Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
No
acaban de acertar los Estados Unidos con su política egipcia. Barack Obama ha
sido incluido en la lista de los amigos de los Hermanos y eso no lo entienden
muchos egipcios. La rapidez con la que los Estados Unidos extiende los avales
para aplacar sus propios problemas (o los que se crea) perjudica a terceros,
que han de soportar lo que ellos no quieren. Lo malo es que muchos ya lo saben
y cuentan con ello en sus estrategias negociadoras. No se negocia bien cuando
los demás conocen tus debilidades. Saben entonces cómo sacarle provecho al
"amigo americano". Saben que prefiere aplacar al enemigo que
contentar a los amigos. Pero con eso se suele perder los dos: el enemigo solo
es amigo circunstancial y los amigos se acaban enfadando.
Las
dudas y tibiezas manifestadas por la administración Obama no han satisfecho a
nadie. A unos les parece que ha sido "blando" con el "coup"
al no llamarlo por su nombre; a otros que apoya al fallido presidente
islamista. En su disculpa, la cuestión no es fácil y depende de a qué le des
más importancia. Lo que es indudable es que si Morsi hubiera sido el presidente
de "todos los egipcios", como se comprometió para lograr el voto de
los que no eran islamistas, que eran muchos, no se estarían planteando estas
cosas hoy. Egipto seguiría una festiva transición, como era su intención y
deseo. A esto lo llamamos en los democráticos países de Occidente "agenda
oculta" y nos enfadamos mucho cuando nos la juegan.
Los
problemas semánticos planteados sobre cómo llamar al "coup" (en
francés parece que es más fino) solo tienen sentido si antes se ha aclarado
cómo llamar a los hermanos musulmanes —"¿demócratas?"—
y a sus actuaciones —"¿democráticas?"—, durante el año que han tenido
el poder en sus manos.
Los
egipcios acusan a Estados Unidos de haber sostenido al gobierno de Mubarak tras
la muerte de Sadat —a manos de islamistas— y de haber condicionado sus
relaciones con Israel. Eso es humillante para ellos, que consideran que han
perdido sus soberanía.
Cuando
llegó Obama al poder todavía estaba Mubarak y los egipcios tenían esperanzas de
que algo cambiara. Pero no ha sido así. La política exterior de los Estados
Unidos no cambia demasiado. Está todo tan ajustadito que apenas se atreven los
inquilinos de la Casa Blanca a retocar nada.
Las
noticias de las manifestaciones multitudinarias del domingo en el Tahrir nos
cuentan que hay muchas pancartas acusando directamente a Obama de apoyar a la
Hermandad y de presionar al Ejército. Ya lo ha hecho la oposición
norteamericana a través del senador y ex candidato McCain pidiendo que se
plantee la retirada del dinero con el que Estados Unidos sostiene al Ejército
egipcio, 1.300 millones de dólares. Egipto es el segundo perceptor de dinero
americano tras Israel. McCain ha dicho —en "Face the Nation", de la
CBS— que Morsi ha sido un "presidente terrible", que la economía es
un desastre, etc., pero que "América no está liderada y que no está
liderando", en crítica clara y abierta al papel del presidente Obama. Ha
hecho un repaso de todo el Oriente Medio empantanado. Cuando le preguntan directamente
si "cree que la administración Obama apoya tácitamente 'the
"coup'", McCain dice que "sería un error hacerlo". Los
republicanos, parece, tienen una percepción distinta de lo que ocurre respecto
a lo que los egipcios perciben en la actitud de Barack Obama.
Una de
las reivindicaciones que los egipcios han firmado con sus 22 millones de copias
se refiere, precisamente, al control que los Estados Unidos tienen de su
política a través de la dependencia de su Ejército y economía. En el manifiesto
de Tamarod para su destitución, entre otras razones muy claras, se le decía
directamente a Mohamed Morsi: "We reject you... Because Egypt is still following the footsteps
of the USA". Eso no se lo dicen los barbudos islamistas, sino los
afeitados laicos de amplio espectro.
Para
los egipcios, el vínculo de su país con los Estados Unidos es sobre todo una
señal de dependencia, de falta de soberanía y, en sus propios términos, un
obstáculo para recuperar la "dignidad" nacional. La idea de
"dignidad" es esencial para entender la Revolución del 25 de Enero y
sus proclamas del "orgullo egipcio". Si le sirve de consuelo a los
republicanos, muchos egipcios ven "poco egipcios" a los Hermanos y
más pendientes de otras fuentes de financiación más al Este. Si ahora también
los apoyan desde Occidente, entonces se les rompen los esquemas. ¿En dónde
quedan? ¿A quienes les importan los que quieren un Estado laico con las mismas
libertades que en Occidente?
La
incapacidad de los Estados Unidos para considerar el mundo más allá de un
tablero en el que jugar al Risk, y en
donde todo está supeditado a su propia seguridad e interés, plantea un problema
de dimensiones históricas. Su visión no es compartida por muchos de los
afectados por sus estrategias, que se niegan a ser meras fichas en el tablero
esperando a que se las mueva. La baza de apoyar a los islamistas significa que,
sabiéndolo ellos, no tienen más que sonreír hasta que se termina la foto y hayan
conseguido sus objetivos.
La
entrega de las revoluciones democráticas al islamismo —"el Islam es la
solución"—, los únicos grupos verdaderamente organizados precisamente
porque los dictadores sostenidos por los Estados Unidos no tenían reparo en
destruir cualquier fuerza que se les opusiera o debilitara, no deja de ser un
broma sangrienta. Son los demócratas, los liberales, socialistas, etc., lo que
se ven perjudicados por unas políticas occidentales que los consideran poco "adecuados"
para sus países, condenados a gobiernos militares corruptos o islámicos, autoritarios ambos
en cualquier caso. En Egipto ya han visto las dos caras de la moneda trucada.
El "amigo
americano" ha jugado muy mal sus cartas porque prefirió el cómodo pago de
los militares durante décadas y no el apoyo a los demócratas. Ese fue el trato
para asegurarse el poder. Mubarak solo realizó una política cosmética con la
intención de mantenerse.
La
estrategia de favorecer o apoyar a los islamistas es suicida para los propios
Estados Unidos, a medio plazo, y criminal para los pueblos que se ven
condenados a aguantar unos regímenes cada vez más represivos y autoritarios.
Es
realmente interesante ver la rápida "conversión a la democracia" de
los Hermanos; si la hubieran practicado con tanto fervor y respeto no se habría
llegado a este punto, desde luego. También lo es la transformación de Ejército,
que vuelve a ser el fiel de la balanza, esta vez en nombre de la revolución interrupta. Si hubieran llevado bien la transición
de la Revolución, tampoco esto hubiera acabado así.
El queda en medio siempre
es el pueblo egipcio, obligado a dar bandazos para sobrevivir y desesperar en
sus deseos de libertad y prosperidad. Ellos reivindican el gran logro de la Revolución, su valor más estable, que no se debe perder como deseo de libertad y futuro.
El "amigo americano" ha conseguido muy poco: que sus enemigos le sonrían antes de atacarle y que los que comparten ideas democráticas les desprecien. No es mucho, la verdad. Y va a costar mucha sangre.
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