Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Mi fábula favorita de Esopo es aquella que nos cuenta el
viaje de un hombre y un león. Camina discutiendo sobre quién es más poderoso
hasta que se encuentran en el camino una estatua que representa a un hombre
estrangulando un león. Muy ufano, el viajero se regodea ante su compañero: "—¡Creo
que está claro —dice señalándole la estatua— quién es el más poderoso!" A
lo que el león le responde: "—¡Si los leones supieran esculpir, verías más
hombres entre sus garras!".
Me ha parecido siempre una fábula que nos dice algo sobre el
mundo de los medios de comunicación: quien tiene los medios se retrata de la
forma más provechosa. Se mostrará vencedor y representará a sus enemigos o
rivales de la forma menos favorable. Quien crea los mensajes, en suma, crea la
perspectiva más favorable a sus tesis. Esto ha funcionado así desde las épocas
más antiguas y con medios como la poesía o, como, en la fábula con la escultura
o la pintura. Hoy, en plena de Sociedad de la Información, en un mundo
mediatizado, la representación es un arma esencial del poderoso.
Creo que no hay duda de que en un siglo mediático, el poder
de esculpir está en manos de los
Estados Unidos y su poderos maquinaria de producción cultural. Son ellos los
que tiene el poder de hacer "estatuas". Pero, como saben los
conservadores de monumentos, hay mucho gamberro
con espray suelto por el mundo.
La publicación Egyptian Streets nos trae una interesante
historia sobre estas cosas de leones y hombres, de escultores y esculpidos, que
tiene algo de fábula. Su
titular es "‘Homeland is Racist’: Graffiti Artists ‘Bomb’ Award-Winning TV
Show" y nos cuenta la siguiente historia:
Three street artists took a stab at the
American TV-series Homeland when they were hired to paint ‘Arab graffiti’ on a
film set for the show. Instead, they ‘bombed’ the show, writing slogans dissing
the award-winning series. Nobody noticed and the episode was aired with the
graffiti in full view.
Homeland is about a female CIA officer with
bipolar disorder who is sent to hunt down terrorists across the Middle East,
Afghanistan, Pakistan and Iran. The show is currently in its fifth season,
which is set in Berlin. It has received several prestigious awards and is
watched by millions of viewers every week.
However, the series has been widely criticized
for being bigoted, Islamophobic and portraying a racist image of Arabs, Afghans
and Pakistanis. The Washington Post described the series as ‘a blonde, white
Red Riding Hood lost in a forest of faceless Muslim wolves’.*
Los
grafiteros contratados para dar ambiente a las calles con sus pintadas
aprovecharon la ocasión para escribir frases como: ‘Homeland is racist’,
‘Homeland is a joke, and it didn’t make us laugh’, ‘Homeland is watermelon
(al-watan bateekh)’, ‘Freedom (horeya)…now in 3-D!’. Estas son algunas
frases con las que los grafiteros contratados ambientaron las calles con sus
letreros y pintadas en árabe.
No hace muchos cuando tuve ocasión de ver junto a mis
alumnos chinos la película de Hollywood "La buena tierra" (1937),
basada en la obra ganadora del Pulitzer y escrita por Pearl S. Buck, les
pregunté por los carteles en lengua china que aparecían en la obra en las
calles. Me dijeron que todos se correspondían con la realidad representada en
pantalla. Por entonces, según parece, se cuidaban un poco más estos detalles.
Pero lo que me interesa es algo que he discutido muchas
veces en seminarios sobre cuestiones interculturales: Hollywood como máquina de
hacer enemigos. Entiendo que las representaciones de los enemigos siempre han
estado históricamente vinculadas al espacio en el que se consumen. Por decirlo
así: la estatua se coloca decorando los jardines y plazas propios. Es un acto de imposición hacer que los otros las coloquen en los suyos. Es un acto de
humillación y como tal se ha realizado cuando el conquistador se impone a los
conquistados.
Pero los estudios norteamericanos están produciendo sus
series para todo el mundo, no solo para sus propios
jardines, lo que resulta ofensivo en grado sumo para muchos. Toda
representación impone un punto de vista y unos valores determinados. Podrán ser
más o menos automáticos, pero ese automatismo que los convierte en
"naturales" para quien los produce son estridencias para quien los
recibe si no comparte esos valores.
Es peligroso en el mundo de la comunicación "pensar
local y vender global", o lo que es lo mismo: hacer unas series o
películas desde valores propios y pretender vendérselas a los que has retratado
negativamente.
Lo que han hecho los grafiteros árabes con sus pintadas es deconstruir el mensaje introduciendo en
él otros mensajes de sentido contrario. Han introducido el más poderoso
distanciador: la ironía. Cuando ese capítulo se vea en países o por personas
que entiendan lo que está puesto en las paredes, el efecto será otro: la
carcajada. ¿Cómo reaccionar si no al ver a la bipolar Carrie recorriendo unas
calles en las que pone "Homeland es racista"? Para los espectadores
(como para los productores) que no hablen árabe, el mensaje en la paredes no es
más que "forma" decorativa, puede poner cualquier cosa.
Mientras las series se consumen en territorio propio, lo que
se percibe forma parte de los estereotipos con los que se articula nuestra "realidad".
Cuando son los retratados los que se contemplan en estos discursos ajenos,
surge el enfado, la irritación o la furia. Hollywood —por no decir los Estados
Unidos— no ha tenido casi nunca el sentimiento de respeto hacia el
"otro" al que retrata desde la más insultante superioridad de la
escritura. Pensemos en casos más extremos y recientes, como las caricaturas de Charlie Hebdo o la película The Interview.
Esto comenzó por su propia "otredad", los nativos
americanos, que tuvieron que esperar a que se hiciera "Flecha rota" (Broken arrow, D. Davis 1950) para que
alguien les considerara "un poco humanos", según se estima habitualmente. Hollywood casi ha llegado
a convencernos de que los invasores fueron los nativos.
Igualmente han tratado de forma despectiva a las propias minorías llevadas o emigradas —afroamericanos, hispanos...— y algunas películas antiguas (también modernas) suscitan vergüenza
ajena a los propios norteamericanos al ser revisadas en el tiempo. Al tener las protestas en casa cuando sus mensajes son racistas o xenófobos, la maquinaria de Hollywood se ha redirigido hacia el exterior representando el mundo mediante esterotipos.
Durante un tiempo fueron los "comunistas", es
decir, "rusos", "chinos", "coreanos" y "vietnamitas". Los nazis también tuvieron lo suyo en las pantallas. Pero el comercio y los cambios de relaciones obligan a no ofender demasiado a los nuevos amigos. Ahora la importancia del mercado chino para los productos cinematográficos ha
hecho que se moderen las perspectivas y que se hagan películas como "Hora
punta", con héroes norteamericano (afroamericano) y chino (Jackie Chan),
tratando de evitar o moderar los estereotipos. Se siguen manteniendo, pero encuentran
formas de neutralizarlos a través de la comedia o del equilibrio de protagonistas que permita salvar el honor de los retratados para que no parezcan idiotas, vagos, pervertidos o terroristas, según a quien le toque, los retratados.
Tras el 11 de septiembre, los Estados Unidos han
intensificado las películas y series sobre el mundo árabe e islámico. La mayoría no han
servido para un mejor conocimiento de la otra cultura o para realizar un
análisis crítico inteligente, que también es posible. Solo han repetido una y
otra vez denigrantes estereotipos construyendo una imagen conjunta (todos en el mismo saco) que irrita a
la mayoría y solo beneficia al ego norteamericano y a los islamistas que
muestran satisfechos estas películas para demostrar que Occidente (sí, Occidente como otro estereotipo) les
odia sin remisión. Siempre hablamos de "orientalismo", siguiendo la
moda de Edward Said, pero ya debería ser tiempo de estudiar el
"occidentalismo", la forma en que se nos percibe a través de nuestras
propias representaciones difícilmente digeridas fuera de nuestros espacios de
consumo simbólico. Los efectos, en cualquier caso, son perceptibles en otod Oriente Medio: antiamericanismo. Es el efecto de la otra diplomacia, la de las pantallas.
La broma de los grafiteros árabes deja al descubierto esa
irritación, ese malestar en la cultura
representada. Es un mecanismo liberador frente a los miles de imágenes que
no se ajustan a la realidad. Todas las culturas poderosas han usado estos mecanismos,
pero ninguna ha tratado de vender el resultado a los caricaturizados. En
Egyptian Streets se cierra la información, como en las buenas fábulas, con una
especie de reflexión a modo de moraleja:
The episode with the artists’ work was aired on
October 11th. Karl says he was not all that surprised that no one on set or in
post-production had noticed their critical graffiti.
“They just don’t care. In another episode they
had Hebrew price tags on clothes in a market in an Arab country. They had shot
the scene in a fake souq in Tel Aviv.”*
Por lo visto, ni se han preocupado por el incidente. Desde
cierta perspectiva, le añade algo de realismo.
*
"‘Homeland is Racist’: Graffiti Artists ‘Bomb’ Award-Winning TV Show"
Egyptian Streets 15/10/2015
http://egyptianstreets.com/2015/10/15/homeland-is-racist-graffiti-artists-bomb-award-winning-tv-show/
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