Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Como
nos temíamos, la estrategia del ultimátum se estrella contra su propia
verificación. El ultimátum dado por el Ejército egipcio para la retirada de las
calles a los islamistas ponía día y hora a lo que los islamistas necesitaban:
la visibilidad del martirio. El silencio internacional ante la intervención
militar era el verdadero enemigo de la Hermandad, que veía cómo sus desganados aliados no levantaban demasiado la voz
condenando lo que ocurría con su
presidente detenido y la "revolución secuestrada".
Estos
días han sido intensos de charlas
egipcias en los que me manifestaban el temor de que se derivara hacia una
lucha abierta en las calles, llegar a un punto de no retorno. Los muertos en
las calles cierran las opciones de diálogo y arrastran hacia otros escenarios
en los que la obra representada será ahora una beckettiana metáfora de la incomunicación en la que la inmovilidad
que caracteriza a los personajes del autor irlandés se escenificara como una
pelea de fieros pitbulls.
La
parálisis beckettiana es aquí —siempre lo ha sido— mental, política, de
voluntad. Inmovilidad, regreso a la casilla inicial una y otra vez. De nuevo,
la vida política está polarizada en los dos rivales que solo se entienden en las sombras pero que siempre
discuten en la luz. Egipto oscila entre el Beckett de Esperando a Godot y el Final
de Partida: diálogos absurdos, parálisis, incomunicación.
Dice el
personaje de Vladimiro, en Esperando a
Godot:
—Estamos esperando. Nos aburrimos como
ostras, qué duda cabe. Bueno. Se nos presenta una diversión, y ¿qué hacemos? La
dejamos que se pudra. Venga; manos a la obra. (Avanza hacia Pozzo, se detiene.)
Dentro de un momento todo habrá pasado. Estamos otra vez solos en medio de las
soledades. (Piensa.)
Preocupado
por lo que pudiera ocurrir anoche, esperaba inquieto la llegada de los amigos a
casa para poder comprobar que estaban bien. Mientras manifestábamos nuestros
temores de que todo se precipitara al haber puesto el Ejército fecha a la
retirada de las calles, ya se estaban produciendo los enfrentamiento con un elevado
número muertes en los puentes de El Cairo, además de los producidos en
Alejandría.
Ayer
era el día decisivo para el duelo que se tenía que celebrar. Lejos de buscar
alguna salida negociada, los islamistas y el Ejército han iniciado un carrera
suicida que no puede desembocar más que en un callejón sangriento en el que
cada muerto sirva a las partes para armarse de razones y continuar en su
estrategia de choque de trenes. Hay pasos adelante que no se rectifican
fácilmente porque comprometen a los que los dan cerrando posibilidades.
La
estrategias desarrolladas vacían de sentido el panorama "reformista"
que el Ejercito había planteado a su intervención y le costará la bajada del
tren de la gente que se pregunta si no se les han embarcado como políticos escudos
humanos ante la opinión pública internacional.
El
problema de Egipto no es la "democracia" o la
"legitimidad", meros argumentos retóricos en manos de grupos a los
que nunca les han importado realmente ninguna de las dos cosas. La verdadera cuestión es la intolerancia
histórica y sistemática que los que han mantenido el poder han usado para
evitar que la sociedad evolucionara hacia posturas de convivencia, que sin
embargo están presentes en la mayoría de su población, que desea vivir en paz.
Los deseos de construir un Egipto democrático, en convivencia, volcado hacia el
progreso, se ven destruidos en cada momento de la historia en que se plantean,
ya fuera en los momentos coloniales en los que no interesó a las potencias que
Egipto fuese una sociedad que avanzara autónomamente o en la actualidad.
A
Egipto le han traicionado sus propias
riquezas, en especial el Canal de Suez, determinante de las actuaciones
internacionales —especialmente Gran Bretaña y Francia— hasta su nacionalización
y la posterior llamada "Guerra del Canal", de 1956. Ha dado igual a quién se apoyara, a dictadores militares o
a islamistas, según tocara en cada momento. El problema se plantea cuando dos
rivales por conseguir el favor externo entraban en liza. El papel de los Estados
Unidos, relevando a los británicos como nueva potencia mundial, ha sido crucial
en esto. Por eso se da la paradoja de que los Estados Unidos sostengan al
Ejército económicamente y sean acusados a la vez de sostener al gobierno islamista de la
Hermandad. Pero Egipto es un mundo paradójico. Nada es sencillo; todo es finalmente oscuro.
Solo el deseo del pueblo de tener derecho a la oportunidad de desarrollarse en
paz, de dar salida a los sueños incumplidos de progreso, de educación, de
justicia social, de convivencia, que planean en sus reivindicaciones en cada
momento de su historia. Eso es lo que ha intentado una nueva generación, la que
trajo la Revolución de enero, la de los jóvenes, una revolución contra la incompetencia de sus antecesores, que se resisten.
Los
periódicos de hoy nos traen la noticia —otra paradoja— de que el partido Nour,
los salafistas, teóricamente más "radicales" que los
"moderados" de la Hermandad Musulmana, se ofrecen como mediadores
entre los cofrades y los militares. Los Nour han mostrado más sentido común y
han buscado su propia operación de lavado
buscando "lo posible", no tenían nada que perder y pueden ganar
terreno a los Hermanos mostrándose como interlocutores más factibles, aunque
sea circunstancial. Al menos, quedará constancia de que lo han intentado.
La
Hermandad tiene un problema de selección natural, por expresarlo así, derivada
de su propia psicología de grupo. Sus dirigentes han eliminado de sus filas a
los moderados, que se fueron ante la cerrazón y autoritarismo interno. Se han
filtrado a ellos mismos en cuanto a la radicalidad. Si fueran un partido "normal"
habría una segunda fila dispuesta a abrir negociaciones para evitar el baño de
sangre que se ha producido y que seguirá produciéndose si no se remedia, y lo
que es peor, la imposibilidad de pararlo en el sentido menos cruento para la
población. El recurso al "martirio" es un verdadero escándalo que no
asegura más martirio futuro, creando una espiral de retroalimentación que
justifique el aumento de la violencia. Con la violencia, las partes aumentan su
poder y, sobre todo, queman naves ante la posibilidad de soluciones. Pero ¿qué
es una "solución" en estos momentos en Egipto? ¿"Reponer" a
Morsi en el Palacio Presidencial? ¿Con qué fuerza? ¿Asaltar los cuarteles?
¿Llenar las calles de tanques? ¿Llenarlas de muertos? ¿Hacer elcciones? ¿Otra Constitución? ¿Quién acepta las "soluciones"?
Lo
escandaloso es el uso partidista de la población para ir hacia posiciones que no resolverán nada, que
harán de nuevo vivir bajo el miedo y la represión. Terrorismo o represión no pueden ser las alternativas.
La Revolución del 25 de
enero unía cruces y coranes; era solo
una parte visible de la buena voluntad, del deseo de paz y armonía que pronto
se vio que solo se aceptaba de forma retórica y estratégica por los agentes
totalitarios que transitan la sociedad egipcia como ríos subterráneos. Hemos
insistido sobre esta idea a menudo: el drama verdadero es la indefensión, la
falta de fuerza, de los que quieren la democracia en Egipto frente a los que
dicen quererla para después pisotearla. En Egipto los que son demócratas no
tienen fuerza y los que tienen la fuerza no son demócratas. Un drama histórico
de dimensiones, como todo lo egipcio, trágicamente monstruosas.
Godot
no llega. Los seres absurdos discuten sobre su aislamiento en la soledad de la
escena. Solos ante la mirada atónita de los que asisten al espectáculo, sin catarsis posible. Solos.
Soledad del escenario; soledad del patio de butacas. Desesperación. Angustia.
Un grito, un bostezo. La nada. Godot. Godot no llega.
La democracia, dejada que se pudra, habrá pasado de nuevo dejándolos solos en medio de su soledad.
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