Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Si el
gobierno de Mohamed Mursi hubiera hecho lo que acaba de hacer el gobierno
tunecino, anunciar elecciones anticipadas ante los acontecimientos producidos
—el asesinato de dos miembros de la oposición— y el creciente descontento de la
población, hoy el mundo y, sobre todo, Egipto sería distinto. Sin embargo no lo
hizo así y el mundo y Egipto son otros, más peligrosos, más cerca del abismo.
El
paralelismo entre ambos casos, egipcio y tunecino, será un elemento importante para comprender el
proceso que ya muchos califican de "fracaso del islamismo político", que se manifiesta en el hartazgo causado y en
su problema básico con el sentido mismo de lo democrático. La democracia no es solo una
forma de llegar al gobierno; los gobiernos también deben serlo una vez en el
poder. Basta repasar los titulares antiguos para ver que no ha sido ese su
comportamiento en Egipto.
Es
esencial distinguir en el caso egipcio —y así lo hemos dicho desde el
principio— las diferencias existentes entre el hartazgo de la gente y las "soluciones"
aplicadas que pueden poco o nada acertadas, incluso desastrosas. A la espera de
ver cómo se desarrollará el caso tunecino, la deriva del egipcio es muy
peligrosa porque las posiciones son cada vez más enconadas, mostrando que el
islamismo recurrirá a lo que sea necesario para no perder las posiciones
logradas.
¿Por
qué han actuado tan poco inteligentemente los islamistas egipcios? A veces no es
necesario recurrir a grandes explicaciones. En estos días he recuperado cientos
de artículos de estos dos últimos años en los que el islamismo de la
Hermandad Musulmana y otros grupos próximos han tenido la oportunidad de expresarse a través de declaraciones y entrevistas y de las acciones realizadas. La primera consecuencia es la
disparidad entre declaraciones y acciones, entre la palabra oficial y su traduccióno
real.
Lo primero
que resalta en el proceso egipcio es la hipocresía, la falta de voluntad real, de sus agentes oficiales. No
me refiero solo a los islamistas, sino al propio Ejército. Ahora que se discute
sobre si se ha producido un golpe o
una nueva oleada de la revolución, se
podría preguntar lo mismo sobre la "Revolución del 25 de enero". Se
puede preguntar porque en Egipto el proceso es siempre el mismo: una voluntad
popular pide cambios y los que están en el poder amoldan sus discursos hasta
donde sea necesario para poder mantener el control.
El
Ejército siguió controlando la situación asumiendo la retórica de la Revolución,
que hizo suya cuando fue necesario. Es notorio que el Ejército solo se decidió
a "tomar partido" cuando no le quedó otra salida, sacrificando a
Hosni Mubarak, la cabeza visible del Estado. Impuso su hoja de ruta con la esperanza de controlar el proceso
hasta el final y no verse desmantelado. Eso tuvo graves consecuencias.
Los
islamistas hicieron, por su parte, algo similar. Solo se apuntaron a la revolución
cuando vieron que se podían quedar fuera y que se trataba de elegir entre la
caída de su enemigo Mubarak y el ascenso de una fuerza civil y laica, como fue
la que movió la revolución.
La visión en las plazas de Egipto de cristianos y
musulmanes unidos, velando los unos por los otros, no es islamista y, en cambio, sí revela el ánimo de la revuelta social,
el resurgir de un sentimiento "egipcio" —"Proud to be egyptian",
"Raise your head, you are egyptian"—, diferente de los planteamientos
"islamistas", que dan prioridad absoluta a otro factor, el religioso, que consideran indisoluble y exclusivo.
La
Revolución nació con un ánimo integrador, un deseo de agrupar a los egipcios
bajo ese concepto, "egipcio", por encima de cualquier otra
distinción. El islamismo, por el contrario, como se encargó de reflejar en la
propia constitución, establece diferencias. Por eso pronto comenzaron los incidentes
sectarios, con derramamientos de sangre incluidos. Tras la revolución,
comenzaron a aparecer las disputas y las imposiciones. ¿Conspiraciones para el
caos? Si fueron de alguien, desde luego no fueron los que preconizaban la unión
de todos los egipcios.
La
pésima estrategia de los militares, más empeñados en mantener su
control sobre la parte del pastel egipcio que de otra cosa, obligó a miles de
personas a aceptar como mal menor el voto a los islamistas. El gran pecado
histórico del Ejército fue obligar a elegir entre un representante del viejo
régimen y un "Hermano musulmán", reproduciendo el viejo
enfrentamiento entre las dos fuerzas organizadas en Egipto. No he dicho entre
los "dos Egiptos" porque creo que es un falseamiento fácil y
peligroso pensar que el Ejercito "representa" a una parte de Egipto y
los islamistas a otra. Solo se puede entender el proceso si se comprende el
interés de ambas fuerzas organizadas en que no exista ninguna otra fuerza
organizada rival que les pueda disputar su hegemonía. Ha sido el
empeño constante de ambos, Ejército y Hermandad, evitar que la sociedad egipcia
pudiera establecer una alternativa capaz de vencer el control social de que
ambas disponen tras décadas de trabajo, cada una en su terreno. La idea de
"voto útil" ha estado más presente que la del voto ideológico. No se
ha votado a quien querían, sino para que no saliera el otro, el que consideraban peor. Los islamistas han
sido los beneficiados por esos votos revolucionarios que luego se han utilizado
contra ellos, especialmente para hacer una Constitución contestada por casi todos, muerta desde el principio.
Lo que
no interesaba a ninguna de esas fuerzas históricas era la emergencia de una
fuerza social integradora, nacionalista
en el sentido de un despertar de la conciencia egipcia. Los Hermanos musulmanes
insisten mucho en el carácter "árabe y musulmán" de Egipto. Con ello
quieren evitar que surja un sentimiento nacional egipcio independiente,
centrado en el país y desligado de otras alianzas que les condicionan. Al incluyente
"Proud to be Egyptian" le han salido las contestaciones con el
"Proud to be Muslim", que habla por sí mismo, ya que hace recaer el
acento en lo religioso y no en lo nacional. Todo el discurso de unión que
caracterizó el comienzo, ha sido enterrado por la mentalidad excluyente y
partidista de la Hermandad.
Los
egipcios de la Plaza Tahrir recortaron cruces
y medias lunas y las pintaron con los
colores de la bandera egipcia. Levantaban ambas en las manifestaciones y unían
sus manos en señal de integración, de deseo de un Egipto de todos. Los
islamistas niegan
que cualquier visión de un Egipto "laico" sea aceptable y mandan ante los tribunales a los que se atrevían a realizar públicamente
cualquier comentario considerando que son ofensas a la religión. Los ejemplos son múltiples en este
tiempo y las hemerotecas están ahí.
Los
enfrentamientos han sido constantes antes de llegar a las calles. Se han
producido en todo tipo de escenarios en los que los islamistas han ido
silenciando y desplazando a toda velocidad a los que no lo eran. Es lo que se
ha llamado la "hermanización" de Egipto, el proceso veloz de
colocación de sus miembros en todos los resortes de la sociedad e
instituciones. Las batallas para resistir han sido notorias en muchos sectores,
que no se han plegado ante los nuevos amos y sus pretensiones de censura, de
imponer sus criterios de forma absoluta.
La
Hermandad Musulmana no entiende de "democracia". No la ha practicado
desde que llegó al poder y no habla de otra cosa desde que lo abandonó a su
pesar. El "año Morsi" está salpicado por todo tipo de incidentes e
iniciativas de control social y sectarismo, que son las que han llevado finalmente
al estallido social.
¿Por
qué esta aceleración en su ritmo de desembarco controlador? La única
explicación lógica que cabe es que la propia Hermandad era consciente de lo
efímero y circunstancial de su poder y trató de desmantelar de una tacada algo
más que el antiguo régimen, la totalidad de la sociedad egipcia. Esa es una
explicación "inteligente". Hay otras menos "inteligentes"
que se pueden realizar a partir de su propia ceguera y soberbia. El ideal de un
"estado islámico" es para ellos irreversible en su avance; es solo
una herramienta para la transformación social y mental de la población. No hay
ni ha habido una mentalidad democrática, que se debería haber centrado en la
limpieza del antiguo régimen y en el fortalecimiento democrático del estado.
Sin embargo no es eso lo que hizo: pactó con el Ejército y se dedicó a
debilitar los movimiento democráticos que surgían de la sociedad. Por decirlo
directamente: se centró en eliminar la Revolución, el auténtico peligro para
sus intereses, la competencia. Pensaba que si contentaba al Ejército en sus
pretensiones de mantener sus parcelas de poder, este no intervendría en el
apoyo de las reivindicaciones de aquellos a los que también había reprimido
durante décadas.
La
magnitud de la protesta social ha sido de tal calibre que se han descabalado
todo los cálculos, los de unos y los de otros. ¿Cuáles son ahora los planes del
Ejército? Están —como en casi siempre en Egipto— los planes manifiestos y los ocultos. Los primeros se basan en advertencias que han cumplido; lo oculto lo iremos viendo poco a poco. La Hermandad, por su parte, no cree realmente en la presión popular más que como una forma de
obtener presión internacional sobre el Ejército. Nadie les tiene simpatía, pero no se puede mirar
hacia otro lado ante la violencia y la represión, por más que el Ejército presente
manifestaciones multitudinarias de apoyo. Esta estrategia política es suicida a medio plazo
porque implica una espiral de muertes por parte de la Hermandad cuando necesite
respaldo y una respuesta brutal del Ejército cuando necesite frenarla.
¿Hay
solución razonable? Lo que debe
entender Occidente es que "razonable" no significa lo mismo aquí que
allí, que mucha gente en Egipto no está dispuesta a ser la moneda de cambio
para una pacificación que les haga
renunciar a los ideales de integración y modernidad política que les lanzó a la
calle un 25 de enero. La pregunta que representa este drama histórico la
escuché el otro día de labios de una egipcia: "¿quién nos protege?".
Es una pregunta que esconde muchos dramas personales de pasado presente y futuro;
son los dramas de personas que lucharon en el pasado por traer algo de libertad
a su país, que siguen luchando en el presente por defender su derecho a vivir,
comer, vestir, etc. según su propia decisión personal, y que desean un futuro
que descanse en sus manos. El drama se prolongará si para intentar ser libres
tienen que sostener una estructura autoritaria y represiva. Los egipcios que
quieren ser libres están en tierra de nadie. No son interlocutores de nadie:
unos hablan con el Ejército y otros con los Hermanos, pero nadie lo hace con
ellos.
Para
algunos analistas, el islamismo político ha llegado a su tope histórico por las
contestaciones sociales, incluida Turquía, que está provocando. Falta saber si
están dispuestos a aceptarlo, que el límite ha sido sobrepasado y que las
sociedades pueden ser religiosas sin que eso signifique que los estados se conviertan
en teocráticos. Como decía un titular reciente en Egipto, "No queremos un presidente que nos enseñe a rezar".
En el
caso de Túnez, que comenzamos comentando, la convocatoria de elecciones
generales para diciembre es una forma posible —ya se verá su eficacia— de evitar males mayores. «Nuestra
determinación no es permanecer en el Gobierno, pero tenemos un deber y en el
momento en el que asumimos la responsabilidad la asumimos del todo y hasta el
final. Hasta el último momento», ha dicho el primer ministro islamista Ali Laridi.
Veremos entonces cómo reacciona el pueblo tunecino. Esa es la posibilidad, la salida que
la Hermandad Musulmana desestimó en su soberbia, anteponiendo su permanencia y búsqueda del control absoluto a
unas elecciones anticipadas, solución menos traumática que la actual. Los tunecinos parece que han aprendido del ejemplo egipcio. Los islamistas libios, por el contrario, han advertido que si
ocurre algo como lo de Egipto, allí la sociedad está fuertemente armada, un aviso.
Es pronto para decidir qué ocurrirá con el islamismo político que evidentemente no desaparecerá. Si el flujo de renovación generacional sigue adelante, tendrá que modificar sus planes. A diferencia de lo que ocurre en otros ámbitos culturales, el islamismo político es el "brazo", la forma de actuación, para conseguir unos objetivos que no son políticos en un sentido democrático de convivencia. No se trata de sus ideas, sino de si obligan a los demás a vivir bajo ellas, a convertirse bajo su mandato en lo que no quieren ser. Es cuestión de supervivencia ante el esencialismo histórico que ve a los demás como "impurezas". Como les dijo claramente la diputada tunecina Rabiaa Najlaoui ante la Asamblea hace unos días: "Éramos musulmanes ante de que vosotros llegarais al poder; somos musulmanes sin vosotros y seguiremos siendo musulmanes después de que os hayáis ido". El problema son los islamistas. No se trata del derecho a ser religioso sino del derecho a imponerlo a todos de una forma retrógrada.
Egipto
sigue en marcha, con un camino abierto de incierto final. Hay momentos intensos que abren brechas que duran siglos. Pero
también los hay, pocos, que siembran esperanzas. En ocasiones, solo la distancia permite distinguirlos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.