Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
estreno en el teatro de la Universidad Americana de El Cairo de una versión
adaptada de Tartufo, de Molière, ha
debido sonarle a alguno demasiado próximo. Pocos clásicos son tan realmente
universales como este retrato de la hipocresía religiosa, de sus formas de
captación y de los efectos nocivos que tiene sobre los que les rodean.
Cuando
se estrenó en Madrid la versión de Enrique Llovet, con Alfredo Marsillach como
protagonista y director, junto con la escenografía de Francisco Nieva, fue un
gran escándalo.
Era 1969 y el poder en España estaba en manos de los píos tecnócratas de entonces. Diez años
después, con una democracia recién estrenada, el dúo formado por Enrique Llovet, autor del nuevo texto (restraladado, decía), y Adolfo Marsillach
readaptó la obra para ajustarla al entorno político del momento.
La noticia
del diario El País sobre un reestreno
en el 79 daba cuenta de lo ocurrido diez años antes y de las perspectivas de lo
que quedaba por llegar:
El estreno de Tartufo en 1969,
que recibió el Premio Mayte, provocó uno de los mayores escándalos en el teatro
español de los últimos años, junto con la prohibición de las representaciones de
Marat-Sade, de Peter Weiss, en
montaje de Marsillach. Las alusiones críticas del montaje a los ejecutivos, el
Opus Dei y los planes de desarrollo motivaron el malestar de Sánchez Bella,
ministro de Información y Turismo en aquel momento, que al no poder suspender
las representaciones, que habían sido autorizadas por la censura, impidió que
la obra fuera conocida en otras ciudades. Enrique Llovet recordó ayer estos
hechos como «una rabieta descomunal y enloquecida del Ministerio de Información
y Turismo. Ahora no hay que pasar censura, pero pensamos que vamos a tener
también problemas».
«No puedo adelantar el
contenido», añade Llovet, «porque estoy trabajando ahora en la nueva versión.
Voy a ver si hay algo de Tartufo por ahí. Si en la anterior versión, el texto
era un 99% mío y el resto de Molière, en la que escribo creo que va a ser todo
mío, manteniendo la estructura de la obra y el genial personaje, impostor y
guadiánico, creado por Molière. El personaje es el mismo que en 1969 anduvo por
Madrid. Supongo que vamos a contribuir a animar la próxima temporada; yo por lo
menos me estoy riendo mucho al escribirlo. Volverá la canción de los
ejecutivos, con alguna variación en la letra, los mismos ejecutivos con sus
preocupaciones religiosas y su plataforma ideológica.»
El texto completo de Tartufo, de
Molière, trasladado por Enrique Llovet, se publicó en el número 115 de la
desaparecida revista Primer Acto. En
números siguientes, el polémico estreno fue motivo de un debate en torno a los
valores teatrales y las significaciones políticas y sociales de la obra, donde
intervinieron Adolfo Marsillach, Enrique Llovet y los críticos Díez Crespo y
Núñez Ladeveze. En el curso de este debate, Llovet manifestó que «es terrible
que, pagando 125 pesetas, y sobre las costillas de Marsillach y las mías, el
espectador abandone el teatro convencido de que acaba de realizar un acto de
protesta».
En el curso de este debate,
Marsillach señaló que las claves políticas de su Tartufo eran las mismas que
las del Tartufo de Molière, tal como se pueden leer en cualquier ensayo sobre
el dramaturgo francés y su obra.*
La versión que se ha puesto en escena en la Universidad
Americana de El Cairo no se ha atrevido a ir tan lejos y, por lo que pudiera
ocurrir, refleja un mundo norteamericano.
Hacer una versión
"islamista" de Tartufo hubiera sido demasiado osado, incluso para un
país en el que se supone que los "islamistas" son oficialmente terroristas y están en la
cárcel o en el exilio. Hubiera sido una buena adaptación al reflejar la
hipocresía religiosa con la que se vive en el régimen piadoso.
Enrique Llovet hubiera
disfrutado con el episodio del ministro de Justicia El-Zind, defenestrado por
bocazas al decir que encarcelaría hasta el Profeta si fuera necesario. El escándalo
provocado por las palabras del ex ministro (aquel que quería ser ejemplo de
virtudes para todos los demás jueces y de ahí para abajo, hasta llegar a cubrir
la sociedad entera) llevó a su dimisión inmediata.
Pero el tartufismo no es exclusivo de los islamistas. La salida del poder y de las instituciones ha supuesto que el tartufismo se asuma por parte de los poderes, que han caído en ese vicio de la piedad oficial. El régimen sigue encarcelando por cuestiones religiosas a reformistas y ateos, que le parecen peligrosos. Eso conlleva la exhibición de muchos para no ser tenidos por impíos. Para mostrar que no son extremistas, están llevando al extremo la propia religión, que se hace omnipresente para demostrar que no está ausente. ¡Paradojas egipcias!
Pero el régimen egipcio camina hacia las tinieblas mientras
que la España de 1969 ya quería democracia y la de 1979 estaba con ella recién
estrenada. Espectáculos como el de Tartufo servían para poner a prueba la elasticidad
del régimen y la paciencia y poder real de los ministros, como nos cuenta la
noticia de El País. Tartufo fue un éxito que todavía hoy muchos recuerdan como
ejemplo de teatro actualizado para confirmar que los "tipos"
representados por Molière eran realmente "ideales".
Es interesante comprobar cómo esto que señalamos, esta desconexión
de la obra de su entorno, se echa en falta incluso por la propia crítica. En la reseña de Ahram Online, diario estatal, leemos:
Over three centuries after the famous French
playwright Moliere wrote Tartuffe (1664), or The Imposter, the play continues
to find timeless relevance, particularly hitting home in Egypt.
Written as a critique of religious hypocrisy,
the satirical comedy sees Orgon naively embracing the deceitful Tartuffe into
his grand home, against the better judgment of his family members who see
through the imposter’s fake piety.
Beyond the stage
The broadside aimed at religious leaders who
preach piety yet practice otherwise is something that hits home, amid echoes of
political Islam in Egypt and the ongoing conversation about religious extremism
and its effects, locally and internationally.
The Malak Gabr Theatre at the American
University in Cairo (AUC) is quite good at being timely, always hosting plays
that resonate with what is happening in the country. In December 2011, it
hosted Frank Bradley’s direction of Mad Forest: The Inner Life of a Revolution, about the Romanian revolution,
echoing elements of the Egyptian revolution fresh after the January 2011
uprising.
Today, Tartuffe is so popular that the name is
widely synonymous with the term hypocrite. Yet historically, the play wasn’t
always so embraced, having been banned by the Catholic Church for five years
after it was written, and accused of ridiculing religion.
Moliere defended his work in three petitions to
King Louis XIV, and in a preface to the play’s text explaining how his intent
was to mock and expose certain types of religious frauds, and not the faith
itself.
Director Jane Page chose to work with Constance
Congdon’s adaptation of Tartuffe, which updates the text to rhyming verses, in
modern English. Page also set the play in a “McMansion in Orange County,
California, Today,” according to the programme notes.**
La crónica de Ahram Online es un fino ejercicio dialógico, en un sentido bajtiniano, de
participar a través de su texto en un diálogo cultural que está en el aire. El
hecho mismo de poner en escena la obra, como se sugiere con la mención a lo
hecho anteriormente después de la revolución de 2011, ya implica una
contextualización que es la que aporta el espacio-tiempo histórico en el que se
mueven los espectadores, su cronotopo.
Interesante es la mención a cómo la obra estuvo prohibida y
cómo el propio Molière la defendió asegurando que no trataba de burlarse de la
religión sino de los que la usan para sus intereses mostrándose ante los demás
como piadosos.
Hace unos días, la prensa egipcia recogía —y aquí lo
tratamos en La risa normalizada— el estreno en televisión de la versión egipcia
de Saturday Night Live en árabe. Los
autores del programa afirmaban no
ocuparse de sexo, religión o política. Ellos decía, no iban contra ningún
tabú. No sé si con esas perspectivas les habrá interesado mucho la obra de
Molière pero es útil entender el contraste entre ambas formas de entender para
qué sirve el humor.
Si Molière hubiera hecho una obra sin política, religión o
sexo, en términos de la época, no habría sido Molière. Tampoco lo hubiera sido
si no hubiera defendido su obra y la intención que albergaba con ella.
Independientemente de sus argumentos como abogado defensor de la obra, lo
cierto es que luchó por ella.
El Presidente El-Sisi se ha reunido hace unos días con
intelectuales y escritores que le han expresado su preocupación por la
situación egipcia. Evidentemente han ido los que estaban
"preocupados", los que estaban "desesperados" por la
situación egipcia es probable que no se hayan molestado en ir. El presidente
parece que está empeñado en gastar sus últimos cartuchos en intentar convencer
a la gente que lo mejor está por venir, es decir, en lo que podríamos llamar la
"post hoja de ruta".
Si hacemos memoria, recordamos los primeros encuentros de
El-Sisi con los actores, guionistas y realizadores de televisión pidiéndoles
"series" de Ramadán más acordes con los valores patrios (que son muchos). ¡Ya estaba bien de series poco
instructivas para esos días de recogimiento religioso! Los allí presentes se
mostraban emocionados en que el presidente les pidiera ser espejo del país.
Con los estantes llenos de obras, canciones, películas, etc.
patrióticas no se avanza a ningún lado, especialmente si es el país el que no
funciona. Entre el patrioterismo y la crítica, siempre funciona mejor la
crítica, por eso se persigue a los críticos y se les dan medallas a los encargados
de emocionarnos con banderas e himnos a falta de pan, inversores y turistas.
Habrá un día en el que quizá sea posible adapta a Molière al
entorno religioso y llenar la obra de alusiones a los poderes públicos y privados,
a los tiempos actuales. No sé cuándo, pero sé que Molière estará ahí esperando
a que la versión de Tartufo que se represente en Egipto transcurra en El Cairo
y no en "McMansion in Orange County, California, Today", como señalan
las notas del programa entregado a los asistentes a la obra.
Se ha hablado mucho de los problemas del régimen egipcio con
la novela de Orwell 1984, pero se
habla muy poco del tartufismo existente en la sociedad. Es sin embargo el rasgo
esencial que define al islamismo y a su parafernalia religiosa, a la forma en
que tiene de captar adeptos, adularles y prometerles una vida eterna porque son
mejores que el resto de los mortales.
Leamos para comprobarlo la descripción que hace Molière del
personaje y de sus formas de actuación:
ORGON:
-Os encantaría conocerlo. Sí; infinito sería
vuestro arrobamiento. Es un hombre que..., un hombre, ¡ah!, un hombre... En
fin, es un hombre. El que se instruye bien de sus lecciones goza de paz
profunda. Mira a todos como si fuesen despreciable estiércol. Merced a sus
pláticas, me he trocado en otro del que era. El me ha enseñado a no tener
afecto por nadie, ha apartado mi alma de toda amistad, y tanto es así, que si
yo viese morir a mi hermano, hijos, madre y esposa, no me curaría de ello.
CLEANTO:
-¡Humanos sentimientos, cuñado!
ORGON:
-Si hubieses visto cómo conocí a Tartufo
habríais tenido por él la amistad que yo. A diario iba a la iglesia, con
benigno talante, prosternábase frente a mí, doblando entrambas rodillas, y
atraía los ojos de toda la congregación por el fervor con que elevaba a Dios
sus plegarias. Exhalaba suspiros, ponía los brazos en cruz y a cada momento
besaba humildemente la tierra. Cuando yo salía, adelantábase presto para
ofrecerme agua bendita. Instruido por su mozo (que le imitaba en todo) de lo
que era aquel hombre y de su inteligencia, hícele dones, mas él, modesto,
siempre quería devolverme una parte. «Es demasiado (decía), es excesivo en la
mitad. Y no merezco vuestra compasión.» Y si yo me negaba a tomarle el dinero,
acudía a los pobres y lo distribuía entre ellos ante mis ojos. Al fin el Cielo
llevóle a acogerse en mi casa y desde entonces todo parece prosperar en ella.
Repréndelo todo, y respecto a mi mujer tómase extremo interés por mi honor,
advirtiéndome de cuales gentes la miran con ojos dulces y mostrándose seis
veces más celoso que yo. No podéis creer a dónde llega su celo; acúsase de
pecado a la menor nonada; escandalízale cualquier menudencia, y ha pocos días
vino a culparse de haber apresado una pulga estando en oración y matádola con
excesiva cólera.
(acto I, escena V)
No hay
retrato más perfecto de la mentalidad y la forma de actuación del islamista. Más
de uno sonreirá satisfecho entre el público pensando "¡cómo son los
cristianos norteamericanos!", ante un escenario repleto de crucifijos. Así
es la ceguera del perfecto Tartufo. Sería incapaz de ver que la universalidad
de Molière es precisamente la que le permite adaptarse a todo tiempo y espacio.
Todas las religiones tienen sus tartufos, los escenógrafos de la piedad convertida
en espectáculo público, dejando los vicios para cuando los ojos ajenos se
apartan. Ninguna religión se libra de tener seguidores así, pero también es
cierto que los tartufos son más abundantes cuando el poder se alía con la
religión o la religión con el poder. Es entonces cuando el tartufismo alcanza
su máximo esplendor y rentabilidad. No es exclusivo tampoco de los islamistas
sino de todos aquellos que usan la religión de esa manera, cuidando barbas y
poniendo ojos en blanco. Molière hubiera disfrutado con aquella historia del
diputado salafista, Anwar Al-Balkimy, de la época de Morsi, que fingió su propio atraco para
justificar una operación estética de nariz. Si Dios nos da una nariz, es ir
contra sus designios cambiarla. Un tartufo puro.
El
tartufismo es un vicio humano, sin principio ni final. Podrá haber más o menos
tartufos, que es donde radica el problema de los vicios humanos, que siguen
siendo los mismos. Los vicios que tienen exhibición pública son contagiosos y
desencadenan el afán de emulación, de superar al prójimo en la frenética
carrera hacia la vida eterna entre aplausos y admiración de los que se quedan aquí. Nunca se es bastante tartufo porque está poseído
por un inagotable espíritu de superación.
La sociedad
que acepta un programa de televisión en el que no se hable de nada que pueda
provocarles desasosiego o el deseo de mejorar, es una sociedad con
poca esperanza de cambio. Le ha dado la vuelta a los vicios para mostrarlos
como virtudes; le resulta más cómodo que regenerarse.
En vez
de exigir obediencia y retratos favorables, el poder debería dejar de dar instrucciones sobre cómo le gusta ser
retratado.
Pese a ocurrir en un desconocido y alejado condado norteamericano,
nos dice el cronista que algunos actores mantienen un inequívoco deje egipcio
que los acerca a los espectadores.
*
"Marsillach vuelve a los escenarios con "Tartufo" de
Molière-Llovet" El País 14/06/1979
http://elpais.com/diario/1979/06/14/cultura/298159226_850215.html
*
"Moliere’s Tartuffe discovers relevance in Cairo staging" Ahram
Online 23/03/2016 http://english.ahram.org.eg/NewsContent/5/35/193626/Arts--Culture/Stage--Street/Moliere%E2%80%99s-Tartuffe-discovers-relevance-in-Cairo-st.aspx
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.