Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Las
crisis que vivimos, como el dolor, nos hacen conscientes de nuestros cuerpos,
de aquello que nos afecta. Primero ha sido la crisis económica, que nos ha
puesto a prueba como solidaridad interna. La crisis de los refugiados nos está
poniendo también a prueba, esta vez como solidaridad exterior y consciencia de
los límites de nuestras fronteras y su sentido.
Lo que
desde una perspectiva cultural nos
parecía distante de nosotros, merced a esta crisis, se nos ha revelado de una
proximidad máxima, como una continuidad. Los otros ya no están lejos, sino a
tiro de barca, a una distancia que puede cubrirse por vías diversas.
Europa
se nos revela entonces "mediterránea" y se reabren los caminos que
durante siglos, para bien (el comercio, la cultura...) y para mal (las guerras,
las invasiones...). Con los caminos se reabren también los miedos y las
prevenciones.
La
crisis de los refugiados es una crisis también europea. No es solo una cuestión de los lugares donde ocurren las
tragedias primeras, que son las guerras que los desplazan. Y nuestra respuesta
ante ella nos define y marcará. Los errores que se cometan harán de nuestro
espacio un lugar de convivencia o una
isla insolidaria. Y Europa no es ni puede ser una isla.
El diario
El País trae hoy un editorial de un título directo: "Parar la xenofobia".
Su comienzo ya plantea con rotundidad el peligro en que nos encontramos:
La prolongada y difícil crisis de los
refugiados está sirviendo de combustible para el crecimiento de los movimientos
xenófobos y los populismos de extrema derecha en Europa. Así se ha constatado
en elecciones celebradas en países como Suiza y Austria, y la misma tendencia
señalan las encuestas de países como Polonia y Suecia.
Hay que hacer frente a estos movimientos
antes de que sea demasiado tarde. Mientras el río humano de los refugiados se
dispersa penosamente por rutas alternativas a medida que se le cierran las
fronteras, la sensación de desbordamiento va calando en la opinión pública
europea.*
Tras
esta constatación, se hace un repaso ese despertar contradictorio del
sentimiento europeo. Por un lado los de la Europa aislada, al defensiva,
insolidaria; por otro, los que entiende que Europa no puede estigmatizarse ante
sus propios ojos como un ente indiferente ante la desgracia y el sufrimiento
ajenos. Cuando el editorial dice "hay que frenar" está expresando un
deseo más que plantear una estrategia eficaz, que es la que se debe hallar
entre todos los países implicados.
La crisis
de los refugiados tiene muchas dimensiones y muchas aristas que se deben tener
en cuenta. Si Europa no toma la iniciativa para poder hacerla factible y tratar
de resolverla de una manera eficaz e inteligente, la crisis se volverá contra
ella en dos niveles muy claro: primero, resquebrajará —ya lo está haciendo— las
relaciones entre los países que forman la Unión, en la que algunos se están
mostrando de una intransigencia y autonomía sorprendentes; y segundo,
establecerá una relaciones perversas con la periferia, haciendo un gran favor a
los enemigos de Europa que desean verla fracasar para poder salir triunfadores
en origen. Es esta última posibilidad la que tiene un mayor peligro de cara al
futuro pues hipotecará, ocurra lo que ocurra, las relaciones.
Si algo
resulta evidente de todo esto es que la proximidad real a los conflictos impide
la indiferencia. No podemos inhibirnos de algo que, nos guste o no, nos
afectará de muchas maneras si no se soluciona. En esto, el papel de Europa
tiene que cambiar ante lo que es un desafío entre las dos potencias que han
asumido su propio pulso en la zona, Estados Unidos y Rusia. Queda claro que sus
intereses, difieren bastante de los europeos, que no tienen ni las distancias
ni las maneras de las potencias que se desafían en terrenos ajenos.
Resulta
también interesante que algunos países europeos que manifiestan muy poca
solidaridad en esta crisis sean los mismos que han tenido muy poca solidaridad
en el caso de Ucrania y las sanciones a Rusia por la invasión, como ocurre con
Hungría. Resulta también sorprendente que el caso de los refugiados se intente
resolver apoyando a la crítica Turquía de Erdogan, confiándole un problema que
ella ha contribuido en gran manera a crear y en la que tiene una participación
tan oscura como los bombardeos a los kurdos y la política seguida hasta el
momento respecto al Estado Islámico. Erdogan siempre cae de pie. Es chocante que en su momento de máximo
autoritarismo y cuando ha perdido las mayorías que le permitían la impunidad política
y las limpiezas de la oposición y la prensa, reciba una inyección económica,
una responsabilidad delegada de Europa para la gestión de los refugiados y una
promesa de acelerar la integración en la Unión. Y todo esto después de un
atentado del Estado Islámico con cien muertos en las calles de Ankara. No sé si
es el lugar ideal para que los refugiados se sientan seguros.
Con
todo, lo más peligroso para la propia Europa es el renacimiento de aquello que
la Unión trató de enterrar: la xenofobia. Debemos recordar aquí que no ha
comenzado con la crisis de los refugiados, sino que es muy anterior y antieuropea.
Lo que se ha hechos es canalizarla hacia los refugiados, pero en realidad va
contra la propia Unión Europea y la idea de una Europa de amparo.
Los
movimientos xenófobos van contra Europa. Por eso están alcanzando mayor poder
allí donde ya estaban implantados. Recordemos las actitudes de Suiza frente a
la inmigración hace un par de años; igual sucedió en Austria, etc. No son los
refugiados los que han hecho surgir la xenofobia, no. Está ahí latente y se
manifiesta haciendo sus propias lecturas interesadas de las crisis. Cambian su
discurso para conseguir más apoyos, pero son los mismos y con los mismos
objetivos. Lo peligroso es que en estos cambios de discursos van consiguiendo
más apoyos entrelazando unos con otros.
El
editorial de El País se cierra con estas conclusiones:
Estos movimientos cuestionan la esencia misma
de Europa, basada en valores de tolerancia y en la superación de los conflictos
por la vía del diálogo y la concertación. Ahora quieren sacar provecho de una
coyuntura inflamable y extremadamente complicada, con un odio al extranjero que
sus elementos más extremistas convierten en violencia, como el atentado contra
la candidata de Colonia o los ataques que sufren los centros de refugiados. En
las últimas semanas, alcaldes de ciudades que se han mostrado dispuestas a
acoger refugiados han sido también amenazados.
Ni Europa puede inhibirse, ni este es un
problema interno de Alemania. Lo es de toda Europa, y la mejor forma de parar a
los intransigentes pasa ahora por ayudar a Angela Merkel en su política de
acogida y colaborar con ella para encontrar una salida conjunta y solidaria a
la crisis de refugiados.*
Coincidimos
plenamente con esta idea. Hay que evitar descargar sobre Alemania la responsabilidad
de esta crisis (o de cualquier otra) que tiene las dos caras, una práctica y
otra moral. La importancia de resolverla desde las dos dimensiones es una
necesidad para la consolidación de la propia Unión. Habrá que analizar si
algunas conductas, como se están produciendo, son compatibles con lo que de
Europa esperamos los europeos en la medida en que nos afecta a todos y es
responsabilidad de todos.
Esta
crisis, de una extrema complejidad desde su mismo origen, se está manipulando
dentro de Europa y desde fuera de ella. Por eso es esencial resolverla de forma
conjunta y digna. Pero ahora lo esencial, efectivamente, es parar la xenofobia,
demostrar que la cara de Europa es otra.
No, Europa no es un isla, no puede cerrarse ante lo que ocurre en su entorno. No puede hacerlo física ni mentalmente.
*
"Parar la xenofobia" El País 21/10/2015
http://elpais.com/elpais/2015/10/20/opinion/1445364567_264156.html
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