Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Me cuentan
que las celebraciones por la caída de Morsi son más intensas que las que acompañaron
la caída de Mubarak. Me llaman desde la misma Plaza de Tahrir para que pueda
percibir la alegría de la gente y recibo fotos que se hacen entre la gente.
La
explosión emocional ha sido grande porque los estragos han sido muchos y sobre
todo por la pérdida de la ilusión que había hecho mella en el pueblo egipcio
tras ver frustrados sus deseos de mejora de las libertades y de poder sacar
adelante al país.
Muchos egipcios
han vivido este año de islamismo como una verdadera y real depresión causada
por el trauma de ver en qué habían quedado sus esfuerzos y sueños de años, por
ver cómo la revolución se volvía contra ellos y no solo no avanzaban sino que
retrocedían en las libertades básicas que afectan a su vida cotidiana en
pequeños pero esenciales detalles.
Es muy bonito teorizar sobre la democracia,
hacerlo sobre sus principios y reglas. Nunca se debe dejar de hacer; pero
tampoco la teoría nos debe hacer olvidar la práctica. La repetición constante
del ya ex presidente Morsi sobre su legitimidad no era lo que se cuestionaba,
sino sus actos e intenciones desde el gobierno. Ojalá Mohamed Morsi hubiera hecho lo que debía. Nunca un derrocamiento presidencial ha estado tan advertido y anunciado. No sé si, como señalan algunos, Morsi infravaloró el poder del pueblo egipcio, pero sí es evidente que le importó muy poco lo que de decía cada día una y mil veces, que no estaba siguiendo el camino.
El
golpe de estado dado por los militares en Egipto no es "de la oposición". La oposición y la sociedad civil se han limitado a pedir elecciones anticipadas ante el desastre al que han
llevado al país en todos los frentes y para ello recogieron 22 millones de firmas
pacíficamente, para que Morsi viera que no estaban de acuerdo con lo que hacía.
Pura democracia. ¿Debían estar callados?
Las elecciones anticipadas eran una salida democrática —¿por
qué no?— ante la situación de deterioro social y político a la que se había
llegado. Los presidentes legítimos también pueden convocar elecciones
anticipadas y, de hecho, lo suelen hacer cuando les interesa o hay motivos para
ello, que pueden ser muchos y variados. Esta vez los había. Pero Morsi los
ignoró y solo ha rectificado en ocasiones cuando le han plantado cara en la calle cada uno
de los sectores que se han visto afectados por sus acciones y políticas
sectarias.
Morsi
no ha sabido ver la excepcionalidad de su mandato, que los votos recibidos no
eran para la Hermandad sino para desarrollar el programa de la Revolución, algo
para lo que tenía que haber contado con todos y no abusar del margen que el
sistema diseñado por los militares le daba por un error de cálculo. Morsi fue
elegido por el pueblo egipcio, no hay duda. Pero creo que la alegría que ahora manifiestan
la mayoría de ellos se debe a que no ha sabido o no ha querido entenderlo. Podía
haber realizado el histórico proceso de llevar a Egipto hacia la modernidad y
lo ha frustrado por su propia miopía y soberbia partidista. La Hermandad se
podía haber beneficiado y haber conseguido un prestigio real, basado en el
ejercicio responsable y democrático del poder, que la habría asentado entre las
fuerzas políticas necesarias para el futuro. Sin embargo, no ha sido así. Morsi
ha acabado con el mito de la Hermandad Musulmana en menos de un año, la ha
convertido en algo odioso a los ojos de muchos egipcios. Se han mostrado con su
verdadera cara y programa: incompetencia y autoritarismo dogmático.
No creo
que nadie deseara un fracaso de Morsi como para llevarse por delante todo el
proceso democrático. El pueblo egipcio quiere democracia y libertades,
diversidad y unidad, mucha justicia social y progreso. Eso era lo que mostraban
las encuestas más allá del voto. Pero la Hermandad tiene su propia visión de
los límites y acciones de la democracia. Por eso, no deja de ser irónico que Morsi,
que pronto fue identificado en sus pretensiones faraónicas, invocara solo la
democracia cuando vio que lo que la democracia le había dado se iba a perder
por su propia necedad y ceguera.
Un
golpe de estado es siempre un trauma para una democracia, pero un gobierno arrogante
y sectario en una democracia en formación, diseñando una constitución a su
medida —denunciada como más restrictiva en muchos aspectos que la legislación
de la dictadura— es un mal del que no es fácil recuperarse.
No creo
que Egipto esté de nuevo en la casilla de salida como pudiera parecer. Todos deberían
haber aprendido algo. Menos la Hermandad, que es un ente incapaz de hacerlo,
como ha demostrado día tras día. El comunicado de las fuerzas armadas ha tenido
una cuidadosa puesta en escena. Lejos de la soledad militar, característica de
estos casos, han aparecido todos los agentes sociales, incluidos los religiosos,
sentados uno junto a otro, tratando de representar la unidad de los egipcios.
Esa imagen del Gran Jeque de Al-Azhar y del Papa copto es más importante de lo que pudiera
parecer; representa una unión que estaba en el principio de la revolución y
que, en cambio, ha sido usada para crear separaciones. También lo es la
intervención de un representante de los grupos de jóvenes revolucionarios, y de
Elbaradei en nombre de la oposición. Incluso la presencia —a primera vista
sorprendente del Partido Nour—, a la derecha de los Hermanos, puede ser
entendida como una muestra más de la miopía de Mursi y los suyos. Esperemos que
nadie se arrepienta de haber estado ahí.
Nunca
es bueno un golpe de Estado en una democracia, pero muchos egipcios no tenían
muy claro que se pudieran tener menos derechos bajo una dictadura que por
efectos de los votos. La Hermandad no es demócrata; solo usa la política. Fue
incumpliendo todos sus compromisos, incluido el de no presentar candidato a la
presidencia del país. La excusa de que todo aquel que protestaba era un agente
de Mubarak se acabó agotando por aburrimiento. El intento de prohibición en
Egipto de una aplicación para teléfonos como "WhatsApp" —siguiendo el
modelo saudí—, por boca de Amr Badawy, Presidente de la Autoridad Reguladora de
las Telecomunicaciones, es algo más que una anécdota; refleja una forma de
pensar y actuar. Antes ya se había intentado con Google y con YouTube. No es
casualidad. Se podrían multiplicar los ejemplos en todos los sectores.
Los
desprecios y actitudes de Morsi han traído de nuevo a los militares al poder.
Es el principal responsable. Esperemos que también estos hayan aprendido algo
después de haber tenido otro año al pueblo en contra tras la caída de Mubarak.
Hace falta la serenidad, honestidad y limpieza que no se tuvo en su momento
para llevar una transición. El diseño del futuro de Egipto tiene que ser, como
señalan, para todos, no contra todos. Morsi quiso convertir una revolución
democrática en una revolución islámica restrictiva y no es eso lo que estaba en
el ánimo de la gente. Inmediatamente comenzaron los conflictos porque la
revolución islamista no se hace con razones sino con órdenes, prohibiendo e
imponiendo, como así ha ocurrido. De ahí las tensiones constantes con todos los
que intentaban mantener la libertad de expresión o simplemente de pensamiento,
como artistas, periodistas, abogados, etc. Todos eran "enemigos" y su
número fue aumentando. Todos eran blasfemos o agentes extranjeros. Ellos, en
cambio, eran la verdad indiscutible.
No se
puede olvidar la cuestión internacional. Las reacciones son todavía tímidas y
deberán tener mucho cuidado con lo que se teje en estos días, no sea peor el
remedio que la enfermedad. Obama ha retirado personal de la embajada. Mal
hecho, es un gesto que se vuelve contra él. Estados Unidos sigue entendiendo
mal el proceso. Han identificado a Obama con el apoyo a Morsi y no con el apoyo
a la democracia. Fue igual con Mubarak. Desde los Estados Unidos no se ven bien
las diferencias, parece.
Estamos
ante una paradoja democrática, algo que los libros no suelen tratar pero que no
podemos ignorar en la realidad: un presidente electo que no entiende su mandato
como debe y trunca el proceso democrático haciendo con su obcecación que regresen
los militares. La democracia no la han interrumpido los de Tamarod recogiendo
firmas; la interrumpió Morsi haciendo que tuvieran que recogerlas. Ahora son
los militares los que están bajo la lupa, a los que habrá que observar para que
no malinterpreten otra vez los deseo egipcios de libertad y unidad. Tampoco
será fácil.
Ahora
comienza otro capítulo del culebrón; quizá una nueva temporada. La lección es
sencilla y estaba advertida desde antes de que cayera Mubarak: solo se pueden construir
los cimientos de una democracia buscando el máximo posible de acuerdos. Ya
habrá tiempo para discutir. Los golpes militares suelen tener —y con razón—
mala prensa. Por eso es esencial —otra paradoja— que desemboque en más libertad
y no en menos, que se envíen permanentemente a la sociedad mensajes positivos
de la colaboración de todos para hacer un trabajo mejor, el que el pueblo
egipcio se merece de sus gobernantes. Hasta ahora solo han salido las mañas,
los malos hábitos aprendidos en poder y oposición durante los años de la
dictadura. Y eso debería cambiar radicalmente. Apóyense en los jóvenes, que son
el futuro; que tengan un peso en el país en el que quieren vivir.
La
incógnita ahora es el comportamiento de la Hermandad. La mitad derecha de la
pantalla del televisor ha quedado silenciosa, apagada. Las noticias llegan
confusas. Hablan de detenciones de miembros de la Hermandad, de sus líderes.
Las redes sociales convocan protestas en distintos lugares. Hablan de cuatro
muertos en una población próxima a Líbano. Las noticias son pocas. Han cerrado
el canal de televisión de la Hermandad; es el "abc" de un golpe.
Veremos en qué acaba la noche y los próximos días, que son esenciales por el
bien del pueblo. Lo importante es que se mantenga la calma, pero no será fácil.
Egipto, de nuevo, vuelve a ofrecer un espectáculo insólito: tiene detenidos a sus dos últimos presidentes. Mañana,
muchos de los que se apuntaron al poder y lo ejercieron, amanecerán sin barba.
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