmi’s motto for her project is borrowed from
Gandhi: “Be the change you want to see in the world”.
También Malala invocaba a Gandhi. La idea de "ser el
cambio que quieres ver en el mundo" es la de sacudirse la pereza en la que
vivimos y tratar de cambiar lo que quieres que cambie. Nadia ha hecho con sus
amigos y familiares lo mismo que con los niños; les ha transmitido entusiasmo,
es decir, la posibilidad de sentirse contentos con lo que hacen. ¡Estamos tan
frustrados diariamente con tantas cosas! ¡Tenemos que realizar tantas cosas
absurdas que dedicar una parte de ese tiempo a algo en lo que se cree es
gratificante. Nadia Fahmi ha ido dejando crecer el entusiasmo alrededor del
sueño que vive. Vivir un sueño no es soñar; es hacerlo vivir, hacer que la
realidad vaya cambiando hasta parecerse a la que contemplas cuando miras el
mundo con los ojos del deseo. Entre lo que queremos y lo que hay, solo existe
la distancia de nuestro esfuerzo y compromiso. Por eso el juramento de Nadia
Fahmi es un compromiso con ella y con el mundo que quiere cambiar.
Al sueño real de Nadia se han unido psicólogos y pedagogos,
personas que enseñan a los niños el alfabeto y las matemáticas básicas. Pero el
sueño ha ido creciendo y han ido introduciendo en la vida de esos niños de la
calle "sessions devoted to art, music and movies." ¡Con qué avidez
meterán en sus vidas algo tan distinto al mundo en que viven!
Nadia Fahmi está pensando en convertir todo esto, el trabajo
y la ilusión de tantas personas en una ONG. Ya le ha elegido un nombre: “We Make Our Own Destiny”.
Probablemente, Nadia sabe muy bien que ese título es un tratado filosófico,
ético y religioso, que a algunos les parecerá desafiante y blasfemo, pero que
encierra la única posibilidad de salir de un presente empobrecido en las calles
de una ciudad hostil.
Hay muchas otras personas en Egipto que se han comprometido con la causa de los niños de la calle. En otras ocasiones hemos dado cuenta de algunas. Los niños de la calle no son "un problema". Son seres humanos olvidados, dejados a su suerte injustamente. Sé que muchos jóvenes egipcios han hecho suya su causa porque de nada sirve clamar por las libertades si se ignora esta injusticia. Por eso, sabiamente, muchos no desligan la "justicia social" de las reivindicaciones. Libertad y justicia.
La fotografía que encabeza este artículo muestra una pancarta con un rostro en una manifestación. Es el de Omar Salha, un ciño de la calle fallecido en febrero de este año.
Sí, Nadia Fahmi está perfectamente cuerda; no es el juramento de un loco.
* "One
girl and the Taliban" Al-Ahram 16/07/2013
http://weekly.ahram.org.eg/News/3385/19/One-girl--and-the-Taliban.aspx
**
"The alphabet and the sidewalk" Al-Ahram 4/06/2013
http://weekly.ahram.org.eg/News/2832/30/The%20alphabet%20and%20the%20sidewalk.aspx
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