Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
agria campaña norteamericana por la nominación republicana, con Donald Trump en
cabeza, está haciendo emerger un complejo debate sobre las causas de la
decadencia del liderazgo y de los sistemas políticos. Creo que esto no es
exclusivo de los Estados Unidos, que se está dando también entre nosotros, pero
que la tradición crítica norteamericana está haciendo que se reflexiones sobre
ellos en vez de dejarse llevar por las fuerzas partidistas y enfrentarse
acríticamente a los candidatos.
Creo
que es importante distinguir entre los candidatos, los partidos y el sistema en
su conjunto, la democracia en sí. Si no se hace se corren riesgos importantes.
La democracia debe sobrevivir a los partidos y estos a los candidatos para que
el sistema funciones. Hemos visto partidos dinamitados por las luchas internas
de sus aspirantes a liderarlo y estamos viendo que las acciones de los partidos
pueden no hacer ningún bien a la democracia en su conjunto debilitando los acuerdos
básicos que las fundan y la erosión del funcionamiento institucional mediante
el descrédito o la falta del respeto debido.
Hemos
olvidado que la palabra clave de la democracia es precisamente
"respeto": respeto a las ideas, respeto a los votantes, respeto a los
oponentes, respeto a las instituciones, respeto a las leyes que salen de ellas,
etc. Respeto es la clave.
El
respeto es la base del compromiso, de la posibilidad de acuerdo. Porque —y esto
también lo hemos olvidado— lo importante no son ni los egos de los candidatos,
ni los partidos en sí, sino la gente, la sociedad en su conjunto. La democracia
funciona cuando no se pierde de vista que la finalidad no es el poder sino la
gente, buscar su bienestar y que en eso se debe centrar todo el proceso
político, que no tiene otra finalidad. Es el bienestar del conjunto, la mejora
social, cultural, moral de todos. El problema es que el discurso cínico sobre la política y su función ha
debilitado esta idea y ha favorecido otras que, en cambio, la han centrado en
la consecución y reparto posterior del poder.
Este
discurso cínico sobre la política ha surgido de una combinación de teorías
procedentes del campo de la gestión empresarial en donde se pondera que no hay
más logro que el poder y trata de establecer los objetivos para alcanzarlo.
Todo son resistencias o empujes. Hay que eliminar unos y potenciar otros. Es la
conversión empresarial de la política
—como en tantas otras instituciones— y del liderazgo. El campo del management ya absorbió a Maquiavelo y a
Sun Tzu, cuyo Arte de la guerra se ha
convertido en libro de cabecera de muchos empresarios sin escrúpulos y políticos que
les imitan. Hoy se estudia en las escuelas de negocios.
Sin
embargo, la política tiene una dimensión que si se olvida causa estragos, como
está ocurriendo más allá de los Estados Unidos y que se puede palpar en la
prensa de muchos países con un simple vistazo. El objetivo es la armonía
social, integrar el mayor número posible de personas en proyectos comunes que
beneficien a la mayoría. Se trata de alcanzar el bienestar social, de prosperar como sociedad, de reducir los grandes desequilibrios, aumentar la cultura y la solidaridad. Hoy no tenemos grandes metas, solo objetivos, copiando las técnicas de gestión; hasta la educación se maneja hoy así.
El
fenómeno al que estamos asistiendo y del que da cuenta en estos días The Washington Post, desde diferentes ángulos y campos, es consecuencia natural del planteamiento político del que hablamos:
necesita de la polarización social. Necesita eliminar las zonas grises o de
transición para elaborar un discurso radical que se enfrente al otro como en
una cruzada a vida o muerte. Eso lleva a una mayor agresividad, una
confrontación constante y un desgaste social e institucional terrible en sus
efectos y consecuencias. La democracia, lo hemos dicho antes, parte del respeto
y en este planteamiento lo primero es perderlo y hacerlo perder.
La
prensa norteamericana se ha llenado de reflexiones sobre este fenómeno y su
desarrollo histórico desde que empezó a constatarse la existencia de "dos
Américas", algo que hoy se hace manifiesto a través del uso instrumental
que de ello hace Trump. Esa fractura social se ha ido agrandando gracias al
interés de los políticos, especialmente de los republicanos por quebrar la
sociedad.
Las
sociedades democráticas modernas tienen una tendencia hacia el
"centro", lo que significa que las diferencias se reducen en beneficio
de todos y no de unos pocos, por lo que la propia sociedad que sufre menos traumáticamente los efectos de la
alternancia. Para que esto se produzca es necesario un número elevado de
acuerdos o pactos sobre elementos esenciales que deben ser construidos
conjuntamente para sobrevivir al paso de unos y otros. ¿Es tan difícil el acuerdo?
Pero
este planteamiento que trae estabilidad social si es usado en beneficio de
todos, entra en contradicción con otros planteamientos. Fue la radicalización
republicana, esencialmente, el Tea Party,
la que no tenía ningún interés en esta estabilidad ya que implica el
alejamiento de los extremos. Y el Tea
Party lo era y lo es.
La
radicalización de las propuesta crea de nuevo una división nítida de los
electorados, que se ven obligados a ir hacia los extremos o abstenerse, cosa
que ocurre cada vez con más frecuencia en muchas sociedades. Se cree entonces
que es necesaria una mayor radicalización para sacudir a los indecisos u
abstencionistas. Mucho ruido para llamar la atención. Se atrae en primer lugar
a los más radicales, pero también se radicaliza a muchos otros que se ven
arrastrados hacia posiciones más extremas que las que pudieran tener. Esa es la
sorpresa de muchos comentaristas cuando ven los apoyos que algunos políticos
norteamericanos están dando a Trump. El radicalismo se comporta como un
"agujero negro", se traga todo lo que tiene alrededor.
La
política del enfrentamiento constante, la que abomina del acuerdo y busca el
enfrentamiento y la división social para conseguir sus objetivos de alcanzar el
poder, está haciendo estragos en muchas partes, incluido nuestro país. Lo único
que se consigue es crear un enfrentamiento constante, que es la base de la que
se vive. Por eso las medidas que se toman tienden a ser polémica en el sentido
de la palabra. Es más fácil cambiar el nombre de una calle que arreglar su
pavimento. Es más fácil levantar vallas en las fronteras que levantar escuelas.
Es más fácil prohibir la entrada de musulmanes en los Estados Unidos o en
Europa que frenar a un dictador cruel como Assad.
Los
ataques contra la llamada "transición española" son un reflejo precisamente
de esa actual política del enfrentamiento. Lo que hicieron entonces los
políticos fue olvidar muchos problemas para poder solucionar otros, los que en esos
momentos tenía nuestro país. En vez de maldecirla, se debería tomar ejemplo de
ella y seguir una política de acuerdos y grandes pactos llevados por el deseo,
que debería ser común a todos, de resolver los problemas y no de crearlos. Ni
los partidos ni los candidatos, repetimos son importantes. Son solo los medios con
que la sociedad busca un espacio para poder resolver los grandes problemas que
se le presentan. Nada hay más negativo en un sistema democrático que el narcisismo de los políticos, padre de mucho
de nuestros problemas.
The
Washington Post titula con claridad "The GOP establishment has failed. It’s
up to voters to deny Trump". El partido republicano se ha demostrado
incapaz de frenar un monstruo político como Trump, que ha sobrepasado el
radicalismo del Tea Party aprovechando lo que este había sembrado durante
décadas: la idea de la destrucción de los Estados Unidos. Ha jugado con todo
tipo de demagogia para dirigir su odio contra los demócratas encarnados en las
figura de un Barack Obama y ahora de una Hillary Clinton y un Bernard Sanders,
en los que ha identificado sus fantasmas: "el negro", "la
mujer" y "el comunista". Mediante el flujo de odio contra Barack
Obama, han incrementado el racismo;
mediante los ataques a Clinton, un infame machismo
del que incluso se contagió la única mujer, Fiorina, que participo en esa
carrera masculina que son las primarias republicanas; y mediante los ataques a
Sanders (que pasarán a Clinton cuando Sanders pierda o se retire) el temor al
"comunismo", que ahora se aloja en los Estados Unidos y no en Rusia,
en donde hay un buen hombre llamado
Vladimir Putin, que sabe tratar a los homosexuales, las mujeres, a sus socios,
etc. como se debe. Tienen razón los que dicen que Trump ha hecho retroceder décadas a la sociedad americana al proponerles asumir valores que se creían agotados, negativos y nefastos para la convivencia. Hasta los gobiernos de algunos países se han visto obligados a intervenir por las declaraciones vergonzosas de Trump sobre política internacional o sus "soluciones" a los problemas que afectan a los países.
Me gustaría ver el mismo nivel de análisis y con el mismo
grado de sensatez y deseo de encontrar salidas a los problemas en nuestro país.
Me gustaría que la prensa, los intelectuales, artistas, etc. en vez de sumarse
a la corriente, cumplieran su función reflexiva pidiendo sensatez y ofreciendo
ideas en vez hacer los coros políticos. Me gustaría.
España esté en un momento crítico en el que se necesitan
voces de todo tipo capaces de equilibrar el despropósito continuo que
escuchamos cada día y que se hace difícilmente soportable. Desgraciadamente no
ocurre así. Se necesita recuperar la visión de la totalidad, una visión de
conjunto y salir de este cuerpo a cuerpo en el que llevamos casi dos décadas
metidos y que hace que cuando hace falta llegar a acuerdos la inercia del
enfrentamiento continuo lo impida.
Parece que los políticos son más políticos cuando se insultan
unos a otros. Eso es confundir una arte despreciable con otra noble. Ni el
acuerdo es el compadreo ni el respeto traición
o entreguismo. Esperamos más y mejor
de los políticos y de los partidos. Por nuestro propio bien, para no dejarnos arrastrar en la falta de respeto.
La llegada de Trump debería hacernos reflexionar sobre lo que no
hay que hacer y los riesgos que se corren con estas situaciones. Hay varios países que tienen ya sus
Trump en el poder. Han llevado la discordia a su sociedad y la mantienen para asegurarse
que en ese enfrentamiento siempre habrá una parte que les apoye. Pero eso no es
bueno.
Necesitamos mejores políticos, más comprometidos con el
bienestar de todos y menos luchadores barriobajeros por el poder. Necesitamos más palabra, más diálogo; menos declaraciones públicas de cara a la galería y más conversaciones sensatas. Necesitamos
respeto, respetar y ser respetados. Sin respeto —al pueblo, a las instituciones, a las leyes...— no hay mucho que hacer; solo
avanzar por la peligrosa y agotadora senda del conflicto como forma de vida.
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