Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
segundo asesinato de un líder opositor en Túnez llega en un momento
especialmente complicado para las democracias emergentes tras la Primavera
árabe. Los gobiernos islamistas han tenido su propia hoja de ruta. Es como el
que coge un taxi pensando que va a un sitio y a mitad de camino descubre que le
llevan a otro.
El conflicto creciente en Egipto y el nacimiento de un
movimiento Tamarod (Rebelión) en Túnez, similar al egipcio, hacen temer por la
apertura de un tiempo de violencia y confrontación. Si Egipto comenzó imitando la revolución en Túnez, ahora son los tunecinos los que siguen a los egipcios. La frustración va llegando
a las poblaciones que han visto que los sacrificios que realizaron durante los
levantamientos populares han sido aprovechados para llevarlos hacia sendas no
solicitadas y rumbos oscuros.
La idea
de que el "islamismo político" es un camino progresivo y sin retorno
está cada vez más asentada en aquellos lugares en los que han tenido ocasión de
estrenarse en el gobierno. La excusa de que no tienen "experiencia" en el gobierno
es una estrategia más dentro del intento de ocultar que lo que ocurre no es
tanto el resultado de errores de inexpertos demócratas, sino por el contrario el
cumplimiento de planes trazados en la sombra. El que además lo hagan mal es ya otra cuestión.
Hay un
factor importante que es necesario tener en cuenta en estos procesos: la
islamización de las leyes. Los debates sobre la "Sharia" y similares
tienen un sentido claro. Si se cambian las leyes amoldándolas al islamismo, los
resultados serán siempre favorables para las tesis de los islamistas. Es una
obviedad, pero es así. La existencia de estas leyes determinan las reglas del
juego y, especialmente, las sanciones contra los jugadores. El juego se hace
muy restrictivo.
Una sociedad de este tipo no avanza, sino que retrocede, es
decir, su movimiento es siempre hacia una mayor islamización, por lo que la oposición
acaba desapareciendo o por lavado de cerebro a través de medios y educación,
por su equiparación con la delincuencia a través de los tribunales o por simple emigración. Es lo contrario de
una "sociedad abierta"; su búsqueda es la "sociedad
perfecta" cuyo modelo de relaciones y ciudadanos (este concepto aquí es metafórico)
está ya definido en el "espejo de perfección" en el que todos deben
mirarse.
Los tensos debates en Egipto mientras se redactaba la Constitución tenían ese sentido. Los
islamistas utilizaron el poder para crear una constitución que dibujara un
escenario favorable para su propio desarrollo y, a la vez, fuera un
obstáculo para los que no piensan como ellos. Eso explica, por ejemplo, el
torrente de denuncias posconstitucionales contra todos aquellos que se les
oponían, especialmente en el terreno de la libertad de expresión, campo que
siempre temen. Una vez fijada sus normas, inmediatamente las aplican para
evitar que se les pueda criticar, sembrando un temor general. Las acusaciones son siempre las mismas y van
de los "insultos al islam" que ellos encarnan a la "traición
nacional". Por supuesto, "ellos" representan ambos aspectos, el
"religioso" y el "nacional", de forma exclusiva. Nadie ama a su patria más que
ellos y los demás son traidores vendidos a conjuras internacionales de los
enemigos de Dios y Patria. Como suelen decir de sus enemigo, "ya sabemos quién les paga".
En
Egipto ha comenzado otra batalla: la de la posconstitución. Hay un camino
reformista abierto. El gobierno interino ha encargado a un comité de expertos
que realicen los cambios necesarios para poder usarla. Es una labor de poda que
se queda a mitad de camino: reconoce la "legalidad" de la
Constitución, pero establece su "inutilidad" actual.
La
segunda opción es la que ya ha planteado Tamarod: la redacción de una nueva
constitución que cuente con el respaldo de la mayoría de los egipcios y no solo
el de los islamistas que la redactaron, como ocurrió con la actual. Aquel texto
era el enterramiento oficial de la Revolución a manos de los islamistas al dar
por concluido el proceso de tránsito legal y poder lanzarse al cambio social.
Ha sido esto lo que ha hecho saltar todo.
Están,
por supuesto, los islamistas, quienes consideran que la Constitución que ellos
redactaron tras el abandono de las fuerzas políticas es perfecta y legal, que
no debe ser tocada.
Como es
fácil de prever, el acuerdo es difícil en cualquier caso. La Teoría de la Revolución
Prolongada mantiene que el proceso iniciado el 25 de enero de 2011 sigue
abierto y el pueblo decide. La Teoría de la Revolución Imperfecta sostiene que
hay que rectificar aquellos aspectos que no han sido correctamente
desarrollados y trabaja en un espacio virtual entre el "pueblo" y la
"legalidad vigente", que no ha sido suspendida. Por último, la Teoría
de la Anti Revolución, la defendida por los islamistas, es que cualquier cambio
forma parte de un proceso de regresión no al periodo revolucionario sino al de
Mubarak. Los islamistas no defienden un modelo abierto de democracia, sino el
suyo dibujado desde la constitución que ellos fabricaron en exclusiva. Una constitución
sin consenso social nace muerta.
Los
próximos días —hoy mismo— son cruciales para Egipto. Lo que ocurra en estos
días será determinante pues cualquier acontecimiento puede hacer que el
precario equilibrio existente degenere de forma imprevisible o, quizá, lo
contrario, de forma previsible. El pulso en la calle puede derivar a
situaciones muy complicadas.
El "islamismo
político", la Hermandad Musulmana, ha perdido una oportunidad histórica de
haber liderado de forma consensuada la transición hacia la democracia que las
revoluciones pedían: una sociedades más abiertas respecto a las dictaduras en
que se encontraban. La gente no hace revoluciones para tener menos libertades.
O quizá los islamistas piensen que sí.
Tamarod,
con la recolección de los más de 23 millones de firmas de petición de salida de
Morsi del gobierno y convocatoria de elecciones generales anticipadas, ha
asumido una gran responsabilidad como agente del cambio egipcio. La petición de
abandonar la constitución actual y abordar la redacción de una nueva es también
un paso adelante que tendrá consecuencias en el desequilibrado tablero sobre el
que está el castillo de naipes egipcio. Me imagino que pone un poco más
difíciles las cosas al gobierno y bastante más difíciles a los islamistas que
pueden encontrarse de nuevo con un masivo rechazo en contra. Hay otros escenarios
—como que la respuesta popular no sea tan grande como la esperada, que
beneficiaría a los islamistas, que ya trataron de evitar el éxito de la
recogida de firmas— pero en el teatro egipcio los guiones se olvidan pronto y las
cualidades de improvisación de los actores prevalecen.
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