sábado, 12 de marzo de 2016

No hay final para quien nunca se rinde o la poesía de Carla Badillo Coronado

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Cualquier día en el que descubres algo es un día feliz y si el hallazgo es poético, después de tantos días aburridos, es doblemente feliz. Ayer fue un día poéticamente feliz.
La poesía nos llega de allí en donde se valora la palabra en sus dimensiones más profundas y no donde se convierte en objeto de laboratorio pauloviano a la búsqueda de un voto o de vendernos algo. El respeto a la palabra lo es a la poesía y a las ideas. Pero sometidos al embrutecimiento de lo cotidiano vamos perdiendo esa sensibilidad necesaria para mirarnos en ella, para comprender su formas.
Los que hacen pasar las palabras por los filtros perversos de la manipulación no son capaces de entender el verdadero poder transformador de la palabra poética, su fuerza liberadora. Empeñados en cercarnos con eslóganes simplistas, insensibilizan para la poesía, anulan la capacidad de la palabra poética de realizar su camino de ida y vuelta, el círculo que el poema crea entre el ser uno y ser otro en un mismo movimiento en la lectura. En la lectura soy un ser en camino, un ser en transformación, un espacio intenso entre lo que era y aquello en lo que el poema me transforma. Igual que el poeta conjura con el poema su propio ser en la vivencia, el lector se abre en la palabra que hace suya y se transforma comprendiendo. Frente a manipulación, comprensión, revelación, destellos del verso que nos iluminan.



El descubrimiento ayer fue doble: la poeta y su palabra. La poeta es Carla Badillo Coronado, ecuatoriana, ganadora del XXVIII Premio Internacional Loewe a la Creación Joven. Su palabra se expresa en el libro premiado, El color de la granada (Visor 2016), una demostración de que la palabra poética no se ha perdido en nuestra lengua, pateada aquí por muchos, cultivada allí. En muchos lugares de América ser poeta es todavía ser algo. Algo que se muestra y no se esconde.
Gracias al empeño de mi alumna ecuatoriana María Fernanda, del Máster de Escritura Creativa, quien nos convocó un viernes a las cinco de la tarde en la sala de Grados de la Facultad de Filología, pudimos asistir al encuentro con Carla Badillo. ¡Gracias María Fernanda!

Carla Badillo comenzó como poeta premiada, como no podía ser de otra manera tras leerse sus actividades y premio, y acabó mostrando su humanidad de mujer, saliendo del personaje público y llegando a la persona. Pasó de las influencias a sus efectos en la vida propia; de algo que creemos dominar a algo que nos domina, que es el destino de las buenas lecturas. 
Hay quién lee para matar el tiempo y hay quien lee para darle sentido, para encontrar las explicaciones a vida pasada de lo que no somos capaces de entender como acción presente. Solo el recuerdo articulado, hecho lenguaje, nos permitirá expresar la confusión, esencia de la vida. Los poetas hacen ese camino por nosotros, que recorremos después su senda con la esperanza de reconocer los paisajes comunes de alegría o dolor, de magia y desengaño.
La sesión que tuvimos fue pasando de lo más formal a lo personal, del poeta controlador al poeta controlado por su propia poesía, destilación de la vida; de la descripción de lo leído a la escritura de lo vivido. Carla Badillo es poeta sin afectación, conectada con la vida con una fluidez y continuidad. Se percibe una conexión entre ambas, poesía y vida, poco frecuente. Vida no es biografía, que es lo que nos hace distintos, sino aquello que nos iguala y hace el poema universal. ¡Cuántos poetas se han perdido por confundir ambas!



Lo que en muchos otros suena artificial, en ella es natural, algo difícil de conseguir porque la poesía no es espontánea, sino cincelado continuo. Tiene un sentido del oído poético para la frase y una sensibilidad para percibirlo a través de lo cotidiano, que se transforma en ritmo e imágenes.
Encontramos esa capacidad para encerrar en las palabras imágenes que captan el movimiento de la vida, su explicación provisional —la explicación de la vida es siempre provisional— que satisface la necesidad de orden frente al caos de los sentimientos, de las experiencias, del vivir mismo.

Los instrumentos de cuerda levitan
y son los hombres los esclavos del silencio
(la música existe porque el tiempo gira sobre su propio eje)
Los símbolos hacen posible la existencia:
hay quienes se tocan el corazón por dentro
para comprobar si aún siguen vivos.
(de la parte La juventud del poeta, poema 11, pp. 33)


En su poesía se unen de forma armoniosa los conceptos y las imágenes conectándose en una forma de experiencia conjunta, en un ir y venir de lo vivido a lo reflexionado. Es el movimiento de la vida como existencia que refleja ese diálogo interior constante, esa voz que intenta dar forma a la experiencia.
Para amortiguar el roce desgarrado con la vida, Carla Badillo ha interpuesto una figura, la del poeta armenio Sayat Nova (1712-1795), cuya voz asume. Pera no se trata de un ejercicio de ventriloquía estilística, sino de un filtro, de un principio ordenador del mundo propio. El acceso al poeta Nova no se hace tampoco a través de su poesía sino a través de otro filtro, el de la película que da título al libro, "El color de la granada". Es una película soviética de 1968, dirigida por el armenio Sergei Paradjanov. La vida del poeta ya se convertía allí en una selección de momentos en vez de una historia lineal convencional.



La voz de Carla Badillo es la voz doblemente filtrada, la que le permite hacer aflorar su interior gracias a esas instancias intermedias. Son las formas de dominar el caos, de articular lo que es solo estado emocional, alegría o dolor. Como se nos dice en uno de los poemas finales del libro:

En el principio fue el caos
y de él provino la armonía de mi voz
por eso canto a pesar del tiempo
No hay final para quien nunca se rinde
por eso dirijo la tropa que carga mi cuerpo
El camino es largo como lengua de cíclope
por ella avanzaré a través de los siglos
Mi lenguaje sobrepasa la oscuridad de estos versos
la verdadera luz jamás se describe.
(de la parte Transfiguración del poeta, Canto IX, p. 111)


Hace mucho tiempo que no encontraba un libro nuevo de poesía con esta calidad, poética y humana si es que existe diferencia cuando logran aliarse en el lenguaje. Es lo mismo que debió opinar el ilustre jurado que concedió el premio a Carla Badillo (Víctor García de la Concha, Antonio Colinas, Soledad Puértolas, José Manuel Caballero Bonald, Cristina Peri Rossi, Jaime Siles, Francisco Brines, Óscar Hahn y Luis Antonio de Villena).

Antonio Colinas, portavoz del jurado en este prólogo, manifiesta su sorpresa ante la madurez de una poeta joven que se interesa por la muerte. ¿Hay otro tema? Muchos mueren inmaduros y unos pocos pronto hacen suya una lucidez dolorosa que comprende que solo lo vivo ama y muere, que solo lo sensible sufre, que solo lo inteligente lucha por comprender. Son las aventuras arriesgadas de la vida: amar y pensar. Las dos representan la visión del abismo. No renunciar al amor por el dolor, no renunciar a pensar por el error son las heroicidades del que quiere seguir vivo en un mundo lleno de ceguera, trivialidad y olvido. Morir es lo que da sentido al tiempo; el tiempo es lo que da sentido a la vida. Camina. "No hay final para quien nunca se rinde", dice su verso, principio de supervivencia, vitalismo puro.
"El color de la granada" es un libro lleno de avenidas y rincones por los que transitar. No creo que sea necesario clasificar estilos, especificar temas o demás convenciones críticas. Es poesía. Va al intelecto y a la intuición, muestra y nos invita a recrear. Inserta la sensación en la idea y la idea en la sensación. No regala al oído o a la imaginación, sino que las estimula con su capacidad para encajar un mundo en unas pocas palabras, en sólidos versos, sinceros y auténticos ante el jurado inapelable de la lectura.
La poesía de Carla Badillo Coronado es la llave de una de esas puertas que nos llevan a buscarnos por caminos abiertos por la palabra. Encontramos la poesía y seguimos caminando.


BADILLO CORONADO, Carla (2016). El color de la granada. Col. Visor de Poesía nº 954. Visor-Fundación Loewe, Madrid.

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