Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Seguía
esperando porque el "honor" no prescribe. Esperó cinco años, pero
podían haber sido cien, a que regresara su hija y la mató. Lo hizo junto a su
marido, los dos hijos y dos tíos paternos que los acompañaban en su regreso. El
asesino fue el padre de ella y el motivo lavar el honor familiar que, según la
tradición, había roto al casarse por amor
y no siguiendo los imperativos de la autoridad paterna. El suceso ha ocurrido en
Pakistán —en el Pakistán de Malala—y forma parte de la desgraciadamente larga
lista de sucesos de este tipo que nos llegan desde allí y de otros países en
los que se rigen por ese mismo inmisericorde código, el patriarcal.
La
expresión "por amor" —que aparece en el texto que nos lo cuenta—
requiere explicación porque hemos perdido cierta perspectiva de lo que
significa.
Fue el Romanticismo, un movimiento rebelde, el que dio forma
novelesca al matrimonio exaltando el sentimiento previo y no el posterior. La
teoría es que la pareja no se funda en el amor sino que era el "amor"
(algo bastante distinto a lo que hoy podríamos describir) lo que surgía en el
seno de la pareja y posterior familia si se seguían las "reglas correctas"
en la vida en común. El "amor" se sustituía por un sentido del deber
que implicaba, especialmente para la mujer, una forma de sumisión doble, al
marido, por un lado, pero también a su propio rol, perfectamente diseñado y
recogido en los libros de conducta, manuales como nuestra "La perfecta
casada", de los que existen decenas similares en la época y anteriores en
todos los países y culturas patriarcales. Todos repiten el mismo modelo y
mensaje: la función de la mujer es de "ayudadora del hombre", sobre
el que gira el mundo. La pareja se funda sobre una reglas que sirven para
"dulcificar" una situación que podría ser brutal; el matrimonio civiliza, saca de la jungla animal de la sexualidad incontrolada. Los
consejos que se dan tienen la función de evitar los conflictos enseñando a la
mujer su lugar para evitar la
provocación de la desobediencia o el error. La "perfecta casada" lo
será si sigue los consejos para mantener al hombre tranquilo.
La
existencia de un mundo perfectamente ordenado en la teoría y la práctica, es
decir, en los textos y en las costumbres, es lo que el amor, en cuanto "irreflexiva" decisión individual, rompe socialmente.
El non serviam femenino es el pecado
de la rebeldía orgullosa —luciferina—contra
el Padre, al que se pone en evidencia ante la comunidad; se le muestra débil y
atacable. Su forma de manifestar su poder ante los otros es el control de la
obediencia de la familia y, especialmente, la de ese ente rebelde y lascivo que es
la mujer. Todas las técnicas represivas contra la mujer, incluida la
"ablación", parten del principio ancestral de la hipersexualidad femenina, algo ante lo que hay que protegerse
mediante encierro, ocultación, etc. Esto hace que la prueba de la virginidad
sea la muestra más eficaz del poder del patriarca-padre, que ha podido mantener
el control sobre los miembros de su propia familia.
Todos
recordamos, durante la Primavera revolucionaria egipcia, en 2011, cómo el
Ejército se llevó de la Plaza Tahrir a las jóvenes que habían pasado la noche
allí protestando. La excusa fue realizarles "exámenes de virginidad",
realizados por los médicos militares, con los que "tranquilizar" a
las familias o detectar las "mercancías defectuosas" en el mercado matrimonial. Era una forma de
guerra psicológica: humillaba a las mujeres y lo hacía también con sus
familias. Es en este mismo sentido como hay que entender las violaciones
ocurridas en las protestas egipcias y con las que se pretende que las familias
impidan las manifestaciones ante los riesgos elevados que suponen para las
mujeres. Algunas jóvenes, rompiendo la vergüenza, llevaron las denuncias contra
los militares con orgullo y fueron respaldas por una parte importante de la
sociedad.
Caramel (2006) |
Como el
dinero, los miembros femeninos son parte de la economía, son formas de
intercambio, "mercancías", cuyo deterioro puede hacer pasar la
vergüenza de que las hijas sean devueltas a la familia si no se encuentran en "perfecto
estado". En ese caso, el crimen de
honor comienza su andadura. El patriarca, y con él su reino familiar, no
descansará ante demostrar a la comunidad que es capaz de imponer su autoridad.
La estupenda
y celebrada película libanesa Caramel
(2006), dirigida por Nadine Labaki, nos muestra a través del personaje de
Nisrine el drama de la mujer madura que ha mantenido relaciones sexuales
previas y se enfrenta a un próximo matrimonio. La reparación quirúrgica de la
virginidad será la hipócrita solución que evite mayores conflictos. La película
hablará de la popularidad de este
tipo de soluciones quirúrgicas para evitar conflictos posteriores. Otro buen
ejemplo de esta obsesión con la mujer la podemos ver en el film egipcio Ayna Akli? (Where’s My Mind? فيلم اين عقلي 1974), dirigido por Atem Shalem e interpretado
por la famosa actriz Suad Hosni, con un enfoque explicativo psicoanalítico de la sociedad patriarcal.
Ayna Akli? (Where’s My Mind? فيلم اين عقلي 1974) |
Nos
cuenta el diario El Mundo, que es
quien nos trae la noticia de EFE:
Los llamados "crímenes de honor"
son muy habituales en el sur de Asia y suelen implicar a varones de una familia
que vengan lo que consideran una afrenta que contraviene la conservadora moral
familiar de las sociedades locales.
Un experto europeo en temas de género
afincado desde hace años en Pakistán explicó que muchos varones del
subcontinente indio creen que "el honor de los hombres está en el cuerpo
de las mujeres" y que debe ser defendido a cualquier precio.
Según la Comisión de Derechos Humanos de
Pakistán (HRCP), casi un millar de mujeres -cien de ellas menores- murieron el
año pasado en el país por este tipo de crímenes, aunque el organismo alerta de
que el número puede ser mayor porque muchos casos pasan desapercibidos.
Como el
caso de Malala nos ha demostrado, no es únicamente el "cuerpo" de las
mujeres, sino también su mente, de ahí la frontal oposición a la educación de
las mujeres. Se trata de evitar con ello dos cosas: que tengan autonomía
económica aprendiendo oficios y que carezcan de autonomía mental, es decir, que
todos los pensamientos que puedan estar en su menta hayan pasado antes por de
almacén de la tradición patriarcal. Por eso para ellos solo existe una forma de
educación: el aprendizaje metódico y obsesivo de las reglas del clan, el
patriarcado. Todo ello se sanciona con una presunta autoridad religiosa que
esclaviza en nombre de una divinidad interpretada desde los albores con una
mentalidad dominante y masculina, la garantía de que el mundo seguirá
marchando.
La
asesinada Benazir Bhutto, dos veces primera ministra de Pakistán, habló de la
creación de una "yihad
internacional de género para los derechos de la mujer"** (364) y escribió:
Los grupos de mujeres pueden servir como
parte esencial de las sociedades civiles alrededor del mundo. Deberá ponerse
especial atención a cómo organizar a las mujeres como actores políticos,
sociales y económicos en cada sociedad. Esto es especialmente cierto para el
mundo islámico, en donde las mujeres han enfrentado con frecuencia la
subyugación. Esta subyugación vino no del mensaje del Islam, el cual proclamaba
la igualdad de entre hombres y mujeres, sino de las estrechas interpretaciones
de la sharía que intencionalmente
promovió la subyugación, y de la explotación política por parte de clérigos
ideológicos. [...] Tales interpretaciones estrechas de la escritura islámica,
usualmente escritas por hombres tradicionales de sociedades tradicionales con
el fin de apuntalar una autoridad tradicional, necesita ser revisada a la luz
de los principios islámicos.
La negación de la educación que el Talibán
puso en práctica de nuevo no tiene fundamento alguno en la ley islámica. La
explotación de la mujer tiene un efecto de réplica devastadora a través de la
sociedad islámica y a lo largo de las generaciones islámicas. Las reformas
política, social y económica para la mujer se encuentran todas unidas; una no
puede ocurrir sin la otra. (364-365)**
Malala y Benazir Bhutto en un mismo cartel |
Los
crímenes de honor parte de un perverso concepto de "honor". Como bien
supo ver Benazir Bhutto, esta forma de entender la vida no es más que primitivismo
imponiéndose brutalmente a la realidad del presente, al que no deja evolucionar
produciendo un horrendo sufrimiento y una intolerable subyugación de millones
de personas que logran sobrevivir gracias a la aceptación de un destino que las
anula como personas.
Todo
esto no es exotismo, es cruda realidad para quienes la padecen. Por eso es
importante apoyar, desde lo que cada uno tenga en su mano, a las personas que deciden, jugándose
la vida, romper con las cadenas que las rodean disfrazadas de costumbre o ley.
Se
quejaba la feminista tunecina Wassyla Tamzali, en su Carta de una mujer indignada (2011). Del Magreb a Europa —que tuvimos
ocasión de reseñar aquí [ ver reseña ]— de cómo Occidente se ha refugiado en el
multiculturalismo y ha olvidado la universalidad de los Derechos Humanos,
traicionando, olvidando muchas veces a los que arriesgan sus vidas en
sociedades tradicionales por defender derechos que los demás disfrutamos con
normalidad. Decía Tamzali: "[...] soy del clan de esas mujeres y
de esos hombres enamorados de la libertad que, aun perteneciendo a un país y a
una historia determinados, no dudan en iniciar una lucha contra la cultura, las
tradiciones y las costumbres políticas de sus sociedades cuando éstas se oponen
a la libertad." No hay que olvidar que es eso lo que nos hermana
universalmente. Considerar la libertad privilegio de unos pocos es un gran
error, un error cruel.
La
mujer muerta, su marido e hijos, regresaron pasados cinco años al mundo de sus
padres; quizá lo hicieron con esperanza. Lo que allí les esperaba no era amor, sino el brazo ejecutor de una ley
que, en el nombre de lo más alto, desciende hasta convertir en un infierno la
vida de quienes lo desobedecen. Han sufrido la misma violencia, con otro
nombre, que sufrió Malala y con ella tantas otras jóvenes que quieren educación
para poder decidir sobre sus vidas, sobre su trabajo o matrimonio. Tenía razón
Benazir Bhutto: todo está unido, todo forma parte de lo mismo.
No es
exclusivo de Pakistán; no cometamos ese error. Es parte de una mentalidad
ampliamente asentada que se manifiesta con mayor o menor violencia física o
psíquica, que busca el control absoluto para mantener la autoridad del
patriarca sonriente, que como el que retrató magistralmente Naguib Mahfuz, se
convierte en un monstruo cuando se le desafía.
*
"Un padre mata en Pakistán a su hija, yerno y nietos en un 'crimen de
honor'" El Mundo 23/07/2013
http://www.elmundo.es/elmundo/2013/07/23/internacional/1374564104.html
** Benazir
Bhutto (2008). Reconciliación. Islam, democracia y occidente. Belacqva, Madrid.
Malala ante la ONU vistiendo el chador de Benazir Bhutto |
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